jueves, 27 de septiembre de 2012

Capitulo Tres!





Chicas, ante todo quiero disculparme por desaparecer. Pero....en mi casa en estos momentos hay un problema bastante grave, y me es imposible saber si podré subir o no. También es posible que esté un tiempo sin internet, no se cuando ni cuanto tiempo. Igual daré aviso, sino puedo por aquí será por el tuiter. No pienso dejar colgada la nove ni a ninguna. Las circunstancias me tienen en un momento de la vida muy difícil, quizá algún día si todo acaba y esta bien, les contaré mi historia. Por el momento las cosas están así. Pero que quede claro que no abandono.
Gracias a todas las chicas que siguen la nove y siempre están ahí. Siento mucho que las cosas se compliquen, pero siempre que pueda les dejaré cap. Gracias de corazón chicas, y de nuevo mil disculpas.
Se las quiere.
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!

PD: 3 días, 3 libros. Acabé la trilogía. 




                                CAPITULO TRES





Cuando Lali volvió a despertare, no se sintió tan aturdida como la vez anterior. Sabía que estaba en un hospital, y recordaba al doctor North y a algunas enfermeras, y al hombre, Peter Lanzani.
Se volvió ligeramente hacia él y lo vio dormido en la silla, junto a la cama. Recordaba que le había dicho que eran amigos, pero la amistad tenía muchos grados. ¿Serían solo conocidos, o mucho más? La frustración la atacó de pronto, y se echó la mano a la cabeza… quizás para alisarse el pelo, o para enredar en él los dedos con nerviosismo, pero en lugar de encontrarse con su melena abundante de pelo liso, descubrió un gorro de hospital.
¿Por qué llevaba un gorro? ¿Por qué no podía recordar cuándo ni cómo la habían traído al hospital? ¿Por qué no podía recordar ni su propio nombre?
—Dios mío —gimió al comprender lo que le ocurría. ¡Había perdido la memoria! El corazón empezó a latirle desaforado. ¿Quién era? ¿Dónde vivía? ¿Qué le había ocurrido para que le dolieran partes tan distintas del cuerpo?
Una enfermera entró a toda prisa y vio que la paciente estaba despierta, razón por la que había subido su ritmo cardíaco. Con una sonrisa, revisó la cadencia del suero.
—¿Te encuentras mejor, cariño?
Peter se despertó y se incorporó inmediatamente en la silla.
—Lo siento. No quería dormirme. ¿Ocurre algo?
—Creo que todo va bien —dijo la enfermera—. Nuestra paciente se ha despertado, eso es todo.
Peter se inclinó sobre la cama.
—¿Estás bien, Lali? —le preguntó suavemente.
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
—No consigo recordar nada —susurró.
La enfermera le dio unas palmadas suaves en el brazo.
—El doctor North ha dicho que va a ser solo temporal. Intenta no preocuparte, que vas muy bien.
—Tengo tantos cortes y arañazos —dijo Lali con la voz ahogada por las lágrimas—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué llevo un gorro?
—Porque tienes el pelo muy largo, cariño —dijo la enfermera—. El gorro es solo para sujetarlo.
—Pero la sien… ¿son puntos? —preguntó, tocándose.
—No te toques. No llevas vendaje y no queremos correr el riesgo de que se infecten.
Lali tenía la mente mucho más despejada que antes. Iba a hacerle preguntas, y decidió en aquel mismo instante que si la enfermera no las contestaba, lo haría él. Quizás un psiquiatra debiera hablar con ella primero, pero no había ninguno y, en su opinión, tenía todo el derecho a saber qué le había ocurrido.
Pero no le hizo ninguna pregunta a la enfermera, sino que se limitó a tomar un sorbo de agua y a quedarse inmóvil mientras la enfermera revisaba las conexiones a los monitores.
—Bueno, todo parece estar en orden —dijo la enfermera—. Estaré en el control si me necesitan.
Sus zapatos de suela blanda apenas hicieron ruido al salir de la habitación.
En cuanto se quedaron solos, Lali se volvió y lo miró con ojos implorantes.
—Dices que somos amigos, ¿no? Pues por favor, dime todo lo que sepas de mí. Todo —repitió.
¿Cómo explicarle que su amistad había comenzado tan solo unas horas antes? ¿Y si esa información le afectaba? Bueno, seguro que lo haría… Pero no podía mentirla.
—Soy tu amigo, Lali —le dijo—, pero soy un amigo nuevo. Hace… poco que nos conocemos.
—Pero sabes quién soy, ¿no?
¿Era pánico lo que oía en su voz, y lo que asomaba en sus ojos? Le dio la mano, y ella le dejó hacer.
—Lali, no voy a mentirte, porque sé que quieres saber la verdad, ¿no es así?
—¿Es una verdad terrible?
—Es limitada, pero no terrible.
—Habla.
Él inspiró profundamente.
—Has tenido un accidente de coche en una carretera de montaña. Mi hijo era el conductor del otro vehículo, una camioneta roja. Tú conducías una furgoneta pequeña color azul. La carretera tenía aún placas de hielo… —le miraba con tanta intensidad que empezó a albergar cierta esperanza—. ¿Te resulta familiar algo de todo esto?
—No, pero continua, por favor. ¿Y tu hijo? ¿Está… herido?
—No, no le ha pasado nada.
—Me alegro.
—Yo también, Lali. Yo también —Peter respiró hondo antes de continuar—. Con mi hijo iba otro joven, su amigo Eric. Fue él quien llamó al sheriff y te trajeron a Missoula con un helicóptero del servicio de rescate.
Intentó gastar una broma.
—La primera vez que monto en un helicóptero y no me acuerdo.
Peter sonrió.
—Pero lo recordarás. Lali… no lo olvides. El doctor North me ha dicho que está seguro de que la amnesia que sufres es solo temporal.
Mentalmente repasó la conversación que había mantenido con el doctor North. ¿De verdad había pronunciado las palabras «estar seguro»?
—Y así es como nos conocimos —dijo ella, desilusionada—. Por tu hijo. Eso quiere decir que no me conoces mejor de lo que yo misma me conozco.
—Lo siento, Lali. Ojalá pudiera relatarte ahora todos tus antecedentes en detalle, pero no puedo.
—En mi coche debe haber alguna pista de mi identidad. Supongo que llevaría el permiso de circulación conmigo. ¿Sabes si la policía lo está verificando?
Era reconfortante ver que era consciente de lo del permiso de conducir, pero Peter tragó saliva con dificultad. Temía contestar a aquella pregunta. Era quizás demasiado pronto para saber que la furgoneta y todo lo que había en ella había quedado destruido.
No quería mentirla, pero deliberadamente evitó la verdad.
—Están trabajando en ello.
—¿Cuándo ocurrió el accidente? Yo… no sé el tiempo que ha pasado.
—Ayer.
—Entonces, puede que sepan ya algo.
Lali sintió un tremendo alivio. Su apellido y su dirección le ayudarían a recuperar un poco el equilibrio. Pero claro… si hubiese llevado un permiso de conducir con ella, ¿no conocería ya la gente del hospital su identidad?
La boca se le quedó casi demasiado seca para hablar.
—¿Cómo sabes que me llamo Lali?
—Es el nombre que le diste al médico cuando recuperaste por primera vez la consciencia.
—No recuerdo haberlo hecho —murmuró—. Pero ¿por qué han tenido que preguntármelo? Si tengo un permiso de conducir…
Peter la interrumpió para desviar la conversación.
—¿Recuerdas mi nombre?
—Sí: Peter Lanzani. ¿Vives en Missoula?
—Mi hijo y yo vivimos en nuestro rancho. Está a unos ciento treinta kilómetros de aquí. Mi esposa murió hace cinco años, así que Oscar y yo estamos solos.
—Vaya… lo siento —con un pesado suspiro, Lali apartó la mirada de Peter y la clavó en el techo—. Me siento tan… perdida. ¿Adónde iba? ¿De dónde venía?
—Ojalá lo supiera, Lali. La carretera por la que circulabas lleva a Cougar Mountain, y el accidente ocurrió en un lugar llamado el paso Cougar. Es un lugar bastante aislado.
—¿Y yo iba sola?
—Sí.
—Debía tener un destino en la cabeza. Si tu rancho está en esa zona, debe haber otros también. Quizás… quizás fuese a ver a alguien.
Peter comprendió su necesidad de información y la especulación que esa necesidad estaba despertando en ella, pero dejarle creer que esa carretera podía contener alguna respuesta era más cruel que otra cosa.
—Lali, lo siento, pero en esa carretera no vive nadie. Solo lleva a un lugar: a Cougar Mountain. Es un lugar que atrae a escaladores, senderistas, conservacionistas y campistas en busca de soledad.
Para su sorpresa, aquella respuesta le dio ánimos.
—¡Entonces, debo ser algo de eso! —exclamó—. La información sobre quién soy debe estar en mi furgoneta, seguro. Aunque todo el mundo ha pasado por alto lo de mi permiso de conducir, lo que haya en el coche tiene que servir para algo. ¿Dónde está ahora?
Peter agradeció tanto ver entrar al doctor North en aquel preciso instante que podría haberle besado.
—Ya veo que está completamente despierta —dijo con una brillante sonrisa—. Señor Lanzani, ¿le importa dejarnos solos unos minutos? Son casi las seis y me marcharé del hospital dentro de poco, pero me gustaría examinar a mi paciente favorita antes de irme.
Peter se levantó inmediatamente, pero Lali no quiso soltarle la mano. Y cuando la miró a los ojos, vio el pánico brotar de nuevo en ellos.
—No me dejes —le suplicó.
—Esperaré justo al otro lado de la puerta —le prometió.
Mordiéndose el labio superior para contener las lágrimas pero sin conseguirlo del todo, soltó su mano. Apenas respiró hasta llegar al pasillo fuera de la habitación. Jamás había sentido las emociones de otra persona con la fuerza que sentía las de Lali.
Sin perder un minuto, entró en la sala de espera y sacó un café de la máquina para tomárselo junto a la puerta de la habitación. El café era fuerte, estaba caliente y sabía bien.
El doctor North salió por fin.
—Necesito hablar con usted.
Peter asintió y juntos se alejaron unos pasos.
—Físicamente parece ir muy bien —dijo—, pero para estar un poco más seguros, he pedido que le hagan unas cuantas pruebas mañana por la mañana. Y el doctor Trugood, de psiquiatría, la verá mañana alrededor de las nueve.
—Sé que está haciendo todo lo posible médicamente por ella, doctor, pero está empezando a hacer preguntas que son muy difíciles de contestar.
—Señor Lanzani, su estado es completamente normal en un paciente con amnesia. De todos modos, encuentro la dependencia emocional de usted, un extraño, bastante interesante, como creo que opinará también el doctor Trugood.
—¿Es eso poco habitual?
—Francamente no he trabajado tanto con amnésicos como para saberlo. El doctor Trugood podrá contestarle esa pregunta.
—Lo que en el fondo quiero decir es que usted me sugirió que evitase el tema del accidente, y eso ha sido imposible. Puede que no recuerde el pasado, pero es una mujer inteligente y quiere respuestas. Además, está segura de que sus cosas estaban en la furgoneta: el permiso de conducir, por ejemplo, y eso podría revelar su identidad. Le he hablado del accidente, no he tenido más remedio que hacerlo, pero no le he dicho que la furgoneta ha quedado completamente destruida.
—Ya —murmuró el doctor North, pensativo—. No sé qué decirle. Si ella cuenta con averiguar su identidad a partir de lo que supone que ha quedado de la furgoneta, y usted le dice que eso no va a ser posible… —el médico frunció el ceño y se detuvo—. Creo que es necesario contar con la opinión del doctor Trugood. Lo que me gustaría que hiciese es que volviese a su habitación y le diga que por cuestiones de trabajo, de familia, de lo que usted quiera, tiene que salir del hospital durante unas horas, pero asegurándole que va a volver. Suponiendo que piense volver, claro.
Peter lo meditó un instante. Sentía un lazo de unión inexplicable con Lali, la misma unión que ella parecía sentir con él. Era algo incomprensible, pero se trataba de una fuerza que no podía ignorar.
—Volveré —dijo—. Puedo dejarla sola hasta esta tarde, por ejemplo. ¿Qué le parece?
Podría pedirle a alguno de sus empleados que fuese a buscarle. De ese modo, podría volver con su propio coche y, de paso, echarle un vistazo a Oscar.
—Perfecto. De ese modo habrá terminado con las pruebas que el doctor Trugood tenga que hacerle.
—¿Le hablará él de la pérdida de todas sus cosas?
—Lo llamaré y le sugeriré que lo haga.
—Alguien tiene que hacerlo —replicó con cierta sequedad—. Si esta noche no se lo han dicho, tendré que hacerlo yo.
—Comprendo. Estoy seguro que el doctor Trugood se ocupará —miró el reloj—. Yo tengo que irme. Volveremos a hablar.
Peter dio la vuelta y entró de nuevo en la habitación con el corazón en la garganta. Él era un hombre sencillo y aquella situación era de todo menos sencilla, pero se esforzó por abrir la puerta con una sonrisa en los labios. Con sus propios ojos comprobó como la tensión abandonaba el cuerpo de Lali al verle entrar.
—Peter —lo llamó, sin disimular el alivio que sintió al verlo y tendiéndole una mano.
El se acercó y la tomó entre las suyas.
—Estabas preocupada porque no volviera, ¿verdad? Pues cuando yo te prometa algo, puedes contar con ello, pase lo que pase.
—De acuerdo —susurró ella.
—Tengo que decirte algo: he de marcharme ahora, pero volveré esta tarde —su mano se crispó y vio el miedo aparecer en sus ojos—. No tengo más remedio. Hay cosas de las que tengo que ocuparme.
—¿Trabajo? —le preguntó con la voz asustada que ya empezaba a resultarle familiar.
Peter asintió.
—Trabajo y otras cosas. Pero esta tarde estaré de vuelta.
Las lágrimas aparecieron en sus ojos y él, con un pañuelo de papel de los que había sobre la mesilla, se los secó con sumo cuidado de no rozar los cortes y las abrasiones.
—Tienes todo el derecho del mundo a llorar —le dijo con dulzura—. A veces, llorar es la mejor medicina.
—Yo… no es que quiera llorar —dijo con voz rota—, pero es que… es como si no pudiera evitarlo.
—Y a mí no me importa. Conmigo no tienes por qué guardarte nada. Lali.
Ella parpadeó varias veces e intentó sonreír.
—Lo que siento cuando estoy contigo es muy distinto a lo que siento con otras personas. Ojalá supiera por qué —suspiró—. Ojalá supiera tantas cosas…
—Lo harás. Ten confianza —dejándose llevar por un impulso, se inclinó sobre la cama y la besó en uno de los pocos centímetros de piel de la frente que no habían sufrido ningún daño. Aquella mujer, indefensa y asustada, y de quien solo sabía que se llamaba Lali, le conmovía profundamente. Le necesitaba, confiaba en él, y Peter se juró no defraudarla—. Nos vemos esta tarde, ¿de acuerdo? —sonrió.
—Sí. Esta tarde —susurró, y soltó su mano para verle marchar. Una vez se quedó sola, miró rápidamente a su alrededor. No había demonios en las luces de la mañana, nada que temer, y sin embargo, el miedo era una enorme parte de sí misma cuando Peter no le estaba dando la mano. Creía lo que él le decía con mucha más facilidad que lo que le dijeran médicos y enfermeras. ¿Sería porque le recordaba a alguien a quien no podía recordar? ¿Alguien que era dulce, amable y honesto?
Peter Lanzani… Era un hombre atractivo, ó al menos ella lo veía así. Su aspecto no importaba, sino su amabilidad, su consideración. Debía ser un padre maravilloso para su hijo, cariñoso, devoto e interesado por cualquier cosa que Oscar dijera o hiciera.
¿Tendría ella un padre en alguna parte? ¿Una madre? ¿Un marido, quizás? Intentó levantar la cabeza para mirarse la mano. No llevaba joyas de ningún tipo, pero parecía tener una pequeña línea en el dedo anular que podía indicar que hubiese llevado una alianza.
¡Podía ser una pista! Ansiosamente, pulsó el botón para llamar a la enfermera.
Una mujer joven acudió casi al instante.
—¿Sí?
—¿Llevaba anillo cuando me trajeron? —preguntó.
—No lo sé, pero puedo consultar su hoja de admisión, si quiere.
—Por favor. Verá, es que me da la sensación de que he llevado anillo en este dedo.
Aunque tenía la vía del suero en la mano izquierda, la levantó para que la enfermera pudiera verla.
—Es cierto. Voy a ver qué puedo averiguar.
Lali sintió una tremenda excitación. Si tenía marido, quizás tuviera hijos también. Una familia que estaría buscándola. Pero, si tenía familia, ¿Por qué iba a estar viajando sola?
La cabeza empezó a dolerle más de lo que ya había empezado a hacerlo y cerró los ojos, intentando combatir la impaciencia, sus dudas, la frustración…
El ruido de unos pasos anunció la llegada de la enfermera, y Lali abrió los ojos.
—¿Ha averiguado algo?
—En la hoja de admisión solo se menciona un reloj.
—¿Ningún anillo? —preguntó con una intensa desilusión.
—Lo siento mucho. Contaba con tener un anillo, ¿verdad?
—Sí…
—¿Necesita alguna otra cosa? Enseguida le traeremos el desayuno y después le darán un baño. Después del baño, uno siempre se siente mejor.
—Gracias —contestó Lali con una profunda tristeza.


Peter esperaba en el jardín cuando Oscar volvió del instituto.
—Papá —exclamó el chico, bajándose de un salto de su camioneta—. ¿Cómo has venido?
—Lyle ha ido a buscarme. ¿Cómo estás, hijo?
—Supongo que bien. Creo que los exámenes no me han salido mal del todo.
—Eso está bien.
Peter estudió las facciones del rostro de su hijo y experimentó un tremendo alivio. El color de Oscar volvía a ser el de siempre y parecía tan exuberante como de costumbre.
Oscar sacó un libro de la camioneta e hizo una mueca exagerada.
—Mañana, examen de trigonometría. Será mejor que repase un poco.
—¿No vas a preguntarme por Lali?
—Eh… sí, claro. ¿Te ha… recuerda el accidente?
—No recuerda nada, Oscar. He estaba un buen rato con ella y le he hablado de lo ocurrido. Parece confiar en mí.
—Sí, bueno… es que tú inspiras confianza, papá. Bueno, me muero de hambre. ¿Qué ha preparado de cena Rosie?
—No estoy seguro. Creo que pollo.
Peter sintió una extraña desilusión ante el desinterés de su hijo por los progresos de Lali. Se había imaginado que tendría montones de preguntas que hacerle, pero apenas parecía preocupado. Para ser la misma persona que dos semanas antes había llorado como una magdalena por la muerte de una ternera, tanta despreocupación por un ser humano no era normal.
—Tengo que comer algo —dijo Oscar—. ¿Vienes?
—Todavía no, Oscar. Entra tú.
Mientras Oscar corría hacia la puerta, Peter caminó hasta la cerca y se apoyó en ella. El corral estaba lleno de caballos, pero no los vio. Una sensación de que algo no estaba bien le daba vueltas en el estómago.
Pero siempre le había concedido a su hijo el beneficio de la duda. Oscar era aun muy joven, casi un crío, y quizás no pudiera enfrentarse al accidente. Aunque no hubiese sido culpa suya, era posible que albergase sentimientos de los que no era capaz de hablar.
Eso debía ser, se dijo al alejarse del cercado. Lo mejor sería dejar que Oscar se enfrentase a aquella situación a su manera y a su ritmo. Su hijo sabía que siempre podía acudir a él, y eso era lo importante.


Cuando Peter llegó ante la puerta abierta de la habitación de Lali aquella tarde, lo primero que vio fue la cama vacía, y después la vio a ella inmóvil, sentada junto a la ventana. Le habían quitado el gorro de hospital y Peter reparó en el color oscuro y rico de su larga melena, sujeta en una coleta con algo rojo.
Pero pensó en todo aquello en una décima de segundo, pues lo que de verdad le complació fue verla levantada.
—¿Lali?
Ella se volvió a mirar. Su expresión triste y perdida le llegó al alma y rápidamente se acercó a ella y se agachó junto a la silla.
—¿Qué ocurre, Lali? —le preguntó con suavidad.
—No hay permiso de conducir —dijo con voz apagada—. No queda nada. Mi furgoneta ha quedado completamente destruida en el accidente. Un policía ha venido a hablar conmigo, y me lo ha dicho todo. ¿Lo sabías?
—Sí, pero los médicos pensaron que no era yo el más indicado para decírtelo —craso error. Debería haber hecho caso a su propio instinto y habérselo dicho—. ¿Te habría resultado más fácil asimilarlo si lo hubiera hecho yo?
Ella bajó la mirada.
—No lo sé. Quizás —suspiró y volvió a mirarlo—. Me alegro de verte. Gracias por haber venido.
—Ya te dije que volvería.
—Lo sé, pero es que el día ha sido tan… horrible que no me habría sorprendido que no vinieras —intentó sonreír—. Tengo la impresión de que los médicos no saben qué hacer conmigo. Todas las pruebas han dado resultados normales. Un psiquiatra ha venido a verme dos veces, pero solo me ha dicho que intente relajarme. Que mi memoria volverá mucho más rápido si me relajo.
—Me da la impresión de que no te lo crees.
—Doy la impresión de estar tensa, Peter, porque lo estoy. ¿Cómo voy a poder relajarme? ¿Cómo podría tranquilizarse nadie estando en esta situación? No puedo dejar de intentar recordar. Le he preguntado al policía si alguien había informado de la desaparición de una persona que coincidiera con mi descripción, pero me ha dicho que no, al menos en su jurisdicción. Pero yo no puedo haber aparecido de repente, Peter. Alguien tiene que estarse preguntando dónde estoy.
—Puede que sea demasiado pronto para que la familia y los amigos empiecen a preguntarse por ti. ¿Has pensado en esa posibilidad?
Lali guardó silencio un instante.
—Es la primera cosa razonable que me dicen en todo el día. Tienes razón. Puede que hablase con los amigos y la familia antes del accidente. Puede que les dijera que iba a tardar unos días en ponerme en contacto con ellos —la esperanza volvió a brillar en sus ojos—. Debería haberlo pensado.
Peter le dio unas palmadas en el brazo y se levantó.
—Por lo menos, ya estás levantada. Es un gran paso, Lali.
Pero su rostro volvió a ensombrecerse.
—Mañana por la mañana me sacarán de la UCI. Físicamente estoy bien. No hay infecciones ni complicaciones. Los médicos han decidido que podré marcharme a casa dentro de unos días —la voz se le quebró—. ¿Y dónde está mi casa? ¿Adónde iré? Ni siquiera tengo ropa.
—No te van a echar a la calle, Lali.
—Lo sé. Me han hablado de… beneficencia —con un gemido de agonía, se tapó la cara con las manos—. ¡No voy a poder soportarlo! Puede que haya perdido la cabeza, pero en el fondo de mi corazón sé que nunca he vivido de beneficencia.
—No has perdido la cabeza —replicó Peter—. Llevo bastante tiempo contigo como para saber que eres una mujer inteligente. Lali, no es algo vergonzoso aceptar caridad en una situación como la tuya.
Intentaba parecer firme, pero comprendía perfectamente cómo debía sentirse. Una imagen se apareció ante sus ojos: Lali viviendo en un pequeño apartamento, intentando desesperadamente recordar, viviendo entre la esperanza y la desesperación, visitando al psiquiatra un par de veces por semana.
No podía permitir que le ocurriera algo así. De nuevo se arrodilló junto a ella y tomó la mano entre las suyas.
—Escúchame, Lali: cuando te den el alta, te llevaré conmigo a mi rancho. Es un lugar tranquilo y hermoso. Allí te pondrás bien.
Lali parpadeaba para dejar de llorar.
—Pero… yo sería… una tremenda carga.
—De eso, nada. Tengo una casa grande, con tres dormitorios vacíos. Hay un ama de llaves y una cocinera, Rosie, y no tendrás que hacer absolutamente nada, excepto descansar y relajarte.
—Es… maravilloso —musitó, sonriendo débilmente—. ¿Por qué eres tan amable conmigo?
—Porque no te mereces lo que te ha ocurrido. Ni mi hijo. Ni siquiera es capaz de hablar del accidente. Tu presencia en el rancho será una buena terapia para él y para ti. Dime que vendrás.
—Claro que iré… oh, Peter.
Y le sorprendió rodeándole el cuello con los brazos y rompiendo a sollozar sobre su camisa.
Él la confortó acariciándole la espalda, pero no pudo pasar por alto la sensación de sus senos contra su pecho y su aroma cálido y femenino. Incluso con las quemaduras, los puntos y la palidez, era una mujer hermosa, y lo sintió en la parte más privada de sí mismo, una parte que había estado dormida desde la muerte de su esposa.
Ser consciente de que podía sentir algo así por una mujer le desconcertó, sobre todo por tratarse de una extraña.
—Bueno, Lali… —le dijo tras aclararse la garganta—. No hay por qué llorar.
Lali se separó de él y sacó un pañuelo de la bata del hospital para secarse los ojos.
—¿Cómo voy a poder pagarte todo esto?
—Poniéndote bien —su voz parecía extrañamente gutural, y volvió a carraspear—. Con que te pongas bien, bastará.
Y ella asintió una sola vez.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Capitulo Dos!







Hola chicas!! Que tal su día?

Chari, ya contarás cuando comiences a leer. Yo acabé el primero en un día.....solo te puedo decir...wuau, wuau a las emociones que te hace sentir. Preparate porque engancha.

Lina, creo que voy ha hacerte caso, porque después de devorar el primero necesito hablar con alguien!! Comentar, comentar!! Jajaja Increíble en serio. Creo que me gustará pasarme, porque la angustia que me creó al final, es necesaria compartirla. Simplemente...clap clap! Gracias por la invitación! Ya estoy por empezar el segundo....creo que me quedé sin vida...

Volviendo al tema.....gracias a todas por sus comentarios, espero que disfruten de esta historia!!!

Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                                CAPITULO DOS





John Mann, de la Patrulla de Montaña, se presentó a Peter y Oscar Lanzani, que se levantaron de la silla y estrecharon la mano del oficial. Todos eran hombres altos, y sus ojos estaban casi al mismo nivel. El oficial Mann era el que más pesaba de los tres, porque Peter y su hijo eran ambos delgados y fibrosos, muy parecidos los dos con el pelo oscuro y los ojos verdes.
Mann acercó una silla a donde estaban los Lanzani. Se encontraban en la sala de espera de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital General Missoula, que era donde habían traído a Lali en helicóptero, debatiéndose entre la vida y la muerte.
El oficial Mann era un hombre corpulento, pero tenía una voz sorprendentemente suave.
—¿Alguna noticia sobre el estado de la mujer?
—Nada concluyente. Hemos hablado con dos médicos y varias enfermeras. Están haciéndole pruebas —dijo Peter con una voz transformada por la tensión. Aunque estaba muy preocupado por la mujer de la habitación 217, lo estaba aún más por su hijo. La cara de Oscar estaba gris y macilenta. Podría haber sido él quien estuviera en el fondo del barranco, y Peter no podía quitarse eso de la cabeza.
—Entonces, ¿ha recuperado la consciencia? —preguntó John.
—De ser así, no nos lo han comunicado.
Peter percibió el escrutinio al que estaba sometiendo a su hijo, y se movió hasta que su hombro se rozó con el de Oscar.
El oficial se dio cuenta del gesto de protección y carraspeó.
—Ha sido un accidente muy serio, y tendremos que investigar.
—Sí, lo sé —contestó Peter. Las líneas de su rostro adquirieron una mayor rigidez, si es que era posible. Si Oscar no se hubiera apartado de su ruta habitual para recoger a Eric, ¿habría ocurrido el accidente? Era una pregunta que Oscar debía estar haciéndose sin parar. Los chicos eran muy buenos amigos.
—Me lo imaginaba —contestó Mann—. Bueno, vamos a ver —sacó una pequeña libreta y un lápiz del bolsillo y la abrió por una página específica—. Oscar Lanzani y Eric Roger . ¿Están correctos los nombres?
Peter y Oscar contestaron que sí.
—De acuerdo, Oscar… ¿Prefieres Oscar o Lanzani?
—De cualquiera de las dos formas —contestó Oscar. Tenía la mirada baja y Peter sabía que estaba asustado.
—Cuéntame lo ocurrido, Oscar.
—Ya se lo conté al sheriff Logan —contestó Oscar—. Es quien acudió cuando Eric llamó pidiendo ayuda.
—Lo sé, pero yo no estaba allí y me gustaría oírlo de primera mano.
Oscar inspiró profundamente.
—Teníamos miedo de llegar tarde a clase por los exámenes finales, y tomamos el atajo de Cougar.
—Eric y tú.
—Sí. Conducía yo. Llegamos a esa curva tan cerrada, ya sabe a cuál me refiero, y de pronto me encontré con una de esas furgonetas pequeñas en mitad de la carretera. Pisé el freno y ella también, y colisionamos.
—¿Había hielo?
—Sí. Se había derretido solo en los sitios en los que daba el sol.
—¿Viste que el conductor era una mujer?
—No me dio tiempo a nada. Estaba intentando no perder el control de la camioneta.
—Es comprensible.
—La furgoneta cayó por el precipicio —Oscar tragó saliva con dificultad—. Yo paré la camioneta y los dos corrimos al borde de la carretera. La furgoneta aún seguía cayendo, dando vueltas de campana. Vimos a una mujer salir despedida por la puerta del conductor y que acababa en las rocas. La furgoneta se paró a unos metros del río. Bajamos por la ladera lo más rápido que pudimos. Eric pensó que estaba muerta, pero yo le encontré el pulso y me di cuenta de que solo estaba inconsciente, así que le dije a Eric que subiese a la camioneta y fuera a buscar ayuda. Estaba a punto de marcharse cuando vi el fuego. La mujer estaba demasiado cerca de la furgoneta y pensé que… bueno, que a lo mejor explotaba. Eric no quería moverla, pero yo sabía que teníamos que hacerlo.
Oscar miró al oficial con los ojos llenos de angustia.
—Teníamos que moverla… si no habría muerto en la explosión… pero ¿y si por moverla le hemos hecho más daño?
—Oscar, hicisteis lo correcto —le dijo Mann—. Está viva, y no lo estaría si la hubieseis dejado donde cayó. Bien, ahora tengo unas cuantas preguntas que hacerte: ¿llegó a deciros algo?
—No.
—¿Pudisteis ver la matrícula de la furgoneta?
Oscar frunció el ceño.
—No recuerdo ni un solo número. La parte trasera quedó frente a nosotros, pero no me acuerdo de nada.
—Puede que se desprendiera durante la caída.
—Supongo que es posible.
—¿Adónde quiere ir a parar? —preguntó Peter.
—Ha visto usted los restos del accidente?
—No.
—Es que no los hay, aparte de pequeños trozos de tela y metal esparcidos por la tierra, aparte de otros restos imposibles de identificar —Mann se apoyó en el respaldo de su silla—. No sabemos quién es. Si Oscar hubiese visto su número de matrícula, al menos sabríamos en qué estado vive.
—Cayeron muchas cosas al río —dijo Oscar.
—Sí, pero el río baja muy fuerte y debe estar ya todo muy lejos de donde cayó el coche.
—Si lo que le preocupa es su identidad, ¿no podrá aclararse cuando recupere la consciencia?
El oficial guardó la libreta y el lápiz.
—Seguro que sí —se levantó y miró a Oscar—. Por ahora es suficiente. Si surgen más preguntas, me pondré en contacto contigo.
—De acuerdo —asintió Oscar.
Peter sintió el alivio de su hijo tras la marcha del policía. Ni él ni Oscar se habían visto jamás envueltos en algo que requiriese intervención policial, y Peter conocía lo bastante bien a su hijo para saber que ese otro aspecto del accidente también le ponía nervioso.
—Tranquilízate, hijo —le dijo, apoyando una mano en su hombro—. El oficial Mann solo está haciendo su trabajo.
Oscar no contestó. Se limitó a quedarse mirando delante de sí como si su padre no hubiese hablado.
Peter retiró la mano. Quería a su hijo más que a la vida misma, y sentía su tristeza en el alma. Oscar jamás le había dado motivos de preocupación. Sí, se había preocupado al empezar su hijo a conducir por aquellas carreteras de montaña, por su seguridad, pero no por mal comportamiento.
Peter cambió de tema, solo para conseguir que su hijo pensase en otra cosa.
—Cuando llamé al director para explicarle lo ocurrido, me dijo que podrías hacer otro día los exámenes que te has perdido hoy —hizo una pausa—. Pero me parece que ya te lo había dicho, ¿no?
—No pasa nada, papá.
—Por lo menos Eric no se ha perdido todo el día de clases. Por cierto, ¿cómo ha llegado al instituto?
—Después de llamar al sheriff, llamó a su padre y el señor Roger fue a recogerlo —de pronto, Oscar se dobló por la cintura y se cubrió los ojos con las manos—. Ha sido horrible, papá —dijo con voz rota—. Nunca podré olvidarlo.
Peter acarició la espalda de su hijo.
—Es verdad que no vas a poder olvidarlo, pero al menos has hecho todo lo posible por salvarle la vida a esa mujer. Estoy muy orgulloso de ti, hijo. Quiero que lo sepas.
Sintió que los hombros de su hijo temblaban con los sollozos y siguió acariciándole la espalda, haciendo todo lo posible por consolarlo.
Ni siquiera se planteó la posibilidad de volver a casa. Ocurriera lo que ocurriese, tanto él como Oscar tenían que saberlo directamente de boca del médico. Llevaban ya cinco horas en aquella pequeña sala de espera, y se quedarían allí durante el resto del día o de la noche, si era necesario.


A las ocho de la tarde, la enfermera Nancy Cummings llamó al doctor Melvin Pierce a la habitación 217.
—Empieza a dar síntomas de consciencia, doctor.
El doctor Pierce miró el monitor del ritmo cardíaco y de la presión sanguínea de la paciente.
—Eso parece —murmuró, y volvió su atención a la mujer que yacía en la cama. Tenía abrasiones, cortes y arañazos en la cara y en las manos. El desgarro en la sien derecha había requerido puntos de sutura, pero tanto los rayos X como el resto de las pruebas habían revelado que no había ningún hueso roto, y ni siquiera la conmoción era severa. En su opinión, era una mujer extremadamente afortunada por haber sobrevivido a un accidente de aquellas características y haber sufrido tan pocos daños.
—Señorita —la llamó, sacudiendo ligeramente su brazo—. ¿Puede oírme? Abra los ojos. Está en el hospital. Soy el doctor Pierce. Intente abrir los ojos.
Como a lo lejos, Lali oyó la voz del hombre. «Abra los ojos. Intente abrir los ojos».
Sentía los párpados con un peso tremendo. Todo el cuerpo le dolía, especialmente la cabeza. Las palmas de las manos le echaban fuego, igual que las rodillas. Intentó pensar, pero no pudo.
Pero siguió oyendo la voz, cada vez más cerca. Luchó por obedecer y finalmente consiguió abrir los ojos. Vio un rostro borroso y una voz:
—Señorita, ¿puede hablar? Diga algo. Díganos su nombre.
Tenía la sensación de que el cerebro era de algodón. Los ojos se le cerraron.
—Intente mantenerse despierta, señorita. Intente hablar. ¿Cómo se llama?
—Lali —murmuró, y volvió a caer en aquel lugar oscuro donde el cuerpo no le dolía y las voces no se oían.
El doctor Pierce se incorporó y se acercó al pie de la cama para anotar en la historia clínica a qué hora y qué había ocurrido.
—Manténganla bajo estricta vigilancia —le dijo a la enfermera mientras escribía—. Yo me marcharé dentro de media hora, pero el doctor North estará de guardia. Llámele si vuelve a despertarse.
Salió de la habitación y se dirigió a la sala de espera. Peter Lanzani y su hijo se pusieron inmediatamente de pie, expectantes.
—Vuelvan a sentarse —les dijo el médico, y él se sentó también. Parecía cansado, y se frotó los ojos—. Bueno, lo que sabemos con cierta seguridad es lo siguiente: tiene una conmoción leve y numerosas abrasiones. No hay huesos rotos y no hemos detectado daños internos. Eso no quiere decir que esté completamente fuera de peligro, pero la impresión general es favorable. Hace unos minutos que recuperó brevemente el sentido, y el hecho de que comprendiera lo que le decía es un síntoma excelente. Le pregunté su nombre y me dijo que se llama Lali.
Peter y Oscar se miraron.
—¿Lali? ¿Eso es todo lo que ha dicho? —preguntó Peter.
—Solo eso —el doctor Pierce se levantó—. Tengo otros pacientes que ver. Les aconsejo que se vayan a casa y descansen un poco. Lo único que van a conseguir quedándose es agotarse. Buenas noches.
Y se marchó.
Oscar parecía sorprendido.
—¿No te parece que Lali es un nombre un poco raro? Parece más un apodo que un nombre propio, ¿no?
—No sé qué pensar, Oscar, pero el resto de lo que nos ha dicho es muy esperanzador —se levantó—. Vamos, te acompaño fuera. Es hora de que te vayas a casa. Mañana tienes exámenes.
Oscar se levantó.
—¿No vienes conmigo?
—Creo que no. Tengo la sensación de que debo quedarme.
—Pero no tienes coche.
—Si lo necesito, alquilaré uno.
Peter acompañó a su hijo hasta el aparcamiento.
—Conduce con cuidado. Y nada de acortar por Cougar.
Oscar asintió con tristeza.
—No te preocupes por eso.
Peter se quedó allí hasta que la camioneta se perdió de vista, y después volvió directamente a la UCI. Una vez allí, habló con la enfermera.
—¿Puedo ver a la mujer de la habitación 217?
—Sigue inconsciente, señor Lanzani —le contestó la enfermera Cummings con un gesto de comprensión.
—Lo sé. Solo me quedaré un minuto, pero es que necesito verla.
—Bueno… pero solo un minuto, señor Lanzani. Y no toque nada.
—No se preocupe. Gracias.
Peter caminó por el pasillo y al llegar frente a la puerta abierta de la habitación, dudó un instante antes de entrar. La habitación estaba iluminada suavemente por una luz en la pared. Había una cama, solo un paciente, una mujer que solo había dicho una palabra. Hizo una mueca de dolor al ver los puntos de la frente y las horribles abrasiones de las manos y la cara. Llevaba un gorro de hospital, pero un mechón de cabello oscuro se escapaba por el elástico. Sus facciones eran tan perfectas como nunca las había visto en una mujer: nariz y barbilla pequeñas, pómulos marcados, cejas bien definidas y labios carnosos y bien dibujados.
—Es joven —musitó. Por alguna razón, había estado pensando en una mujer mucho mayor.
Parecía pequeña en aquella cama, lo cual le conmovió, y el hecho de que estuviese conectada a varias máquinas le conmovió aún más. Un líquido claro caía gota a gota para entrar en sus venas.
Peter apretó los puños y se preguntó por qué las cosas tenían que ser así. Oscar no se merecía lo que estaba pasando, igual que aquella mujer tampoco se lo merecía.
Un conglomerado de ideas se le pasaron en aquel momento por la cabeza, pero una prevaleció: no podía abandonarla. Hasta que se supiera su nombre completo y sus parientes supieran dónde estaba y lo que le había ocurrido, él asumiría el papel de la familia.
—Lali —susurró—. ¿Te llamas así de verdad, o solo estabas divagando?
La miró un momento más, y con un suspiro, salió de la habitación y volvió al puesto de enfermeras.
—Hay un hotel justo al final de la calle… el Bixby —le dijo a la enfermera Cummings—. ¿Sería tan amable de llamarme allí si hay algún cambio en su estado, tanto para mejor como para peor?
—Así lo haré, señor Lanzani.
—Gracias. Volveré dentro de unas horas.


Con los ojos aún cerrados, Lali lamentó mentalmente la dureza de la cama en la que estaba tumbada. ¿Por qué estaría en una cama tan incómoda? Intentó moverse para ponerse cómoda, pero un dolor agudo la obligó a quejarse. Abrió los ojos.
Aquella habitación no le resultaba familiar: era pequeña, poco iluminada y austera. La puerta estaba abierta. ¿Dónde estaba? El pánico se apoderó de ella e intentó incorporarse, pero solo consiguió quejarse de dolor y caer sobre la cama. Entonces vio la vía que le entraba en el brazo. ¿Qué le había ocurrido?
Tragó saliva, o intentó hacerlo. Tenía la garganta y la boca completamente secas. El corazón le latía asustado. La enfermera Cummings entró rápidamente en la habitación, seguida de otra enfermera.
—Está despierta. Janie, llama al doctor North —le dijo a la segunda enfermera, que salió de la habitación inmediatamente. Después sonrió a Lali—. ¿Cómo estás, querida?
—¿Puedo… puedo beber agua? —gimió.
—Por supuesto —la enfermera le ofreció un vaso con agua que había en la mesilla—. No levantes la cabeza. Yo te acercaré el vaso. Y toma solo un sorbo. El doctor North vendrá enseguida.
Lali tomó un sorbo con la pajita.
—Gracias —susurró—. ¿Dónde estoy?
—En un hospital, querida.
—¿Por qué?
—Por las heridas. Ah, aquí está el doctor North —la enfermera se hizo a un lado para dejarle sitio y susurró para que solo lo oyera él—: está un poco desorientada.
—Hola —la saludó el doctor North, inclinándose hacia ella con un oftalmoscopio—. Mire hacia aquella esquina de la habitación.
—¿Qué es eso?
—Un instrumento que me permite ver dentro de sus ojos.
—¿Y por qué quiere mirar dentro de mis ojos?
—Señorita… Lali, ha sufrido una conmoción en el accidente, y examinar sus ojos es solo una cuestión rutinaria.
—¿Qué accidente? —preguntó, asustada—. ¿Y por qué me llama Lali?
—Porque le dijo al otro médico que ése era su nombre —contestó el doctor North, mirándola preocupado—. ¿Cómo se llama?
Lali miró primero al médico, luego a la enfermera y después a su alrededor. Su nombre… su nombre. La cabeza le palpitaba al intentar encontrar unos recuerdos que no estaban en su sitio. El vacío la asustaba tanto que intentó volver a levantarse, empujada por la necesidad de escapar de aquel lugar, de aquella gente.
El doctor Norht la obligó a tumbarse.
—¡Traiga inmediatamente el sedante que haya prescrito el doctor Pierce! —ordenó a la enfermera.
—Sí, doctor —la enfermera Cummings salió corriendo de la habitación y colisionó con Peter—. Disculpe, señor Lanzani —dijo, y siguió corriendo.
—Perdone, ¿qué está pasando? —le preguntó, pero ella no se detuvo, así que Peter entró en la habitación. El doctor North estaba intentando evitar que la mujer se levantara, mientras ella emitía un lamento e intentaba soltarse.
—¿Qué ocurre? —preguntó con ansiedad.
—¿Quién es usted, y qué hace aquí a las tres de la mañana?
—Soy Peter Lanzani. Mi hijo Oscar era el conductor del otro coche. ¿Por qué está tan enfadada?
—Creo que porque le he preguntado cómo se llama.
—Se llama Lali —contestó Peter, tomando suavemente su mano—. Tranquilízate, Lali. Nadie va a hacerte daño.
Para sorpresa del doctor North, la paciente dejó de resistirse, y miró a Peter con los ojos vacíos pero mucho más tranquila. Con un suspiro, el médico le soltó los hombros.
—Tú no me conoces, Lali —le dijo con voz tranquila—, pero estoy aquí para ayudarte.
Lali intentó enfocar la cara de aquel hombre, pero sus facciones no importaban; lo que de verdad importaba era su voz. Era sedante como un bálsamo y quería seguir oyéndola.
La enfermera Cummings volvió con una inyección.
—Aquí tiene, doctor.
—Puede que al final no la necesitemos —contestó, e hizo un gesto a la enfermera para que le acompañase a la esquina de la habitación—. Está respondiendo a la voz de este hombre —le dijo en un susurro—. Quiero ver qué pasa. Puede marcharse, que yo voy a quedarme un rato.
Peter era consciente de que el doctor North se había sentado fuera del alcance de la visión de Lali, pero intentó concentrarse en lo que iba a decir a continuación, aunque su instinto le decía que no importaba lo que dijese, sino que siguiera hablando.
—Me he hospedado en el hotel Bixby. Está a una manzana de aquí. Me desperté hace una hora y tuve la sensación de que necesitaba verte. Me he pasado por uno de esos restaurantes abiertos las veinticuatro horas a comer algo y después he venido directamente hasta aquí.
—¿Dónde estoy? —preguntó casi sin voz.
—En un hospital en Missoula, Montana. Es un hospital muy bueno, Lali. Estás recibiendo la mejor atención posible. ¿Has estado hospitalizada en alguna otra ocasión?
Ella se quedó en silencio y mirando al vacío y el doctor North contuvo la respiración esperando.
—Yo… no lo sé.
El doctor North volvió a respirar. Ahora ya sabía cuál era el problema de la paciente.
Peter, sin embargo, no tenía ni idea de qué estaba ocurriendo, pero su instinto le empujaba a seguir hablando.
—A mí me hospitalizaron una vez, Lali, hace unos diez años. Un caballo me tiró y caí mal. Me rompí tres costillas y…
—¿Quién eres tú? —le interrumpió.
—Me llamo Peter Lanzani. Lali…
—¿Yo me llamo Lali? ¿Y cómo me apellido? ¿Vivo en Missoula? —le preguntó con un hilo de voz.
Peter por fin estaba empezando a comprender lo que ocurría, y a hurtadillas miró al doctor North, que respondió asintiendo. Lali tenía amnesia. No recordaba nada, ni siquiera su nombre.
Peter sintió que el estómago se le caía a los pies, y se humedeció los labios que, de pronto, se le habían quedado resecos. ¿Hasta dónde debería decirle? ¿Debía mencionar el accidente, explicarle lo ocurrido? ¿Que su furgoneta había quedado completamente destrozada y que nadie, ni una sola persona de aquel hospital de Missoula, sabía quién era?
Intentó sonreír.
—Me temo que esa es una información que vas a tener que darme tú. Yo solo soy un amigo preocupado por ti.
—Eres un amigo. Ya —susurró, y Peter se dio cuenta de que su mente trastornada le estaba situando como un viejo amigo, a pesar de que era ilógico pensarlo ya que no había podido contestar a sus preguntas.
El doctor North se levantó y se acercó a la cama.
—Quizás lo mejor sería que dejásemos descansar a Lali un rato, señor North.
Sus ojos volvieron a desorbitarse y se aferró a su mano.
—No te vayas —le rogó—. Por favor, no me dejes sola.
—¿Puedo dejarte sola cinco minutos? —le pidió—. Te prometo que vuelvo en un instante.
Tenía que hablar con el médico a solas.
—Yo… ¿me lo prometes?
—Tienes mi palabra.
Con suavidad se soltó de su mano y salió de la habitación. El doctor North salió detrás de él y ambos se alejaron un poco por el pasillo hasta detenerse en un rincón tranquilo. Peter miró a los ojos al médico.
—No recuerda nada, ¿verdad?
—Eso parece, señor Lanzani. Pero sus heridas no han sido lo bastante serias como para destruir su memoria permanentemente. Naturalmente mañana por la mañana se le harán más pruebas, pero tengo la impresión de que la pérdida de memoria no se debe a nada físico, pero el trauma que ha sufrido por el accidente puede provocar numerosos efectos emocionales. Estoy casi convencido de que la amnesia va a ser temporal.
—¿Y cómo de temporal? ¿Estamos hablando de días, semanas o meses?
—Lo siento, pero no hay modo de saberlo. De hecho, me sorprende bastante su reacción ante usted. ¿No la conocía antes del accidente?
—No, no nos conocíamos. Déjeme hacerle otra pregunta: ¿hasta dónde debo decirle? ¿Cree que debo hablarle del accidente?
El doctor North se quedó pensativo un instante.
—Mi opinión es que, al menos durante el día de hoy, debe evitar ese tema. Hable de cosas generales. Lo ha hecho muy bien hasta ahora, y yo seguiría con ese nivel de conversación hasta que la vea el psiquiatra. Lo dispondré todo para que mañana vengan a verla.
Peter no era un hombre que se pusiera nervioso con facilidad, pero en aquel instante, se sintió intranquilo. ¿Por qué Lali confiaba en él? ¿Y si involuntariamente decía algo que no debía y ella volvía a descontrolarse?
Inspiró profundamente.
—Será mejor que vuelva a su lado. ¿Va a estar usted de guardia si ocurre algo que yo no sepa controlar?
—Estaré aquí hasta las seis. Llame a la enfermera si me necesita.
Peter volvió a la habitación 217 y vio que Lali estaba aferrada a las barandillas de seguridad de la cama. Forzando una sonrisa, se acercó a ella.
—Ya te dije que volvería enseguida. Vamos a bajar las barandillas de seguridad y acercaré una silla para estar a tu lado.
Lali observaba todos sus movimientos. Estaba tan agradecida porque hubiese vuelto que las lágrimas le picaban en los ojos. Cuando se sentó junto a la cama, suspiró profundamente y cerró los ojos.
—Gracias —susurró, y se quedó dormida.
Peter se quedó donde estaba, y se alegró de haberlo hecho, porque cada diez minutos se despertaba y lo miraba un instante, como si inconscientemente necesitase asegurarse de que seguía allí. Después, volvía a cerrar los ojos.
Verla dormida pero agarrada a su mano era una experiencia que creaba unos lazos especiales. Ya no era simplemente el contrario en el accidente de Oscar, ni la mujer de la habitación 217, sino un ser humano de carne y hueso con la mente sumida en la niebla y la mano de piel más suave que había tocado nunca.
En una ocasión, le dio la vuelta y miró las abrasiones de sus palmas. La evidencia física del accidéntele curaría y desaparecería, pero ¿y el daño emocional? ¿Desaparecería también?
El doctor North creía que su amnesia era temporal, y lo único que él podía hacer era rezar para que estuviera en lo cierto.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Capitulo Uno!





Hola chicas! Aquí les traigo el primero como prometí! No les digo cuando subiré porque no sabré seguro, tal y como están las cosas por aquí, pero intentaré ir subiendo, al menos seguidos. Saben? Por culpa de una amiga, de la madre de mi cuñado y de mi hermana (que me han incitado a ello) empecé a leer 50 sombras.... y ahora sin tener tiempo ni para dormir me encuentro enganchada a las letras sin poder despegarme....es....adictiva....alguien leyó a lo está leyendo?? Espero no ser la única loca..

Gracias Chari por tus palabras, a veces la vida no te deja otra opción que ser fuerte, aunque no queden fuerzas para serlo por uno mismo, siempre salen por las personas que amas. Y este rinconcito es una pequeña vía de escape y me alegran sus comentaros! Gracias!

Les dejo capi que cuando me pongo ñoña no hay quien me pare!!

Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                               CAPITULO UNO






Miércoles, 21 de mayo
Peter Lanzani espoleó al caballo que montaba en dirección a lo alto de la colina. Había suficiente luz, a pesar de que todavía no había amanecido y de que un velo de niebla reptaba pegado a las montañas. En lo alto de la colina, tiró de las riendas y detuvo su caballo. Aquel era su lugar favorito desde el que contemplar su rancho; desde aquella altura, sus tierras se extendían casi tan lejos como le llegaba la vista. Las edificaciones parecían de miniatura, y el ganado y los caballos, de juguete, y Peter suspiró satisfecho.
Era un hombre corpulento, alto y fibroso, con pelo oscuro y vividos ojos verdes, y su satisfacción era genuina. La mayor tragedia que había vivido, la muerte de su esposa, se había ido suavizando con el tiempo. Tenía un hijo de diecisiete años, en quien volcar todo su amor, y aquel rancho. Era una persona siempre dispuesta a ayudar a un amigo o a un vecino en problemas, y dentro de unos ciertos límites, la vida le sonreía, convencido como estaba de que ningún hombre podía desear más de lo que él tenía.
Cuando el sol asomó de pronto en el horizonte del este, Peter puso en marcha de nuevo su caballo hacia la base del rancho. Oscar iba a marcharse en breve al colegio, y le gustaba estar en casa todas las mañanas antes de que saliera para charlar un poco con él. Por añadidura, aquel día era especial: Oscar iba a empezar con sus exámenes finales. Su graduación en el instituto estaba a la vuelta de la esquina. A diferencia de muchos de los padres e hijos que conocía, Oscar y él estaban muy unidos, y Peter haría cualquier cosa para proteger aquella relación tan especial.
Llegó a casa justo cuando Oscar salía para subirse a su furgoneta roja.
—Buenos días, papá —le saludó.
—Buenos días, Oscar —contestó al tiempo que desmontaba, y dejó al caballo a su libre albedrío. No se iría lejos. Es más, acudiría con tan solo silbarle.
—Parece que va a hacer buen día —comentó Oscar mientras abría la puerta de la furgoneta.
—Sí —Peter miró su reloj—. Vas tarde.
—Lo sé. Me voy corriendo, porque aún tengo que recoger a Eric.
—¿Te da tiempo?
—Ayer le dije que lo recogería —contestó Oscar con una sonrisa al tiempo que subía en el vehículo—. Y ya sabes: los Lanzani nunca faltan a su palabra.
Peter tuvo que sonreír. Había inculcado en su hijo el valor que tenía la palabra de un hombre. En su opinión, el honor era lo que marcaba la diferencia entre los hombres de principios y esos individuos que vagan por la vida sin esperanza, ambición o inspiración.
—Conduce con cuidado —le dijo—. Nos vemos esta noche.
Oscar puso en marcha el motor y bajó la ventanilla.
—Hasta luego, papá.
Peter se quedó viendo desde el jardín cómo se alejaba su hijo en su pickup, el orgullo llenándole el pecho. En momentos como aquél, se emocionaba profundamente. Oscar pronto se graduaría en el instituto y dejaría de ser su niño, si es que no había dejado de serlo ya. En otoño, se marcharía a la universidad. Ojalá quisiera volver al rancho una vez hubiese completado su educación.
Cuando perdió de vista la furgoneta, silbó a su caballo, que se acercó hasta él al trote y Peter montó. Había llegado el momento de empezar un nuevo día.


Cinco días antes
La nueva furgoneta de Lali estaba cargada hasta el techo con ropa, cosas personales y sus utensilios de pintura: telas enrolladas, caballete, tubos de pintura, cajas de pinceles, paletas y varios bidones de aguarrás.
Lo había preparado todo cuidadosamente, de modo que los paquetes encajaban perfectamente en el vehículo. El único espacio libre era la parte delantera, y aún así su bolso, los mapas y un bloc de notas con un bolígrafo ocupaban el asiento del pasajero. Había sacado del banco cinco mil dólares en efectivo y el resto, en cheques de viaje. No llevaba tarjetas de crédito, y su cartera contenía solo su permiso de conducir y el efectivo.
Se había vestido para ir cómoda, con unos amplios vaqueros y una sudadera, y se había recogido la melena oscura en un moño. Iba sin maquillar, pero tenía la piel bronceada todo el año. Nunca había necesitado de la cosmética para realzar su color natural. Tenía treinta años, pero parecía cinco más joven.
Su figura era excepcionalmente buena, tan firme como lo había sido durante los años de universidad, cuando conoció a Mike. Habían salido durante un tiempo hasta que la graduación los había separado. Él asistía a la universidad de derecho, mientras que ella había encontrado trabajo en una galería de arte y pulía su talento con lecciones particulares. Después, se había mudado a San Francisco, y apenas se había acordado de que la familia de Mike vivía allí, de modo que jamás había soñado que volvieran a encontrarse.
Pero así había sido. Estaba en una fiesta y apenas pudo dar crédito a lo que veía cuando Mike se acercó a ella:
—¿Lali? ¿Lali Espositp? ¿Eres tú? —le había preguntado con la misma sonrisa encantadora que le había parecido siempre irresistible.
Aquella vez, el amor floreció de inmediato y se casaron tras tres meses de romance y risas, de cenar juntos y bailar, de una avalancha de regalos, flores y notas de amor. Su boda había sido…
—No —se dijo en voz alta, negándose el dolor y el placer de recordar ese día. El recuerdo la acompañaría siempre, pero no tenía por qué sufrir gratuitamente.
No comprendía la infidelidad de Mike, y nunca podría comprenderla. Mientras le demostraba su amor en una docena de formas, se citaba con otras mujeres en anónimas habitaciones de hotel.
La inquietud pasaría pronto. Hacía mucho tiempo que no viajaba sola en coche, de modo que la preocupación era lógica, sobre todo teniendo en cuenta de que carecía de destino.
Era hora de marcharse. Hacía sol aquella mañana, a pesar de que la temperatura resultaba casi fría por el aire de la bahía. Lali se volvió un instante a contemplar la mansión brillante y blanca que había sido su hogar durante tanto tiempo, el tiempo necesario para pasar de la más absoluta felicidad a la más aguda miseria.
Todo había terminado. Todo quedaba ya a su espalda. Podía considerar su matrimonio como años malgastados, o como una lección de vida duramente aprendida. Quizás fuese ambas cosas. Lo que sí era seguro era que la próxima vez, tendría que conocer a un hombre de arriba abajo antes de arriesgar su corazón.
Reflexionar sobre aquella ironía aún la retuvo allí unos minutos más. La semana anterior, era una mujer rica. Ahora, todo lo que tenía cabía en un espacio relativamente pequeño: la furgoneta. Irónico o no, no lamentaba haberse negado a llegar a un acuerdo económico con el divorcio. Su abogado se había negado a ayudarle a hacer algo completamente ridículo, en sus propias palabras, así que había decidido llamar directamente a Mike, quien se había mostrado la mar de solícito. De hecho, había preparado todos los documentos con una rapidez que ella había encontrado graciosa, aunque él, como la mayoría de sus amigos, se estaría preguntando si había perdido la cabeza. De todos modos, se apresuró a obtener su firma antes de que recuperase la cordura.
Dios, ¿por qué pensar en eso en aquel momento? Lali se subió a la furgoneta, puso el motor en marcha y se alejó de la mansión Findley sin mirar atrás, decidida a no mirar nunca atrás. A partir de aquel momento, se concentraría solo en el futuro. Porque era precisamente el futuro lo que la aguardaba… en alguna parte. Lo único que tenía que hacer era encontrarlo.


A medida que se alejaba de San Francisco, iba ganando coraje. El hecho en sí de viajar era ya excitante, y solo deseaba seguir y seguir. Se sentía maravillosamente bien, libre de la influencia de Findley.
Cuatro días más tarde, se encontró en el oeste de Montana, se instaló en el hotel de una pequeña ciudad de las montañas y acudió al único café del lugar para cenar. Había poca gente, y la camarera la saludó con una cálida sonrisa.
—¿Quiere pedir ya, o está esperando a alguien?
Lali sonrió.
—Si tuviese que esperar a alguien, me moriría de hambre.
—¿Viaja sola?
—Sí. Tomaré el estofado de carne y una taza de té.
—Buena elección. El estofado es el mejor plato del cocinero —la camarera sonrió y bajó la voz—. Seguramente porque es fácil de preparar.
Lali se echó a reír y dejó la carta sobre la mesa. Mientras la camarera se marchaba con su orden, miró alrededor. Era un café pequeño y acogedor, con las paredes de madera y el suelo de linóleo. Los manteles a cuadros rojos y blancos hacían juego con las cortinas, y una campanilla sobre la puerta anunciaba la entrada y la salida de todo el mundo.
La camarera volvió con la tetera.
—¿Adónde se dirige, si no le molesta que se lo pregunte?
—A ningún lugar en particular. Esta zona me ha gustado y me gustaría ver un poco más. Crecí en el norte de Idaho, pero, aunque le parezca increíble, nunca había estado en Montana.
—Pues tenga cuidado. Esta zona es muy salvaje, y podría ser peligroso.
—No pienso salirme de las carreteras principales. Dígame, ¿hay gente viviendo en estas montañas?
—Sí, claro, pero son pocos y están bastante separados. Hay algunos ranchos preciosos.
—¿Y los niños? ¿Dónde van al colegio?
—En Hillman. Es una ciudad que queda a unos treinta kilómetros de aquí.
Lali sonrió.
—Bueno, pues si las carreteras son lo bastante seguras para un autobús de colegio, lo serán también para mi furgoneta.
—Las carreteras principales sí lo son, pero las secundarias pueden resultar traicioneras. Yo siempre aconsejo a los visitantes que tomen la autopista. El tiempo puede ser engañoso. Ya estamos en primavera y las carreteras están despejadas, pero podría encontrarse con nieve y hielo a más altura —la mujer parecía preocupada—. No se ven demasiadas mujeres viajando solas por estos alrededores. Tenga cuidado.
Y se marchó a atender a otro cliente.
Lali se quedó pensando en el consejo. ¿Estaría siendo una inconsciente? Pero es que se sentía tan… deseosa de correr aventuras. Era la primera vez en su vida que hacía un viaje tan largo en coche, y ya había visto un montón de paisajes que ni siquiera sabía que existían. No podía gastarse todo el dinero que tenía viajando por el país, por supuesto, pero un par de días en aquella zona ejercían sobre ella una atracción imposible de resistir, así que tomó una decisión: iría con cuidado, sí, pero estaba resuelta a explorar un poco. Al fin y al cabo, podía no volver a pasar nunca por allí.

Miércoles, 21 de mayo.
Lali buscó entre las cajas y las bolsas una chaqueta calentita. El aire de la mañana era tan frío que le hacía temblar, y los cristales de la furgoneta estaban completamente helados.
Se había ido a dormir temprano, había dormido bien y estaba ansiosa por continuar, pero se obligó a volver al café a tomar un buen desayuno, ya que no sabía cuándo volvería a pasar por un lugar en el que poder comer. Teniendo eso en mente, además del copioso desayuno, pidió también unos sándwich para llevar. Un hombre mayor servía las mesas aquella mañana, y aunque era tan agradable como la camarera, estaba demasiado ocupado para conversar con los clientes.
Al acercarse al mostrador para pagar, vio que vendían rascadores para los cristales de los coches. Era algo que no llevaba, y se había estado preguntando cómo iba a quitar el hielo, así que salió del café con un buen rascador, satisfecha de haber pensado en comprar algo de comer y por haber solucionado el problema del hielo.
Puso en marcha el motor y encendió la luna térmica antes de ponerse manos a la obra con el rascador. Tardó diez minutos en limpiar los cristales, pero después pudo volver a salir a la carretera sin problemas. A unos tres kilómetros del establecimiento, la carretera empezaba a subir. El bosque era más denso a ambos lados, pero también a través de varios claros pudo ver la primera luz del alba.
Iba a ser un día fabuloso, se dijo exultante de alegría, aunque la carretera se había vuelto bastante estrecha y llena de curvas, pero había poco tráfico y sentía tener el control. Puso la radio y empezó a cantar a pleno pulmón con Garth Brooks. Hacía tanto tiempo que no se sentía así, sin cargas y desenfadada, y le gustaba esa sensación. La vida podía ser buena. Dejar San Francisco había sido la mejor decisión que había tomado.
Los kilómetros iban pasando, y tras un rato, encontró un indicador que señalaba otra carretera hacia lo alto de la montaña. Tras tomarla, un segundo indicador le dio el nombre del lugar: Cougar Mountain.
Se hizo a un lado y consultó el mapa, pero no pudo localizar aquella carretera, aunque estaba casi segura de saber dónde se encontraba respecto de la autopista. Una sonrisilla se dibujó en sus labios. ¿Tenía el suficiente espíritu de aventura como para dejar las carreteras conocidas y seguir por una que no aparecía en el mapa? Era estrecha, sí, pero estaba asfaltada y no parecía más peligrosa que la que llevaba hasta entonces.
Entonces, ¿por qué no?, se preguntó, poniendo la furgoneta en marcha. Siempre podía dar la vuelta y volver a lo conocido si el camino se ponía peligroso.
Apenas había rebasado la primera colina cuando vio un río que discurría paralelo a la carretera. La corriente caía con rapidez sobre el lecho de piedra, y era el río más bonito que había visto en toda su vida. Conducía lo bastante despacio como para poder apartar los ojos de la carretera y disfrutar del discurrir del agua, y era una delicia observarlo.
Quedaba a su derecha, y tras unos cuantos kilómetros parecía perderse más abajo del nivel de la montaña, mientras que la carretera seguía ascendiendo. Unos kilómetros más y se perdió de vista, probablemente en el fondo de un barranco que parecía muy profundo.
Tan solo un breve arcén separaba la carretera del precipicio, y Lali se ciñó a la línea central. Aquel despeñadero tan cerca de la carretera la estaba poniendo un poco nerviosa, y se preguntó si no debería dar media vuelta y retroceder.
Pero es que no había sitio donde hacerlo. A la izquierda quedaba la pared rocosa de la montaña, y a la derecha el precipicio, y la pista era demasiado estrecha como para hacer el giro. No tenía más narices que seguir adelante hasta encontrar un tramo más ancho. Lo único que tenía que hacer era ir despacio y conducir con cuidado hasta encontrarlo. La radio era una distracción en aquel momento, y la apagó.
La carretera seguía subiendo. A su izquierda empezaron a verse manchas de nieves perpetuas, y su nerviosismo creció.
Había una curva muy pronunciada frente a ella, cuyo fin no se veía desde donde estaba. Quizás después de pasar aquella enorme afloración de roca, estuviera el sitio adecuado para dar la vuelta.
Pero, de pronto, una pickup roja apareció a toda velocidad, ¡y en su carril! Lali pegó un pisotón al pedal del freno y la furgoneta se cruzó en el asfalto. La camioneta también empezó a derrapar, y su parte trasera golpeó el morro de la furgoneta con una fuerza tremenda. Lali gritó al tiempo que la furgoneta se lanzaba hacia el vacío. Vio el río al fondo y los arbustos y las rocas que corrían a su encuentro. La furgoneta comenzó a dar vueltas de campana, y su último acto coherente fue el de desabrocharse el cinturón.


Dos jóvenes se bajaron de un salto de la camioneta y corrieron al borde del precipicio. Paralizados por el horror, se quedaron allí viendo como la furgoneta caía por la pendiente rocosa dando vueltas de campana, casi a cámara lenta, cada golpe confiriéndole al cuerpo de metal una configuración distinta.
—Oscar!!… ¿qué hacemos? —gritó Eric.
Despavoridos, vieron que la puerta del conductor se abría y como el cuerpo de una mujer salía despedido hacia las rocas. Un instante después, la furgoneta llegó al fondo, y quedó a escasos metros de la intensa corriente del río.
—Tenemos que bajar —dijo Oscar, y se lanzó precipicio abajo. Eric lo siguió. Era una bajada muy dificultosa: un mal paso, y podían acabar como la furgoneta… o peor.
Por fin llegaron junto a Lali. Estaba boca abajo y no se movía.
—Creo que está muerta —dijo Eric con voz temblorosa.
Oscar se arrodilló y le buscó el pulso.
—Está viva. Eric. Baja a la furgoneta y asegúrate de que iba sola; luego vuelve a la camioneta, ve al teléfono más cercano y pide ayuda. Yo me quedaré aquí.
—Pero…
Oscar miró a su amigo con los ojos llenos de lágrimas.
—Si muere, será culpa mía. Iba demasiado deprisa. Tomé la curva demasiado abierta. ¡Vete, Eric! ¡Vamos! No puedo dejarla sola.
Eric empezó a alejarse.
—La furgoneta está destrozada. ¡Oscar! ¡Se ha prendido fuego!
—¿Qué? —se puso de pie para ver—. Dios, ¿y si explota? —corrió hacia la furgoneta para mirar dentro—. No hay nadie —dijo al volver—. Eric tenemos que quitar de aquí a esta mujer.
—No hay que mover a los heridos, Oscar. ¿Y si tiene la espalda rota?
—No tendrá oportunidad de comprobarlo si no la quitamos de aquí y la furgoneta estalla. Vamos, tienes que ayudarme a darle la vuelta.
Los chicos se arrodillaron y con sumo cuidado le dieron la vuelta.
—Tú sujétala por los pies —dijo Oscar, colocándose para levantarla por los hombros—. El fuego es cada vez peor. ¡Date prisa, Eric! ¡Vamos!
—¿Adónde vamos a llevarla? —preguntó, lleno de ansiedad—. El cañón es demasiado escarpado, y no podemos subirla a la carretera.
Oscar miró a su alrededor.
—Allí, detrás de aquella roca grande. Venga.
Acababan de dejar a Lali en el suelo cuando la furgoneta explotó.
—Dios mío —murmuró Oscar—. Habría muerto, seguro —miró a Eric—. Ve a pedir ayuda. Está inconsciente y podría estar muy malherida.
Los dos dieron un respingo al oír una segunda explosión. Aquella fue mucho peor que la primera, y dejó la furgoneta y su contenido esparcidos por las rocas y en el agua del río.
—Ha desaparecido —musitó Eric como si no pudiera dar crédito a lo que veían sus ojos—. Por completo.

Nueva Nove!!





Lo primero de todo es pedirles disculpas. Tengo un problema familiar y es....bastante complicado. No van bien las cosas y entre eso y el trabajo no tuve tiempo para nada. La cosa va a días y no puedo prometerles subir siempre, pero no quería dejar pasar mas días, Lo siento chicas de verdad, no quería dejarlas colgadas.

Les dejo el argumento y en un ratito subo el primer cap. Les pido disculpas de nuevo.

Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                      ENCUENTRO EN EL PARAÍSO




Argumento:

Todo lo que el ranchero Peter Lanzani sabía era que la llamaban Lali, pero desde el primer momento, había necesitado hacerla suya. La llevó a su casa para que se curara después de rescatarla, pero a medida que los días iban dejando paso a noches largas y calurosas, esa necesidad crecía como la espuma. Y justo cuando su deseo se desbordó para transformarse en pasión, el pasado de Lali empezó a aclararse. ¿Tendría que dejar atrás a aquel hombre tan especial?



viernes, 7 de septiembre de 2012

Ultimo Capitulo!





Chicas!!! Llegó el final!! Voy a ir por partes. 

Vale: Gracias por las recomendaciones!! Ya tenía mono de leer y estaba perdida. Voy ha hacerte caso en todos! Gracias de nuevo!

Vale, Mely, Lina, Chari, July, ca_amorlaliter, pasi...GRACIAS por sus comentarios y por acompañarme con esta nove, son increíbles chicas, muchas gracias!!
A las chicas que no comentaron pero leyeron la nove, gracias también! Espero que la disfrutaran!

Visto lo visto, que no tengo tiempo y mi nove no avanza haremos una cosa, cuando esté lista y pueda empezar a subir les aviso si? Así que si no les importa seguiré con las adaptaciones, eso si, mis archivos siguen en sitio desconocido así que iré subiendo las que tenga a mano, espero que les gusten igual. Como el finde ya saben que lo tengo complicado no prometo nada, si puedo subo ya la nueva si no, tendrán que esperarme hasta el lunes.

Ahora no quiero aburrirlas mas. GRACIAS, se las quiere chicas!!

Gracias por leerme!! Besos, Vero!!




                             CAPITULO CATORCE




—No hay necesidad de todo esto, Juan —contestó a voces Peter—. No querrás meterte en más problemas.
—¿Y eso a ti qué te importa? Has venido a arrestarme, ¿no?
Peter calculó la distancia a la casa y las posibilidades que tenía de llegar a la puerta antes de que Juan disparara.
—Así es. Pero no quiero que nadie salga herido. ¿Dónde está Lali?
—Aquí conmigo. No va a dejar a su papaíto. No en un momento como éste.
—Déjala ir, Juan. No quieres que salga herida.
—No.
—Juan, un caballo no merece todo esto. Estoy seguro de que Agustin hablará con el juez. Te rebajarán la sentencia. No empeores las cosas.
Hubo una larga pausa, y Peter pensó que Juan iba a salir de la casa. Pero no fue así.
—No es solo por un caballo. Peter. Los dos lo sabemos.
¿De qué hablaba el viejo?, se preguntó Peter. ¿De Lali? ¿Temía que fuera a llevársela?
—¿Entonces de qué se trata, Juan? Ven y cuéntamelo.
Mientras esperaba la respuesta, Peter comenzó a pensar en formas de entrar en la casa y terminar con aquello. Lo primero que tenía que hacer era sacar a Lali de allí para que no corriera peligro.
De pronto, oyó el sonido de unas ruedas. Eran Pablo y otro coche de policía. Peter corrió hasta ellos.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Pablo—. Dice Rocio que es por Snip.
—Me alegro de que estéis aquí. El viejo está en la casa con un rifle. Y no deja salir a Lali —explicó Peter.
—Bastardo. ¿Qué le pasa? ¿Está borracho? —inquirió Pablo.
—Igual. Pero ése no es el problema. Robó a Snip, y sabe que lo sé.
—Diablos, ¿bromeas?
—Ojalá —dijo Peter, limpiándose el sudor de la frente—. Tengo que sacar a Lali, Pablo. ¿Crees que podéis mantener a Juan ocupado mientras intento entrar por detrás?
—¿Ha hecho algún disparo? —preguntó el oficial Daniel Redwing.
—Aún no. Pero parece borracho, y no sé de lo que es capaz —repuso Peter.
—Bien. Entablaré una conversación con él. Preparaos —indicó Pablo.
De pronto, Lali salió por la puerta y corrió hasta Peter. Aliviado, él corrió a su encuentro y, para no quedarse en línea de fuego, la llevó a cubierto.
—Ya está, cariño —le susurró él—. Estás a salvo. Todo va a salir bien.
—¡Me dejó salir! ¡Me dijo que me fuera! —dijo ella, sollozando.
Desesperada, lloró abrazada a él, mientras Peter trataba de consolarla.
—No lo entiendes. No se trata solo de que mi padre robara a Snip. Tengo que contarte… —comenzó a decir Lali, pero el llanto no le permitió seguir.
—¿Qué, tesoro? Sea lo que sea, no puede ser tan malo.
—Sí, lo es. Mi padre mató a Noah. Él me lo confesó hace un momento. Sabía que Noah había tenido una aventura con tu madre y estuvo chantajeando a Noah durante mucho tiempo.
Las piezas encajaban, se dijo Peter con amargura. Y se puso tenso al pensar en todo el dolor que Juan había causado, sobre todo a su bella hija que tanto lo había amado.
—Lo siento mucho, cariño. Ya ha terminado, y lo superaremos juntos —susurró él.
—¿Quieres decir que me crees? ¿Crees que yo no sabía nada? —preguntó ella, llena de esperanza.
—¿Cómo iba a dudar de ti? No eres el tipo de mujer que encubriría a un criminal, ni aunque fuera tu padre.
—No. Pero aún lo quiero. Es viejo y está enfermo. Mentalmente enfermo.
—Lo sé, tesoro —repuso Peter, acariciando su espalda.
—¡Peter! ¡Es mejor que vengas! —llamó Pablo.
Lali y Peter se pusieron en pie y vieron que la casa estaba ardiendo.
—¡Oh, no! ¡Mi padre está intentando suicidarse! —gritó Lali, y trató de correr hacia la casa.
—¡No puedes ir, Lali! —exclamó Peter, tomándola por la cintura para detenerla.
Lali luchó, pero enseguida se rindió, al darse cuenta de que no podría hacer nada. Peter entregó la mujer al oficial Redwing.
—Pase lo que pase, no la dejes ir.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Pablo.
—Voy a sacarlo.
—Piénsalo, Peter. La casa está llena de humo y llamas. Además, el hombre puede dispararte —le recordó Pablo.
—Tengo que correr el riesgo —señaló Peter, y se ató su pañuelo alrededor de la boca y la nariz antes de salir corriendo.
—¡No, Peter! ¡Vuelve! —gritó Lali y trató de zafarse del oficial para ir tras él.
—No puede detenerlo, señorita. Solo se lastimaría —dijo Redwing, sujetándola con fuerza.
Peter desapareció detrás de la casa. Las llamas habían crecido y, en cuestión de minutos, consumirían el tejado, las vigas se desplomarían y nadie podría salir de allí con vida.
Iba a perder a su padre, en prisión o en el fuego, se dijo Lali. Pero por nada del mundo podía aceptar perder a Peter. Sin él, su vida no tendría sentido.
—Saldrá pronto. Sabe lo que hace —afirmó el oficial Redwing.
—¡No es un bombero! Es…
—¡Es un Ranger de Texas! —dijo Redwing, como si aquello lo convirtiera en superhéroe.
Pero no lo era y, si moría, sería por su culpa, se dijo Lali. Tratando de ahogar sus sollozos, miró hacia la casa. De pronto, una esquina del tejado se desplomó. Demasiado conmocionada como para gritar, hundió la cabeza en el hombro del oficial.
—¡Mire! ¡Allí vienen! —exclamó Redwing.
Al volver la cabeza, vio cómo Peter traía a su padre lejos de la casa. Juan tosía con violencia. Ella corrió a encontrarlos, y Peter la abrazó con fuerza.
—Todo está bien, pequeña. Ya ha terminado.
Pablo tomó a Juan por el brazo para llevarlo al coche patrulla.
—Mi padre…
—Pablo va a llevarlo a prisión. Me temo que pasará allí mucho tiempo —dijo Peter.
—Sí. Me temo que sí. Pero tú le has salvado la vida, Peter.


Aquella noche, Lali estaba tumbada en la cama junto a Peter.
—Carla ha sido muy amable por dejar que Eric duerma con Aaron. Le vendrá bien estar con su amigo —comentó, mirando a su amado—. Y estar contigo es para mí la mejor medicina.
—Carla entiende que necesitamos estar a solas. Y sabe mucho de niños, también —comentó Peter, acariciándola—. Sé que estás triste por tu padre, Lali. Pero espero que pronto puedas superarlo y mirar hacia el futuro.
—¿Sabes, Peter? Aunque no lo creas, mi padre siempre te admiró y siempre quiso que estuviéramos juntos. Siento mucho haber sido tan tozuda antes, respecto a lo de dejar a mi padre. Me sentía tan… obligada con él. Pero esta mañana, antes de que todo ocurriera, había decidido decirte que iría a Texas contigo a pesar de todo. Por favor, créeme —dijo ella.
—Y yo había planeado decirte que iba a dejar mi trabajo de Ranger si así te casabas conmigo. Por favor, créeme.
—¿Habrías hecho eso por mí?
—No me quedaba otra opción. No puedo vivir sin ti.
—Hoy, cuando entraste en la casa a buscar a mi padre, me aterró perderte. Sabía que, si te pasaba algo, sería culpa mía y no podría vivir con eso.
—Lali, mi amor, nada es culpa tuya. Mi moral no me permite dejar morir a un hombre sin hacer nada, eso es todo.
Porque era un valiente, pensó ella. Un hombre bueno. Alguien que iba a amarla y protegerla para toda la vida.
—Los dos averiguamos cosas terribles hoy. Yo descubrí que mi padre no es el hombre que creía. Y tú, que tu madre amó a otro hombre.
—Y que tengo una hermana en alguna parte. No lo olvides.
—¿Qué vas a hacer con eso, Peter? —preguntó ella, apoyando la cabeza en el pecho de él.
—Encontrarla. Pero ahora tengo otras cosas en la cabeza. ¿Estás lista para casarte conmigo mañana? —preguntó él, y se detuvo con sus labios muy cerca de los de ella.
—Humm. No, si no me dejas dormir un poco —bromeó Lali.
—Dormir es cosa de niños. Y ahora lo que tenemos que hacer es nuestros propios niños.


Fin

jueves, 6 de septiembre de 2012

Capitulo Trece!





Hola chicas!!! Como andan?? Dios mio! Ha sido un día larguísimo hoy....Les tengo que pedir otro favor... Alguna puede recomendarme un libro?? Suelo leer mucho, y lo peor es que a veces me duran solo dos días!! Me encanta leer y no se ahora mismo cual. Si alguna tiene alguna idea se lo agradecería!!
Chicas, mañana ultimo capitulo! Gracias por sus comentarios! Mañana el final!!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                              CAPITULO TRECE




Peter se acercó a Rocio y le ayudó a levantarse.
—Marina no subirá, así que tendremos que bajar. Llevaremos unas cuantas cartas con nosotros. Dios sabe que necesitamos algo para explicar este lío.
En la cocina, los dos revelaron a Marina la información que habían encontrado en las cartas privadas de Amelia. Ella palideció y se pudo la mano en el pecho.
—¡Lo veis! —exclamó Marina—. No se debe andar en las cosas privadas. ¡Puede lastimarte!
Marina cerró los ojos y se frotó el pecho como si le doliera. Temiendo por su salud, Peter la tomó del brazo y le ayudó a sentarse.
Rocio se acercó y le tomó el pulso.
—¿Te cuesta respirar, Marina?
Suspirando con frustración, Marina negó con un gesto de la mano.
—¡No! ¡No! Es mi corazón. Me duele por vuestra madre. Ni siquiera pudo criar a su propia hija. Tuvo que dejársela a su hermana. Eso debió de haberla matado —murmuró—. Francisco merecía una buena patada en el trasero.
—Marina, ¡mamá tenía una ventura! ¡No era el bebé de Francisco! ¿Crees que acaso él debió haber aceptado que viviera en su casa? —preguntó Rocio, sin dar crédito a lo que había oído.
—Si él sabía lo del bebé, debió haberla dejado criarlo aquí. Sobre todo, cuando todo el mundo sabía que Francisco tenía un montón de hijos bastardos por la zona.
Rocio se dejó caer en una silla.
—Bueno, yo no tenía ni idea de que papá engañaba a mamá. Y… ¡preferiría no haberlo sabido! —exclamó y, tras un momento, pareció pensar algo nuevo. Mirando a Peter, preguntó—: ¿Crees que esto tuvo algo que ver con el asesinato de Noah?
Pasándose una mano por el pelo, Peter se levantó al mostrador de la cocina y sirvió dos tazas de café antes de contestar:
—Lo dudo. Ocurrió hace muchos años. Y mamá y papá están muertos ahora. Pero… no se puede descartar —afirmó y, mirando a Marina, inquirió—: ¿Tú sabías lo de mamá? ¿Y lo del bebé?
—¡No! —repuso Marina, sintiéndose insultada por ser acusada de guardar secretos—. Tu madre no me habría contado algo así.
—Tal vez no —señaló Peter, y se sentó junto a Rocio—. Pero podías haber sospechado algo.
—Yo no me meto en esas cosas. Pero puedo deciros que Amelia estaba muy triste en su interior. Trataba de ocultarlo, pero yo me daba cuenta. Cuando se fue a pasar aquellos meses a Texas, creí que no regresaría. Y creo que Francisco también lo pensó.
Rocio y Peter intercambiaron miradas de sorpresa.
—¿Cuándo fue eso, Marina? —preguntó él.
—No estoy segura. Rocio aún no había empezado a ir al colegio. ¿Vosotros no lo recordáis?
—Si no recuerdo mal, la tía Celia tenía cáncer y estaba sometida a tratamiento de quimioterapia. Mamá se fue a cuidar de ella unos meses —contestó Peter.
—Dios mío —dijo Rocio, pensando que las piezas comenzaban a encajar—. Es posible que la tía Celia nunca estuviera enferma. ¡Mamá utilizó la excusa para irse del rancho y para tener el bebé sin que nadie adivinara que estaba embarazada!
—Y Celia se quedó con la niña y la crió como si fuera suya —añadió Peter.
—¿Cómo sabes eso? —inquirió Marina.
—Está en las cartas —respondió Peter, señalando los papeles sobre la mesa.
—¿Y dónde está ahora la hija de Amelia y Noah? —preguntó Marina.
—Se llama Mary —indicó Rocio.
—Y no sabemos dónde está. Celia murió hace cuatro o cinco años. Mary ya habría crecido por entonces. Podría estar en cualquier parte.
—¿Y no sabe que los Lanzani son familia suya? —preguntó Marina, confundida por la historia.
—No tenemos ni idea, Marina. Quedan unas cuantas cartas por leer en el ático, tal vez podamos encontrar alguna pista sobre ella —señaló Peter.
Rocio tomó la fuente de comida que su hermano le tendía, pero volvió a dejarla en su sitio.
—No tengo hambre, Peter. No podría probar bocado.
—Pero tenías mucha hambre hace un momento —objetó él.
—Sí. Eso fue antes de que supiéramos lo que sabemos ahora. Creo que llamaré a Pablo y le contaré lo que ha pasado.
—Piensa en el lado bueno, Rocio. Tienes una hermana —comentó Peter, acariciándole la mano.
De pronto, alguien llamó a la puerta trasera y Marina se levantó de la silla para abrir.
Pensando que sería uno de los peones, Peter se apresuró a servirse carne fría y queso, junto con la ensalada que la cocinera mexicana había preparado. Sin embargo, enseguida reconoció la voz de Eric, habiéndole a Marina a toda velocidad.
—¿Quién es? —preguntó Rocio, mientras Peter saltaba de su silla.
Eric irrumpió en la cocina.
—¡Peter! ¡Peter! ¡Encontré a Snip! ¡Lo he encontrado!
El niño estaba jadeando y el sudor le recorría su cara llena de polvo. Sus ojos azules estaban muy abiertos y parecían mostrar mucho miedo.
—Cálmate, Eric. Tómate un minuto para recuperar el aliento y me lo cuentas todo —invitó Peter, tomando al muchacho por los hombros con cariño.
De pie, Rocio observó al muchacho, que se esforzaba por recuperar el aliento.
—Ya estoy bien, Peter —dijo Eric, tras unos minutos.
—¿Cómo llegaste aquí, Eric? ¿Te trajo tu madre?
—No, vine montando a Blackjack. ¡Todo el camino! Mamá estaba trabajando, en la cafetería, pero ahora ya estará en casa. ¡Debes ir allí, Peter! —rogó el niño, apretando el brazo del Ranger—. El abuelo está fuera de sus casillas.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Peter.
Eric apretó los párpados durante un largo segundo, y Peter se dio cuenta de que el niño había estado llorando.
—No pasa nada, Eric —dijo Peter para tranquilizarlo, pasándole el brazo por los hombros—. Dime qué ha pasado. Desde el principio.
—Yo estaba en el arroyo. ¿Sabes cuál? Donde pesqué las truchas.
El arroyo junto al cual había hecho el amor con Lali, pensó Peter. Parecía que aquello hubiera pasado hacía siglos.
—Sí, sé cual. Continúa —dijo Peter.
—Estaba montando a Blackjack y decidí ir un poco más lejos de lo habitual, hacia el oeste. Encontré allí otro arroyuelo y me detuve para dar de beber a Blackjack. ¡Entonces vi a Snip!
—¿Seguro que era el caballo de Agustin?
—¡Seguro! Es justo como tú lo describiste. Y llevaba la marca del T Bar K.
—¿Estaba suelto?
—Eso es lo que no entiendo, Peter. Estaba dentro de un pequeño corral portátil. Cuando supe que era él, corrí a casa a llamarte, pero mi abuelo me interceptó y me preguntó dónde había estado. Le dije que había visto a Snip y se enojó mucho. Dijo que no debería meter las narices en asuntos de mayores. ¡Le dije que iba a llamarte, pero no me dejó!
—¿Cómo te escapaste de tu abuelo? —preguntó Peter, mientras pensaba en lo que iba a tener que hacer.
—Estaba muy alterado, decía que iba a tener que atar el caballo en otro sitio. Entonces, se fue a su habitación. Pensé que iba a por un cinturón para pegarme, así que salté en mi caballo y vine aquí.
La cocina se quedó en silencio. Peter llevó a Eric junto a Marina.
—Muéstrale dónde está el baño para que se lave y dale algo de comer —ordenó Peter y, mirando a Eric, añadió—: Ve con ella y no te preocupes por nada. Yo me encargaré.
Marina se llevó al niño, y Rocio murmuró, consternada:
—¿Qué vas a hacer con Juan? ¿Crees que robó a Snip?
Sin contestar, Peter le indicó que lo siguiera. En su habitación, sacó una pistola de un cajón y se abrochó la cartuchera.
—Llama a Pablo. Dile que vaya a casa de Juan rápido. Y tú encárgate de Eric, por favor —pidió a su hermana.
—Claro. ¿Pero qué vas a hacer?
—Lo único que puedo hacer, Rocio. Arrestar al ladrón de caballos.


En cuanto Lali entró en su casa, notó que algo andaba mal. Eric no estaba ahí para recibirla. La televisión estaba apagada y la mesa de la cocina no tenía restos del almuerzo.
—¿Eric? —llamó, y miró por la ventana para comprobar que el coche de su padre seguía donde siempre.
Miró en todas las habitaciones, pero no encontró a nadie, así que fue a su dormitorio a cambiarse de ropa antes de salir a buscarlos fuera. Se dijo que nada malo pasaba, que era su cabeza la que le jugaba malas pasadas, por estar tan deprimida por lo que había sucedido con Peter. No podía vivir sin él. Tenía que ir a verlo y decirle lo mucho que lo amaba de nuevo. Si hacía falta convencer a su padre para que se mudaran a San Antonio, lo haría, se dijo.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por un portazo en la puerta principal. Se asomó y llamó a su padre y a Eric, sin recibir respuesta. Entonces, oyó un ruido en la cocina. Cuando llegó hasta allí, vio a su padre, bebiéndose un vaso de whisky como si fuera agua.
—¡Papá! ¿Qué estás haciendo?
Cuando él la encaró, Lali se asustó al ver su fiera mirada.
—Bebiendo un poco. ¿No puedo hacerlo en mi propia casa?
—¿Dónde está Eric? —preguntó ella, temiendo que algo le hubiera pasado.
—No lo sé. Supongo que ha ido a ver a ese Ranger tuyo. Ahí ha ido, sí. ¡A contarle que su viejo abuelo es un ladrón de caballos!
Juan se sentó, llevando en la mano la botella, y Lali se puso frente a él.
—¿Cuánto has bebido? ¿Y de dónde has sacado el whisky? Nunca lo bebes.
—No estoy borracho, hija —rugió el viejo—. Hay muchas cosas de mí que no sabes. No es natural que una mujer lo sepa todo de un hombre.
Lali trató de ser paciente. Quizá había tenido un pequeño derrame cerebral y no sabía lo que decía.
—¿Puedes explicarme lo que has dicho de Eric y Peter? ¿Sabes seguro que el niño fue al T Bar K?
—Diablos, ¡no! Pero el muchacho encontró el semental y no pudo esperar para contárselo al Ranger.
—¿Te refieres a Snip? ¿Eric lo encontró? —preguntó ella, confundida.
—Eso es. Lo encontró justo aquí. Junto al arroyo —repuso Juan tras dar otro largo trago.
—¿Por qué iba a estar Snip aquí? —inquirió Lali, con un nudo en el estómago—. Papá, ¿lo trajiste tú?
Juan desvió la mirada y apretó la botella con tensión.
—Sí, yo lo traje. ¿Y qué? Los Lanzani tienen muchos caballos. ¿Qué más les da?
Lali se quedó alucinada. Su padre podía ser un borracho y un vago, ¡pero no un ladrón!
—Papá. Ese caballo pertenece a Agustin. ¿Cómo has podido hacer algo así? Creí que los Lanzani te gustaban.
—Me gustan, hija. Fui amigo de Francisco, aunque era un bastardo gruñón. Pero, cuando él murió, todo cambió. No me he llevado a Snip por nada personal. Lo vi un día y me lo llevé, eso es todo.
—¿Cuándo? ¿Qué estabas haciendo en el terreno de los Lanzani, papá?
—¡No me preguntes cosas que no tienes por qué saber!
—¡Papá! Quiero que vayas ahora y devuelvas el caballo a los Lanzani. Quizá, solo quizá, les des pena y no te denuncien.
—¡Pena! No quiero darles pena. Y no voy a llevar ese caballo a ningún sitio. Ahora es mío.
—Entonces, puedes prepararte para ir a la cárcel —advirtió ella, sintiéndose frustrada y derrotada.
—Bueno. Lo prefiero antes que vivir así.
—Papá, no has respondido. ¿De dónde sacaste a Snip? ¿Qué estabas haciendo en el T Bar K? —insistió Lali.
Durante unos minutos, el viejo se quedó mirando al vacío. Luego apuró la botella y miró a su hija.
—Estaba montando a Popcorn. Noah me invitó a ir con él al T Bar K.
—No sabía que habías visto a Noah —comentó ella, temiendo lo peor.
—Nadie más lo sabía.
—¿Y qué hacía Noah por aquí? —preguntó Lali, tratando de mantener la calma.
—Humm. Pensó que iba a dejar de pagarme. Dijo que quería contarles a los Lanzani lo de su aventura con su madre.
Lali trató de asimilar la información entrecortada.
—¿Noah y Amelia tuvieron una aventura? ¿Cuándo?
—Hace mucho. Ella tenía unos cuarenta, pero era muy guapa. Los oí hablar una vez, en el establo. No sabían que yo estaba ahí. Estaba embarazada. Noah estaba loco por Amelia. Habría hecho cualquier cosa por ella. Acordó pagarme para que yo no dijera nada. Y yo he guardado mi promesa. Pero, cuando Francisco y Amelia murieron, Noah no quiso seguir guardando el secreto.
Juan mostró una mirada de vergüenza y arrepentimiento, como si esperara que su hija comprendiera su comportamiento.
—Tuve que hacerlo, Lali. No podía dejar que hablara. Peter y Agustin me habrían matado. Y quería el dinero. Lo necesitaba para Eric y para ti.
Lali rezó porque aquello fuera un mal sueño, y comenzó a llorar y a temblar con violencia. ¡Tenía que hablar con Peter! Tenía que contarle lo que su padre había hecho. ¿Iba a creer él que ella no sabía nada? ¿O pensaría que había estado ocultándolo?
Era un Ranger de Texas y podía ser que no quisiera tener nada que ver con la hija de un asesino. Pero tenía que decírselo. No tenía otra opción.
—Oh, papá, Eric y yo no necesitábamos dinero —afirmó ella, acercándose a su padre.
—Quería dejarte algo, tesoro —contestó Juan con una triste sonrisa—. He estado ahorrando el dinero de Noah todos estos años. Está en el banco. Pero nunca debí haber robado el caballo, así nadie habría sabido nada. Pero, cuando estaba de vuelta a casa, lo vi y no pudo resistirme. Era tan hermoso…
—Papá… voy a tener que contarle a Peter esto. No puedo guardar el secreto.
—¡No! ¡No vas a contarle nada! —exclamó él con furia, y la tomó de la muñeca—. Si lo averigua él solo, es diferente. Pero no voy a dejar que mi propia hija me delate.
—Voy al T Bar K, tengo que asegurarme de que Eric está bien.
—¡No vas a ningún sitio! —gritó él, y de un tirón la lanzó al sillón—. No vas a ningún sitio. Vas a sentarte y a hablar conmigo sobre cómo solucionar este problemita.
Juan nunca le había puesto la mano encima de niña. No podía creer que lo hubiera hecho en ese momento. Pero acababa de beberse casi un litro de whisky, se recordó Lali.
—¡Problemita! —exclamó ella y, de pronto, oyó un coche acercarse.
—¿Quién demonios es? —gruñó Juan.
De un salto, Lali se incorporó y corrió a la ventana. Su corazón se inundó de amor y temor al ver a Peter. El Ranger llevaba sus pistolas, y ella supo que pensaba arrestar a su padre.
—Es Peter. Viene solo.
Juan se levantó, tomó su rifle de la pared y comenzó a cargarlo.
—¡Papá! ¿Qué vas a hacer?
—¡Quita de en medio! ¡Ahora!
Llena de miedo, ella se apartó mientras el viejo se asomaba a la ventana.
—¡No te acerques más, chico! ¡Tengo un Winchester apuntándote y lo usaré si hace falta!

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Capitulo Doce!





Hola chicas!! Como están? Su día? Yo ando bastante cansada con el trabajo...en serio necesito unas vacaciones....
Gracias por sus comentarios chicas, son geniales!!
Les tengo que pedir un favor, si alguna va al cine a ver la "pelea" POR FAVOR que me cuente!! Con detalles si es posible!!
Ahora si, les dejo cap! Por cierto!!! Son les tres últimos capítulos!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                             CAPITULO DOCE




Durante los dos días siguientes, Peter no tuvo tiempo para pensar en el caso de Noah Rider. Y menos para trabajar con él. Había estado ocupado con un caso de emergencia en el T Bar K. Una epidemia de neumonía había contagiado a los caballos del rancho y a buena parte de las reses. Los caballos tuvieron que ser tratados con antibióticos e hicieron falta todos los empleados del rancho para separar los animales sanos de los enfermos, además de para administrarles las medicinas.
Peter había estado haciendo todo lo posible para ayudar, trabajando desde el amanecer hasta la puesta de sol. La noche anterior, Agustin había telefoneado desde el Caribe y, al enterarse de lo que ocurría, había insistido en adelantar la vuelta. Pero él le había asegurado que estaba todo bajo control. Por suerte, aquella mañana temprano Linc le había dado la buena noticia de que todos los animales parecían estar recuperándose y no había habido nuevos casos.
Peter deseó que el problema que tenía con Lali pudiera ser solucionado con algo tan fácil como una dosis de medicina. No podía dejar de pensar en ella. No habían hablado desde la noche que cenaron en el rancho de los Esposito. Había querido ir a Aztec y verla en la cafetería, pero la epidemia del ganado no se lo había permitido. En varias ocasiones, había descolgado el teléfono para llamarla pero, luego, había vuelto a colgarlo.
¿Para qué iba a llamarla, cuando no sabía qué decirle?, se preguntó con amargura. ¿Para recordarle que la amaba? Parecía que ella no quería escucharlo. Lo cierto era que llevaba dos días enteros tratando de saber qué era lo que a ella le gustaría escuchar.
Había analizado la situación desde todos los ángulos y la única solución que se le ocurrió para que Lali quisiera casarse con él fue dejar su trabajo como Ranger en Texas y mudarse al condado de San Juan. No era lo que él había deseado para su vida. Había trabajado duro durante muchos años para llegar a formar parte de aquel cuerpo de élite. Se moriría si tuviera que dejar su trabajo, un trabajo que había sido su vida. Pero también se moriría si perdía a Lali.
Peter trató de enterrar el problema en el fondo de su mente y concentrarse en los papeles que tenía frente a él. Estaba allí para resolver un caso de asesinato, se recordó, y no podía hacerlo si estaba en las nubes. Necesitaba más información, más pistas que las que Pablo le había dado.
Se levantó de su escritorio en el despacho del rancho y miró por la ventana. El sol estaba alto en el cielo, salpicado de pequeñas nubes blancas. Era un día bonito. ¿Habría sido también así cuando Noah Rider fue asesinado?, se preguntó. ¿Habría sido el hermoso cielo de Nuevo México lo último que vieron sus ojos?
La primavera en ese estado era muy cambiante. Cuando parecía que el día iba a ser caluroso, un viento del norte podía soplar y hacer que nevara. Aunque Peter asumió que un hombre de la edad de Noah no iría a recorrer el rancho en un día de mal tiempo. ¿Pero por qué había ido Noah al T Bar K? ¿Adonde se había dirigido? ¿Había estado buscando algo?
Las preguntas que Peter se hacía fueron interrumpidas por el sonido del teléfono en su mesa.
—¿Peter? ¿Eres tú? —habló la voz de su hermana al otro lado del auricular.
Peter se sorprendió al escucharla. Por un momento, había creído que era Lali, y el corazón le dio un brinco ante la esperanza de que ella hubiera cambiado de idea, de que se hubiera dado cuenta de que tenía derecho a vivir su vida.
—Soy yo, Rocio. ¿Por qué? ¿No parezco yo? —dijo Peter.
—No. Más bien sonabas a Agustin cuando está enfadado.
—Lo siento, hermana. Estaba pensando.
—Y debes de estar agotado —comentó ella—. ¿Qué tal van las cosas con los caballos y las reses?
—Mucho mejor. Linc me ha dicho esta mañana que los animales están mejorando.
—Oh, me alegro mucho. Así Agustin se relajará y podrá continuar con su luna de miel tranquilo.
—Eso espero. Sería un incordio tenerlo aquí, siguiéndome los talones —bromeó Peter.
—Bueno, solo llamaba para comprobar que todo está bien. ¿Cómo estás tú?
—Bien, doctora Martinez. ¿Y tú? Se supone que debes cuidarte y cuidar de mi futuro sobrinito.
—Estoy bien. Pablo dice que el embarazo me sienta bien, que me hace guapa. ¿Qué te parece?
—Lo entiendo. Eres la mujer que ama y llevas a su hijo en el vientre.
Al decir aquellas palabras, Peter no pudo evitar visualizar a Lali embarazada de un hijo suyo, con el brillo de la maternidad en el rostro. Después de tantos años, había creído que nunca iba a querer tener hijos. Pero si Lali fuera a verlo en ese momento y le dijera que iba a tener un hijo suyo, sería el hombre más feliz del mundo.
—¿Peter? ¿Me has oído?
Al escuchar la voz de Rocio, Peter se dio cuenta de que se había distraído.
—Eh, no te he oído. ¿Qué decías, hermana?
—Decía que qué estabas haciendo. No quiero interrumpirte.
—Ah. No te preocupes —repuso él, mirando las notas que tenía sobre su escritorio—. Estaba tratando de poner un poco de orden en el caso de Noah. Pero tengo que admitir que no estoy llegando a ninguna parte.
—Si estuvieras en Texas, ¿considerarías que la investigación ha llegado a un punto muerto?
—Humm. Casi. No hay por dónde continuar. Cuando un detective busca a un asesino, trata de imaginar el momento, los medios y los motivos. Puedo imaginar los dos primeros. Noah se encuentra con alguien a quien conoce. El asesino utiliza una pistola pequeña, del calibre 22. Pero es el móvil lo que me tiene perdido. Si pudiera averiguar el motivo, eso echaría luz sobre el caso. Creo que tiene que ver con el dinero pero, hasta que descubra a quién iba destinado, no tengo ninguna pista.
—¿Quieres decir las grandes sumas de dinero que Noah sacaba de su cuenta todos los meses?
—Sí —contestó Peter.
—No sé, me preguntaba si tal vez habría información útil sobre Noah en los archivos antiguos del rancho. Quizá encuentres un nombre, una persona relacionada con él o con papá. Podríamos echar un vistazo a las viejas facturas y los demás documentos —sugirió Rocio.
Peter se levantó de la silla, con gran interés.
—No me había dado cuenta de que podíamos tener archivos de hace tanto tiempo, de cuando Noah trabajaba aquí.
—Eso creo. Hay cajas llenas de papeles en el ático. Nadie se ha tomado nunca la molestia de deshacerse de ellas.
—Voy a echarles un vistazo —se apresuró a decir Peter.
—Voy a terminar con mi último paciente. Iré para allá y te ayudaré —se ofreció ella, con la voz llena de excitación—. ¡Sería genial si encontráramos alguna pista!
—Milagroso, diría yo. Pero estoy dispuesto a agotar todas las posibilidades —afirmó Peter, y miró su reloj—. Aún no es mediodía, no quiero que dejes tu trabajo para ayudarme.
—Has olvidado que me he tomado las tardes libres. Recuerda que casi estoy de cinco meses.
—De acuerdo, hermana. Te veré dentro de un rato. Y gracias por tu ayuda.
Al escuchar a Rocio despedirse, Peter se dio cuenta de lo mucho que había echado de menos a su familia y de lo mucho que deseaba tener una familia propia, formar una nueva extensión del clan de los Lanzani. Pero, ¿cómo iba a lograrlo mientras Juan no dejara ir a Lali?


Poco más de una hora después, Rocio llegó, con vaqueros y una camiseta demasiado grande sobre su creciente vientre. Peter la miró.
—No voy a dejar que subas al ático. No en tu situación. Pablo me mataría si te pasara algo.
—No, no lo haría. Es un hombre de ley, como tú —repuso Rocio, de buen humor—. Se lo pensaría dos veces antes de echarte las manos al cuello.
—Vale. Eso me hace sentir mucho mejor —dijo él, riendo.
—Además, papá hizo que construyeran escaleras nuevas. Es fácil subir. Ya lo verás.
En la cocina, en una esquina del techo cercana a la puerta trasera, Peter abrió una trampilla y vio unas escaleras de madera móviles sujetas al interior por sólidas bisagras. Bajó las escaleras y se aseguró de que estaban asentadas con firmeza en el suelo.
—De acuerdo, subamos —indicó él, mirando a Rocio—. Pero quiero que subas delante de mí para tenerte agarrada por la cintura. ¡Y no se te ocurra soltarte del pasamanos!
—Sí, hermano, tendré mucho cuidado —contestó ella, y pasó delante de él, besándolo en la mejilla.
Al otro lado de la cocina, con las manos apoyadas en las caderas, Marina los observaba.
—No vais a encontrar nada allí —les advirtió.
—¿Por qué dices eso, Marina? —quiso saber Rocio—. Cualquier pista es mejor que nada.
—Bueno, nunca se sabe. Quizá no os guste lo que encontréis —comentó Marina.
Frunciendo el ceño, Peter intercambió una mirada de curiosidad con su hermana.
—¿Qué se supone que significa eso, Marina? Tus palabras me recuerdan a cuando me decías que el aullido del coyote nos traería mala suerte.
Marina caminó hasta donde ellos estaban y los apuntó con el dedo.
—Yo también quiero saber quién mató a Noah. Pero meter las narices en los papeles de vuestros padres no está bien. Es como escuchar a través de las puertas. Puedes oír algo que no te guste.
—Marina, solo vamos a examinar los documentos del rancho. Actúas como si fuéramos a leer los diarios privados de nuestros padres —comentó Rocio.
—Amelia y Francisco no tenían tiempo para esas tonterías. Además, no encontraréis nada sobre Noah en todo ese caos —insistió Marina.
—¿Por qué dices eso, Marina? ¿Sabes algo que nosotros no? Si es así, dínoslo para ahorrarnos tiempo —pidió Peter.
—¡No! —respondió Marina, sintiéndose ofendida—. Seguid, seguid. Nadie escucha a Marina nunca.
El ama de llaves de dio la vuelta y salió de la cocina.
—No le hagas caso, Peter —dijo Rocio—. No está enojada, solo es que tiene sus propias ideas sobre las cosas.
—Ya. Y son todas negativas —comentó Peter, y suspiró. Tomando la mano de su hermana la invitó a subir—. Vamos, empecemos cuanto antes.
El ático no estaba tan caótico como Peter se había esperado, pero estaba lleno de polvo. Encontró una vieja silla plegable y la abrió junto a la ventana. Después de encontrar las cajas con documentos del rancho, las llevó junto a la silla y ordenó a Rocio sentarse mientras él se sentaba en el suelo a sus pies.
Juntos, comenzaron a examinar todos los papeles en busca de algo que, aunque de forma remota, estuviera relacionado con Noah Rider. Después de dos horas, no habían encontrado nada de su interés, y Peter comenzó a sentirse descorazonado.
—Me parece que voy a tener que bajar y disculparme con Marina, pues tenía razón. No estoy encontrando nada.
—Bueno, no lo hemos revisado todo todavía —observó Rocio.
—Lo sé, pero se acerca la hora de comer. Tomemos un descanso antes de continuar.
Ella asintió y le sonrió.
—Bien. Pero antes de bajar, me gustaría hablarte de algo.
Peter la miró, sorprendido. Cuando su hermana tenía aquella mirada en los ojos, solo podía significar que iba a pedirle algo muy personal.
—Claro —dijo él, y sonrió—. Hace mucho que no tenemos una larga charla de hermanos. Dispara.
—Bueno, no necesito una larga charla. Solo quería preguntarte por Lali Esposito. Marina me ha contado que la has estado cortejando.
—¿Cortejándola? —repitió él—. Bueno, supongo que podríamos llamarlo así.
—Oh, me alegro tanto —afirmó su hermana, con una sonrisa de satisfacción—. Es una mujer hermosa por dentro y por fuera. Y trabaja mucho.
Peter dejó a un lado los polvorientos papeles que tenía sobre su regazo.
—Así es. ¿La conoces bien?
—Bueno, no somos lo que se dice amigas del alma, pero la visito a veces cuando está en el Wagon Wheel. Y ella va de vez en cuando a la clínica. Aunque su padre no es como ella. No puedo hacer nada para ayudar al viejo testarudo.
—¿Cuándo lo viste por última vez en la clínica?
Rocio pareció tratar de hacer memoria.
—En primavera. Dos o tres semanas antes de que se encontrara el cuerpo de Noah. Juan se había cortado en la mano y quería que se lo viera. Me dijo que se había cortado con un alambre, pero yo no me creí su historia.
—¿Por qué? —inquirió Peter, intrigado.
—Porque he visto muchos cortes hechos con alambradas y el suyo no tenía el mismo aspecto. La herida era demasiado profunda y estaba llena de restos de grava y suciedad. El alambre del cercado deja solo restos de óxido en las heridas.
—Muy observadora, hermana. Serías una buena Ranger —comentó Peter, guiñándole un ojo.
Ella lo miró como si el cumplido la complaciera.
—Los médicos tenemos que ser observadores, Peter. Algunos pacientes mienten mucho. Para poder ayudarlos, tenemos que darnos cuenta.
—¿Y cómo crees que se cortó Juan?
—Bueno, quizá el hombre estaba borracho y se cayó al suelo, apoyando la palma de la mano sobre una roca afilada.
—Humm. Me pregunto por qué mentiría con lo de la alambrada —pensó Peter en voz alta.
Rocio hizo un gesto de desagrado que dejó claro que no sentía simpatía por Juan Esposito.
—Porque no quería que Lali supiera que había bebido tanto como para caerse y hacerse daño.
—Lo más seguro es que tengas razón, hermana —señaló Peter, y suspiró—. Juan depende emocionalmente de Lali. Es obvio. Y ella está dedicada a él. También es obvio. Aunque no puedo entenderlo.
—Peter… ¿vas en serio con Lali?
Metiéndose las manos en los bolsillos de los pantalones, Peter caminó hasta la ventana que había tras ellos y miró afuera. Desde allí podía ver el pequeño rincón donde había cenado con Lali. Aquella noche había estado tan bella a la luz de las velas…
—Sí. Se puede decir que voy muy en serio con ella. Pero hay… contratiempos.
Rocio se volvió desde su asiento para poder mirarlo.
—Peter, cuando Marina me dijo que estabas saliendo con Lali, me encantó. No puedes imaginar lo contenta que me puse de saber que quizá habías encontrado alguien a quien amar. Y ahora me hablas de contratiempos. ¿Qué clase de contratiempos? ¿Su hijo Eric?
—No. Eric y yo somos buenos amigos. Es un chico maravilloso. Y quiere que su madre sea feliz.
—Eso es algo admirable. Si el problema no está en Eric, ¿entonces?
Peter se acercó junto a su hermana.
—Rocio, cuando Pablo te pidió que te casaras con él y fueras a Texas, te negaste. Creías que era tu deber quedarte y cuidar de papá. Creías que te necesitaba y que eras la única persona capaz de cuidarlo, ¿recuerdas?
—Es algo que nunca olvidaré. Casi pierdo a Pablo por aquella decisión. De hecho, lo perdí durante largos años —contestó Rocio.
—Bueno, pues yo tengo el mismo problema con Lali —confesó Peter, apretando el hombro de su hermana—. Se niega a considerar la posibilidad de casarse conmigo y acompañarme a San Antonio. Dice que ella es todo lo que le queda a Juan y que no puede abandonarlo.
—Juan podría acompañaros —sugirió Rocio—. Si es que tú puedes soportarlo.
—Ya se lo he propuesto a Lali. Dice que Juan no aceptaría. Y creo que tiene razón. No se puede sacar a un perro viejo de su territorio y esperar que sea feliz.
—Peter, lo siento mucho. Yo he pasado por lo mismo y entiendo cómo se siente Lali. Destrozada. Pero seguro que juntos podéis superarlo. Tiene que haber una alternativa.
Peter se encogió de hombros, sintiéndose derrotado. Antes solía mirar hacia el futuro con excitación y alegría pero, en aquel momento, lo veía como un horizonte gris y deprimente.
—Sí la hay —contestó él—. Podría dejar los Rangers y quedarme aquí.
—¡No! —exclamó Rocio, atónita—. ¡Es tu vida, Peter! ¡No podrías dejarlo!
—No quiero hacerlo. Pero tampoco quiero perder a Lali.
—Debes de amarla mucho —observó su hermana.
—Así es —afirmó él, mirándola a los ojos.
—Cuando Marina me habló acerca de Lali, nunca pensé que la cosa era tan seria y que los dos estabais viviendo este tormento. ¿Por qué no dijiste nada?
—No he venido aquí para esto. Vine para ayudaros a solucionar el caso de asesinato. No sabía que Lali vivía aquí. Verla fue toda una sorpresa. Y yo… me he enamorado de ella de nuevo.
—¿De nuevo? —preguntó Rocio con sorpresa.
—Sí. Estuve muy enamorado de ella cuando íbamos al instituto. Pero ella no me hacía caso. Porque era un Lanzani.
—Creí que las chicas os perseguían a Agustin y a ti porque erais Lanzanis. Y porque sois guapos, por supuesto —bromeó ella.
—Lali pensaba que Francisco no habría permitido que saliéramos juntos. Y, quién sabe, quizá él lo habría intentado. Ya lo hizo con Pablo y contigo —recordó Peter, y rodeó a su hermana con el brazo—. De cualquier manera, dejemos el tema. Tengo hambre y huele muy bien ahí abajo. Veamos qué hay.
—De acuerdo. ¡Estás hablando con una persona que tiene que comer por dos!
Tomando a su hermana del brazo, Peter la guio a través de un pasillo de cajas y chatarra.
—Alguien debería ocuparse de limpiar este ático —murmuró Peter, agachándose a retirar una rueda vieja de bicicleta del medio—. Esto debería estar en el garaje, no aquí.
—Puedes hacerlo tú —sugirió Rocio con una risita—. Apúntalo en tu lista de tareas para la próxima vez que vengas.
Peter lanzó la rueda hacia un espacio vacío, pero cayó un poco más allá, sobre una mesa de madera con cajas apiladas. Una de las cajas de cartón se precipitó al suelo y de ella salió una pequeña caja de metal, que se abrió y dejó salir todos los papeles que contenía.
—¡Maldición! Ahora sí que la hemos hecho buena. Olvidémoslo, la recogeremos después de comer.
Rocio se acercó a ver los papeles y sobres esparcidos por el suelo.
—Ven y ayúdame, solo nos llevará un minuto y ya estará hecho.
Peter se arrodilló y comenzó a tomar las cartas del suelo.
—¿Qué es esto?
—Creí que eran viejas recetas de cocina de mamá. Pero no. Son… —comenzó a decir, y abrió uno de los sobres para mirar en su interior—. Correspondencia personal de alguien de Texas.
—Debe de ser la tía Celia. Mamá se escribía mucho con ella.
Peter abrió una de las cartas y comenzó a leer. Después del típico comienzo, las palabras de la tía Celia no tenían mucho sentido, y se lo leyó en voz alta a su hermana:

—«Me alegra contarte que tu hija se haya recuperado de su catarro. Me gusta verla riéndose de nuevo. Sabe que tiene un dientecito y le gusta morderme el dedo…».

Completamente desconcertado, Peter miró a Rocio.
—¿De qué habla? ¿Una hija? ¿Te quedaste tú alguna vez cuando eras bebé en casa de la tía Celia?
—No, que yo sepa. ¿Cuándo fue escrita la carta?
—Hace veinticinco años —repuso Peter, tras mirar el matasellos.
—Entonces no era yo. No era un bebé entonces, ya iba al colegio.
Ambos hermanos se miraron en silencio. Y Peter volvió sus ojos a la carta, como si hubiera descubierto una serpiente venenosa.
—¿Entonces, por qué dice «tu hija»? ¿Cómo iba mamá a tener otro hijo? ¡Lo hubiéramos sabido!
Rocio se sentó en el polvoriento suelo y tomó algunas cartas más.
—Leamos otras —le urgió—. Igual encontramos la respuesta.
Olvidaron la hora de comer y se sumergieron en la pila de cartas. Conmocionados por los secretos que habían desenterrado de aquellas amarillentas páginas de correspondencia, no pudieron parar de leer.
—¡Dios mío, Peter, hay una de Noah Rider a mamá!
—¿Noah? ¿Qué dice? —preguntó Peter, tratando de tomar la carta que Rocio agarraba con firmeza.
—¡Oh, cielos! ¡Pobre mamá, pobre Noah!
Con lágrimas en los ojos, Rocio miró a su hermano.
—Fue él, Peter. Noah y mamá. No tienes que leer más que unas pocas líneas para adivinar lo mucho que él la amaba. Y, por lo que parece, ella debió de corresponderlo. Pero ¿y papá? ¿Crees que él sabía que su mujer y su capataz eran…?
Rocio fue incapaz de terminar la frase y le tendió la carta a su hermano para que pudiera echarle un vistazo por sí mismo.
—Mira, Rocio, sé que esto es un shock para ti y no quiero apenarte más —comentó Peter con suavidad—. Pero no quiero que veas a mamá como la mala de la película. Francisco tuvo un montón de amantes. Agustin y yo lo averiguamos y supongo que mamá también. Ella debió de decidir buscar amor fuera de su matrimonio.
—Me parece increíble. ¡Nuestra madre tuvo una aventura con Noah Rider! ¡Tuvieron un hijo! ¿Cómo es posible que nadie lo supiera?
Olvidando la carta por un momento, Peter se acercó a las escaleras y llamó a la vieja cocinera.
—¡Marina, sube! ¡Nos gustaría hablar contigo!
Tras un minuto de silencio, Marina se asomó.
—No voy a subir las escaleras. Hoy no. Hoy es mal día. Mala suerte. Rocio y tú bajad. La comida está lista.
Era un mal día, sí, se dijo Peter. Todos aquellos años había estado pensando mal de su padre. Había odiado sus coqueteos y había estado resentido con él porque no fue un devoto esposo. Pero tenía que reconocer y aceptar que la madre que había amado y respetado tampoco era una mujer perfecta. ¡No le había sido fiel a Francisco y tenía una hija en alguna parte que lo probaba!