miércoles, 19 de septiembre de 2012

Capitulo Uno!





Hola chicas! Aquí les traigo el primero como prometí! No les digo cuando subiré porque no sabré seguro, tal y como están las cosas por aquí, pero intentaré ir subiendo, al menos seguidos. Saben? Por culpa de una amiga, de la madre de mi cuñado y de mi hermana (que me han incitado a ello) empecé a leer 50 sombras.... y ahora sin tener tiempo ni para dormir me encuentro enganchada a las letras sin poder despegarme....es....adictiva....alguien leyó a lo está leyendo?? Espero no ser la única loca..

Gracias Chari por tus palabras, a veces la vida no te deja otra opción que ser fuerte, aunque no queden fuerzas para serlo por uno mismo, siempre salen por las personas que amas. Y este rinconcito es una pequeña vía de escape y me alegran sus comentaros! Gracias!

Les dejo capi que cuando me pongo ñoña no hay quien me pare!!

Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                               CAPITULO UNO






Miércoles, 21 de mayo
Peter Lanzani espoleó al caballo que montaba en dirección a lo alto de la colina. Había suficiente luz, a pesar de que todavía no había amanecido y de que un velo de niebla reptaba pegado a las montañas. En lo alto de la colina, tiró de las riendas y detuvo su caballo. Aquel era su lugar favorito desde el que contemplar su rancho; desde aquella altura, sus tierras se extendían casi tan lejos como le llegaba la vista. Las edificaciones parecían de miniatura, y el ganado y los caballos, de juguete, y Peter suspiró satisfecho.
Era un hombre corpulento, alto y fibroso, con pelo oscuro y vividos ojos verdes, y su satisfacción era genuina. La mayor tragedia que había vivido, la muerte de su esposa, se había ido suavizando con el tiempo. Tenía un hijo de diecisiete años, en quien volcar todo su amor, y aquel rancho. Era una persona siempre dispuesta a ayudar a un amigo o a un vecino en problemas, y dentro de unos ciertos límites, la vida le sonreía, convencido como estaba de que ningún hombre podía desear más de lo que él tenía.
Cuando el sol asomó de pronto en el horizonte del este, Peter puso en marcha de nuevo su caballo hacia la base del rancho. Oscar iba a marcharse en breve al colegio, y le gustaba estar en casa todas las mañanas antes de que saliera para charlar un poco con él. Por añadidura, aquel día era especial: Oscar iba a empezar con sus exámenes finales. Su graduación en el instituto estaba a la vuelta de la esquina. A diferencia de muchos de los padres e hijos que conocía, Oscar y él estaban muy unidos, y Peter haría cualquier cosa para proteger aquella relación tan especial.
Llegó a casa justo cuando Oscar salía para subirse a su furgoneta roja.
—Buenos días, papá —le saludó.
—Buenos días, Oscar —contestó al tiempo que desmontaba, y dejó al caballo a su libre albedrío. No se iría lejos. Es más, acudiría con tan solo silbarle.
—Parece que va a hacer buen día —comentó Oscar mientras abría la puerta de la furgoneta.
—Sí —Peter miró su reloj—. Vas tarde.
—Lo sé. Me voy corriendo, porque aún tengo que recoger a Eric.
—¿Te da tiempo?
—Ayer le dije que lo recogería —contestó Oscar con una sonrisa al tiempo que subía en el vehículo—. Y ya sabes: los Lanzani nunca faltan a su palabra.
Peter tuvo que sonreír. Había inculcado en su hijo el valor que tenía la palabra de un hombre. En su opinión, el honor era lo que marcaba la diferencia entre los hombres de principios y esos individuos que vagan por la vida sin esperanza, ambición o inspiración.
—Conduce con cuidado —le dijo—. Nos vemos esta noche.
Oscar puso en marcha el motor y bajó la ventanilla.
—Hasta luego, papá.
Peter se quedó viendo desde el jardín cómo se alejaba su hijo en su pickup, el orgullo llenándole el pecho. En momentos como aquél, se emocionaba profundamente. Oscar pronto se graduaría en el instituto y dejaría de ser su niño, si es que no había dejado de serlo ya. En otoño, se marcharía a la universidad. Ojalá quisiera volver al rancho una vez hubiese completado su educación.
Cuando perdió de vista la furgoneta, silbó a su caballo, que se acercó hasta él al trote y Peter montó. Había llegado el momento de empezar un nuevo día.


Cinco días antes
La nueva furgoneta de Lali estaba cargada hasta el techo con ropa, cosas personales y sus utensilios de pintura: telas enrolladas, caballete, tubos de pintura, cajas de pinceles, paletas y varios bidones de aguarrás.
Lo había preparado todo cuidadosamente, de modo que los paquetes encajaban perfectamente en el vehículo. El único espacio libre era la parte delantera, y aún así su bolso, los mapas y un bloc de notas con un bolígrafo ocupaban el asiento del pasajero. Había sacado del banco cinco mil dólares en efectivo y el resto, en cheques de viaje. No llevaba tarjetas de crédito, y su cartera contenía solo su permiso de conducir y el efectivo.
Se había vestido para ir cómoda, con unos amplios vaqueros y una sudadera, y se había recogido la melena oscura en un moño. Iba sin maquillar, pero tenía la piel bronceada todo el año. Nunca había necesitado de la cosmética para realzar su color natural. Tenía treinta años, pero parecía cinco más joven.
Su figura era excepcionalmente buena, tan firme como lo había sido durante los años de universidad, cuando conoció a Mike. Habían salido durante un tiempo hasta que la graduación los había separado. Él asistía a la universidad de derecho, mientras que ella había encontrado trabajo en una galería de arte y pulía su talento con lecciones particulares. Después, se había mudado a San Francisco, y apenas se había acordado de que la familia de Mike vivía allí, de modo que jamás había soñado que volvieran a encontrarse.
Pero así había sido. Estaba en una fiesta y apenas pudo dar crédito a lo que veía cuando Mike se acercó a ella:
—¿Lali? ¿Lali Espositp? ¿Eres tú? —le había preguntado con la misma sonrisa encantadora que le había parecido siempre irresistible.
Aquella vez, el amor floreció de inmediato y se casaron tras tres meses de romance y risas, de cenar juntos y bailar, de una avalancha de regalos, flores y notas de amor. Su boda había sido…
—No —se dijo en voz alta, negándose el dolor y el placer de recordar ese día. El recuerdo la acompañaría siempre, pero no tenía por qué sufrir gratuitamente.
No comprendía la infidelidad de Mike, y nunca podría comprenderla. Mientras le demostraba su amor en una docena de formas, se citaba con otras mujeres en anónimas habitaciones de hotel.
La inquietud pasaría pronto. Hacía mucho tiempo que no viajaba sola en coche, de modo que la preocupación era lógica, sobre todo teniendo en cuenta de que carecía de destino.
Era hora de marcharse. Hacía sol aquella mañana, a pesar de que la temperatura resultaba casi fría por el aire de la bahía. Lali se volvió un instante a contemplar la mansión brillante y blanca que había sido su hogar durante tanto tiempo, el tiempo necesario para pasar de la más absoluta felicidad a la más aguda miseria.
Todo había terminado. Todo quedaba ya a su espalda. Podía considerar su matrimonio como años malgastados, o como una lección de vida duramente aprendida. Quizás fuese ambas cosas. Lo que sí era seguro era que la próxima vez, tendría que conocer a un hombre de arriba abajo antes de arriesgar su corazón.
Reflexionar sobre aquella ironía aún la retuvo allí unos minutos más. La semana anterior, era una mujer rica. Ahora, todo lo que tenía cabía en un espacio relativamente pequeño: la furgoneta. Irónico o no, no lamentaba haberse negado a llegar a un acuerdo económico con el divorcio. Su abogado se había negado a ayudarle a hacer algo completamente ridículo, en sus propias palabras, así que había decidido llamar directamente a Mike, quien se había mostrado la mar de solícito. De hecho, había preparado todos los documentos con una rapidez que ella había encontrado graciosa, aunque él, como la mayoría de sus amigos, se estaría preguntando si había perdido la cabeza. De todos modos, se apresuró a obtener su firma antes de que recuperase la cordura.
Dios, ¿por qué pensar en eso en aquel momento? Lali se subió a la furgoneta, puso el motor en marcha y se alejó de la mansión Findley sin mirar atrás, decidida a no mirar nunca atrás. A partir de aquel momento, se concentraría solo en el futuro. Porque era precisamente el futuro lo que la aguardaba… en alguna parte. Lo único que tenía que hacer era encontrarlo.


A medida que se alejaba de San Francisco, iba ganando coraje. El hecho en sí de viajar era ya excitante, y solo deseaba seguir y seguir. Se sentía maravillosamente bien, libre de la influencia de Findley.
Cuatro días más tarde, se encontró en el oeste de Montana, se instaló en el hotel de una pequeña ciudad de las montañas y acudió al único café del lugar para cenar. Había poca gente, y la camarera la saludó con una cálida sonrisa.
—¿Quiere pedir ya, o está esperando a alguien?
Lali sonrió.
—Si tuviese que esperar a alguien, me moriría de hambre.
—¿Viaja sola?
—Sí. Tomaré el estofado de carne y una taza de té.
—Buena elección. El estofado es el mejor plato del cocinero —la camarera sonrió y bajó la voz—. Seguramente porque es fácil de preparar.
Lali se echó a reír y dejó la carta sobre la mesa. Mientras la camarera se marchaba con su orden, miró alrededor. Era un café pequeño y acogedor, con las paredes de madera y el suelo de linóleo. Los manteles a cuadros rojos y blancos hacían juego con las cortinas, y una campanilla sobre la puerta anunciaba la entrada y la salida de todo el mundo.
La camarera volvió con la tetera.
—¿Adónde se dirige, si no le molesta que se lo pregunte?
—A ningún lugar en particular. Esta zona me ha gustado y me gustaría ver un poco más. Crecí en el norte de Idaho, pero, aunque le parezca increíble, nunca había estado en Montana.
—Pues tenga cuidado. Esta zona es muy salvaje, y podría ser peligroso.
—No pienso salirme de las carreteras principales. Dígame, ¿hay gente viviendo en estas montañas?
—Sí, claro, pero son pocos y están bastante separados. Hay algunos ranchos preciosos.
—¿Y los niños? ¿Dónde van al colegio?
—En Hillman. Es una ciudad que queda a unos treinta kilómetros de aquí.
Lali sonrió.
—Bueno, pues si las carreteras son lo bastante seguras para un autobús de colegio, lo serán también para mi furgoneta.
—Las carreteras principales sí lo son, pero las secundarias pueden resultar traicioneras. Yo siempre aconsejo a los visitantes que tomen la autopista. El tiempo puede ser engañoso. Ya estamos en primavera y las carreteras están despejadas, pero podría encontrarse con nieve y hielo a más altura —la mujer parecía preocupada—. No se ven demasiadas mujeres viajando solas por estos alrededores. Tenga cuidado.
Y se marchó a atender a otro cliente.
Lali se quedó pensando en el consejo. ¿Estaría siendo una inconsciente? Pero es que se sentía tan… deseosa de correr aventuras. Era la primera vez en su vida que hacía un viaje tan largo en coche, y ya había visto un montón de paisajes que ni siquiera sabía que existían. No podía gastarse todo el dinero que tenía viajando por el país, por supuesto, pero un par de días en aquella zona ejercían sobre ella una atracción imposible de resistir, así que tomó una decisión: iría con cuidado, sí, pero estaba resuelta a explorar un poco. Al fin y al cabo, podía no volver a pasar nunca por allí.

Miércoles, 21 de mayo.
Lali buscó entre las cajas y las bolsas una chaqueta calentita. El aire de la mañana era tan frío que le hacía temblar, y los cristales de la furgoneta estaban completamente helados.
Se había ido a dormir temprano, había dormido bien y estaba ansiosa por continuar, pero se obligó a volver al café a tomar un buen desayuno, ya que no sabía cuándo volvería a pasar por un lugar en el que poder comer. Teniendo eso en mente, además del copioso desayuno, pidió también unos sándwich para llevar. Un hombre mayor servía las mesas aquella mañana, y aunque era tan agradable como la camarera, estaba demasiado ocupado para conversar con los clientes.
Al acercarse al mostrador para pagar, vio que vendían rascadores para los cristales de los coches. Era algo que no llevaba, y se había estado preguntando cómo iba a quitar el hielo, así que salió del café con un buen rascador, satisfecha de haber pensado en comprar algo de comer y por haber solucionado el problema del hielo.
Puso en marcha el motor y encendió la luna térmica antes de ponerse manos a la obra con el rascador. Tardó diez minutos en limpiar los cristales, pero después pudo volver a salir a la carretera sin problemas. A unos tres kilómetros del establecimiento, la carretera empezaba a subir. El bosque era más denso a ambos lados, pero también a través de varios claros pudo ver la primera luz del alba.
Iba a ser un día fabuloso, se dijo exultante de alegría, aunque la carretera se había vuelto bastante estrecha y llena de curvas, pero había poco tráfico y sentía tener el control. Puso la radio y empezó a cantar a pleno pulmón con Garth Brooks. Hacía tanto tiempo que no se sentía así, sin cargas y desenfadada, y le gustaba esa sensación. La vida podía ser buena. Dejar San Francisco había sido la mejor decisión que había tomado.
Los kilómetros iban pasando, y tras un rato, encontró un indicador que señalaba otra carretera hacia lo alto de la montaña. Tras tomarla, un segundo indicador le dio el nombre del lugar: Cougar Mountain.
Se hizo a un lado y consultó el mapa, pero no pudo localizar aquella carretera, aunque estaba casi segura de saber dónde se encontraba respecto de la autopista. Una sonrisilla se dibujó en sus labios. ¿Tenía el suficiente espíritu de aventura como para dejar las carreteras conocidas y seguir por una que no aparecía en el mapa? Era estrecha, sí, pero estaba asfaltada y no parecía más peligrosa que la que llevaba hasta entonces.
Entonces, ¿por qué no?, se preguntó, poniendo la furgoneta en marcha. Siempre podía dar la vuelta y volver a lo conocido si el camino se ponía peligroso.
Apenas había rebasado la primera colina cuando vio un río que discurría paralelo a la carretera. La corriente caía con rapidez sobre el lecho de piedra, y era el río más bonito que había visto en toda su vida. Conducía lo bastante despacio como para poder apartar los ojos de la carretera y disfrutar del discurrir del agua, y era una delicia observarlo.
Quedaba a su derecha, y tras unos cuantos kilómetros parecía perderse más abajo del nivel de la montaña, mientras que la carretera seguía ascendiendo. Unos kilómetros más y se perdió de vista, probablemente en el fondo de un barranco que parecía muy profundo.
Tan solo un breve arcén separaba la carretera del precipicio, y Lali se ciñó a la línea central. Aquel despeñadero tan cerca de la carretera la estaba poniendo un poco nerviosa, y se preguntó si no debería dar media vuelta y retroceder.
Pero es que no había sitio donde hacerlo. A la izquierda quedaba la pared rocosa de la montaña, y a la derecha el precipicio, y la pista era demasiado estrecha como para hacer el giro. No tenía más narices que seguir adelante hasta encontrar un tramo más ancho. Lo único que tenía que hacer era ir despacio y conducir con cuidado hasta encontrarlo. La radio era una distracción en aquel momento, y la apagó.
La carretera seguía subiendo. A su izquierda empezaron a verse manchas de nieves perpetuas, y su nerviosismo creció.
Había una curva muy pronunciada frente a ella, cuyo fin no se veía desde donde estaba. Quizás después de pasar aquella enorme afloración de roca, estuviera el sitio adecuado para dar la vuelta.
Pero, de pronto, una pickup roja apareció a toda velocidad, ¡y en su carril! Lali pegó un pisotón al pedal del freno y la furgoneta se cruzó en el asfalto. La camioneta también empezó a derrapar, y su parte trasera golpeó el morro de la furgoneta con una fuerza tremenda. Lali gritó al tiempo que la furgoneta se lanzaba hacia el vacío. Vio el río al fondo y los arbustos y las rocas que corrían a su encuentro. La furgoneta comenzó a dar vueltas de campana, y su último acto coherente fue el de desabrocharse el cinturón.


Dos jóvenes se bajaron de un salto de la camioneta y corrieron al borde del precipicio. Paralizados por el horror, se quedaron allí viendo como la furgoneta caía por la pendiente rocosa dando vueltas de campana, casi a cámara lenta, cada golpe confiriéndole al cuerpo de metal una configuración distinta.
—Oscar!!… ¿qué hacemos? —gritó Eric.
Despavoridos, vieron que la puerta del conductor se abría y como el cuerpo de una mujer salía despedido hacia las rocas. Un instante después, la furgoneta llegó al fondo, y quedó a escasos metros de la intensa corriente del río.
—Tenemos que bajar —dijo Oscar, y se lanzó precipicio abajo. Eric lo siguió. Era una bajada muy dificultosa: un mal paso, y podían acabar como la furgoneta… o peor.
Por fin llegaron junto a Lali. Estaba boca abajo y no se movía.
—Creo que está muerta —dijo Eric con voz temblorosa.
Oscar se arrodilló y le buscó el pulso.
—Está viva. Eric. Baja a la furgoneta y asegúrate de que iba sola; luego vuelve a la camioneta, ve al teléfono más cercano y pide ayuda. Yo me quedaré aquí.
—Pero…
Oscar miró a su amigo con los ojos llenos de lágrimas.
—Si muere, será culpa mía. Iba demasiado deprisa. Tomé la curva demasiado abierta. ¡Vete, Eric! ¡Vamos! No puedo dejarla sola.
Eric empezó a alejarse.
—La furgoneta está destrozada. ¡Oscar! ¡Se ha prendido fuego!
—¿Qué? —se puso de pie para ver—. Dios, ¿y si explota? —corrió hacia la furgoneta para mirar dentro—. No hay nadie —dijo al volver—. Eric tenemos que quitar de aquí a esta mujer.
—No hay que mover a los heridos, Oscar. ¿Y si tiene la espalda rota?
—No tendrá oportunidad de comprobarlo si no la quitamos de aquí y la furgoneta estalla. Vamos, tienes que ayudarme a darle la vuelta.
Los chicos se arrodillaron y con sumo cuidado le dieron la vuelta.
—Tú sujétala por los pies —dijo Oscar, colocándose para levantarla por los hombros—. El fuego es cada vez peor. ¡Date prisa, Eric! ¡Vamos!
—¿Adónde vamos a llevarla? —preguntó, lleno de ansiedad—. El cañón es demasiado escarpado, y no podemos subirla a la carretera.
Oscar miró a su alrededor.
—Allí, detrás de aquella roca grande. Venga.
Acababan de dejar a Lali en el suelo cuando la furgoneta explotó.
—Dios mío —murmuró Oscar—. Habría muerto, seguro —miró a Eric—. Ve a pedir ayuda. Está inconsciente y podría estar muy malherida.
Los dos dieron un respingo al oír una segunda explosión. Aquella fue mucho peor que la primera, y dejó la furgoneta y su contenido esparcidos por las rocas y en el agua del río.
—Ha desaparecido —musitó Eric como si no pudiera dar crédito a lo que veían sus ojos—. Por completo.

6 comentarios:

  1. Que manera de empezar esta historia me gusta más!

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  2. Magnífica ,y eso k es el primer cap.Los pelos como escarpías ,tan solo d dar imagen a los hechos.

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  3. No eres la única loca ,jajaja,varías chicas con blogs laliter también la leen ,y me la recomendaron,solo k me falta leer 10 cap d un blog para estar al día, y comenzaré a leer la trilogía d 50 sombras.

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  4. Q bueno leerte1
    Ahora antes de comentar sobre esta nove quiero decirte q ya fuimos vs las q hemos pasado noches en vela gracias al SR Gey alias #50 SOMBRAS!ES adictiva la lectura de los tres libros y si por si te interesa Dani de ficslaliter abrio un blog especial para "LASLOCASQSUFRIMOSELINSOMNIODE#50SOMBRAS"JAJA,pasá para leer y si queres comentar,a todas nos pasaba q leiamos y nos faltaba la opcion comentario para canalizar!El blog es :rinconfic.blogspot.com y hay un post dedicado a cada uno de los libros para tampoco adelantar info ya q todas ibamos por partes diferentes!
    Bienvenida al Club!

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  5. Ahora bien esta historia otra vez me ha captado,desde ya cuenta conmigo!Y me encanta q siempre son caps largoooosssssssssss!

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  6. Estos ambientes naturales en los q transcurren tus historias me dan ganas de transportarme allí!Aunq no quisiera pasar por una situacion como la q esta pasando Lali!

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