lunes, 25 de febrero de 2013

Capitulo Diez!




Hola chicas!! Como les va??

Tengo que contar algo.... Mañana me marcho porque tengo que trabajar. Creo que ya les comenté que en casa de mi amiga no hay internet. Eso significa que hasta el lunes que vuelvo no voy a poder subir.

Igual voy a intentar encontrar algún lugar con wifi para poder subir.

Y una cosa mas. Quedan tres capítulos (sin contar este) mas epilogo!!!
Disfruten el cap!!! Mil gracias a todas!!
Se las quiere!!

Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                                CAPITULO DIEZ




A la mañana siguiente, Lali llamó al doctor Trugood para concertar una cita, aunque la idea de la hipnosis aún la atemorizaba. Pero si servía para algo…
Pero la enfermera le dijo que el doctor había tenido que ausentarse por una urgencia familiar, de modo que estaba teniendo que reorganizar toda su agenda. Pero que seguro que podría encontrarle un hueco para la semana siguiente.
Tras dejarle el número del rancho, Lali salió al encuentro de Peter y éste suspiró aliviado al verla. Cada día que pasaba estaba más hermosa, y sus sentimientos por ella estaban alcanzando un punto casi insoportable.
—Estoy lista —le dijo, y estaban ya cerca de la camioneta de Peter cuando le habló de la conversación con la recepcionista del doctor Trugood—. Así que, no sé si tendré cita para la semana que viene. Me ha dicho que intentará hacerme un hueco.
—Bien. Entonces, en marcha.
Abrió la puerta del acompañante para Lali y después subió él.
Mientras recorrían el camino del rancho hasta la carretera, le explicó cuál era el plan.
—Aparte de esos viejos caminos de leñadores que viste ayer, hay solo dos carreteras que conectan con la de Cougar: la que viene de Missoula y una arteria que discurre de norte a sur. Creo que podemos empezar con esa carretera, recorriéndola desde el sur hacia el norte.
—Lo que tú digas.
Ya sabía que la carretera de Missoula no le resultaba familiar, pero también era cierto que nunca se habían parado en hoteles o cafés a preguntar por la posibilidad de si la habían visto antes. Pero en realidad, poco le importaba por dónde empezasen, porque tenía poca fe en el éxito de aquella búsqueda. Estaba empezando a aceptar su estado. Quizás el doctor Trugood pudiese ayudarla o quizás no. Quizás John Mann llegase a identificarla en su investigación, pero tenía la sensación de que su verdadera identidad no saliese nunca a la luz, a pesar de sus esfuerzos.
Miró a Peter a hurtadillas. ¿Qué habría sido de ella sin su preocupación? ¿Dónde estaría si no se hubiera interesado él por su bienestar?
Se imaginó completamente sola y eso le hizo temblar.
—¿Tienes frío? —preguntó él.
Su pregunta le confirmó lo entonados que estaban sus sentimientos.
—No, no tengo frío.
¿No era increíble aquella conexión, teniendo en cuenta el poco tiempo que hacía que se conocían, y lo poco que sabía de ella?
—Tienes miedo de que no encontremos nada hoy —dijo Peter, y su mirada estuvo llena de comprensión.
—Tengo miedo de no saber nada nunca.
Peter intentó reír.
—Pues yo a veces tengo miedo de que lleguemos a saberlo.
Lali se volvió a mirarlo y su corazón casi se derritió de amor por aquel hombre. Ella tenía sus temores y él tenía los suyos. Sabía que en el fondo deseaba que se recuperara y que estaba dispuesto a hacer lo que hiciese falta por conseguirlo, pero que al mismo tiempo tenía miedo de lo que esa recuperación pudiese traer consigo.
Hubiera querido consolarlo, decirle «No importa lo que sepa de mi pasado: nunca podré dejarte».
Pero ¿cómo podía hacer semejante promesa, si no estaba segura de poder cumplirla? Una punzante tristeza se apoderó de ella y tuvo que parpadear varias veces para disipar las lágrimas.
—Este día tiene que ser uno de los más hermosos de todo el año —comentó, intentando alegrar la voz.
Peter asintió.
—Vamos hacia la estación más agradable del año por aquí.
—El verano.
—Sí. Nuestro verano es fantástico. En primavera suele llover, en otoño puede pasar cualquier cosa, y el invierno puede ser brutal. Pero los meses de verano compensan por el resto del año. Es decir, la mayoría de las veces.
—En otras palabras: que el verano no siempre se puede dar por sentado.
—No siempre.
—Pero te encanta vivir aquí.
—Es mi hogar, Lali. No me puedo imaginar viviendo en ninguna otra parte.
Ni ella tampoco, suspiró. Había estado en otros lugares, sí… en una gran casa con un fabuloso dormitorio blanco, por ejemplo, y cerca del mar. Quizás aquellos dos recuerdos estuviesen conectados. Quizás la casa diese al mar y estuviese acostumbrada a contemplar las olas.
—Peter, ¿de verdad crees que existe la posibilidad de que esos hombres encuentren algún resto de mi furgoneta río abajo?
—Sí, es posible. El agua baja con tanta fuerza que podría arrastrar cualquier clase de cosa, y como te dijo John Mann, algunas se quedan atascadas en una peña o en algún recodo.
—Es que no puedo imaginarme que un vehículo puedo quedar reducido a jirones. El motor, por ejemplo: ¿no haría falta una terrible explosión para hacerlo desaparecer?
—Es que, según parece, fue una terrible explosión. Pero tienes razón. Dudo que el motor quedase completamente destruido. Es probable que esté en algún punto del río.
—Peter, si el motor está intacto, ¿crees que el río podría arrastrarlo? Es muy pesado.
—Cielo, cuando ese río está crecido y baja con corriente como ahora, puede arrancar árboles y arrastrar enormes moles de granito.
Lali se imaginó al río recorriendo kilómetros y kilómetros, desembocando después en otro río, y en otro más. No conocía muy bien la orografía del terreno, pero eso sería lo más probable.
—Peter, dime una cosa: ¿cuánto tiempo tardaría el río en bajar de caudal, si es que alguna vez lo hace?
—Claro que lo hace. Lali, esto es algo que ocurre todos los años. Cuando la nieve de las montañas empieza a derretirse, el río sube. A mediados del verano, el nivel de las aguas empieza a descender. En ese momento se puede localizar cualquier cosa fácilmente. El agua se serena de tal modo que hasta los niños se bañan en el río. La pesca es buena en esos momentos, y mucha gente viene a este río a pescar. En él enseñé yo a Oscar a hacerlo.
—¿A mediados de veranos? Es decir, dentro de seis semanas —murmuró.
—Podría ser más, dependiendo de lo rápido del deshielo.
A pesar de querer a Peter, la idea de tener que vivir todo ese tiempo de él le hacía sentirse muy incómoda. Se sentía tan indefensa, y ése era un sentimiento tan horrible que tuvo deseos de huir. Huir, ¿adónde, Dios mío?
Vagamente se dio cuenta de que Peter había tomado otra carretera, pero ya no secundaria sino principal, y se enderezó en el asiento al ver un pequeño grupo de casas: la gasolinera, un restaurante, un pequeño motel y cuatro o cinco casas entre los árboles del bosque.
—¿Dónde estamos?
—En Harrisville. No es un pueblo como tal, y ni siquiera viene en el mapa. Un hombre llamado Joseph Harris es el propietario de toda esta zona, y hace años construyó la gasolinera. Al parecer debió darle suficientes beneficios como para añadir el restaurante y el motel.
—Y viniendo desde el sur, ¿habría pasado por aquí?
—Sí.
Peter iba conduciendo despacio y tuvo tiempo para mirar bien, pero aun así, dio la vuelta y paró el coche frente al restaurante. Lali estudió el rústico edificio. Había tres coches aparcados fuera, de modo que había tres clientes al menos. ¿Habría parado allí a comer, a cenar, o a tomar algo?
—¿Te resulta familiar algo de todo esto? —preguntó Peter.
Ella inspiró profundamente.
—No —dijo con tristeza.
—Vamos a tomar un café —le ofreció Peter, y aparcó junto a los demás coches.
Peter tomó su mano y sonrió.
—Relájate, cariño. Pudiste pasar por Harrisville sin ni siquiera darte cuenta de que estaba aquí.
—¿Hay algún otro motel entre este lugar y Cougar Mountain?
—No.
—Entonces, si vine por aquí, lo lógico sería que hubiese pasado la noche en este motel, ¿no?
—Viniendo del sur, hay ciudades con moteles —le dijo, intentando tranquilizarla.
—Lo cual quiere decir que podría haber dormido mucho más al sur y haber pasado por aquí sin tan siquiera darme cuenta, como tú has dicho.
—Cualquier cosa es posible, cariño.
—Eso es lo que más detesto de esta situación tan… miserable: todas esas malditas posibilidades.
Peter apretó su mano para hacerle entender que la comprendía.
—Venga, vamos a entrar.
Peter abrió la puerta del restaurante para que entrase, y al oír el sonido del cencerro que colgaba sobre la puerta, Lali se quedó inmóvil.
—¿Qué pasa, Lali? —le preguntó, con ávida curiosidad. ¿Habría recordado algo?
—El sonido de ese cencerro… —suspiró—. En fin… vamos a tomar ese café.
Se sentaron a una mesa. Desde su acomodo, Peter podía ver el motel a través de la ventana. Tras pedir dos vinos a una camarera joven, le dijo a Lali:
—¿Sabes? Si te hubieras quedado en ese motel, tu nombre y el número de tu matrícula estarían en el registro.
—¡Tienes razón! —exclamó Lali—. ¿Y qué hacemos sentados aquí?
Peter sonrió.
—Pues el hecho de que no nos van a dejar revisar su registro sin permiso. Cuando volvamos a casa, llamaré a John Mann. Él sabrá qué hay que hacer.
Lali frunció el ceño.
—Aunque en el hotel nos permitan examinar sus libros, ¿qué tendremos que buscar? Ni siquiera sabemos si mi nombre es Lali, y no tenemos apellido.
—En primer lugar, yo sí creo que tu nombre es Lali, y en segundo, si firmaste en ese libro, John Mann sabrá cómo descubrirlo.
Lali no estaba convencida, pero no dijo nada.
La camarera les trajo el café con una sonrisa, y Peter se la devolvió mientras leía el nombre que llevaba en una chapita prendida de la camisa.
—Brenda, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Por supuesto —contestó la camarera.
—¿Has visto antes a esta señorita?
Brenda miró a Lali y negó con la cabeza.
—No, creo que no —su sonrisa volvió a aparecer—. ¿Estáis jugando a algo, o qué?
Lali contestó antes de que Peter pudiera hacerlo.
—Más o menos, Brenda. Olvídalo, ¿quieres? —cuando la chica se alejó, moviendo la cabeza, Lali no pudo evitar echarse a reír—. Debe pensar que somos un par de chalados, y en mi caso tiene razón.
—No digas eso —replicó Peter.
Lali simplemente suspiró.


Antes de dejar Harrisville, hablaron con todo el mundo que les salió, al paso, pero nadie había visto antes a Lali.
—La verdad es que no me extraña que piensen que somos una pareja rara —comentó Lali con un suspiro al ver la mirada desconfiada de un hombre que paseaba a su perro a quien le habían preguntado—. La amnesia no es algo en lo que a todo el mundo se le ocurra pensar, ¿verdad?
—Francamente, Lali, a mí me importa un comino lo que puedan pensar los demás. ¿Y a ti?
—A mí también.
Volvieron a tomar dirección norte y Peter detuvo la camioneta al llegar a la intersección de la carretera que llevaban con la de Cougar Mountain.
—Si venías del sur, esta es la carretera a la que tendrías que haber llegado.
Lali estudió casi con voracidad el cruce.
—¿Cougar Pass está en esa carretera?
—Sí. Eso suponiendo que vinieras del sur. Pero ¿y si habías estado viajando por carreteras secundarias, y terminaste perdiéndote? Lali, no sabemos si ibas deliberadamente hacia Cougar Mountain.
Ella guardó silencio un momento.
—No sabemos nada de ese día, Peter, y no estamos sacando nada en claro de preguntar a todo el que nos encontramos —suspiró—. Debes estar tan cansado de… de mis problemas. Yo misma lo estoy.
Peter tomó su mano casi enfadado.
—Escúchame bien, Lali: disfruto de cada minuto que paso contigo. De acuerdo que no hemos hecho ningún progreso hasta el momento, pero el día no ha terminado aún. Por favor, no te desanimes, y nunca, nunca, pienses que me he cansado de esta situación. Sí, deseo que te recuperes, pero tanto por mí como por ti. ¿Lo entiendes?
Sus ojos estaban llenos de amor, un amor que sabía que sentía por ella, y Lali apoyó la frente contra su pecho.
—Lo entiendo —susurró.
Se quedaron allí sentados, consolándose el uno al otro, pensando en cosas que no se atrevieron a expresar con palabras, hasta que llegó un coche y deshizo el embrujo.
—Vamos a terminar lo que nos hemos propuesto hacer hoy, ¿vale? —dijo Peter mientras ponía la camioneta en marcha.
—Sí.


—Esta es la ciudad de Hillman —dijo Peter—. Allí, a la izquierda, queda el instituto.
Lali se agachó para mirar por la ventanilla de Peter.
—Muy bonito —comentó.
Mientras conducían por las calles de Hillman, Peter le iba indicando dónde estaba la oficina del sheriff y otros lugares de interés.
—Es una ciudad pequeña pero encantadora —comentó Lali—, pero aquí no siento nada. En Harrisville sentí algo, sobre todo cuando entramos en aquel café y oí el cencerro. No sé lo que es ese algo, pero he estado pensando en ello, y tengo la impresión de que he estado antes allí. Creo que hay una posibilidad de que haya comido en ese restaurante y de que incluso durmiera en el motel.
—¿Y es una sensación fuerte?
—Sí, Peter. Y no he tenido esa sensación en ningún otro sitio. Tengo la impresión de haber entrado por Harrisville.
Peter inspiró profundamente.
—Es un comienzo, Lali; un buen comienzo. En lugar de volver al rancho para hablar con John Mann, vayamos a la comisaría para hablar con el sheriff Logan. No sé si necesitará una orden judicial para examinar el registro del motel, pero él sabrá lo que hará falta.
Tras una larga y detallada charla con el sheriff Logan, la esperanza de Lali había crecido enormemente. Les dijo que no habría problema para revisar el registro del motel de Harrisville y que no tardaría nada en decirles lo que pudiera encontrar.
Salieron de la oficina con mucha moral, y Peter le pasó un brazo por los hombros para caminar hasta la camioneta.
—Me muero de hambre —dijo—. Hay un sitio aquí en el que sirven unos sándwiches estupendos. ¿Qué te parece si compramos unos cuantos y nos vamos a la peña a comérnoslos?
—Yo también tengo hambre. ¿Qué es la peña?
—Una especie de mirador que queda a unos ocho kilómetros de la ciudad. Se ve todo el valle desde allí.
—Estupendo.
Veinte minutos más tarde salían de Hillman con una bolsa con bocadillos, refrescos y agua mineral. Lali abrió una de las botellas para Peter y otra para ella.
—Aún no has empezado a pintar —comentó Peter.
—No he tenido tiempo. Puede que lo haga mañana —Lali estaba mirando el paisaje—. Toda esta zona es inspiradora. Es un lugar maravilloso, Peter.
—Debe gustarte la vida al aire libre.
Lali se quedó pensativa.
—Supongo que sí —sonrió—. Al menos, ahora me gusta.
—Bueno, yo tengo una teoría sobre la amnesia: ya que carezco de formación médica, podría estar completamente equivocado, pero me da la impresión de que es un estado que no altera ni el carácter ni la personalidad del sujeto. Somos lo que somos, Lali, y solo porque no se pueda recordar más allá de un momento determinado de la vida de una persona, eso no quiere decir que se haya dejado de ser quien se es.
Ella sonrió.
—Tanto si tiene base científica como si no, me gusta tu teoría, Peter.
—Es que tiene sentido, ¿no te parece?
—Sí, tiene sentido, pero no tengo más remedio que preguntarme si hay algo razonable en la amnesia.
—Pues a mí no hay nadie capaz de convencerme de que no has sido siempre la misma mujer dulce y maravillosa que eres hoy.
A Lali le brillaron los ojos y tomó un sorbo de agua. Podía imaginarse sin ninguna dificultad cómo sería tener a Peter por marido, y aún estaba contemplando aquella magia particular cuando tomaron una carretera de grava muy inclinada. A la derecha de la camioneta quedaba un espeluznante precipicio. A medida que subían, la pista se hacía más y más inclinada, y entonces lo vio: delante de ellos, en lo alto, era como si la carretera fuese a desaparecer. ¡Iba a caer!
—Lali, ¿qué ocurre? —le preguntó al verla agarrada con una mano al reposabrazos de la puerta y con la otra al siento.
Ella no lo oyó. Estaba en otro coche, uno con el interior azul, y era ella quien conducía para tomar una curva sin visibilidad, con un río que corría a los pies del barranco. De pronto una camioneta roja apareció a toda velocidad y se estrelló contra su coche. Vio el río venir hacia ella, sintió el vehículo dando vueltas, saltando, chocando.
Gritó. Peter pisó bruscamente el freno, tiró del de mano y se acercó a ella.
—¡Lali! —soltó su mano del asiento al que estaba aferrada. Estaba fría como el hielo—. ¡Lali, mírame!
Respiraba aguadamente, casi jadeando, y tenía los ojos desorbitados. Peter no había tenido tanto miedo en toda su vida.
—¡Lali, por amor de Dios! —le gritó.
Una décima de segundo después, Lali colapso contra su pecho, sollozando tan fuerte que todo su cuerpo temblaba. Tardó minutos en ser capaz de articular palabra coherentemente.
—Lo he visto. Peter. He visto el accidente. ¡He recordado el accidente!

viernes, 22 de febrero de 2013

Capitulo Nueve!




Hola chicas!! Como están?

Paso rápido porque no estoy inspirada hoy...
Disfruten del cap. Gracias a todas!!!

Se las quiere!!

Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                               CAPITULO NUEVE




Peter y Lali no hablaron de la información de John Mann durante el trayecto hasta Missoula, casi como si se hubieran puesto de acuerdo. Tampoco hablaron del hombre de pelo rubio como la arena, aunque ambos estaban convencidos de que era alguien a quien ella conocía. Lo que pudiera significar para ella era una incertidumbre que los dos albergaban, pero ¿de qué serviría hablar de ello? Peter ni siquiera le preguntó por su conversación con el doctor Trugood, aunque evidentemente sentía curiosidad por saberlo.
Pero de lo que hablaron fue de la lluvia, que se iba haciendo más intensa a medida que se acercaban a Missoula de las dos semanas de vacaciones de Oscar, del rancho y de otros temas que no les afectaban directamente.
En la tienda de manualidades, Lali casi pudo olvidar sus problemas mientras elegía los materiales. Debía estar funcionando por instinto, porque sabía exactamente lo que quería comprar. No era barato, y la cuenta final ascendió a más de cuatrocientos dólares, y cuando salieron de la tienda cargados con todo, volvió a poner los pies sobre la tierra y se disgustó consigo misma. No debería haber permitido que Peter gastase tanto dinero en algo que podía resultar ser solo una frivolidad, incluso sospechando como sospechaba que no era así. Además, cuatrocientos dólares le habrían servido para pagarse unas cuantas sesiones con el doctor Trugood. Evidentemente su sentido de la prioridad estaba tan confundido en ella como todo lo demás.
—Peter —dijo cuando se subieron a la camioneta—, voy a devolverte todo este dinero. No sé cuándo ni cómo, pero algún día te lo devolveré.
—Ni se te ocurra.
—Por favor, no te pongas así —le dijo, angustiada—. Para mi propia tranquilidad, tengo que tener la certeza de que un día podré hacer frente a mis gastos.
Peter vio lo mucho que significaba para ella y dio marcha atrás.
—Está bien. Devuélvemelo si quieres, pero por favor, no estés preocupada por ello —puso en marcha el coche—. Vamos a cenar antes de volver. Llamaré a Rosie para decírselo.
Lali se dio cuenta entonces de que no había comido en todo el día, y el estómago se quejaba. Habían ocurrido tantas cosas que no había pensado en la comida.
—Apoyo la moción —bromeó—. Me muero de hambre.
—Me lo imaginaba.
Peter la llevó a un restaurante muy agradable. Comieron pasta con una salsa deliciosa, pollo a la plancha y ensalada César. Lali hubiera querido decirle que algún día le pagaría por todo: la ropa, la comida, los materiales… pero no era un tema cómodo, así que se guardó la decisión para sí misma y habló de la comida.
—Me encanta la pasta. ¿Y a ti?
—De vez en cuando, sí —contestó Peter—. Este plato está especialmente bueno.
—¿Cuál es tu comida favorita?
—Creo que no tengo un plato favorito. Me encanta el estofado de Rosie. Bueno, la verdad es que me gusta todo lo que cocina.
—Es que es una buena cocinera. Uno de mis platos favoritos es la ensalada de cangrejo —dijo. Tardó unos segundos en darse cuenta de lo que acababa de decir, y cuando lo hizo, dejó de comer y miró a Peter a los ojos—. Es… es algo que he hecho —dijo casi en un susurro—, muchas veces.
Hubo una pausa embarazosa y luego fue Peter quien habló.
—Háblame de tu ensalada de cangrejo.
Aunque se iba quedando cada vez más pálida, recitó los ingredientes, y cuando terminó, añadió con voz trémula:
—Estoy empezando a recordar, ¿verdad?
Los dos se miraron y Peter asintió despacio.
—Eso parece.
Fue un momento increíblemente emocional. La memoria de Lali estaba volviendo y ¿qué consecuencias tendría? Para ella, Peter nunca había estado tan guapo, quizás por la expresión de preocupación de su rostro. Pensó en cuando habían hecho el amor, la belleza de todo ello, y deseó con todo su corazón saber si alguna vez había sentido algo así por otro hombre.
Peter inspiró profundamente y preguntó:
—¿Quieres algo de postre?
Ella parpadeó varias veces, casi como si saliera de un trance.
—No, no… gracias.
—Entonces, vámonos.
Tras pagar la cuenta, salieron del restaurante. Peter le pasó un brazo por los hombros y ella apoyó la cabeza en él para atravesar el aparcamiento hasta su camioneta. Había dejado de llover, el aire era fresco y se había hecho de noche mientras estaban en el restaurante.
Una vez acomodados en el coche, Peter volvió a abrazarla y ella se apoyó de nuevo en él. «Te quiero», pensó. «Te quiero con todo mi corazón». Pero no dijo nada.
Peter estaba pensando prácticamente lo mismo. Podía pensarlo, pero no decirlo. No tenía derecho.
—Tienes el pelo más bonito que he visto —murmuró, acariciándola.
No la besó, porque sabía que si lo hacía, no podría parar, así que, con un suspiro, se separó de ella y arrancó.
Durante un tiempo, ninguno de los dos dijo nada. Sus pensamientos eran ominosos y descorazonadores. Fue Lali quien por fin rompió el silencio.
—El doctor Trugood me ha dicho que la memoria de un amnésico puede volver de muchas maneras, y no le ha parecido extraño que la mía estuviese volviendo a retazos.
Peter se alegró de que por fin se hubiera decidido a hablar de ello.
—¿Te ha sugerido alguna clase de ayuda?
Lali dudó un instante antes de contestar:
—Hipnosis.
—¿De verdad cree que la hipnosis podría ayudarte?
—No hay garantías. Dice que podría ayudar, y le dije que lo pensaría.
—No te gusta la idea.
—Me asusta. No me preguntes por qué, porque no lo sé. Cuando pienso en ser hipnotizada, tengo la sensación de… una pérdida absoluta del control, y eso me asusta. Quizás sea algo infantil.
—No hay nada infantil en ti. Tienes derecho a tener opinión sobre todas las cosas —hubo una pausa—. ¿Vas a pensarlo de verdad?
Lali suspiró.
—No sé lo que voy a hacer. No… no soy feliz, Peter. ¿Podría ser feliz alguien en mi situación? —Y transcurridos unos segundos, añadió—: Soy feliz en algunas ocasiones, y todas ellas tienen que ver contigo.
Peter contuvo la respiración y apretó el volante con tanta fuerza que los nudillos se le volvieron blancos. Acababa de decirle lo que sentía por él sin en realidad decirlo de verdad. Habían dejado atrás la ciudad y la carretera estaba oscura como la boca de un lobo, pero localizó un pequeño ensanchamiento del arcén, paró la camioneta, soltó el cinturón de seguridad de Lali y la abrazó.
—Yo quiero que seas feliz todo el tiempo —dijo casi entre dientes, y aquella vez sí que la besó, y la acalorada respuesta de ella puso sus emociones casi al límite. Cómo quería a aquella mujer… Sus problemas eran como propios. Quería protegerla de esa infelicidad, ocuparse de ella, allanar todas las dificultades que pudieran presentársele durante el resto de sus días.
—Hay tantas cosas que querría decirte —susurró, mirándola a los ojos.
Lali apoyó la mano en su mejilla.
—Lo sé. Peter. Pero no las digas, por favor. Solo serviría para hacérmelo todo más… difícil.
Él tomó su mano y la besó en la palma. Quería tener a Lali junto a él sana y saludable, y que pudiera quedarse a su lado para lo bueno y para lo malo. Aún no habían podido reír juntos, reír de verdad, porque nada había sido divertido desde que se conocieran, y deseaba que eso cambiase.
Pero al mismo tiempo, tenía miedo del cambio. Estaba entre la espada y la pared.
Tiró suavemente de ella y la cobijó en su pecho, pero la retuvo así solo un instante, porque de pronto se le ocurrió algo. No era una idea que le encantase, pero quizás sirviera para ayudarla, y sabía sin lugar a dudas que su relación nunca podría ser como él la deseaba hasta que recuperase la memoria. Por mucho miedo que le tuviera al cambio, tenía que hacer lo que fuera por conseguirlo.
—Me gustaría intentar algo —le dijo—. Ibas de camino a Cougar Mountain aquel día. ¿Por qué no te llevo allí mañana? Podrías llevarte las pinturas. Debías dirigirte allí por alguna razón. Quizás recuerdes cuál.
—Es una idea maravillosa, Peter —exclamó—. Me he preguntado montones de veces qué hacía yo en esa carretera, así que puede que así recuerde algo —la posibilidad le resultaba excitante—. Peter, ¿y si reconstruyéramos aquel día? ¿De dónde vendría yo? ¿Te has hecho esa pregunta? Yo sí, y muchas veces. Era muy temprano, y debí pasar la noche en algún sitio.
—A no ser que llevases tienda de campaña en el coche.
El ánimo de Lali decayó de nuevo.
—Tienes razón. Por un minuto pensé que había encontrado algo —se quedó pensativo un instante—. Peter, ¿crees que una mujer sola podría acampar en cualquier parte? ¿Hay alguna zona de acampada por aquí?
—Sí, pero la mayoría está bastante alejada de la zona de mayor tránsito. Lali, mi rancho está justo en el margen de Selway-Bitterroot, una zona de más de un millón de acres de terreno salvaje que se extiende a lo largo del límite entre Idaho y Montana. Hay muchos animales salvajes, incluyendo osos pardos. Piénsalo. ¿Te imaginas a ti misma durmiendo en una tienda en un lugar tan aislado como ése?
—Quizás… quizás durmiera en la furgoneta.
—Es posible.
Lali suspiró, descorazonada.
—Ese es el problema… hay tantas posibilidades.
—Vayamos mañana a Cougar Mountain, y si eso no te trae ningún recuerdo, exploraremos algunas de esas posibilidades pasado mañana.
—Explorar, ¿cómo?
—Bueno, tenías que venir de alguna de las posibles direcciones. Podemos empezar por intentar encontrar la ruta que seguiste preguntando a quien nos encontremos; intentando averiguar si alguien te ha visto antes.
—Sí —dijo, pensativa—. Eso tiene sentido. Si podemos encontrar a alguien que me haya visto, puede que también viese mi furgoneta y recuerde dónde estaba matriculada. Averiguar de qué estado vengo sería ya un gran paso hacia delante.
Aunque Peter sentía un enorme peso en el corazón, intentó hablar con despreocupación.
—Jugaremos a los detectives, y quizás tengamos la suerte de tropezamos con alguien que pueda darnos alguna pista.
Ella se obligó a sonreír.
—Es posible.
Peter volvió a abrazarla y la besó en la frente antes de volver a arrancar el coche.
—Merece la pena intentarlo. Cougar Mountain mañana y un recorrido por las carreteras del alrededor pasado mañana. ¿Trato hecho?
—Trato hecho.


Antes de irse a la cama aquella noche, Lali repasó lo que habían comprado en la tienda de pintura. Casi con ternura fue tocando los tubos de pintura, los pinceles, las telas. Había elegido un caballete plegable y lo montó. La luz de su habitación era adecuada para un uso normal, pero no para pintar.
Era extraño saber tanto sobre la pintura al óleo y no ser capaz de recordar ni un solo cuadro que hubiera pintado. ¿Cuál sería su fuerte: naturalezas muertas, retratos, paisajes? ¿Habría experimentado alguna vez con el arte abstracto? ¿Y con el art deco?
Con un suspiro de desesperanza, abrió la caja de madera que había escogido para llevar en ella los objetos más pequeños y comenzó a llenarla sin prisas. Cada tubo de pintura era precioso en su mano, cada pincel. En la tienda había admirado pinceles que costaban tanto como noventa dólares cada uno, pero se había decidido por otros más baratos. De todas formas, tenía una buena selección y estaba deseosa de empezar a usarlo todo.
Pero no al día siguiente. Peter le había sugerido que se lo llevase todo, pero si lo que quería averiguar era si algo de lo que viese allí podía confirmarle que había estado antes allí, no podría tener tiempo de pintar. Estaba segura de que Peter lo comprendería.
La verdad es que el mayor aliciente de la excursión del día siguiente era el hecho de que iba a pasar todo el día con Peter, ya que tenía la impresión de que hiciera lo que hiciese, su memoria iba a volver como hasta el momento, a retazos.
Quizás no debería haber descartado la sugerencia del doctor Trugood de la hipnosis; pero el problema era que si superaba el miedo y decidía intentarlo, tendría que pedirle a Peter que le pagara las sesiones, y aunque le prometiera cien veces que le devolvería después el dinero, ¿y si al final resultaba que no tenía ni un céntimo?
Pero al parecer, conducía un vehículo nuevo, aunque… también podía haberlo comprado a plazos, en cuyo caso habría una compañía financiera esperando recibir pagos mensuales. Incluso podía no ser suyo. Podía haberlo pedido prestado.
Y luchando contra el desánimo, se metió en la cama.
* * *
Nada en la zona de Cougar Mountain despertó el recuerdo de Lali. Era un lugar salvaje y hermoso, pero le resultó tan extraño y desconocido como todo lo demás.
Alrededor del mediodía, Peter aparcó en un pequeño claro y anunció que aquel era un buen lugar para comer. Sacaron las cosas de la camioneta y Peter abrió un gran saco de dormir que colocó sobre la hierba húmeda. La parte interior era azul oscura y muy mullida, de modo que resultaba muy agradable para sentarse.
Lali abrió la bolsa y consumieron los sándwiches y la limonada que Rosie les había preparado. Lali intentó con todas sus fuerzas disfrutar de la comida. El marco era increíble, con el sol iluminando el claro, el aire fresco de la montaña y los pájaros cantando en los cedros de alrededor. Y estaba con Peter. En su estado de ignorancia absoluta, no podría haber imaginado nada mejor.
Pero en su interior, no conseguía relajarse. Estaba tan cansada de sentirse perdida que después de guardar los restos de la comida en la bolsa, se estiró sobre el saco de dormir y cerró los ojos.
—Estoy tan cansada de pensar en mí misma, Peter —murmuró—. Dame otra cosa en qué pensar, anda. Háblame de ti.
Peter se recostó apoyado en un codo.
—¿Qué quieres saber de mí?
—Cualquier cosa. Háblame de tus padres.
—Eso es fácil. Eran dos personas fantásticas. Querían tener una gran familia, pero solo pudieron tenerme a mí. Mi madre tuvo varios abortos cuando era más joven, y yo llegué cuando tenía ya cuarenta años. Mi padre era catorce años mayor que ella, así que yo tenía dieciséis cuando él rondaba los setenta.
—Y te querían con locura.
—Sí.
—Y fuiste un hijo perfecto que nunca les dio motivo de preocupación.
Peter se echó a reír.
—No tanto. Recuerdo una ocasión en que les disgusté, sobre todo a mi madre. Estaba en el equipo de fútbol del instituto. El entrenador era un obseso de las reglas, y me pilló fumando detrás del instituto con una chica… una chica nueva por la que yo estaba colado. Ella fumaba, y como yo quería impresionarla, fumé también. El entrenador nos pilló y me gritó tan fuerte que a punto estuve de tragarme el cigarrillo. Me echó del equipo en aquel mismo instante, así que tuve que volver a casa y contarle a mis padres lo ocurrido. No había modo de evitarlo, porque mis padres iban a todos los partidos. Yo estaba tan avergonzado que apenas podía mirarles a la cara, pero al final, confesé.
—¿Cómo se lo tomó tu madre?
—Mi madre era una mujer muy fuerte, así que lo único que hizo fue decirme «Bueno, tendrás que decidir si prefieres fumar o jugar al fútbol». Recuerdo que le contesté, avergonzado, que prefería jugar al fútbol, así que ella llamó al instituto y concertó una cita con el director y el entrenador, y esa noche todos, mi padre, mi madre y yo, fuimos a la reunión. Todo salió bien. Yo me disculpé con el entrenador y me dejó volver al equipo. Nunca volví a fumar, por supuesto, pero no por las reglas del entrenador, sino porque era consciente de lo mucho que había desilusionado a mis padres.
—¿Y eso es lo peor que hiciste? ¿Nada de drogas, ni hacer el salvaje, ni meterte en problemas con la ley? Me parece que eras casi perfecto —Lali abrió los ojos y lo miró—. Puede que no hubiera drogas cerca de tu colegio.
—Sí que las había, pero las drogas es algo que nunca he querido probar. Oscar y yo hemos tenido muchas conversaciones sobre el tema, y tengo la convicción de que nunca ha querido probarlas.
—Entonces, él también es un buen chico. Como su padre.
Peter se tumbó boca arriba.
—Debe ser duro crecer en el mundo de hoy. Yo empecé a hablar con Oscar de sexo cuando tenía once años. Nunca me he engañado sobre las realidades a las que los chicos de hoy tienen que enfrentarse. La moral es mucho más relajada y las actitudes son distintas. Un padre tiene que ser consciente de los riesgos que corre su hijo todos los días.
—¿Estás preocupado por el hecho de que Oscar esté en California?
—No es que esté preocupado porque vaya a hacer algo que no deba, sino que siempre me preocupo por su seguridad, esté donde esté. Es algo que no puedo evitar.
—El accidente ha debido ser un shock terrible para él.
—Lo ha sido, sí. No me gusta que Oscar use el atajo de Cougar, pero… —suspiró—, las carreteras de la zona donde vivimos son así.
—¿Hay muchos ranchos?
—Bueno, hay kilómetros de distancia de unos a otros, así que decir muchos sería una exageración, pero hay bastantes.
Por primera vez, estaban teniendo una conversación normal, en la que Lali no se estaba cuestionando por su pasado perdido, y deseó poder continuar con aquella normalidad tanto tiempo como fuese posible, así que siguió con historias de su juventud. Algunas la hicieron reír, y creyó no haber oído nunca un sonido más maravilloso que el de su risa.
El sol se colaba entre las hojas de los árboles, e iluminaba su pelo que, como un lago oscuro, rodeaba su rostro, y sin poder evitarlo, se acercó a ella. Lali le sonrió, una sonrisa tan encantadora que le tocó el alma.
—Eres verdaderamente hermosa.
—¿De verdad? —susurró.
Peter hizo un anillo de pelo alrededor de su dedo.
—Verdaderamente hermosa —repitió, y soltó el mechón para recorrer con ese mismo dedo los contornos de su rostro. El viaje siguió a lo largo de su hombro y descendió hasta su mano con intención de depositar un beso en su palma.
Pero se encontró con la señal de un anillo, y en lugar de besarla, se quedó pensando en que aquella señal era la de un anillo que se lleva largo tiempo.
Lali vio que sus ojos se enturbiaban, y una gran tristeza la sepultó.
—Lo… lo siento —susurró—. Lo siento tanto.
—No tienes por qué disculparte, Lali. Pero si llevabas anillo, ¿dónde está?
—Me he hecho esa misma pregunta cientos de veces. De nuevo hay demasiadas posibilidades que analizar.
—Lo sé. Si era un anillo de valor y sabías que ibas a pasar unos días por la montaña, quizás lo dejaste en tu casa.
Ella suspiró.
—Es una posibilidad.
Peter se quedó pensativo un instante.
—No tiene por qué ser una alianza necesariamente, Lali. También podrías estar divorciada.
—Sí, ya he considerado esa posibilidad, pero…
—Pero qué ocurre si no lo estás, ¿no? Es eso lo que ibas a decir.
Lali tardó un momento en contestar.
—Sí.
Peter se preguntó hasta dónde iba a poder soportar aquello: quererla tanto y no poder dar rienda suelta a sus sentimientos. Tenía que encontrar la verdad de su pasado como fuera. Tenía que haber una forma. La policía estaba haciendo lo que podía para desenterrar la identidad de Lali, pero ¿qué podía hacer él?
—Cuéntame otra vez lo que te ha dicho el doctor Trugood sobre la hipnosis.
Lali suspiró.
—Pues que podría funcionar, pero que no hay garantías.
—Y que le gustaría que lo intentases.
—Sí.
—¿Crees que podrías superar el temor y probar? Si no puedes lo entenderé, pero… —apretó los dientes—. Quiero lo mejor para ti. Quiero que recuerdes ese anillo. Quiero… tantas cosas, y si hay la más mínima posibilidad de que la hipnosis funcione…
No tenía que decir nada más. Sabía exactamente adonde quería llegar. Ya era hora de que fuese sincera con él sobre el tema del dinero.
—Peter, ir a la consulta del doctor Trugood regularmente sería muy costoso, y no puedo pedirte que me pagues ni una sola cosa más. Ya te has gastado cientos de dólares en mí.
—Pero ¿te crees que eso me importa? —exclamó, dolido de que pudiera importarle tanto el dinero. Ya le había dicho que podía devolvérselo si eso le hacía sentirse mejor, pero en realidad le importaba un comino no volver a ver ni un céntimo—. Lali, escúchame: tú y yo… nosotros… tenemos las manos atadas hasta que… bueno, ya sabes a qué me refiero. Maldita sea, es difícil decir algo sin hacerlo de frente, pero no quiero que lo que creo que tenemos juntos… desaparezca por culpa del dinero. ¿Entiendes lo que quiero decir? Si quieres ver al doctor Trugood todos los malditos días, yo lo pagaré. Eso y cualquier otra cosa que pueda ayudarte a recuperarte.
—Comprendo lo que me estás diciendo —contestó, mirándolo a los ojos—, pero ¿has considerado la posibilidad de que puede que no nos guste lo que recuerde?
—Sí, lo he considerado desde todos los ángulos posibles, pero tenemos que saber la verdad, Lali; tenemos que saberla.
Dejó que el amor que sentía por ella le brillase en los ojos, y Lali se quedó sin respiración ante tanta intensidad.
—Llamaré al doctor Trugood para concertar una cita —susurró—. Peter, si no sale de la manera que nos gustaría…
Él la abrazó con fuerza, soportó aquella agonía agridulce mientras pudo y después la soltó para mirarla de nuevo a los ojos.
—Lo único que podemos hacer es confiar —le dijo—, y seguir intentándolo. No podemos rendirnos, Lali.
Y ella asintió en silencio.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Capitulo Ocho!




Hola chicas!! Como están??

Yo destrozada. Hoy no paré y me duele todo el cuerpo...
Así que hoy pocas palabras. Simplemente agradecer como siempre sus comentarios. Me alegro mucho que les esté gustando. Increíbles como siempre. GRACIAS.

Nos vemos en el próximo!
Se las quiere!

Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                                CAPITULO OCHO




Tras pasar la noche casi sin pegar ojo, Peter se levantó antes que el sol y se fue al Rancho Schulze. Oscar y Eric estaban ya cargando sus bolsas en el maletero del coche de los Schulze, así que Peter no había llegado demasiado temprano.
Aparcó la camioneta, pero antes de que pudiera bajarse. Oscar se acercó a él.
—Hola, papá. ¿Qué pasa?
Peter se sintió mejor con tan solo ver a su hijo. Oscar sonreía de oreja a oreja y evidentemente estaba de un humor excelente.
—Solo quería despedirme otra vez —dijo Peter, sonriendo también.
Oscar dio la vuelta a la camioneta y se subió al asiento del acompañante.
—Vas a echar de menos a tu niño, ¿eh? —bromeó tras cerrar la puerta.
Peter no pudo por más que echarse a reír. Su niño medía ya casi un metro noventa y llevaba tres años afeitándose.
—Supongo que sí —reconoció—. Espero que te lo pases muy bien en California, Oscar, pero vas a estar muy lejos de casa, así que mantén la cabeza fría, ¿de acuerdo?
—Seguro que has estado preocupándote por mí toda la noche.
—Casi toda.
—Pues déjame decirte que Eric y yo no vamos a hacer en California nada que no hagamos ya aquí… excepto pasárnoslo de muerte.
—Y eso es lo que espero que hagas, pero insisto: mantén la cabeza fría. Yo ya he estado en Los Ángeles, y tú no. El tráfico es de locura.
Oscar se quedó callado un instante.
—Estás preocupado porque pueda tener otro accidente.
Clint suspiró.
—Supongo que es eso.
—Papá, lo de que soy tu niño es una broma. Ya no lo soy. ¿Vas a estar preocupándote cuatro años cuando me vaya fuera a la universidad? Espero que no.
—¿Ya has decidido adónde quieres ir?
—A la Universidad de Montana, o a Colorado State. Tengo que enviar los papeles en cuanto vuelva de California. Es algo de lo que Eric y yo vamos a hablar durante estos días.
—¿Estás seguro de que no será demasiado tarde para matricularte? Muchos plazos se cierran en mayo.
—No hay problema, papá. Las dos universidades nos quieren a los dos. Nos han enviado cartas.
—Me alegro de saberlo —Peter hizo una pausa—. Oscar, hace mucho tiempo que no te lo digo, pero quiero hacerlo ahora: te quiero, hijo.
—Yo también te quiero, papá —contestó sin sentir vergüenza alguna, lo que complació enormemente a Peter.
—Oscar —continuó con serenidad—. Quiero que sepas que Lali es alguien muy importante para mí.
Oscar también habló con serenidad.
—Ni siquiera sabes quién es, papá.
—Lo que no conozco es su pasado, pero yo te estoy hablando de la mujer que es ahora. Hijo, quiero que pienses en esto mientras estés fuera: si Lali supiera que es una mujer libre, le pediría que se casara conmigo.
Oscar lo miró sorprendido.
—¿Tanto te gusta?
—Me he enamorado de ella, Oscar —le explicó con suavidad—. El hecho de que pueda querer a otra mujer no disminuye el amor que sentía, y que aún siento, por tu madre. ¿Lo comprendes, hijo?
—Supongo —murmuró.
—Simplemente he querido que lo supieras —añadió al ver su aturdimiento.
—¿Y qué opina ella?
—¿Lali? No le he dicho lo que siento, y no pienso hacerlo hasta que esté recuperada. Si… si recuerda a otro hombre, no se lo diré nunca.
—Vaya historia, papá —murmuró.
—Sé que es duro de asimilar, y no te lo habría contado si no pensara que tienes derecho a saberlo —Peter se obligó a sonreír—. Creo que los Schulze te están esperando. Pásalo bien en California.
—Sí —bromeó—, pero mantén la cabeza fría.
—¿Sabes? Seguramente seguiré preocupándome cuando estés en la universidad.
—Seguramente seguirás preocupándote por mí hasta cuando tenga el pelo gris.
Oscar abrazó a su padre y se bajó.
Peter saludó a los Schulze por la ventana y cuando Oscar se subió al coche, ambos vehículos recorrieron el camino del rancho hasta la carretera y después tomaron direcciones opuestas.


Lali se despertó y al oír la lluvia contra los cristales, se arrebujó bajo la ropa de la cama. Con los ojos cerrados, se quedó unos minutos en ese acogedor duermevela que precede a estar completamente despierta. La cama y las sábanas eran suaves y blandas como una nube, y se sentía en un estado de paz absoluta, de relajación total.
Siempre le había gustado el sonido de la lluvia, y una imagen se dibujó en su cabeza. Estaba de pie, junto a la ventana de una preciosa habitación blanca, contemplando un paisaje lluvioso. Frunció el ceño aún sin abrir los ojos e inconscientemente intentó apreciar más detalles de la habitación.
La imagen se disolvió para formar otra: una gran masa de agua y olas batiendo contra un acantilado rocoso. Aquella imagen también duro solo segundos, antes de transformarse en otra: un hombre con el pelo rubio como la arena de una playa, vestido con un traje oscuro, que la miraba y después, tras dar la vuelta, se alejaba. Justo en aquel instante un nombre se le vino a la memoria: Corey.
Los latidos del corazón se le desbocaron y se obligó a abrir los ojos y a incorporarse. ¿Estaría soñando o serían retazos del pasado? ¿Quién era aquel hombre? ¿A quién pertenecía la habitación en la que estaba? ¿Se llamaría Corey ese hombre, o sería el nombre de alguna otra persona? ¿Qué mar era aquél? Y ahora que estaba completamente despierta, ¿cómo sabía que siempre le había gustado la lluvia?
Una debilidad repentina se apoderó de ella y se dejó caer sobre la almohada para pensar, para preguntarse si estaba empezando a recordar, o si esas imágenes no eran más que sueños desorientados.
Pero habían sido tan claros, tan reales… Dios, ¿qué debía creer?
De pronto fue el miedo lo que la golpeó. Había perdido la memoria, pero ¿estaría también perdiendo la cordura, el contacto con la realidad? Lo que había hecho con Peter la noche anterior, sin ir más lejos… Y ni siquiera sentía remordimientos.
Dios, cómo había podido hacer algo así. Ni siquiera debería permitirse pensar en querer a Peter. Podía ser una mujer casada. Quizás ese hombre rubio fuese su marido.
Pero, en ese caso, ¿dónde estaba? De tener marido, le habría dicho adonde iba, y ¿por qué no estaba en esa zona, buscándola de algún modo?
Estaba más asustada aquella mañana que cuando había tenido que enfrentarse por primera vez a su amnesia en el hospital. ¿Sería aquella la forma en que iba a recuperar la memoria, a base de retazos inconexos que la llenaban de terror?
Tomó aire profundamente. No podía dejarse arrastrar por el miedo. Tenía que controlarse, así que se forzó a levantarse, sacó unos vaqueros, un jersey, zapatos bajos y ropa interior y entró en el baño para darse una ducha.


Peter se sentó a tomarse el desayuno que Rosie le había preparado al llegar a casa.
—¿Has visto a Lali esta mañana? —le preguntó.
—No, pero la he oído andar por la habitación. Supongo que se habrá dormido. Los hombres vinieron a la hora de costumbre y dijeron que estarían trabajando en el cuarto de los arreos, y que si querías que hicieran otra cosa, que se lo dijeras.
—No hay razón para que trabajen fuera con este aguacero —dijo Peter. Durante el mal tiempo, sus hombres y él solo trabajaban fuera si era imprescindible.
Rosie tenía cosas que hacer en la cocina y le dejó solo y Peter, tras dar cuenta del desayuno, decidió ponerse al día en papeleo y se fue a su despacho.
Abrió el talonario y empezó a pagar facturas, y estaba escribiendo un cheque cuando Lali llamó al marco de la puerta y dijo:
—Buenos días.
El sonido de su voz bastó para hacerlo olvidar por completo el trabajo, se levantó y se acercó a ella, preocupado inmediatamente por su palidez.
—¿Estás bien? —le preguntó, abrazándola.
Como siempre, su abrazo le hizo olvidar sus temores, apoyó la cara contra su pecho e inhaló su aroma. ¿Cómo podía haber lamentado lo ocurrido la noche anterior? A pesar de la pesadilla en que el destino la había sumido, quería a aquel hombre.
—Ahora estoy bien —dijo suavemente.
Él la miró a los ojos.
—¿Y antes no? ¿Ha ocurrido algo? —dudó un instante, pero tuvo que preguntar—. No estarías preocupada por lo de anoche, ¿verdad?
Ella no pudo evitar un suspiro.
—Creo que he estado dándole vueltas a todo.
—¿Toda la noche?
—No, esta mañana.
Al mirar su rostro, se dio cuenta de que sus abrasiones y arañazos casi habían desaparecido por completo. Físicamente se había recuperado con increíble rapidez. Emocionalmente…
—Dime qué te preocupa.
—Ay, Peter…
Y los ojos se le llenaron de lágrimas.*
—Cariño, ¿qué es?
—Es que… ha ocurrido algo. No sé si estaba soñando o recordando, pero he vista algunas imágenes. Sé que te parecerá una locura, pero estaba aún en la cama, oyendo llover y de pronto esas imágenes se me han aparecido ante los ojos.
Él le acarició la mejilla.
—¿Imágenes de qué, cielo?
—Me he visto a mí misma viendo llover por la ventana de un precioso dormitorio. Después he visto una gran masa de agua que debía ser el mar, porque las olas rompían como en un acantilado o algo así. Luego he visto… un hombre.
Peter se quedó inmóvil.
—¿Lo has reconocido?
—No —contestó con tristeza—. Todo podría haber sido un sueño. No estaba completamente despierta cuando ha ocurrido.
—Pero no crees que lo fuera, ¿no?
Peter tuvo la sensación de que el corazón se le había vuelto de plomo. Lali estaba empezando a recordar, y que un hombre apareciese en mitad de sus primeros recuerdos, era un golpe difícil de asimilar.
—Ojalá lo supiera. Cómo desearía saberlo, Peter… —se soltó de sus brazos y empezó a pasear por la habitación—. Quizás debería hablar con el doctor Trugood. ¿Qué opinas?
—Mal no te podría hacer —respondió—. ¿Y… recuerdas qué aspecto tenía ese hombre?
—Nítidamente. Era un hombre bastante guapo, con el pelo rubio y liso, y vestía un traje oscuro. Debía andar por los treinta y cinco más o menos… —dijo, consciente de que le estaba rompiendo el corazón a Peter y sintiéndose horrible por ello. Pero no podía ocultárselo. Después de todo lo que había hecho por ella y teniendo en cuenta la intimidad que había cobrado su relación, no podía ocultarle nada.
Peter guardó silencio un momento.
—Sí, creo que deberías hablar con el doctor Trugood. ¿Por qué no lo llamas desde aquí mismo? Te dejaré sola para que puedas hablar.
—No es necesario. No voy a decirle nada que no te haya dicho ya a ti.
—¿Has desayunado?
—Todavía no.
—Entonces, voy a traerte un poco de café. Llámalo, Lali. Cuanto más lo pienso, más importante me parece que recibas ayuda profesional. Enseguida vuelvo.
Y salió de allí con la sensación de pesar cien kilos más que cuando entró.
Lali se sentó en su silla delante de la mesa sintiéndose tan triste y apesadumbrada como él. Pero por inquietante que pudiera parecer el pasado, tenía que explorar cada pista para llegar al final.
Tras llamar a información para pedir el número de la consulta del doctor Trugood, hizo la llamada. Una mujer contestó al teléfono:
—Centro de Salud, Gloria al habla. ¿En qué puedo ayudarle?
Lali carraspeó.
—¿Está el doctor Trugood? Mi nombre es Lali, y necesito hablar con él. Siento no poder darle mi apellido, pero…
—No se preocupe por eso, Lali. El doctor Trugood me dijo que si llamaba, debía ponerle con él si estaba en el centro. Un momento, por favor.
Mientras esperaba. Peter abrió la puerta principal de la casa. Era el agente John Mann, con un enorme impermeable y una franca sonrisa. Llevaba una cartera de cuero marrón.
—Buenos días, señor Lanzani. He venido a ver a Lali. ¿Puedo pasar?
—Por supuesto —contestó, y tras guardar el impermeable en el armario del recibidor, le condujo al salón. Las preguntas se le agolpaban en la cabeza. Mann no habría ido hasta allí sin tener una buena razón. ¿Cuál sería? ¿Qué tendría que decirle a Lali? ¿Serían buenas o malas noticias?—. Lali está hablando por teléfono en este momento. Siéntese. Seguro que no tardará. ¿Le apetece tomar un café?
—Pues sí, gracias. Hace una humedad y un frío tremendos hoy.
—Sí, y me da la impresión de que va a durar unos días. ¿Cómo toma el café?
—Solo —contestó el agente con una sonrisa, y tras acomodarse en una silla, dejó la maleta a sus pies.
Peter volvió a la cocina y Rosie, que había oído el timbre de la puerta, le preguntó:
—¿Quién es?
—El policía que está investigando el accidente. Voy a llevarle primero a Lali su café, y después otro a él.
Salió rápidamente con una taza en la mano y la dejó sobre la mesa del despacho.
—Lali, John Mann está aquí, en el salón.
Por mucho que lo intentara, Peter no conseguía que su expresión fuese despreocupada.
—Puede que tenga información sobre mi identidad —dijo, con el corazón acelerado—. ¿Te ha dicho algo?
—Lo único que ha dicho es que quiere hablar contigo —Peter vio la ansiedad en sus ojos y se apresuró a tranquilizarla—. Habla tranquilamente con el doctor Trugood. Seguro que es tan importante como lo que Mann pueda haber traído aquí hoy.
Lali no estaba de acuerdo del todo. Su primera intención fue la de colgar el teléfono y acudir a la otra habitación. El oficial Mann tenía que tener información sobre ella; de otro modo, no estaría allí. Pero antes de que pudiese actuar, el doctor Trugood se puso al teléfono.
—Lali, me alegro mucho de saber de ti. ¿Cómo estás?
Lali esbozó una sonrisa.
—No… no lo sé, doctor. Por eso he llamado —vio a Peter salir e intentó olvidarse del oficial Mann y concentrarse en la razón de aquella llamada. Rápidamente, pero sin pasar por alto los detalles, le refirió lo que le había ocurrido aquella mañana—. Y mi pregunta es, doctor: ¿cree que esas imágenes pueden significar algo?
—Hay otra pregunta más importante, Lali, ¿crees tú que significan algo? Es obvio que esas imágenes te han inquietado, o no estarías llamándome. Déjame decirte algo: durante mi carrera, me he tropezado con una docena de amnésicos, y cada caso ha sido diferente. La memoria de cada paciente volvió a su modo. Varios incluso lo recordaron todo un buen día, sin más ni más. Otro de mis pacientes empezó a recordar desde cuando era un niño y fue ampliando desde ahí. Es decir, que nadie puede prever cómo se va a corregir tu situación. Las imágenes que has visto esta mañana podrían ser un comienzo. ¿Has sentido alguna familiaridad con ellas?
—No puedo decir ni que sí, ni que no —contestó—, porque mi sentimiento más claro ha sido el miedo.
—¿Y sigues teniéndolo ahora?
—No.
—Bien. Lali, creo que sería bueno para ti que vinieras a verme. Me gustaría ahondar en esas imágenes, y quizás sería buena idea intentar la hipnosis, ¿qué te parece?
—¿Me ayudaría en algo la hipnosis?
—No puedo garantizártelo, pero podría ser.
Lali sintió que el estómago se le daba la vuelta. Por alguna razón, lo de la hipnosis la ponía nerviosa.
—Déjeme pensarlo, doctor.
—Lo que tú digas. Pero aunque excluyamos la posibilidad de la hipnosis, creo que debes estar bajo los cuidados de un médico. Si no yo, cualquier otro.
—Pensaré también en eso. Gracias por haber hablado conmigo. Adiós.
Lali se quedó un instante pensando en la conversación. Era un alivio saber que la memoria podía volver de muchas maneras distintas. Así, si volvía a tener más imágenes, no se asustaría tanto.
Y en cuanto a lo de visitar a un psiquiatra regularmente, resultaría muy caro, y ella no tenía ni un céntimo. El estado de Montana debía haberse hecho cargo de su factura de hospital, pero simplemente no podía pedir más ayuda. Quizás fuese una actitud absurda y guiada por el orgullo, pero no era capaz de cambiarla. Peter le daría el dinero, sin duda, pero la mera idea de pedirle algo material, especialmente dinero, era algo que no podía ni plantearse.
Y en cuanto a la hipnosis… le daba un miedo de muerte. ¿Por qué? ¿Acaso habría algo en su pasado que su subconsciente prefería no dejarle recordar?
Lali ocultó la cara entre las manos y sollozó en silencio. ¿Cuánto más iba a poder soportar? Era incapaz de aceptar caridad del estado pero, en el fondo, ¿no era caridad lo que Peter le ofrecía? Si no se recuperaba pronto, ¿qué iba a ser de ella? El pasado era un agujero, y no tendría un futuro hasta que descubriese quién era. Estaba atrapada en el presente.
Con un suspiro, se levantó. Quizás John Mann hubiese averiguado algo. Si al menos pudiese saber su apellido, las cosas podrían empezar a progresar, ¿no?
Lali se alisó el pelo y entró en el salón. Ambos hombres se levantaron al verla entrar.
—Hola —le dijo al oficial.
—Hola, Lali. Tiene buen aspecto.
Lali se sentó y el oficial también.
—Físicamente estoy bien, pero sigo sin poder recordar nada.
—Vaya. Lo siento. Puede que la información que le traigo le sirva de ayuda.
Mann colocó el maletín sobre sus rodillas y lo abrió.
—¿Queréis que os deje solos? —preguntó Peter.
John Mann la miró a ella.
—Que lo decida Lali.
—No, Peter, no te vayas. Prefiero que te quedes —le dijo.
Mann sacó unos cuantos documentos.
—Éste es el informe del FBI sobre sus huellas.
Lali frunció el ceño.
—No conozco el procedimiento, pero ¿es eso bueno o malo?
—Bueno, por lo menos sabemos que nunca ha sido arrestada —sonrió—. Y ésa es una buena noticia, ¿no le parece?
—Sí —murmuró.
—También quiere decir que nunca ha trabajado para el estado, y que tampoco ha formado parte de las fuerzas aéreas. En algunos estados, como por ejemplo en Nevada, también se requieren las huellas dactilares para determinados trabajos, como por ejemplo los casinos. Este informe también elimina esa posibilidad.
A Lali la cabeza le daba vueltas. Mann le estaba diciendo lo que no había hecho para ganarse la vida. ¿Tendría alguna información sobre lo que sí había hecho?
John volvió a guardar los documentos en el maletín y sacó una bolsa de plástico, con la que se acercó a Lali.
—Huela —le ordenó, abriéndola ante ella.
Lali frunció el ceño y miró dentro de la bolsa. Dentro había algo parecido a trozos de tela grasienta, y tras olerlos, tuvo que separarse.
—Es un olor muy penetrante —dijo—. ¿Qué es?
—Trementina. Una sustancia muy volátil utilizada en pintura, barnices y medicinas —John volvió a hacerse cargo de la bolsa, la cerró y volvió a su silla—. Lali, muchos de los restos recuperados del accidente tienen este olor. No creo que pudiera utilizar la trementina para mezclar medicamentos, de modo que debía utilizarlo en su trabajo o pasatiempo favorito. Mi opinión es que era usted artista. Debía utilizar pinturas al óleo, que requieren trementina para limpiar los pinceles. ¿Le parece posible?
Peter estaba mirando a Lali.
—Rosie también cree que lo eres.
—Lo… lo sospechaba —dijo Lali, despacio.
—Demos un paso más —dijo John Mann—. Según Oscar y Eric, hubo dos explosiones. Creo que una de ellas, la primera, fue por la trementina. La segunda, en ese caso, habría sido la del depósito de gasolina. Al caer el vehículo por el precipicio, la trementina debió dar saltos, el bidón se rompió y el líquido saturó el interior de la furgoneta. Una chispa que saltase de la fricción con la roca debió desencadenar el fuego, la trementina explotó y el fuego alcanzó el depósito de gasolina. Fue esa segunda explosión la que destruyó por completo el vehículo. Lo más frustrante del caso es que, si este accidente hubiese ocurrido en cualquier otra parte, ya habríamos encontrado trozos del vehículo que nos hubieran conducido a su identificación. Pero el río baja con tanto caudal en esta época del año que cualquier cosa de valor en ese sentido debe estar ya kilómetros abajo.
—¿Quiere eso decir que no se va a recuperar nada que pueda conducir a mi identificación? —preguntó Lali con ansiedad.
—No, ni mucho menos. El caudal del río descenderá, como todos los años, y mientras eso ocurre, tengo hombres recorriendo la orilla por si se diera el caso de que algo hubiese quedado retenido en algún recodo. Peter sabe bien que eso suele ocurrir.
El oficial Mann siguió hablando de la investigación unos minutos más, y mencionó que aún no tenían noticias de personas desaparecidas. Después recogió el maletín, el impermeable y se marchó.
Lali y Peter se miraron.
—¿Me ha dicho algo importante? —preguntó ella con voz trémula.
—No lo sé, cielo. Lo que sí sé es una cosa: ve a buscar algo de abrigo. Nos vamos a Missoula.
—¿Para qué?
—Para comprarte materiales de pintura.

martes, 19 de febrero de 2013

Capitulo Siete!





Hola chicas!! Como están??

A mi este febrero mas o menos. Las cosas se complican un poco y el ánimo anda flojito, solo esperando que esto pase pronto, o por lo menos de un respiro.

Pero como no hay ganas de deprimirse, dejemos los malos pensamientos afuera.
Agradecer todos y cada uno de sus comentarios. Siempre son increíbles chicas, gracias por todo.

Espero que disfruten del cap!
Se las quiere!!!

Gracias por leerme!! Besos, Vero!!

PD: Lina! Estoy curiosa por la trilogía que me comentaste. Ya me dirás alguna para leer. Estoy con el mono! Si necesitas mail o alguna cosa ya dirás. Abrazo!!



                               CAPITULO SIETE



 Aquella noche Peter llamó a su hijo justo cuando salía por la puerta trasera.
—Oscar, necesito hablar contigo. ¿Podrías venir al despacho, por favor?
—Papá, tengo que recoger a Eric. Vamos a una fiesta al centro, y ya voy tarde. ¿No puedes esperar a mañana?
Peter se quedó pensando un instante. Oscar acababa de ducharse y de afeitarse, y la excitación brillaba en sus ojos. Toda la semana había estado participando en actividades para la graduación, y al día siguiente, la ceremonia nocturna pondría fin a sus años de instituto. Faltaba solo un mes para que cumpliera dieciocho años. Hacía tiempo que no era un niño, pero a los ojos de Peter, tampoco era un hombre.
—Es cuestión de un minuto. Vamos.
Y Peter echó a andar en dirección al despacho, consciente de que Oscar, aunque de mala gana, le seguía.
Peter cerró la puerta y se sentó tras la mesa. Oscar se quedó de pie, ansioso por marcharse, pero su padre ignoró su impaciencia.
—Me gustaría que me dijeras qué es lo que te molesta. Sé que tiene algo que ver con el hecho de que Lali esté aquí, pero tiene que haber una razón para que su presencia te moleste.
Oscar miró a todas partes menos a su padre.
—Qué va, papá —se encogió de hombros—. ¿Por qué iba a importarme que esté aquí?
—Esa es precisamente mi pregunta. Incluso has sido un poco descortés con ella en la cena. Apenas has dicho dos palabras.
—Ella tampoco ha hablado demasiado.
—Cierto, pero es que ella tiene muchas cosas en la cabeza.
—Yo diría que no tiene nada.
Peter hizo una mueca de disgusto.
—Eso que acabas de decir es una crueldad, Oscar. Lali es una mujer inteligente con una pérdida de memoria. ¿Quieres decirme qué es exactamente lo que tanto te molesta de ella?
Oscar enrojeció.
—Pues que no tiene por qué estar aquí.
—¿Ojos que no ven, corazón que no siente? Oscar, viva donde viva, Lali va a ser siempre la conductora de esa furgoneta. Sé que no has superado lo del accidente, y es posible que a mí me pasara lo mismo. Puede que a cualquiera. Pero hijo, le salvaste la vida. Deberías estar orgulloso de ello, y no mostrarte resentido por que yo la esté ayudando a pasar por este trance que, por otro lado, tiene que ser muy duro para ella.
Oscar clavó la mirada en el suelo un momento y después murmuró:
—Te gusta. Y no solo porque creas que es tu deber ayudarla, sino porque te gusta. Lo sé.
—¿Y por eso no te gusta a ti? Oscar, mírame, por favor —a Peter le sorprendió la beligerancia en la mirada de su hijo—. No estás resentido con Lali, sino conmigo, y eso es un golpe muy duro para mí.
—Yo no estoy resentido con nadie —replicó, desafiante—. ¿Puedo irme ya?
Peter se sintió completamente desilusionado. Por primera vez, no era capaz de conectar con su hijo. Había cosas en la cabeza de Oscar de las que no podía o no quería hablar, y eso nunca había ocurrido antes, por lo que Peter no sabía cómo enfrentarse a ello.
—Sí —dijo—. Ya puedes irte.
Oscar salió como una exhalación, y su padre se quedó mirando la puerta con tristeza. Lo último que quería era que la relación que había tenido hasta el momento con su hijo se estropeara, y lo peor era que precisamente eso era lo que estaba ocurriendo y él no sabía qué hacer.
O sí. Quizás sí supiera lo que podía hacer: devolver a Lali a Missoula. Pero eso era algo que no podía hacer. Ni siquiera por Oscar.


Lali entró en la cocina al día siguiente por la tarde. Rosie estaba allí, preparando una cena especial para celebrar la graduación de Oscar.
—¿Puedo ayudarte en algo?
Rosie pareció complacerse con el ofrecimiento.
—¿Qué te parecería extender la nata sobre ese pastel? Es el favorito de Oscar, y querría extenderla en una capa lo más regular posible para poder decorarlo con unas palabras de felicitación.
—Sí, creo que sabré hacerlo.
Rosie era una buena cocinera y Lali se preguntó sobre sí misma. ¿Sería capaz de preparar una comida decente, o sería un desastre en la cocina? Bueno, cualquiera podía extender nata en un pastel, así que aceptó el cuchillo ancho que le ofrecía Rosie y empezó.
La nata se extendía con facilidad sobre el pastel, y Lali se sintió fascinada por el contraste de colores. Pero cuando el pastel estuvo completamente cubierto y se quedó mirando el rectángulo blanco, experimentó algo extraño que tenía que ver con el color. Ya antes se había dado cuenta de que los contrastes de colores le llamaban poderosamente la atención. ¿Qué habría en los colores que tanto la intrigaban?
—Ya está —le dijo a Rosie.
—Estupendo. Liso como un cristal.
—¿Qué quieres poner?
—¿Te gustaría decorarlo?
Rosie sacó de un armario una pequeña caja que contenía cuatro pequeños frascos de colorante alimentario: rojo, verde, azul y amarillo.
—Creo que sí —contestó, frunciendo el ceño—. Pero, ¿y si lo echo a perder?
—Cariño, no es necesario ser una artista para decorar un pastel con unas cuantas palabras. Aquí tienes un poco más de nata. Divídela en cuantos colores quieras utilizar y luego ponla en esta pequeña manga. Lo único que tienes que hacer es apretar. Ya verás qué fácil es.
Lo que más le interesó a Lali fue la parte de añadir color a la nata. Puso una cucharada en un pequeño cuenco y añadió una gota de rojo. Removió, y la nata adquirió una tonalidad rosa pálido. Una segunda gota, y obtuvo rosa intenso, y una tercera, un rojo suave.
La excitación le corrió por las venas. En otros cuencos, preparó azul, verde y amarillo, para después combinar el rojo y el azul y obtener lavanda, y a continuación naranja, mezclando rojo y amarillo.
—Qué maravilla —exclamó Rosie al ver el naranja y el lavanda—. ¿Cómo lo has hecho?
—Tenemos los colores primarios, Rosie: rojo, amarillo y azul. Rojo y amarillo hacen naranja, amarillo y azul, verde, y rojo y azul, púrpura. Esos son los colores binarios. Y con el blanco y el negro, puedes obtener todos los colores conocidos.
—¿Ah, sí? Pues blanco, tienes.
—Pero no negro, que es necesario para obtener tonalidades más intensas o más oscuras.
—Tienes que ser artista para saber tanto sobre colores —declaró Rosie.   Lali se echó a reír.
—O pintora de brocha gorda.
Rosie se rio también y dejó a Lali con la decoración del pastel. Pero Lali había descubierto algo importante sobre sí misma, y sintió haber dado un gran paso hacia delante.
El pastel quedó tan bonito que Rosie no dejaba de alabarlo.
Al parecer era una artista. Más tarde lo demostró haciendo algunos dibujos a lápiz, sorprendiéndose a sí misma con qué precisión era capaz de dibujar un árbol, un caballo o una escena del rancho.
Pero no había color en sus dibujos, y deseó poder utilizar alguna clase de acuarela o pasteles, pero no dijo nada al respecto porque no tenía dinero para comprarlo, y no iba a pedírselo a Peter. Ya se había gastado demasiado dinero en ella.
* * *
Aunque tanto Rosie como Peter la invitaron a asistir a la ceremonia de graduación de Oscar aquella noche, ella se negó dándoles las gracias. No estaba preparada para enfrentarse a un gran grupo de gente, y no había razón para obligarse a ello.
Peter pensaba de otro modo. No le gustaba dejarla sola en la casa y alejarse tanto del rancho. Oscar se había marchado antes, así que iban solo Rosie y él en la camioneta cuando le preguntó:
—¿Qué tal te parece que va Lali, Rosie?
—Bueno, es una joven muy reposada —contestó Rosie tras un momento de pensar—. Y muy agradable. Además, ya has visto lo que ha hecho con el pastel de Oscar. Es una artista, Peter. Me apostaría lo que no tengo a que lo es.
—La verdad es que el pastel estaba precioso.
—Deberías oírla hablar de colores, y verla mezclarlos. Estoy convencida de que ha tenido que ver con el arte. Esta tarde la he visto fuera con un cuaderno y un lápiz, y me ha parecido que estaba dibujando. No me lo ha enseñado, así que no puedo estar segura, pero ésa es mi impresión.
—Interesante —murmuró Peter. Si Lali había descubierto un talento para dibujar, ¿por qué no se lo habría mencionado? Podría ser una forma de encontrar el camino a su pasado, quizás el primer eslabón de una cadena que le ayudase a recordarlo todo.
La mezcla de emociones que experimentaba cada vez que pensaba en Lali le atrapó de inmediato. Deseaba que se recuperase, pero al mismo tiempo, no quería perderla, y albergaba la sospecha de que en cuanto recordase su vida anterior, volvería a ella. ¿Y no sería eso lo más lógico?
Lo que no podía era desear una pérdida de memoria permanente para Lali. Eso sería egoísta e imperdonable, y él no había sido nunca así. Era un dilema incómodo: desear que se restableciera, desear que siguiera en su vida y saber que ambos deseos eran incompatibles.
Suspiró suavemente, manteniendo los ojos en la carretera y solo entonces se dio cuenta de que Rosie hablaba de la noche que les esperaba. Iba a ser un momento muy importante para Oscar, y para él mismo también, y Rosie parecía más ilusionada que él. El sentimiento de culpa le obligó a apartar a Lali de sus pensamientos.
—Oscar lo tiene todo preparado para el viaje —dijo.
—Absolutamente todo —rio Rosie—. Lleva días con el equipaje hecho. El rancho no será el mismo sin Oscar.
—Son solo dos semanas pero no, no será el mismo.
Meses antes le había prometido unas vacaciones en el sur de California como regalo de graduación, y los padres de Eric habían hecho lo mismo. Oscar iba a dormir aquella noche en casa de los Schulze y al día siguiente se levantaría temprano para ir al aeropuerto. Habían alquilado una pequeña casa en la playa, y sus planes incluían turismo y días tumbados sobre la arena. En un principio, a Peter no le había preocupado lo más mínimo el hecho de que los dos amigos fuesen a estar lejos de casa, pero con la actitud que aquellos últimos días había tenido Oscar y su reserva, ya no se sentía tan cómodo con la idea.
Pero quizás lo único que le ocurría a su hijo era que estaba creciendo… creciendo y alejándose de su padre. Más tarde o más temprano tenía que ocurrir, ¿no? El problema es que Peter nunca había pensado que eso pudiera alterar su relación. Oscar siempre había hablado con él de todo: chicas, sexo, política, religión… cualquier cosa. Por eso se sentía tan desconcertado por su reserva respecto a Lali y al accidente.
Especialmente respecto a Lali. ¿Cómo podía no gustarle? ¿Y por qué le disgustaba tanto que estuviese en el rancho?
Peter se las arregló para mantener más o menos la conversación con Rosie, pero a sí mismo no podía engañarse. Ya nunca podría, durante el resto de su vida, quitarse a Lali del todo de la cabeza. Físicamente iba de camino a Hillman y al auditorio del instituto, pero su corazón se había quedado en el rancho con Lali.
¿Qué haría toda la noche, sola en aquella casa tan grande?


Lo que Lali estaba haciendo le sorprendía incluso a sí misma. Se había preguntado si podría dibujar caras, lo mismo que podía dibujar objetos inanimados, y el dibujo que hizo del rostro de Peter era tan exacto que la dejó atónita. Lo que más le sorprendía era que había sido capaz de captar su personalidad: su dulzura y su inteligencia se reflejaban en la mirada, y su sensualidad en las líneas de la boca.
Era buena… no una aficionada garabateando un papel, sino una verdadera artista, y aquella excitante conclusión le hizo preguntarse algunas cosas: ¿habría ido a Cougar Mountain para trabajar en aquel increíble escenario? ¿Llevaría materiales de pintura en la furgoneta? ¿Tendría reputación en el mundo del arte? ¿Se ganaría la vida con los pinceles? ¿Había alguna forma de averiguar todo aquello? Aun si se ponía en contacto con las galerías de arte de Montana, ¿averiguaría algo cuando ni siquiera estaba segura de llamarse Lali?
Tras pensar en todo aquello durante un buen rato, recogió sus dibujos, se los llevó a la habitación y se metió en la cama. Sin Peter en el rancho, sentía su aislamiento y su silencio. Sin Peter, se sentía perdida y sola. Era su unión con la vida, su fuerza, y ella lo quería.
Pero, ¿y si estaba casada y enamorada de su marido?
Tardó un rato, pero al final se quedó dormida.
* * *
Peter y Rosie entraron en la casa sin hacer ruido para no despertar a Lali.
—Buenas noches —susurró Rosie, dejando a Peter al pie de la escalera.
—Buenas noches, Rosie.
Peter subió despacio las escaleras. La preocupación por Lali y Oscar le pesaba mucho, y sospechaba que le iba a costar quedarse dormido. Pero era tarde, estaba cansado y no podía hacer otra cosa.
Tras una hora de dar vueltas y más vueltas, se levantó, se metió de mal humor los pantalones que había dejado sobre la silla y bajó a la cocina para prepararse una taza de cacao. Quizás le ayudase a conciliar el sueño.
Se preparó un buen tazón con la intención de tomárselo en su despacho, y estaba casi allí cuando oyó algo que le obligó a detenerse. ¡Sollozos, gemidos y otros sonidos inquietantes venían de la habitación de Lali! Dejó el tazón en la mesa del recibidor, corrió a su puerta y la abrió.
La habitación estaba a oscuras, pero había bastante luz en el recibidor para ver a Lali revolviéndose en la cama, obviamente con una pesadilla. Peter cerró la puerta, se acercó a la cama y la abrazó.
—Es solo un mal sueño, cariño —le dijo, intentando calmarla—. Solo una pesadilla.
—¿Peter? Gracias a Dios… —Lali lo abrazó—. Era horrible… estaba en una habitación a oscuras… y había arañas, muchísimas arañas… —se estremeció y le abrazó con fuerza—. Menos mal que estás aquí.
—Siempre voy a estar a tu lado, Lali. Mientras me necesites —añadió, porque ninguno sabía cuál iba a ser la duración de su relación.
—Puede… puede que te necesite siempre —dijo en voz tan baja que él apenas la oyó.
El corazón dejó de latirle por un segundo. ¿Habría recordado algo por lo que pudiera saber que no iban a separarse? Pero mientras sopesaba esa posibilidad, otras cosas estaban anulando su capacidad de razonar. Sierra estaba en sus brazos, abrazada a él y diciéndole que le necesitaba. Sentía el tejido sedoso de su camisón y el calor de su cuerpo. Su deseo por ella se hizo de pronto incontrolable y tomando su cara entre las manos, la besó en la boca.
Lali sabía que no debía hacerlo, pero no podía detenerse. Se tumbó sobre la cama y tiró de él mientras lo besaba enfebrecida. La sangre de Peter se le disparó por las venas. Lali deseaba algo más que besos, más que sentirse segura. ¡Lo deseaba a él!
Se deshizo de los pantalones y se metió bajo las sábanas con ella, y tras bajar una de las hombreras del camisón, fue besándola por el cuello, el hombro el inicio de su pecho. Las manos de Lali sobre su cuerpo, acariciando, explorando, destruyeron los últimos vestigios de sentido común, y le bajó el camisón más allá de los senos, aunque fue Lali quien acabó el trabajo quitándoselo del todo. Tan lleno de emoción estaba que creyó ver estrellas, tomó sus pechos con ambas manos y uniéndolos en el centro, hundió la cara en ellos para inhalar su perfume, para ahogarse en la suavidad de su carne.
«Te adoro. Te quiero más que a la vida misma».
No dijo nada, y ella tampoco. Solo gimió suavemente cuando lamió sus pezones y se retorció sobre la cama cuando la acarició íntimamente. Parecían no poder acariciarse y besarse lo suficiente, y su necesidad creció con los minutos.
—Peter… —susurró ella al fin—. Peter…
Era el ruego que había estado esperando oír, y no perdió tiempo para ponerse sobre ella. La penetró con suavidad la primera vez, pero después ambos se desbocaron, y para que Rosie no les oyera, Lali se tapó la boca con una mano, aunque lo que de verdad deseaba era poder dar rienda suelta a todo lo que sentía. Estaba ardiendo, a punto de llegar a ese momento mágico del clímax, y no era fácil expresar el éxtasis en susurros.
Peter también se esforzaba por no hacer ruido. No podía evitar que la cama sonase, pero sí podía controlarse para no gemir. Tanto placer. Un placer tan increíble… en toda su vida había estado más excitado que estando con Lali.
Casi en el punto álgido, Lali tiró de Peter para besarlo con fuerza, de modo que no pudiera gritar cuando ocurriese. Sin embargo, cuando llegó, cuando todo empezó a dar vueltas, cuando el placer se derritió, los dos consiguieron que sus gemidos no pasaran de sus gargantas.
Peter, agotado, se dejó caer sobre Lali, y ella se quedó con los ojos cerrados durante un buen rato, abrazándolo, amándolo, reviviendo en su imaginación aquellos últimos diez minutos, y su pensamiento más claro fue que no importaba lo que llegase a saber de su pasado: jamás se sentiría culpable por lo que había hecho aquella noche con Peter.
Él por fin se movió para besarla con suma ternura.
—¿Estás bien? —susurró.
—No tienes por qué preocuparte. Sabía exactamente lo que estaba haciendo. ¿Y a ti? ¿Te preocupa?
—No pienso dejar que me preocupe, porque no importa lo que pase, Peter. Nunca lamentaré lo que ha ocurrido esta noche —una lágrima partió de sus ojos y se deslizó por la sien. Menos mal que estaba demasiado oscuro para que él pudiera verla—. Y si tú lamentas que hayamos hecho el amor, me romperás el corazón.
—Lali, hay tantas cosas que me gustaría decirte…
—Lo sé —contestó ella casi con un sollozo—. Quizás algún día.
Peter suspiró y se tumbó a un lado para mantenerla abrazada hasta que se durmió. Entonces, con sumo cuidado de no despertarla, se levantó, volvió a ponerse los pantalones y salió de la habitación.

viernes, 15 de febrero de 2013

Capitulo Seis!




Bueno chicas. Aquí estoy. Quería pedir disculpas por el retraso pero no han sido...buenos días. Y por si faltara poco, mi portátil no funcionaba y ahora mismo va mas o menos. En fin, siento no haber podido subir antes. Lo siento.

Hoy acabo rápido así que solo agredecerles los comentarios, como siempre son increíbles. Gracias por todo chicas.

Espero que les guste el cap..

Sin nada que decir
Se las quiere!!

Gracias por leerme!! Besos, Vero!!

PD: Chicas, si hay algún error en los caps, les pido por favor que me lo digan, voy algo despistada...Besos!


                                  
                                  CAPITULO SEIS




Con el corazón saltándole dentro del pecho, Lali se quedó escuchando hasta que oyó a Peter marcharse del porche. Entonces se metió en la cama y se tapó con la ropa hasta debajo de la barbilla. Con los ojos abiertos de par en par, en lo único que podía pensar era en Peter y en cómo había deseado que sus besos no acabasen nunca. Los palpitos que sentía por el cuerpo no tenían nada que ver con el accidente. Sentía una profunda necesidad en la boca del estómago que le estaba causando una tremenda inquietud de espíritu que la obligaba a suspirar profundamente.
«Si pudiera recordar algo…» Desesperada, sacó las manos de debajo de la ropa y se frotó las sienes, como si aquel movimiento circular pudiese enviar impulsos eléctricos a su cerebro y relajarlo lo bastante para que la memoria pudiese volver a funcionar. Si no había un hombre, un marido esperándola en alguna parte, dejaría libres sus sentimientos por Peter, pero ¿cómo podía volver a comportarse como lo había hecho aquella noche si podía ser una mujer casada y con hijos?
Lo único que obtuvo de sus esfuerzos fue un dolor de cabeza. El doctor Trugood le había dicho que no se podía forzar la memoria, y que lo mejor que podía hacer era relajarse y dejar pasar los días. ¿Cómo iba a relajarse? ¿Cómo olvidar que su vida, tal y como la conocía, había empezado dos semanas atrás?
—Peter… —susurró, perdida una vez más en los momentos mágicos que habían compartido en el porche. ¿Sería ella una mujer apasionada por naturaleza, o habría sido su respuesta ante él algo especial?
Cerró los ojos para bloquear un torrente de dolor. Solo segundos después de haberse prometido a sí misma dejar de intentar recordar, volvía a hacerlo. Las lágrimas empezaron a rodarle por las mejillas. Se sentía indefensa y desesperada, y no había nada que pudiera hacer. Nada.
Una idea surgió de pronto: debería haber dejado que Peter la llevase al lugar del accidente. Por más que le inspirase terror, tenía que verlo. Era el lugar en el que su antigua vida había terminado y en donde había comenzado la nueva, y si eso no le despertaba la memoria, ¿qué otra cosa lo haría?


—Peter ayer cometí un error —le dijo, incómoda con la admisión.
Peter pensó que se refería a lo que había ocurrido en el porche. Estaban sentados a la mesa, y Lali no lo miraba a los ojos. Él había desayunado con el resto de los hombres hacía ya horas, pero se había sentado a tomar una taza de café al verla sola.
—Lo siento, Lali —suspiró—. Lo único que puedo decirte es que no volverá a ocurrir.
Por un momento lo miró sin comprender, pero después cayó en la cuenta.
—No me refiero a eso, Peter —le dijo, bajando de nuevo la mirada—. Puede que también fuera un error, pero no me refería a eso.
El comedor estaba iluminado por el sol de la mañana y el cabello oscuro de Lali brillaba como la caoba. Incluso con las abrasiones que aún le quedaban en la cara, a Peter le parecía la mujer más hermosa que había visto nunca, y no podía mirarla sin pensar en volver a besarla.
Pero lo intentó.
—Tú me dirás.
—Debería haberte dejado que me llevases al lugar del accidente —dijo, mirándole a los ojos—. Anoche estuve pensando en ello después… después de… ¿Te importaría llevarme hoy? No querría molestarte, Peter. Me había prometido a mí misma no estorbarte, pero es que lo he estado pensando y me parece crucial. Ojalá me hubiese dado cuenta de ello ayer.
—Ir allí te asustaba ayer. ¿Estás segura?
Lali tomó un sorbo de café.
—Para serte sincera, no estoy segura de nada. El doctor Trugood me dijo que intentase estar tranquila, pero no lo consigo. Si existe la más remota posibilidad de que algo dispare mi memoria, tengo que intentarlo.
Peter dejó su taza en la mesa y tomó su mano. Ella no solo le dejó hacerlo, sino que enlazó los dedos en los suyos. Peter le daba esperanza, fuerza y seguridad. Desde el primer momento. Había algo muy poderoso entre ellos, y aunque ambos sabían que no podía llegar a ninguna parte hasta que ella no recordara su pasado, tampoco eran capaces de negar su presencia y su influencia.
—Te llevaré a donde quieras ir —le dijo con dulzura—. Haré todo lo que pueda para ayudarte. Tienes que creerme, Lali.
Lo que sentía por ella brilló en sus ojos y Lali lo vio, lo sintió en el alma.
—Gracias —susurró.
Peter sintió una oleada de emoción más fuerte que cualquier otra cosa que hubiera sentido antes, pero no se atrevió a decirlo. No tenía derecho. Ella podía ser la esposa de otro hombre, y cuando recuperase la memoria, podía también recuperar el amor por su marido.
—¿Quieres que vayamos esta mañana? —le preguntó.
—¿Tienes tiempo?
—Puedo hacer lo que quiera —intentó sonreír—. No té olvides que soy el dueño del rancho —añadió, y tras darle un apretón a su mano, la soltó—. Te llevaré ahora mismo, si quieres.
Lo mejor sería quitárselo de en medio cuanto antes.
—Sí. Si puedes, vámonos ahora mismo.
Peter asintió y se levantó. Era una mujer con mucho valor, porque estaba seguro de que no quería hacerlo.
Bueno, él tampoco. Tenía la premonición de que, el día que recordase su pasado sería el día en que la perdería. Y si eso ocurría aquella misma mañana, tan pronto, ¿sería capaz de soportarlo?


Lali se dio cuenta enseguida de que Peter conducía en una dirección completamente distinta a la que habían traído de Missoula, e intentó calmar el nerviosismo que sentía en la boca del estómago. Y no porque las carreteras de aquella mañana fuesen de grava y estuvieran llenas de curvas, sino por lo que podía descubrir en el lugar del accidente. O mejor, por lo que podía no descubrir. Si no ocurría nada, si no recordaba nada, la desilusión sería mayúscula.
—Estas carreteras están practicables solo mientras hace buen tiempo —comentó Peter que había presentido su tensión y pretendía distraerla—. Durante los meses de invierno, suelen estar cubiertas de nieve, y como nadie vive por aquí, no se encargan de despejarlas —movió el volante para evitar un bache—. Como ves, no están en muy buenas condiciones, aunque se las repara periódicamente.
Lali era consciente de que pretendía distraerla, y se obligó a contestar.
—Si nadie vive aquí, ¿cómo es que hay carreteras?
—Hace años, había mucha actividad maderera y minera por la zona. Estas carreteras son los restos. Ni siquiera aparecen en los mapas, y solo los vecinos las utilizan. Bueno, los vecinos y la gente que busca deliberadamente estas rutas poco transitadas.
—Exploradores —murmuró Lali. ¿Sería eso lo que ella estaba haciendo aquel día fatídico… explorar carreteras poco transitadas?
Peter tomó otra carretera y de pronto las montañas aparecieron frente a ellos. La ruta se hizo más empinada y las curvas más pronunciadas.
Peter la miró preocupado. Si aquella carretera de montaña la asustaba, daría la vuelta.
—¿Qué tal vas? —le preguntó, intentando desesperadamente parecer normal.
—Estoy bien. Estas montañas son maravillosas.
La reverencia de su tono de voz le sorprendió enormemente. Pensaba que la tensión crecería en proporción directa con la altitud, pero al parecer no era así. Había pasado por aquella carretera en innumerables ocasiones, y el escenario era sin duda espectacular, pero no se esperaba que Lali apreciase las vistas.
Ya era hora de que supiera dónde estaban exactamente.
—Esta es la carretera a Cougar Pass. Es por donde iban Oscar y Eric aquella mañana.
Lali contuvo la respiración.
—Y la carretera por la que yo iba también. En la otra dirección.
—Sí.
La pista era traicionera y no podía apartar los ojos de ella, pero se arriesgó a mirar a Lali brevemente, pero una fracción de segundo bastó para darse cuenta de que había dejado de estar maravillada por el escenario. Estaba tan tensa que el cinturón era lo único que le impedía ir sentada en el borde del asiento.
Iba conduciendo muy despacio, que era como siempre conducía por aquella carretera, y al no poder soportar más su agonía, aprovechó uno de los escasos tramos rectos para pisar el freno, soltar su cinturón de seguridad y abrazarla.
—No tienes por qué hacerlo —le dijo, y la voz se le rompió por la emoción.
Lali le dejó abrazarla, incluso apoyó la cabeza en su hombro. El momento fue un respiro del temor que había estado soportando, algo que necesitaba desesperadamente. Además, estar en brazos de Peter le proporcionaba un calor a su cuerpo y a su corazón como no lo haría ninguna otra persona en el mundo. Cada vez que Peter la tocaba era como si le transfiriese parte de sí mismo, su fuerza y su determinación.
Pero no eran solo esos los motivos de que quisiera seguir en sus brazos. Peter era un hombre increíble y maravilloso, y se dio cuenta de que quería conocerle como hombre. No podía evitar sentir lo que sentía por él. No podía destruir lo que despertaba en su interior. Sus besos de la noche anterior habían hablado por él, y se preguntaba si desearle del mismo modo que él la deseaba la convertía en una mujer sin moral. Y en aquel momento, ¿podía importarle algo así?
Deslizó una mano hasta su muslo, y el pulso de Peter se disparó. Sabía que debía impedir que siguiera, pero su cuerpo se negaba a aceptar las órdenes de su cerebro.
—¿Te importa? —susurró ella—. Es que… necesito tocarte.
—Haz lo que quieras —contestó con voz ahogada y áspera.
La noche pasada, ella le había besado apasionadamente, y él habría hecho precisamente lo que ella estaba haciendo en aquel momento si ella no se hubiera opuesto. ¿Hasta dónde querría llegar? Tenía miedo de tomar la iniciativa. ¿Sería posible que no recordase cómo era el cuerpo de un hombre?
Pero un instante después, dejó de preocuparse por la iniciativa y todo lo demás, porque no pudo resistirse al deseo de besarla. Pero estaban a plena luz del día y aunque aquella carretera no estaba transitada, podía aparecer un coche en cualquier momento. Intentó recordarlo mientras invadía su boca con la lengua y la exploración que ella estaba haciendo de sus vaqueros se volvía más descarada, aunque apenas un segundo después todo perdió importancia, pues su presión sanguínea estaba a punto de hacerle explotar.
Lali se sintió contenida por el cinturón de seguridad y lo desabrochó para ganar libertad de movimientos. En ese mismo instante, algo se le apareció ante los ojos. «¡Se había quitado el cinturón de seguridad durante el accidente!»
—¡Peter! —exclamó—. ¡He recordado algo!
Él la miró, intentando desesperadamente enfocar la mirada. Su cuerpo estaba en llamas, y durante unos segundos no fue capaz de pensar en otra cosa, pero al final registró lo que ella le había dicho e inspiró profundamente.
—¿Qué… qué has recordado?
—¡Que me desabroché el cinturón durante el accidente! Recuerdo haberlo hecho —su excitación empezó a palidecer—. No es mucho, ¿verdad?
Peter seguía intentado enfriarse.
—Es algo. Vamos a ver: ¿recuerdas haber tenido miedo? ¿Te diste cuenta de lo que estabas haciendo, y por qué?
—No lo sé. Al quitarme ahora el cinturón, me he visto a mí misma haciéndolo en el accidente, pero se ha borrado tan rápido como apareció. Ya no está —se volvió a mirarlo y se apoyó de nuevo contra su pecho—. Tengo tanto miedo, Peter —susurró.
Peter suspiró. Podría volver a excitarla, pero aquel no era un lugar para hacer el amor. Era mejor que hubiese ocurrido algo que los detuviera, aunque su cuerpo fuese de otra opinión.
Con ternura apartó unos mechones de pelo que le tapaban la cara.
—¿Sigues queriendo ver el lugar del accidente?
—Ojalá no tuviese que verlo nunca, pero tengo que ir, Peter… tengo que hacerlo.
—Lo que tú digas —tomó su cara entre las manos y le dijo en voz baja—: quiero hacerte el amor. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí, lo sé, y yo quiero… yo quiero… —se mordió un labio—. No importa lo que queramos. Podría estar casada.
—También podrías ser soltera.
—Entonces, ¿por qué tengo esta señal en el dedo?
—Lali, no todos los anillos son alianzas.
—Tienes razón, pero hasta que lo sepa con seguridad… —Lali se abrochó de nuevo el cinturón de seguridad—. Vámonos, por favor.
Parecía cansada y desilusionada, y el corazón de Peter sufrió por ella, pero no volvió a tocarla. Sabía que para ellos era imposible limitarse a un abrazo de consuelo.
Acababa de poner el coche en marcha cuando Lali dijo en la voz más triste del mundo:
—Puede que no lo sepa nunca. ¿Y si ocurriera eso, Peter? ¿Y si nunca recupero la memoria?
Él tragó con dificultad.
—No pienses en eso, cariño. Lo recordarás todo uno de estos días. Simplemente necesitas más tiempo.
Ella siguió mirándolo.
—Eres un verdadero príncipe entre los hombres, Peter.
El sonrió.
—Gracias, pero soy tan corriente como el que más.
—No, Peter, no lo eres.
Conteniendo las lágrimas, se volvió hacia la carretera y no dijo nada más.


Peter también se sintió más nervioso a medida que se acercaban a la curva en la que había ocurrido el accidente. Le preocupaba la reacción de Lali. Podía recordarlo todo, y no recordar nada, y ninguna de ambas opciones era agradable.
Cuando por fin llegaron a la curva, vio una fila de conos naranjas y unas señales de obra.
—Ya estamos —dijo, manteniendo la calma—. ¿Estás bien?
Lali se irguió en el asiento. Tenía que hacerlo, y ya era hora de dejar de quejarse.
—Estoy bien.
Peter redujo la marcha. La curva era muy cerrada, el peor tramo de Cougar Pass. A la derecha quedaba el muro de piedra de la montaña y a la izquierda no había absolutamente nada, solo el despeñadero hasta el río. Pegados a la pared de la montaña, había tres coches aparcados, y Peter se detuvo detrás del coche patrulla de la policía de carretera de Montana, paró el motor y miró a Lali.
—¿Es aquí? —preguntó ella, frunciendo el ceño.
—Sí, es aquí —contestó, y no tuvo que preguntar si reconocía algo, porque ella miraba con los ojos desorbitados en todas direcciones, pero la respuesta estaba escrita en su cara: no reconocía nada.
—¿Qué demonios estaría yo haciendo aquí? —preguntó en voz alta, aunque no esperaba que Peter la contestase—. Me has dicho que esta carretera llega a Cougar Mountain. ¿Hemos pasado por allí?
—No. Podemos volver por allí si quieres, pero esta carretera se desvía unos treinta kilómetros antes —tomó su mano y, como siempre, ella le dejó hacer—. ¿Quieres bajarte y echar un vistazo?
Ella asintió.
—Como no pienso volver aquí, sí, creo que sí.
Se volvió a mirarlo y la expresión preocupada de sus maravillosos ojos verdes hizo que su corazón diese un salto. Podía venirse abajo fácilmente, pero no quería volver a llorar en el hombro de Peter. Estaba siendo tan paciente con ella, tan considerado… pero no se merecía tener que soportar constantemente sus llantos, así que habló con una firmeza que no sentía.
—Quiero verlo todo, así que, cuando quieras.
Peter sabía lo que estaba haciendo: ocultando sus sentimientos por él. Su consideración lo conmovía, al igual que todo en ella. No tenía por qué hacer aquello. No tenía por qué cavar para desenterrar un pasado olvidado. Era una persona muy especial tal como era, y si pudiese aceptarlo…
Pero no podía, claro. Si la amnesia le hubiese sobrevenido a él, tampoco podría.
—Vamos —dijo—. Sal por mi lado. Estamos demasiado cerca de la pared.
No se veía a nadie, pero se oían voces mezcladas con el ruido de la corriente. Los conductores de los coches debían estar junto al río.
Peter tomó la mano de Lali y caminaron hasta el borde del precipicio. Al asomarse, Lali contuvo un grito se sorpresa, y él la rodeó por los hombros.
—Dime cómo ocurrió —le pidió con voz temblorosa.
Viendo a los hombres trabajar junto al río en busca de restos del accidente, le recitó los detalles, manteniendo su voz fría y sin emoción. Lali intentó imaginarse sus palabras, ver su furgoneta rodando hasta el lecho del río, imaginarse a sí misma saliendo despedida… ¡recordar!
Las imágenes que se le aparecían ante los ojos eran horribles, pero eran fruto de la imaginación y no de la memoria. No había nada allí. Obligarse a volver al lugar del accidente no le había servido para nada.
—Me gustaría que nos fuésemos —dijo, desilusionada—. ¿Podemos?
—Sí —contestó él.
Los hombres que estaban abajo los vieron, y uno de ellos gritó:
—¡Hola! ¿Podemos ayudarles en algo?
Fue Peter quien contestó.
—Ésta es la señorita que conducía la furgoneta. Quería ver el lugar del accidente, pero ya nos vamos.
Con el brazo aún rodeando sus hombros, condujo a Lali hasta la camioneta. Lali no habría podido decir cómo hizo para dar la vuelta, porque se sentía tan aturdida que era incapaz de registrar nada. En lo único que podía pensar era en aquella curva y en el precipicio. ¿Cómo habría sobrevivido a un accidente tan horrible?
No era de extrañar que los médicos se hubiesen maravillado de que apenas hubiera sufrido daños. Daños físicos, claro.