martes, 31 de julio de 2012

Capitulo Nueve!




Hola chicas, como andan?? Hoy paso rápido porque no me encuentro muy bien. Les dejo capi! Tengo que decir que queda uno, mas el epilogo. Esta historia llega a su final, igual, seguiré subiendo muchas jaja. Gracias a todas por sus comentarios. Sean felices!!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!


                              
                              CAPITULO NUEVE



Era el momento favorito del día para Peter. No siempre había sido así, pero las cosas habían cambiado.

Los chicos estaban en la cama. Incluso Tomy le había pedido esa noche que le enseñara unos cuantos mapas de la zona. Luego, cuando llegó el momento de contarle a Ruben un cuento antes de dormir, todos se habían sentado sobre la cama del niño, incluido Tomy, y habían disfrutado con las historias de Robert Munsch. Mientras Lali leía el cuento, Peter la había observado y había visto lo feliz que se la veía, y que aquello era lo que ella había soñado y esperado. Una familia, no un campo de batalla.
Y el tener una familia era precisamente lo que él había soñado toda la vida.
Sencillamente, Tomy no compartía el mismo sueño. Peter había averiguado que era una tregua temporal cuando había entrado en el baño después de salir los niños. Tomy había escrito su nombre con pasta de dientes en el espejo. Peter lo limpió antes de que Lali lo viera, sabiendo lo rápidamente que borraría la serenidad de su rostro.
Después de fregar y secar los platos, Peter abrió la puerta de la cocina para salir con Lali al porche trasero. Ella salió con la cabeza levantada, mirando las estrellas como si no las hubiera visto la noche anterior o la otra.
Cuando llegaron a su loma favorita, Peter se metió la mano dentro de la camisa y sacó una rosa roja de tallo largo.
—¡Peter! ¿Y esto por qué?
—Porque hoy hace dos semanas que nos casamos.
—¿Tuviste que ir hasta la ciudad para comprarla? —preguntó mientras metía la nariz entre los pétalos de la flor.
—Sí.
—¿Y no te ha arañado, ahí dentro como la llevabas?
—Pues, sí.
—¿Y ha valido la pena?
—Por supuesto, señora. Te ha hecho sonreír. Esa arruga del entrecejo casi ha desaparecido.
Lali miró hacia la casa.
—¿Cómo no me voy a preocupar? Peter, se está comportando tan mal. Jamás ha estado así. ¡Como si lo de rayar el coche no fuera suficiente! Después empezaron los pequeños percances, como soltar los terneros, tirar la pelota de béisbol por la ventana del baño.
—¿Cómo?
—Ha sido esta tarde.
—Déjame adivinar. ¿Un accidente?
—¿No te has dado cuenta?
—Pensé que la ventana del baño estaba abierta.
La verdad era que se había distraído completamente con el incidente de la pasta de dientes, lo cual había decidido no contarle.
—Me siento tan angustiada, Peter, tan dividida entre el amor y la lealtad.
Eso lo sabía él. Lo sabía desde que habían discutido  por Tomy. Le daba miedo preguntarle hacia quién de ellos sentía lealtad y hacia quién amor. Entre ellos no hablaban de esas cosas.
Le sorprendió lo mucho que deseaba oírle hablar de ello.
Cada mañana se despertaba esperando que ese fuera el día en que Lali le dijera que lo amaba.
Pero en lugar de eso, se despertaban con alguna nueva jugarreta de Tomy y Lali seguía preocupada. Cuando la veía así, a Peter se le partía el corazón.
Porque la amaba.
No podía creer lo que sentía por ella, ni el inmenso regalo que le había dado la vida.
La observaba con su hijo y sentía el amor creciendo en su pecho.
Cuando entraba en casa y olía a limpio y a galletas recién hechas, su amor por ella crecía un poco más.
Se iba de noche a la cama y Lali se mostraba tan asombrada, tan amorosa, tan sexy sin ni siquiera sospecharlo, y su amor por ella crecía un poco más.
Veía que, después de pasar años sola, le daba su confianza poco a poco, y él la tomaba como un regalo del cielo, sin saber si era o no merecedor de ella.
De noche, salían a pasear bajo el inmenso cielo estrellado, y él empezó a amar su tono de voz y su tranquilidad, su ternura, su consideración, y el amor por ella crecía un poco más.
Con la misma esperanza con la que ella plantaba flores en aquella tierra seca. Y, tal vez, igualmente predestinada.
—Hay algo más —dijo Lali.
—¿Tienes que contármelo? —dijo con pesar.
—Los Mortimer llamaron esta tarde. Fueron muy desagradables conmigo. Dijeron que iban a decirle al juez que nuestro matrimonio es un montaje, y también que acabarían consiguiendo la custodia de Ruben.
Peter se olvidó de que había pasado una nueva página en su vida y soltó una palabrota.
—¿Peter, quieres hablarme de Eugenia? Siento que si entendiera algunas cosas sobre ella también comprendería mejor a Ruben. Y tal vez, también a sus padres.
Peter nunca había querido hablar de Eugenia, y menos aún a su recién estrenada esposa pero, de repente, entendió lo que Lali le estaba ofreciendo; no solo quería comprender mejor a Ruben, sino también ayudarlo a él.
—La conocí en un rodeo. Era la reina de las carreras de caballos. Preciosa. Insensata. A mí me gustó, porque era tan alocada e irresponsable como yo. Le gustaba vivir deprisa, la velocidad, la acción. Era imprevisible e informal y, en ese momento, fue un elemento en mi vida que se añadió a toda aquella sensación de emoción que sentía. Me dijo que tomaba anticonceptivos, así que me quedé helado cuando me comunicó que estaba embarazada —intentó no hablar con amargura, pero le resultó imposible—. A ella se le ocurrió abortar; dijo que no le importaba hacerlo. Pero yo la convencí para que no lo hiciera. Pensé que, cuando naciera el bebé, estaría tan dispuesta a cambiar como lo estaba yo. Pero aprendí una dura lección sobre los humanos, y es que la primera impresión es la que vale. A Eugenia no le interesaba ser mamá. Odiaba la granja, el trabajo duro, y al poco tiempo empezó a odiarme a mí. No fui capaz de darme cuenta, desde el principio, de que a ella no le importaba nada en el mundo. Lo único que le interesaba era vivir emociones, y cuanto más fuertes, mejor. Y claro, la vida en una granja de Saskatchewan no resulta demasiado apasionante.
O al menos eso había pensado Peter hasta que había conocido a Lali. De pronto, junto a Lali, que parecía tan tranquila y sencilla, su granja de Saskatchewan se había convertido en un lugar bastante emocionante. ¡Y eso sin contar las jugarretas que Tomy llevaba a cabo todos los días!
—Era como si Eugenia tuviera algo extraño en su naturaleza —continuó de modo reflexivo, expresando sus pensamientos en voz alta por primera vez—. Oculto tras aquella sonrisa temeraria estaba el hecho de que a Eugenia no le importaba nadie sino ella misma. Eugenia empeoró después de nacer el bebé. Se volvió más inquieta, más resentida. A veces, cuando entraba en casa después de terminar el trabajo de la granja, empezaba a lanzarme cosas y a gritarme. Decía que quería al bebé y no a ella, y que deseaba que ella se muriera de aburrimiento y que yo lo estaba naciendo todo a propósito. Un día agarró al bebé y se largó. Y se lo llevó no porque quisiera al niño, sino para hacerme daño. Para castigarme por no haberle dado lo que ella quería. Supongo que también por no ser capaz de llenar el vacío que ella sentía por dentro; aunque estoy convencido de que tampoco lo habría podido lograr otra persona. En realidad, cuanto más intentaba comprender su enrevesada manera de pensar, más fracasaba. La localicé y la vi en un par de ocasiones, el tiempo suficiente para verla sonreír con satisfacción al comprobar que me estaba causando tanto dolor. Y después, volvía a desaparecer. Cada día doy gracias a Dios de que Ruben no estuviera con ella el día que se mató en accidente de tráfico. Supongo que le diría a Ruben muchas cosas malas de mí, porque cuando lo traje aquí por primera vez parecía tenerme mucho miedo, se mostraba receloso y no hablaba. Ahora es cuando está empezando a salir de ello.
—Pobre bebé —dijo Lali—. Pobres los dos.
—¿Eugenia? —dijo Peter con incredulidad.
—Peter, Eugenia nunca maduró. Por eso es por lo que Ruben está tan encariñado con Tomy. Así es exactamente como se comporta Tomy. Le tiene afecto a Ruben, pero solo mientras no interfiera con sus planes.
—No siento su muerte. ¿Te parece horrible?
—Es humano. Peter, creo que necesitamos invitar a sus padres a venir aquí.
—Abre los ojos, Lali.
—No, lo digo en serio —dijo con firmeza y Peter vio que Lali no iba a ceder—. Perdieron a su hija y están llenos de rabia hacia mí porque necesitan tener un culpable. Pero si les dejas venir aquí verán que no eres tú.
—Sí, claro.
—Y quizá también vean que siguen teniendo un nieto, y que ha heredado lo mejor de su hija.
—¿Y qué pasa si ella salió así por culpa de ellos?
—No te estoy pidiendo que les dejes educar a Ruben, sino que permitas que ellos sean para el niño una pequeña parte de su vida. Que ellos sean el vínculo con su madre, y él el de sus padres con ella.
—Es que no quiero hacerlo.
—Solo piénsatelo.
—¿Tengo que hacerlo?
—Sí.
Y en ese momento vio que lo que acababa de decirle sobre Eugenia, que la primera impresión sobre una persona era la que valía, era también aplicable a Lali.
Desde el primer momento se había dado cuenta de que era amable y cariñosa, pero con una fuerza y un tesón muy grandes.
Enseguida, había pensado que tenía que ser más hombre de lo que era si quería conservar el amor de Lali; más abierto, más amoroso. E incluso también más indulgente. Iba a tener que dejar de ser el tipo duro que era capaz de guardar rencor durante mucho tiempo si quería ser el hombre que Lali pensaba que era.
—De acuerdo —dijo con brusquedad—. Los llamaré.
Se acercó a él y le dio un beso en los labios.
Antes de que se dieran cuenta, se quedaron desnudos bajo un maravilloso cielo estival, y Lali ni siquiera se preocupó de las serpientes.
Después de hacer el amor, cuando se sentía en la cima del mundo, pensó en lo que podía hacer para arreglar su relación con Tomy, para aplacar la rabia del chico. De repente, se le ocurrió algo genial. El chico quería encontrar a su padre. ¿Por qué no ayudarlo? Era algo en lo que podrían trabajar juntos, que podría unirlos y hacer que Tomy no lo viera como al enemigo que le había robado el cariño de su tía Lali.
Tomy le dio una oportunidad a primera hora del día siguiente. Estaban trabajando juntos, dando de comer a los terneros, cuando el chico dijo:
—Voy a buscar a mi padre. Si tuviéramos Internet en casa podría encontrarlo enseguida. ¿Cómo puede ser que no tengamos ordenador en casa? ¿Cómo es posible que...?
—¿Sabes cómo se llama tu padre?
—¡Por supuesto que sé cómo se llama mi padre! —Tomy lo dijo con tanta rabia que Peter sospechó que no lo sabía.
—Te ayudaré a encontrarlo —dijo Peter.
Tomy se quedó perplejo, y de repente Peter deseó haber discutido aquello con Lali antes de decirle nada a Tomy, porque la cara que puso el chico no fue precisamente de gratitud.
Se le veía muy joven y vulnerable. Y también muy atemorizado.
—Eso sería estupendo —dijo, desviando la mirada enseguida—. Encontraremos a mi padre y me iré a vivir con él.
—Eh, chico, espera un momento. Te ayudaré a encontrarlo y entonces hablaremos con tu tía Lali sobre el paso siguiente a dar. A lo mejor podrías escribirle una carta, y quizá quedar después con él.
Tomy no dijo nada.
—Lo haremos la semana que viene, ¿vale? Después de que vengan los abuelos de Ruben el domingo.
—Estoy impaciente por hacerlo —contestó Tomy, pero Peter oyó algo más, y entonces deseó no haber abierto la boca.


Lali miró las flores que había colocado en el jarrón. Allí en la granja las flores no aguantaban demasiado bien los azotes del viento de la pradera, pero con unos cuantos capullos y la rosa que Peter le había regalado, quedó bastante bien.
Miró el reloj. Los Mortimer llegarían en menos de una hora.
Peter entró y sonrió al ver las flores.
—¿Quedan ridículas? —preguntó Lali.
—Son bonitas.
—¿Podrías ir a ver que hacen los niños? Tomy se llevó a Ruben al cobertizo para que jugara con la carnada de gatos recién nacidos, pero hace un buen rato que no los veo. Además, hay que bañar a Ruben.
—Los Mortimer se mostraron tan emocionados por venir aquí, Lali. Creo que tenías razón.
—Intentaré no recordártelo demasiadas veces.
—Muy graciosa.
Quería decírselo en ese momento. Que lo amaba. Cuando se levantó esa mañana lo había pensado, y había seguido pensándolo todo el día. ¿Con la intimidad que tenían, por qué les daban tanto miedo las palabras?
Quizá fuera porque Tomy se estaba comportando tan mal. ¿Cuánto tiempo lo soportaría Peter? ¿Cuánto antes de sugerir que quizá aquello no estuviera funcionando?
—¿Oye, en qué estás pensando ahora? ¿Qué te preocupa? —le dijo, tocándole la frente.
—Creo que te estoy arruinando la vida —le susurró ella.
—¿Arruinándome la vida?
—Si estás harto de que Tomy vaya destruyendo tus cosas, lo entenderé.
—A lo mejor lo que quieres decir es que estás harta de la tensión que hay entre nosotros.
¿Le estaría dando Peter una salida? Pero el mero hecho de pensar en dejarlo le hacía tanto daño que creyó que se echaría a llorar. Ni siquiera estaba segura de poder hacer eso por Tomy. ¿En qué clase de persona se había convertido? ¿Acaso solo era capaz de pensar en sí misma?
—Hablaremos más tarde —dijo—. Por favor, ve a por los chicos.
Peter salió por la puerta trasera. Pero cuando volvió, casi media hora después, estaba pálido y angustiado.
—He mirado por todas partes, Lali. No los encuentro.
Ella se lo quedó mirando.
—¿Que no los encuentras? Pero no es posible. ¿Dónde iban a haber ido?
Se recorrieron la granja juntos, y luego la casa. Tomy había dejado una nota en su habitación, encima de su almohada. Estaba mal escrita y emborronada por las lágrimas.
Lali la leyó en voz alta.

Querida tía Lali:
He sido muy malo y lo siento. Veo que estás muy feliz, excepto por mí, y sé que ya no me quieres. Benjamin te dejó por mi culpa, y Peter lo hará pronto. No consigo hacer feliz a nadie, solo consigo entristecer y enfadar a los demás. No sé por qué. Supongo que me siento triste y enfadado todo el tiempo. Mi mamá murió y mi padre nunca me quiso, y me pregunto si todo eso ocurrió por culpa mía, y no me extraña que nadie me quiera.
Peter dijo que me ayudaría a encontrar a mi padre. Eso quiere decir que él también quiere librarse de mí.

—Dios mío —dijo Peter.
—¿Qué es esto sobre su padre?
—Ay, Lali, pensé que si me ofrecía para ayudarlo a buscar a su padre no estaría tan enfadado conmigo, ni sentiría que estábamos en bandos opuestos. Fue un error de lo más estúpido.
—Yo creo que fue un gesto amable por tu parte —dijo con firmeza, y luego continuó leyendo la carta.

Ruben me tiene mucho cariño, y yo a él también, aunque se mee en los pantalones. Pero él tiene un papá de verdad y ahora te llama mamá a ti, y sus abuelos van a venir a verlo. Yo no tengo abuelos y nadie vendrá a verme nunca. Estoy seguro de que algún día tendrá un hermano o una hermana de verdad. Pero yo nunca lo tendré.
No te preocupes por mí. Voy a volver a Vancouver. Allí hace buen tiempo y la gente puede vivir en la calle incluso en invierno. Puedo ser un niño de la calle, igual que esos a los que siempre dabas dinero. No vengas a buscarme porque tengo planeada una ruta secreta y jamás me encontrarás.
Adiós para siempre. Te quiero. Tomy.


P.D.: Ruben está en el cobertizo jugando con los gatitos. Le dije que no viniera conmigo. Ya sabes que él siempre me hace caso.

—Oh, Dios mío —exclamó Lali; se dejó caer en una silla y volvió a leer la carta, llorando sin consuelo—. ¿Dónde podrá haber ido? ¿Y dónde está Ruben?
Peter seguía pálido.
—Creo que esta vez ha decidido no hacerle caso a Tomy.
Lali miró a Peter consternada.
—¿Dónde crees que podrían haber ido? Tenemos que ocuparnos de él primero. Es más pequeño.
—Creo que se ha ido tras de Tomy, donde quiera que esté él. La cuestión es si Tomy lo sabe ya. ¿Hará cuánto que se han ido?
Miró el reloj angustiada.
—Al menos una hora, aunque quizá sean casi dos. ¿Por qué no fui a ver si estaban bien?
—Tú no tienes la culpa. ¿Por qué ir a ver cómo estaban? Muchas veces se han pasado horas jugando en el cobertizo. Voy a ensillar un caballo. Esta nota me está haciendo pensar que quizá decidiera ir campo través hasta la autopista. Me estuvo preguntando por eso hace unos días, cuando le enseñé el mapa.
—Tú tampoco tienes la culpa, Peter.
—Quizá sí, Lali. Me daba cuenta de lo infeliz que estaba el niño y de lo infeliz que te estaba haciendo a ti.
—Es a ti a quien estaba entristeciendo —dijo ella.
—¿A mí? Podría manejar a diez niños como él con una sola mano solo para estar contigo. Mira, quiero que llames a la policía. Y después a Ma Watson. Cuéntale lo que ha pasado y dile que haga correr la voz porque necesitamos a toda la gente que podamos conseguir para ayudarnos a encontrarlos. Pueden traer caballos o buscar a pie, pero no quiero coches. Se va a hacer de noche y no quiero que nadie atropelle a ninguno de los niños. Después de llamar, métete en la camioneta y ve hacia la ciudad. Mira en los bancales y ve despacio si pasas por algún sitio donde puedan estar escondidos.
Se enteró de todo lo que le dijo, pero de algún modo su mente se había detenido en solo para estar contigo. Y esas palabras tan simples la ayudaron a mantener a raya el pánico y a sentirse más fuerte de lo que se había sentido jamás.
—¿Y si vienen todas esas personas y Tomy y Ruben están dormidos bajo un montón de paja?
—No puedo arriesgarme a no avisarlos. Las gentes de esta tierra prefieren que les llames para ayudar, aunque al final sea innecesario que recibir malas noticias.
Oyeron el motor de un coche deteniéndose delante de la casa. Peter hizo un gesto de confusión y seguidamente frunció el ceño.
—Los Mortimer. Qué momento más inoportuno.
—Es el más oportuno —dijo Lali—. Les voy a poner a cargo del centro de operaciones y me voy contigo. Ensilla dos caballos.
—¿Has montado alguna vez?
—Sí.
No le dijo que había sido un poni de Shetland que iba dando vueltas en una feria.
—Ve a preparar los caballos.
Y mientras él salía por la puerta de atrás, ella lo hizo por la de delante.
Brevemente se presentó, les contó lo que había pasado y lo que necesitaba de ellos. A Lali le impresionó la manera en que Ron Mortimer se hizo cargo de la situación inmediatamente.
En un santiamén estaba sentado a la mesa de la cocina con la agenda de Peter y fotografías de los dos niños. Después de colgarle a Ma Watson, le pidió que le dijera los nombres de las emisoras de radio locales
Fiona Mortimer le preguntó dónde tenía la cafetera y provisiones para preparar sándwiches.
—Necesitaremos alimentar a la gente que los busque si los niños no aparecen enseguida.
—Gracias —dijo Lali—. Lo siento tanto. No puedo llegar a imaginar el shock que esto habrá sido para ustedes. Tengo que marcharme...
—Espera cinco minutos. Ve a busca ropa de abrigo para Peter y para ti. Y cuando vuelvas, os tendré preparados unos sándwiches. ¿Dónde tienes los termos?
Después de eso, Fiona sacó a Lali precipitadamente de la habitación. Unos minutos después, Lali corría hacia el establo con un par de termos llenos de café caliente, ropa de abrigo y unos sándwiches.
Peter tenía preparados dos caballos. A Lali le parecieron enormes, pero no se dejó amilanar por ello. No en ese momento. No sabiendo que Peter haría cualquier cosa para estar con ella.
La ayudó a montarse y la miró con ojo crítico mientras lo hacía.
—Supongo que estarán ahí dentro hablando de la custodia —dijo con tristeza.
—Peter —le dijo Lali—. Creo que quizá te lleves una sorpresa.
Peter se subió al caballo y dejó de pensar en los Mortimer.
—Quiero ir por aquí —dijo, señalando un camino—. He encontrado una huella en el suelo, y Tomy me hizo un montón de preguntas relacionadas con esta dirección cuando estuvimos mirando el mapa. Si hubiera tomado esta dirección, acabaría llegando a la autopista. Pero son cuarenta y tres kilómetros de terreno abrupto.
Lali miró a la pradera y se sintió abrumada por su grandeza. ¿Si tomaban un camino distinto al de los niños, cómo iban a encontrarlos? ¿Estarían los niños juntos? Aspiró profundamente y se dijo que debía ser fuerte y mantener la calma.
De pronto, se enfrentó a un hecho al no se había enfrentado en toda su vida. Que el preocuparse no resolvería nada. Solo la acción.
Y Peter era un hombre de acción.

lunes, 30 de julio de 2012

Capitulo Ocho!




Hola chicaaaaass!!! Como les va este lunes?? Al parecer esta "pequeña familia" crece! jajaja Me encanta que se vayan sumando mas lectoras y que les guste la historia. Y también me pone feliz que leyeran la anterior nove y disfrutaran de ella también. Las leo a todas y cada una y les doy las GRACIAS por dejarme su opinión y compartirla conmigo. SON LAS MEJORES!! Ahora si, les dejo que lean tranquilas el capi que se que es lo que quieren!! Jaja
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                              CAPITULO OCHO



Cariño, despierta.

Lali se acurrucó bajo el edredón. Entonces sintió unos labios rozándole los dedos de los pies y, al momento, un enorme placer al recordar dónde estaba, que era la señora de Peter Lanzani y lo que habían pasado la noche haciendo.
Peter se metió bajo el edredón y sacó la cabeza al lado de ella. Lali le sonrió, mirando sus ojos risueños, verdes, brillantes.
—Buenos días, señora Lanzani —le besó la mejilla.
—¿Se supone que ese es el paso siguiente a señorita?
—Olvidé que por la mañana estabas de mal humor. Claro que, no es por la mañana. Se suponía que tendríamos que habernos marchado de luna de miel hace ya tres horas.
Ma Watson se había ofrecido para quedarse con los niños durante cuatro días para que Peter y Lali pudieran escaparse a Cypress Hills, un paraíso terrenal no muy lejos de Medicine Hat que no había sido destruido por los efectos de los glaciares. ,
—Te encantará —le dijo Peter mientras le daba besitos en la oreja—. Es un lugar muy exótico, casi como una selva tropical en medio del desierto.
—Lo que estás haciendo es bastante exótico —dijo ella.
—Inocente. Se llama erótico.
Y para cuando terminaron de explorar eso, habían pasado otras dos horas más.
—Creo que deberíamos marcharnos cuanto antes —le dijo Peter sentado frente a ella en la bañera, entre un mar de espuma.
Lali le acarició la barbilla con el dedo del pie.
—Pienso que deberíamos quedaros aquí mismo.
—¿Y qué clase de luna de miel sería esa?
—Hasta el momento yo me lo estoy pasando muy bien —le dijo—. ¿Sabes lo que me gustaría hacer?
—¿Otra vez? —le preguntó sorprendido.
—Además de eso. Pintar las habitaciones de los niños.
—Eso suena muy romántico.
—Quizá te lleves una sorpresa.
Pasaron el resto del día pintando la habitación de Ruben de un precioso azul pálido. A Peter se le daba fatal y acabó todo lleno de pintura
—Ven aquí —le dijo con voz ronca cuando habían terminado la última pared.
—¿Estás de broma? No te voy a tocar.
Él avanzó hacia ella.
—¡Peter, estás todo manchado de azul!
—En la salud y en la enfermedad —le recordó mientras se adelantaba con rapidez y le plantaba las manos llenas de pintura—. Limpio o lleno de pintura.
Lali echó a correr chillando y él fue detrás de ella. Sabía que Peter la atraparía enseguida porque estaba en mejor forma física que ella, pero también que no era más que un juego del que ambos estaban disfrutando. De repente, Lali se sintió sobrecogida por el curso que había tomado su vida.
Cuando, después de su largo compromiso, Benjamin le había dicho que tendría que ser o él o Tomy, Lali se había disgustado mucho. Sintió como si hubiera invertido los mejores años de su vida en una relación baldía, pues Lali había tenido que posponer su boda una y otra vez por la enfermedad de su hermana.
Se le ocurrió que de haber sido Peter, se habría casado con ella de todos modos.
En secreto, Lali había albergado al esperanza de que Benjamin insistiera en casarse con ella, para apoyarla y ayudarla a pasar la enfermedad de su hermana, demostrándole así su amor.
Pero no lo había hecho. Pensándolo bien, casi le parecía que se había mostrado aliviado cuando habían pospuesto la boda. Y quizá también cuando Lali había elegido a Tomy.
¿Habría Benjamin intuido que si se casaban perderían la oportunidad de tener lo que ella tenía en ese momento con Peter?
Se echó a reír al pensar en ello. Porque le resultaba gracioso pensar en Benjamin mostrándose apasionado. O juguetón. ¿Qué era exactamente lo que le había atraído de él?
En aquel entonces, Benjamin le había parecido un hombre de lo más estable. Tenía un negocio próspero, y eso también la había atraído. Pero al final, resultó no ser el hombre conveniente.
Mientras corría por el camino hacia el establo, riendo a carcajadas, le pareció que aquello que había ocurrido hacía años, cuando Benjamin le había obligado a elegir, no había sido tan tremendo, al menos sabiendo como sabía en ese momento hacia dónde la había conducido.
Volvió la cabeza y vio a su marido persiguiéndola con ánimo, entonces abrió la puerta del cobertizo, entró corriendo y subió por las estrechas escaleras que llevaban al pajar con Peter pisándole los talones.
Finalmente, se apiadó de ella y la atrapó. Cayeron juntos sobre un montón de heno y él le plantó las manos azules por todas partes hasta que Lali dejó de reírse y empezó a besarlo con el ardor y la avidez de una mujer que intentaba recuperar el tiempo perdido.
—Te dije que quizá la pintura te resultara sorprendentemente interesante —le susurró.
—Me encanta —concedió mientras le besaba entre los pechos.
—Mañana pintaremos la de Tomy. En rojo y negro —dijo medio jadeando.
—Apenas puedo esperar.
—Él mismo escogió los colores. Peter, esto es muy incómodo. Se me está clavando la paja en la espalda.
—En la salud y en la enfermedad, por el día o por la noche, siempre es bueno, incluso en el heno.
Ella se echó a reír, le echó los brazos al cuello y sin saber cómo se olvidó de que se le estuviera clavando algo en la espalda.
Al día siguiente, mientras Peter pintaba la habitación de Tomy, Lali pintó a Mickey Mouse, Pluto y Goofy en la de Ruben.
—Oye, eres muy buena —dijo Peter admirando sus pinturas pero, al momento, pasó a mirarla a ella y allí se quedó.
Ella lo miró, apoyado sobre el marco de la puerta, todo manchado de pintura negra y roja, y se estremeció al ver cómo la miraba.
—Ni se te ocurra acercarte a mí hasta que no te quites toda esa pintura.
—Apuesto a que podría quitármela en menos de tres minutos.
—Venga —le susurró, y el fuego que llameaba en sus ojos hizo que Lali sintiera como si estuviera empezando a vivir de verdad.
Como si hubiera pasado toda la vida dormida hasta que ese caballero armado, disfrazado de humilde vaquero, hubiera aparecido y la hubiera despertado con un beso.
Cada día estaba más segura de haber hecho lo correcto. No se cansaba de acariciarlo, de mirarlo, de estar con él.
Y sabía sin duda alguna que él sentía lo mismo por ella porque se le veía radiante de felicidad.
Y entonces, de repente, se terminó la luna de miel, y los chicos volvieron a casa.
Y dominar todo lo que sentía hacia Peter era como una dulce tortura; tener que esperar a que nadie estuviera mirando para acariciarle el trasero, para besarse hasta quedarse los dos sin respiración, para tumbarlo sobre la alfombra, el sofá o la hierba y satisfacer su ardiente deseo.
Porque sabía que, a pesar de su discreción, Tomy la vigilaba con mirada confusa y furiosa.
¿Cómo se atrevía otra persona a hacer tan feliz a su tía Lali?
—Odio mi cuarto —anunció Tomy mientras desayunaban a la mañana siguiente de llegar de casa de Ma.
—¿Qué es lo que no te gusta? —le preguntó Lali, mientras ayudaba a Ruben a subirse a la silla.
—El rojo y el negro son asquerosos.
—Lo volveremos a pintar.
—No, no lo haremos —dijo Peter—. Tú pediste esos dos colores y tendrás que aguantarte con ellos. El desayuno está estupendo, Lali. Tomy y yo lo prepararemos mañana. ¿Qué te parece, Tomy?
—Yo solo sé preparar cereales —contestó Tomy poniendo mala cara.
—Estupendo —dijo Peter—. Es lo que más le gusta a Ruben.
—¿Podríamos hablar tú y yo a solas un momento? —Lali le dijo a Peter.
Salió de la cocina al pequeño porche trasero y respiró hondo. El aire era limpio y fresco. Un ternero berreó en la distancia.
—No le gusta su habitación. ¿Por qué no volver a pintarla?
—Lali, no es su habitación lo que no le gusta. Estás desesperada por complacerlo y él lo sabe. Con esas te hará pintarle la habitación dos veces por semana.
Sabía que quizá Peter tuviera razón, pero no estaba acostumbrada a tener que discutir sus propias decisiones con nadie, y no le gustaba que le dijeran que había hecho mal, aunque fuera verdad.
—¿Y no es mi vida, acaso? —dijo—. ¿No puedo pintarle la habitación dos veces por semana si es eso lo que quiero?
—No.
Ella se cruzó de brazos y entrecerró los ojos.
—¿Crees que me vas a decir lo que debo hacer?
—Esto ni siquiera tiene que ver contigo, Lali, sino con él. Cree que esto es lo que quiere, que peleemos por él. Pero en realidad no lo es, y si acabamos discutiendo se sentirá tan mal por dentro que no sabrá qué hacer. Debemos mantenernos unidos y solidarios.
—Entonces, deberías haber estado de acuerdo en volver a pintar el dormitorio, o al menos deberías haberlo discutido conmigo a solas antes de decir nada. No me ha gustado que me quitaras la razón delante de él, como si fueras tú el que tomara todas las decisiones en casa.
Al mirarlo, le costó creer que aquel fuera el mismo hombre que la había perseguido a la carrera hasta el pajar. En ese momento la miraba con dureza, y no parecía muy dispuesto a echarse atrás.
—Mira, lo siento si no te ha gustado cómo lo he llevado; yo tampoco estoy acostumbrado a consultar con nadie las decisiones que tomo. Intentaré hacerlo mejor la próxima vez, pero por el momento si queréis volver a pintar ese cuarto será por encima de mi cadáver.
La expresión severa de su rostro, su mirada, lo convirtieron de pronto en un perfecto extraño. Que en realidad lo era, si lo pensaba bien.
—Eres muy terco.
—Como una mula.
—Yo, también.
—Bueno, mientras nos llevemos bien, eso es lo que importa —suspiró—. Lali, si dentro de un mes sigue sin soportar el color de las paredes, entonces le traeremos otro color. Pero tendrá que pintarlas él mismo.
—Solo quiero que sea feliz —gimió Lali.
—No hay atajos para llegar hasta ahí. No le vas a hacer feliz pintándole ahora la habitación de otro color o comprándole zapatillas caras. En realidad, no creo que eso le haga feliz si él se empeña en no serlo.
—Creo que me he equivocado —susurró.
Y cuando Lali vio el dolor ensombreciéndole la mirada, supo que no podía haber dicho nada peor a su recién estrenado marido de haberlo planeado.
—No he querido decirlo así —le tocó el brazo, pero el daño ya estaba hecho.
Él sonrió para disimular su dolor.
—Nuestra primera pelea, Lali. Sin contar la del día que nos conocimos. Tal vez nos equivocamos si ni siquiera podemos discutir sin que uno de nosotros quiera abandonar. ¿Es que pensaste que íbamos a estar de acuerdo en todo?
Ella deseaba con toda su alma que fueran una familia feliz, perfecta. Quería que su hogar estuviera lleno de paz y armonía.
—Venga, no te pongas así, Lali.
—¿Cómo?
—No te preocupes tanto —le dijo acariciándole la frente—. Sencillamente, no puedes esperar que todo funcione a la perfección sin darle un poco de tiempo. Todos tenemos que adaptarnos para que esto arranque y siga adelante —le dio un beso en la mejilla.
Pero ella sabía que al decir «todos» se refería a Tomy.
Peter pasó junto a ella para entrar de nuevo en la cocina.
—Vamos, Tomy, vayamos a atender a los terneros.
—¿Vamos a pintar mi habitación otra vez?
—No —dijo Peter.
Ella entró tras de él.
—¡Pero me da asco! —Tomy la miraba como rogándole que lo ayudara y Lali vio que estaba a punto de llorar.
Miró a Peter y se puso derecha.
—Si no te gusta dentro de un mes, podrás volver a pintarla tú mismo.
—Qué asco.
—Hablando de todo un poco, será mejor que vayamos a dar de comer a los terneros —dijo Peter con calma.
Tomy tiró la servilleta, le echó a Lali una mirada asesina y salió de la casa detrás de Peter.
Ruben la miró con sus grandes ojos marrones y sonrió.
—A mí me busta mi pintuda.
—Gracias, cariño.
Debió de percibir su consternación porque añadió:
—Mucho.
Lo levantó en brazos y lo abrazó con fuerza.
Él la abrazó también.
—Mami —le susurró al oído, una palabra que no paraba de repetir, y Lali no sabía cómo podía habérsele ocurrido pensar que había cometido un error al casarse con Peter Lanzani.
Esa noche, a solas con Peter en su dormitorio, Lali percibió la sutil tensión que flotaba en el ambiente. Desde la cama, lo observó mientras se quitaba la camisa y experimentó un calor por dentro que ya le era familiar.
—Peter, no quería decir lo que dije. Sobre haber cometido un error. Solo es que me siento tan responsable de Tomy. Me doy cuenta de que no está contento y quiero repararlo.
Peter terminó de desnudarse y se metió en la cama con ella; se acercó y la abrazó.
—¿Te has pasado todo el día preocupándote por lo mismo?
—¡Sí!
—Llevas mucho tiempo arreglándotelas sola con Tomy. A lo mejor, debería haberte dejado con él. Supongo que los hombres hacemos las cosas de otra manera, y creo que Tomy necesita un poco de disciplina en este momento.
—Tú crees que lo mimo demasiado, ¿no?
—No he dicho eso. Solo es que estás tan preocupada por no enfrentarte a él, Lali. Los enfrentamientos no hacen daño a las personas. Tiene que saber quién manda aquí, y que no es él precisamente. Al final, se sentirá aliviado de saber que no es él.
—¿Y quién manda aquí? —le preguntó, poniéndose nerviosa otra vez.
—Creo que tanto tú como yo podemos hacerlo juntos.
—¿Piensas eso de verdad, o lo dices para evitar una discusión?
—Se me ocurren otras cosas que hacer contigo.
Peter le acarició el pelo y después le dio un beso en el cuello.
Lali cerró los ojos y pensó que aquello era lo único que importaba. Lo único.


A la mañana siguiente, Lali se despertó pensando si no sería verdad que se preocupaba demasiado. Tomy y Ruben estaban en la habitación de Tomy, riéndose a carcajadas, claramente felices, tal y como ella había esperado. Cuando salieron a desayunar, su buen humor continuó durante todo el desayuno y los dos se lo pasaron mugiendo e imitando los sonidos de otros animales.
Peter la miró por encima de la taza de café y le guiñó un ojo.
De camino a la puerta, unos minutos después de haberse marchado Peter, Tomy lo estropeó todo diciéndole:
—Sé que lo quieres más que a mí. Lo sé.
—Tomy, eso no es verdad. En absoluto. Siento algo muy fuerte hacia Peter, pero es un amor totalmente distinto al que siento por ti.
Tomy le echó una mirada de fastidio y salió por la puerta.
Esa noche, después de cenar, Peter y ella salieron a pasear a la pradera mientras los chicos veían la televisión.
—Tomy me ha dicho hoy que quiere ir a ver a su padre —le dijo Peter.
—¿Cómo?
—Eso es lo que me ha dicho.
—Vaya, pero si Tomy ni siquiera lo conoce. Su padre abandonó a mi hermana en cuanto se enteró de que estaba encinta.
Peter soltó un improperio entre dientes.
—Me habló de él como si lo conociera. Dijo que solo tenía que hacer una llamada telefónica y que su padre le enviaría un billete de avión.
—¿Y por qué iba a hacer eso?
—A lo mejor, eso es lo que a él le gustaría que fuera la verdad. Cualquier cosa mejor que tenerme a mí, que soy el que lo obliga a trabajar con las bestias y el estiércol. Y el que le ha robado un pedazo del corazón que ha tenido para él solo durante tanto tiempo.
—Está tan celoso —dijo Lali con desazón.
—Si sigues haciendo eso, te va a dar un aire —dijo él y le frotó suavemente el entrecejo.
Pero cuando Lali lo miró, vio que estaba tan disgustado como ella.
—¿Qué podemos hacer?
—No creo que podamos hacer nada, excepto intentar actuar lo más normal posible. Sería un error hacerle el juego y consentirle todos los caprichos. Yo seguiré trabajando con él cada día. Parece gustarle mucho el trabajo de la granja. Y tú continúa queriéndolo; tienes un don para ello.
—Siento como si me estuviera rogando que lo quisiera más, pero cuando lo intento, no me deja acercarme a él. Creo que el trabajo le conviene y le ayuda a desahogar esa angustia que siente, propia de su edad.
—¿Sabes lo que me hace sentirme fatal? Que Tomy esté tan fastidiado y Ruben tan contento.
Era verdad. Ruben la seguía por la casa como un perrillo, subiéndose a sus rodillas en cuanto se sentaba, charlando como una cotorra, dándole amorosos besos y abrazos y «ayudándola» con todo.
Lali incluso se dio cuenta de que había mejorado su pronunciación de la r. Le leía muchos cuentos y le hacía repetir palabras con erre para que practicara.
Pero a pesar de su adoración por Lali, se resistía a dejar los pañales y el chupete.
A la mañana siguiente, cuando Lali se despertó, la habitación de Tomy estaba vacía. Por un instante pensó que se había marchado en ridicula búsqueda de su padre.
Entonces lo vio fuera en el camino. Justo al lado de la camioneta de Peter.
Se apoderó de ella una sensación de pánico.
Peter se acercó por detrás, le echó los brazos al cuello y le dio un beso.
—¿Qué está haciendo Tomy?
En ese momento, Tomy se apartó del vehículo y dejó ver su trabajo manual.
La nueva palabra era aún más soez que la anterior.
—Oh, Peter —Lali suspiró al notar cómo Peter se ponía al ver la palabra—. Lo siento tanto.
—¿Lo sientes? ¿Por qué diantres ibas a sentirlo? ¿Es que eres tú la que estás ahí con el clavo? —dijo con rabia contenida.
—Entonces la soltó y fue hacia la puerta.
—Peter, no reacciones con enfado.
—¡No creo que le haga daño saber que estoy enfadado!
—¡Por favor!
—¿Es que no confías en mí? ¿Qué demonios crees que voy a hacer? ¿Darle una paliza? ¿Es eso lo que piensas de mí, Lali? ¿Qué no soy más que un bruto vaquero que no sabe cómo tratar a un chico de doce años?
—Yo no he dicho eso.
—Se te nota en la mirada que quieres protegerlo. De mí. ¿He hecho algo malo para merecer eso?
—Se le ve tan confuso, tan frágil.
—¿Eso que ha hecho te parece frágil? ¿Sabes lo que me parece a mí? Una provocación en toda regla. Está pidiendo que le dictemos normas y le pongamos límites, y yo tengo la intención de hacerlo.
Se dio media vuelta y salió por la puerta.
Lali se aguantó las ganas de seguirlo, de supervisar, y se quedó mirando por la ventana mientras él hablaba con Tomy. Y se dio cuenta de que tenía razón. Desde el principio, jamás le había dado ninguna razón para creer que no llevaría el asunto como era debido.
Que ella supiera, ni siquiera había levantado la voz.
¿Qué pasaba con ella? Se sentía tan confusa, como si el hecho de escoger la felicidad junto a Peter hubiera roto la promesa que le hizo a su hermana de cuidar de Tomy. Además, antes de casarse con Peter había estado convencida de que aquella unión sería también lo mejor para su sobrino.
¿Pero qué pasaría si ellos dos no eran capaces de resolver sus diferencias?
Peter y Tomy entraron en la casa unos minutos después.
—Tomy —dijo—. ¿Por qué? Sencillamente no...
—Lali, déjalo —la interrumpió Peter bruscamente—. Tengo toneladas de estiércol. Probablemente suficientes para durarle hasta que cumpla dieciocho años.
Tomy no dijo nada, y cuando la miró, Lali vio algo extraño en su mirada. Era como si quisiera odiar a aquel hombre y no pudiera. Había pensado en lo peor que podría hacerle, había intentado enfurecerlo, como si le hubiera hecho una prueba. ¿Quieres odiarme también?
Y Peter le había respondido que no.
La respuesta que más le hacía falta escuchar a Tomy.
—Supongo que voy a tener que mover tanto estiércol —dijo Tomy—, que seguramente tendréis que comprar más vacas.
—Eso es, hijo —dijo Peter con un brillo de picardía en la mirada.
Tomy ni siquiera protestó porque lo llamara hijo.
Tenía que confiar en él. Confiar en su marido. Entonces se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo desde que no había tenido que confiar en nadie aparte de en sí misma. Y también pensó que cuando le había dado el sí delante de todo el pueblo, en realidad había prometido aprender muchas lecciones de amor.
Solo que algunas parecían más fáciles que otras

viernes, 27 de julio de 2012

Capitulo Siete!




Chicas!!!!! Como les va el día?? Quiero decirles (aunque soy consciente de que soy pesada) que me encanta leer sus comentarios, la manera de meterse en la historia y vivirla, yo también lo hago!! Gracias!!!
También decirles que este fin de semana no se si podré subir porque con el trabajo no me dan los tiempos.
Y por último.....disfruten de este capi!! Háganme caso. Sean felices!! 
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!




                               CAPITULO SIETE




Cualquiera que la hubiera visto se habría dado cuenta de que Eugenia no era la mujer adecuada para Peter —le dijo Ma con la boca llena de alfileres—. No era el tipo de chica que un muchacho le presentaría a su madre. Por supuesto, él no tenía madre. Ese fue siempre el problema.
Lali se miró en el espejo mientras Ma prendía otro alfiler en la falda del vestido de novia. Por alguna razón estaba en los artículos que formaban el ecléctico inventario de la tienda y, por alguna otra misteriosa razón, le quedaba a Lali casi perfecto.
—Oh —Lali le había dicho a Ma cuando esta se lo había sacado—. No creo que vayamos a hacerlo así. Probablemente iremos al juzgado y lo haremos lo más rápida y discretamente posible.
Pero aún así había acariciado la tela.
—No, de eso nada —Ma le había dicho con firmeza—. La otra vez lo hizo fuera y a la gente de por aquí no le sentó bien. Estarán esperando para poder darte la bienvenida a la comunidad.
—Quieres decir para mirarme bien. Parece que he venido aquí a buscar novio. Además, Ma, soy demasiado mayor para este vestido.
—Tonterías. Contesté a tu carta guiada por la mano de Dios. Y este vestido te queda de maravilla. Y deja de decir bobadas sobre tu edad. Algunas mujeres maduran con mucho garbo y elegancia. Yo no fui una de ellas. Siempre fui un poco rellena, y con la edad empeoré. Pero tú no.
—¿O sea que piensas que Dios me trajo a Hopkins Gulch, porque un joven vaquero necesitaba casarse?
—¿Peter? Peter no necesita casarse. Creo que es hora de que tú seas feliz.
—Feliz —repitió Lali, y sintió aquella extraña sensación en el estómago—. Ni siquiera nos conocemos bien.
—Lali, eres una de esas personas que piensa demasiado. Por una vez te dejaste llevar por la intuición y actuaste. A lo mejor es un milagro, por amor de Dios.
—Pero...
—No quiero más peros. Desde que lo vi mirándote por primera vez, supe para qué habías venido aquí; cuál era tu misión. Amarlo, simple y llanamente, y dejar que él te ame.
—Tomy me ama —gritó—. Y está muy disgustado con todo esto.
—Bueno, eso es culpa tuya, por dejar que sea él el que mande en tu vida desde hace tanto tiempo. Así no le estás haciendo ningún favor. Ese chico necesita a Peter tanto como Peter te necesita a ti. Pero Tomy tiene doce años. ¿Acaso esperas que sepa lo que es bueno o no para él? Se alimentaría de chocolatinas si le dejaras. No está preparado para tomar decisiones, especialmente las tuyas.
—Ma —susurró mientras miraba a la bella extraña del espejo—. Tengo mucho miedo.
El vestido hacía que todo pareciera aún más como de cuento de hadas. Era de un blanco inmaculado... algo que llevaría una mujer llena de romanticismo e inocencia. En definitiva, un vestido de ensueño, digno de una princesa.
—Tengo miedo —repitió, pensando que Ma no la había oído la primera vez.
—¡Bien! Si no tuvieras nunca miedo, la vida sería demasiado cómoda. En la vida real hay momentos imprevisibles. La vida te espera para regalarte cosas maravillosas. Pero de vez en cuando hay que hacer algo, aunque ello te haga sentir terror.
—Mañana me caso con Peter Lanzani —susurró Lali—. Yo. Es demasiado joven para mí, ¿verdad?
—Lali, deja de fruncir el ceño. Estropea el efecto de este precioso vestido totalmente. No es demasiado joven para ti. Ese chico nació viejo. Probablemente tú serás como un soplo de aire fresco en su vida y le levantarás el ánimo. Tiene mucho encima.
—¿Qué quieres decir con que nació viejo?
—Cariño, su madre murió cuando era un niño pequeño, y su padre le pidió que fuera un hombre antes de estar listo. Pasó una etapa muy alocada, probablemente no creerías cuánto, pero yo sabía que solo estaba buscando lo que nunca había tenido. Lo que le decía el corazón que correspondía tener a todo el mundo.
—Amor —adivinó Lali con lágrimas en los ojos.
—Tú amas a ese hombre, Lali, y vas a ver cómo ocurrirán milagros. Y si dejas que él te ame también, tu vida adquirirá una riqueza y un cariz que en otro tiempo te hubiera resultado imposible de creer. Déjale ser el hombre que necesita ser. Es un muchacho chapado a la antigua. Muchos hombres de esta zona lo son. Querrá protegerte y darte todo lo que necesites. Dependerá de ti mostrarle que el amor, en estos días, ha progresado más allá de todo eso. Se trata de que lo ayudes a ser quien siempre quiso ser, quien de verdad es. Personalmente, yo siempre he pensado que era un caballero.
Lali miró a la mujer menuda que tenía a sus pies y se maravilló de su sabiduría. Por un instante sintió que o Dios o el destino la habían conducido hasta allí.
—No sé —reconoció—, si el amor tiene que ver con todo esto, Ma.
—¡Estate quieta! —Ma la regañó—. Dos alfileres más. ¿Qué quieres decir con eso?
—Él no ha hablado de amor. Yo tampoco. Ya me entiendes.
—Santo cielo. Las palabras se las lleva el viento. He visto parejas jóvenes que se dicen que se quieren cada tres minutos y por otra parte no dejan de hacerse faenas. Eso no me convence demasiado.
Lali hizo por relajarse, vio cómo desaparecía la arruga de preocupación de la frente y esbozó una tímida sonrisa.
Ma la miró y le sonrió.
—Eso sí que me convence.


—¿Te vas a desmayar? —le preguntó Pablo.
Peter lo miró enfadado, pero era cierto, notó un sudor frío y que perdía el color.
—Aquí hace demasiado calor —dijo, tirándose del cuello duro que le apretaba demasiado.
Era mentira. Estaban a la sombra del árbol más grande del patio de la iglesia. Lo que le pasaba era que estaba muerto de miedo.
Él, Peter Lanzani, que había montado toros bravos sin que ni siquiera le temblara el pulso, estaba tan nervioso que apenas podía respirar. Él, el valiente de Peter Lanzani, estaba aterrorizado.
No porque fuera a cometer un error, sino porque no fuera merecedor de esa mujer que le había dado el sí. Tenía miedo de que no supiera hacer que su matrimonio funcionara. Otras personas formaban familias. Tenían algo de idea de cómo hacerlo. Pero él se estaba aventurando en un territorio desconocido.
Ni siquiera le había dicho que la amaba. Sentía que no la había conocido lo suficiente para decírselo.
Una razón perfecta para no emprender el camino hacia el altar en, miró el reloj, exactamente tres minutos.
—Siéntate —le sugirió Pablo.
Se sentó en la hierba, sin pensar en el traje. El atuendo no había sido idea suya. Se componía de pantalón y chaqueta corta, camisa blanca y corbata de lazo. Al menos, le habían dejado ponerse un sombrero tejano.
La noticia de su boda se había propagado por la ciudad como el fuego. Se lo había dicho a Ma Watson.
Peter, en su necesidad de ser merecedor de ella, se había pasado por casa de Pablo y se había disculpado por haberlo amenazado aquel día delante de casa de Lali. De algún modo, había terminado contándole a Pablo que iba a casarse con ella. Un error.
Pablo y Ma Watson a cargo de una boda.
Antes de que Peter supiera lo que estaba ocurriendo, todo el pueblo había ido a tomar parte. Por amor de Dios, habían hablado con el predicador, limpiado la iglesia, preparado el salón. Y Peter llevaba toda la semana recibiendo regalos en casa.
Peter le había contado a Ruben lo que estaba pasando. Que Lali iría a vivir con ellos y que, con el tiempo, tal vez sería su mamá.
Ruben lo había mirado sin comprender.
—¿Tomy va a vivir aquí?
Cuando Peter le había dicho que sí, el niño se había puesto muy contento.
—Seréis como hermanos.
Tomy, que seguía yendo a trabajar a pesar de la emoción que tenía a todo Hopkins Gulch en vilo, estaba tan horrorizado por los regalos como Ruben.
—Con sus iniciales —dijo con desprecio al ver un juego de toallas blanco—. ¡Qué asco!
El fastidio de Tomy y de Ruben se había intensificado esa mañana del enlace cuando Pablo se había presentado con dos trajes idénticos y un diminuto almohadón para el anillo.
Tomy se suponía que debía ser el encargado de recibir y sentar a los invitados de los novios; Ma y Pablo se encargarían de prepararlo. Tomy había pasado toda la semana mirándolo mal, pero Peter no se había amilanado, empeñado en demostrarle al chico que todo iría bien.
Sospechó que no había resultado muy convincente, puesto que él mismo tenía dudas de si todo aquello saldría bien.
Había encontrado a los dos niños escondidos en el establo una hora antes de la ceremonia y los había conducido a la casa para que se lavaran y vistieran.
En ese momento, empezó a sonar la música y Peter comenzó a sudar de nuevo. La puerta lateral de la iglesia se abrió.
—Peter, levántate del suelo —dijo Ma—. Santo cielo, chico, ¿es que nunca te has puesto un traje?
—No, señora.
Y era cierto. En Las Vegas les daba igual si uno se casaba en ropa interior. Si mal no recordaba, él había ido vestido con unos téjanos que tenían un siete en la rodilla.
Se puso de pie y se limpió un poco de hierba seca que se le había quedado pegada en el pantalón.
Ma lo miró y sonrió.
—Te queda de maravilla. Tienes un aspecto muy romántico, como el de un antiguo jugador. Vamos.
Desde luego estaba jugando. Con su propia vida, la de Lali, y la de dos niños. Miró con nostalgia hacia al pradera y pensó en salir corriendo.
Pero eso le partiría el corazón a Lali; y si había una cosa que no iba a hacer jamás era hacerle daño a esa mujer.
Siguió a Ma al interior de la iglesia. Ella le mostró dónde tenía que ponerse en el altar, y colocó a Pablo a su lado. Peter miró hacia el pasillo central y vio que la iglesia estaba abarrotada de gente. Si le había parecido que fuera hacía calor, dentro la temperatura era insoportable.
La música se repetía machaconamente, y por un momento Peter pensó que Lali no se iba a presentar, que se lo había pensado mejor.
Y, de pronto, se abrió la puerta de atrás y Ruben echó a andar por el pasillo; con una mano tiraba de Tomy, y en la otra llevaba el pequeño almohadón con el anillo.
Lali había dicho que no quería anillo, pero aun así Peter se lo había comprado. No era un anillo llamativo, porque eso no le habría ido bien a Lali. Era una alianza de oro puro, como ella.
Entonces, se abrió la puerta y entró Lali.
Al verla, Peter se quedó boquiabierto. No podía creer que aquella mujer le hubiera dicho que sí.
Estaba como una princesa, envuelta en metros y metros de tela blanca, con el cabello adornado con flores y recogido sobre la cabeza. Parecía como si avanzara flotando hacia él por el pasillo central.
Lali lo miró todo el tiempo con ojos brillantes. Estaba radiante, risueña, en absoluto preocupada.
Quizá no lo estuviera.
Se colocó a su lado, sonrió y su sonrisa calmó el frenético latir de su corazón. Vio la paz en su mirada y sintió que ese sentimiento lo envolvía. Respiró profundamente y sintió, de nuevo, confianza en sí mismo.
Iba a hacer lo correcto.
Quizá no lo más ortodoxo, pero lo mejor para los dos.
Con voz firme y timbrada él y musical ella, repitieron los votos matrimoniales.
Y se besaron, hasta que Tomy empezó a hacer ruidos como si tuviera náuseas.
Entonces el cura los declaró marido y mujer.
Peter y Lali saludaron a los amigos y vecinos allí congregados, y salieron de la iglesia entre cientos de pompas de jabón, puesto que a cada uno de los invitados se le había entregado un pequeño bote con un ar—tilugio para soplar.
De algún modo Peter consiguió mantener el tipo durante la comida, los discursos y el baile sin hacer el ridículo.
Porque en realidad lo único que deseaba era estar con ella a solas; lejos de todas aquellas personas bienintencionadas.
Tomy y Ruben pasarían unos días con Ma. Finalmente, Peter y la novia ya iban de camino a casa. Solos por fin.
—Parémonos a mirar un rato las estrellas —dijo Lali.
Así que Peter detuvo la camioneta y salieron. Ella se remangó un poco el vestido y cruzaron la pradera. Lali miró las estrellas un buen rato y después lo miró a él y sonrió.
—Peter, tengo que decirte algo. A lo mejor debería habértelo dicho antes. Solo que nunca se presentó el momento adecuado.
Oh, Dios mío. Seguramente ya estaría casada con otro. O quizá fuera una inmigrante ilegal que tendría que abandonar el país. O a lo mejor tenía una enfermedad incurable.
—¿Qué tienes que decirme? —dijo en tono angustiado.
Ella se puso colorada.
—Nunca he hecho lo que tú y yo vamos a hacer esta noche.
Por un momento, Peter no entendió lo que ella quería decirle.
—¿Cómo dices?
Pero al verla tan sonrojada lo captó.
—¿Nunca has estado con un hombre? —le preguntó en tono bajo.
—Es horrible, ¿no? Quiero decir, a mi edad...
—Calla... —le dijo y se acercó a ella; la miró a los ojos y vio una mezcla de miedo y emoción reflejados allí—. Nadie me ha hecho jamás un regalo como este. Jamás. Y es la cosa más bella que podría imaginarme.
Peter la levantó en brazos, le dio un beso en la punta de la nariz y rezó para ser todo lo sensible que ella necesitaba que fuera para lo que iba a vivir esa noche. Entonces, Peter sintió que se le hinchaba el corazón de sentimiento, como si se le hubiera puesto el doble de grande.
Cuando cruzó el umbral de la casa en brazos de Peter, fue como un sueño. Él no la dejó en el suelo, sino que avanzó rápidamente por el pasillo en sombras hacia su dormitorio. Después de cerrar la puerta con el pie, la bajó suavemente.
Habían dejado una lamparilla encendida, y la habitación también parecía de ensueño.
—La cama es maravillosa —dijo Lali, mirando a todas partes menos a él.
Era una cama antigua con dosel, cubierta de espesos almohadones blancos y una colcha blanca como la nieve.
—Un regalo de los Watson —Peter sonrió—. Las vecinas se han pasado toda la semana en casa, limpiando todo lo que Ruben y yo habíamos conseguido ensuciar. Creo que nunca he visto tantos plumeros, fregonas y trapos en movimiento.
—Yo lo habría hecho.
—No quiero convertirte en una mujer de la limpieza, Lali. No quiero sentir que estás sacrificando tu vida por mí.
Ella sonrió temblorosamente.
—Oh, Peter. Esto es lo que quiero. Ser una madre para Ruben y Tomy —susurró—. Ser una buena esposa para ti.
—Sabes que eres una mujer capaz de hacer cualquier cosa, ¿verdad? Podrías ser astronauta o médico. Y aquí estás en esta pequeña granja de Saskatchewan.
—Peter, no se trata de ser astronauta, o médico o ama de casa. En estos momentos, tengo exactamente lo que deseo. ¿Me comprendes?
—Sí, señorita —dijo en voz baja y sensual.
—Este vestido —dijo con voz trémula— tiene treinta y ocho botones en la espalda.
—¿De veras? —susurró Peter—. Entonces supongo que será mejor que empecemos. Solo faltan seis horas para que amanezca.
Ella se echó a reír y se volvió. El corazón empezó a latirle muy deprisa cuando él empezó a desabrocharle los delicados botones con esas manos grandes y firmes.
—¿Tienes miedo? —le susurró al oído cuando iba ya por el último botón.
—No.
—Yo, sí —dijo mientras acababa de soltarlo.
Ella volvió la cabeza para mirarlo, y se volvió lentamente hacia él. Ella lo miró y esperó, y él se pasó la lengua por los labios y cerró los ojos.
—¿Peter?
Lali habría jurado que estaba rezando.
Pero entonces, abrió los ojos y vio que el nerviosismo había desaparecido de su mirada, y volvía a tener aquella expresión tierna y juguetona del Peter que ella conocía.
Se acercó a ella y le puso las manos sobre los hombros. Lali soltó una exclamación entrecortada cuando el vestido cayó al suelo. Se quedó de pie delante de él con una camisola de encaje y seda color marfil.
—Lali, aflójame este lazo antes de que me ahogue.
Cuando se lo había quitado, le desabrochó los botones de la camisa.
—Tócame —le susurró Peter y ella se estremeció.
Deslizó las manos bajo su camisa y le acarició la piel y las fuertes formas que había deseado acariciar hacía tanto tiempo. Sin interrumpirla, Peter se quitó la camisa y la dejó caer al suelo.
—No pares. Tócame todo lo que quieras, hasta que te sacies.
—Eso no ocurrirá nunca —dijo, y entonces se sonrojó.
Pero él se echó a reír.
—Eso espero.
Su piel era como ella se la había imaginado; como seda envolviendo un cuerpo sólido y firme como una roca.
Llevó las manos hacia atrás y le acarició la espalda, se pegó a él y apoyó la cabeza sobre su pecho.
Así oyó que a él también le latía el corazón muy fuerte.
—Saboréame —le dijo él.
Lo miró con los ojos muy abiertos, suspiró y seguidamente le besó en el pecho, en la garganta y finalmente en los labios.
Era la invitación que Peter había estado esperando, puesto que abrazó aquel cuerpo suave y dócil y la besó apasionadamente.
Lali sintió el deseo quemándole los labios y vio que cerraba los ojos.
El beso se volvió más atrevido, más erótico, y Lali percibió en su marido un ansia y una necesidad salvajes, abrumadoras.
Peter le metió la lengua por todos los rincones de la boca y Lali sintió una especie de sacudida en un lugar de cuya existencia no había sido consciente hasta ese momento. Sin palabras, le exigió que le diera todo lo que él le estaba dando, que igualara su pasión a la de él.
Tímidamente al principio y después más confiada, Lali lo exploró hasta que empezó a jadear de placer y necesidad.
Peter la tumbó sobre la cama y empezó a besarle los dedos de los pies hasta que Lali gimió con deleite. Lentamente, fue deslizándole la lengua por la pierna y entonces la miró a los ojos un momento antes de levantarle la combinación para seguir lamiéndole la cara interna de los muslos.
Seguidamente, le empezó a bajar la camisola hasta que ya no hubo barrera alguna entre sus labios incansables y su piel.
Y Lali no pensó que fuera mayor, ni que él fuera más joven. Sencillamente, no podía pensar. Una sensación pura y primitiva se apoderó de ella al tiempo que Peter le besaba y lamía los pechos, y jugueteaba con la lengua.
Algo salvaje despertó en ella. Una sensación primitiva, tan antigua como el mundo.
Deslizó las manos hasta la cinturilla del pantalón y a tientas encontró el botón y se lo desabrochó. Muy despacio, le quitó los pantalones.
El empezó a besarla de nuevo con ardor y Lali se arqueó, rogándole que la llenara, que satisficiera esa parte de ella que nadie jamás había tocado.
Y entonces notó que él le separaba las piernas con suavidad. Y vio cómo se colocaba delante de ella y que estaba temblando a pesar de que él no pareciera consciente de ello.
—Peter —pronunció su nombre con intensidad— Peter... —repitió mientras él la penetraba, la completaba—. Peter —dijo, y un sinfín de sensaciones la sacudió y, finalmente, la transportó hasta un lugar donde nunca había estado.
 A un lugar donde las personas se sentían dioses por un par de segundos, donde se fundían con el cielo y la tierra, el viento y el fuego, la calma y la tempestad.
Estaba tumbado sobre ella, con la cabeza apoyada en su hombro, y el pelo pegado a su piel.
Ella le acarició el cabello y le mordisqueó la oreja; entonces, sintió algo más profundo que el placer. Se sintió plenamente feliz.
—De haber sabido lo que me estaba perdiendo —dijo cuando por fin dejó de jadear—, quizá lo habría probado antes.
Él levantó la cabeza y la miró. Más que mirarla se la bebió con la mirada. Como un hombre que acabara de cruzar un desierto y que hubiera encontrado de nuevo la vida en la fuente de su amor.
—De haber sabido que sería así contigo, creo que te habría esperado —le dijo él.
Y entonces se abrazaron, hablaron y se besaron un poco más hasta que el alba los bañó con su luz rosada, poco antes de quedarse dormidos el uno en brazos del otro.

jueves, 26 de julio de 2012

Capitulo Seis!




Hola chicas!!! No saben lo feliz que me hace leer sus comentarios!! Me encanta leerlos!! Son increíbles en serio!!! Creo que este capi les gustará (o eso espero jiji) No las entretengo mas. Sean felices!!!!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                               CAPITULO SEIS




Mary Anne y su galán los invitaron a una copa después de cenar. Mary Anne estaba cada vez menos inhibida. Peter bebía Pepsi mientras pensaba que el pretendiente de Mary Anne parecía el tipo de hombre que Lali merecía.
Un empresario rico y con estilo; dueño de una empresa de ordenadores.
Probablemente sabría cómo pedir en matrimonio debidamente, algo sobre lo que Peter no había dejado de pensar desde que había salido de los labios de Lali.
¿Pero qué se creía? Lali lo había dicho al buen tuntún. Por amor de Dios, no había sido más que una broma.
—¿Oye, a ti te afectó el virus informáticoY2K? —Roger le preguntó cuando la conversación empezó a decaer—. ¿El que precedió a la quiebra financiera?
Peter se arrepintió de haber aceptado tomar una copa con ellos.
—Una vez monté un toro que se llamaba así —dijo Peter—. Y desde luego, acabé con tres costillas quebradas.
Mary Anne suspiró y dio un segundo trago de su café irlandés.
—Los vaqueros son tan sexys.
—Bueno, no con las costillas rotas —dijo Peter.
Miró a Lali, que tenía la cabeza ligeramente agachada y se entretenía en revolver su bebida con una paja. ¿La habría avergonzado? Tal vez a veces fuera un poco campechano. Otro de sus defectos.
Uno de tantos.
Mary Anne se echó a reír y Roger parecía fastidiado.
Pero Lali lo miró y su mirada le dejó sin aliento. Sintiera lo que sintiera, no estaba avergonzada. Volvió a pensar que era mucho más guapa que Mary Anne; más cálida, más llenita, más sensual, más tierna. Le gustaba la blusa que se había puesto: suave, formal, aunque al mismo tiempo se ciñera ligeramente a su cuerpo.
Roger se bebió su copa de un par de tragos.
—Mary Anne y yo estábamos pensando en ir al cine, así que creo que será mejor que nos demos prisa.
—¿Queréis venir? —les preguntó Mary Anne—. Peter, te encantará. Roger lleva un montón de tiempo queriendo verla.
—No creo que le guste —dijo Roger—. No es de vaqueros.
—Esto... ¿Lali?
Peter no quería ir a ver una película. En absoluto.
Lali miró a Roger.
—¿Es una de esas que se desarrolla en un avión con terroristas? ¿Y luego va Arnold y salva el avión, al presidente y a los Estados Unidos?
—En realidad es una nave espacial —dijo Roger complacido—. Y el salvador es Stallone.
—Tal vez en otra ocasión —dijo Lali—. Gracias.
Tal vez en otra ocasión, pensó Peter. Él no lo hubiera dicho con tanta sutileza. Aquellas personas hablaban todas el mismo idioma.
Terminaron sus bebidas después de que Mary Anne y Roger se hubieran marchado.
—Creo que a tu amiga la abogado le gustan los vaqueros —dijo Lali.
—No, que va. Le gusta la idea que ella tiene de los vaqueros.
—¿Y cuál es esa?
—Bueno, uno ve a un tipo cabalgando sobre un montón de kilos de bestia embravecida, y el tipo probablemente tendrá un aspecto heroico, en lugar de simplemente estúpido. El jinete está rodeado de un halo de romanticismo y valentía.
—¿Como un caballero armado de la antigüedad?
Peter se echó a reír.
—No tanto.
—¿Entonces, cómo?
—Normalmente será un tipo como yo. Vaquero a tiempo parcial, granjero a tiempo completo, intentando pagar los plazos de la camioneta, y hasta el cuello de problemas la mayor parte de las veces. Los verdaderos vaqueros no son románticos. Son solo personas reales.
—Quizá a algunas personas eso pudiera parecerles romántico.
—¿Comparado con qué? ¿Con una mofeta?
—Comparado con, digamos, Roger.
—¿En serio? —se quedó boquiabierto.
—Sí.
—¿Qué le pasa a Roger?
—No le pasa nada. Pero me apuesto a que, si quiere mudar de sitio el piano, contratará a alguien para que lo haga.
—A mí me ha parecido que tenía muy buena pinta. Llevaba un traje bonito, tiene su propio negocio. Unos ingresos de seis ceros. ¡No me extrañaría si contratara a alguien para mover el piano de sitio!
—¿Peter —le dijo en tono bajo—, estás intentando que me atraiga Roger?
—¡No! Ya he visto lo que le atrae a Mary Anne.
—Los hombres no tenéis idea de lo que nos gusta a las mujeres, ¿no crees?
—Te pagaré si me lo dices.
—¿Cuánto?
—Diez pavos —se metió la mano en el bolsillo y sostuvo un billete entre los dedos.
—Vendido.
—¿Así que, qué os gusta a las mujeres? Lo voy a anotar y a escribir un libro sobre ello.
—Los músculos —le quitó el billete de entre los dedos.
Él la miró sorprendido.
—Una palabra es muy poco para un libro.
Ella se encogió de hombros, alisó el billete sobre la mesa y lo miró complacida.
—¿Los músculos? Estás de broma, ¿no?
—No.
—Es bastante difícil hacer que una relación basada en eso funcione.
—¿Quién ha dicho nada de una relación? —dijo Lali.
—¿Qué es entonces? ¿Les gusta mirar?
—Sí, señor.
—Me han robado.
—Te invito a una copa, vaquero.
—Estupendo. Que sean dos. Pepsi. Ni siquiera voy a decirte lo que nos gusta a los hombres de las mujeres.
—No hace falta que lo hagas. Ya lo sé. Y no es su inteligencia.
—Cínica. ¿Qué te ha hecho ser tan cínica? ¿El tipo con quien te ibas a casar?
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Tomy lo mencionó en una de esas raras ocasiones en las que habla conmigo.
—¿Y qué dijo?
—Que te dejó. Por Tomy.
—Oh.
—¿Es cierto?
Ella asintió, incapaz de mirarlo.
—No creo que debas sentirte avergonzada por ello. Está claro que no te merecía.
Entonces, lo miró y le sonrió.
—¿Sabes algo? Debo de ser algo torpe, porque es ahora cuando estoy empezando a darme cuenta de ello.
—¿Querías hacer otra cosa? —le preguntó—. Quizá pongan otra película.
—Peter, quiero hacer algo que no puedo hacer en Vancouver; que no podré hacer cuando vuelva.
—¿Así que vas a volver allí?
Se sintió decepcionado. ¿Qué pensaba? ¿Qué debía considerar la posibilidad de quedarse allí? Lo dudaba. Aunque él se lo pidiera debidamente. No tenía sentido pasar la vergüenza de hacerlo. Había límites a su caballerosidad, y casarse con la dama era ir demasiado lejos.
—Eso creo. Siempre he trabajado en grandes empresas. Solicité el puesto en el Outpost por capricho; porque pensé que por una vez en mi vida debía ser valiente y atrevida. Pero no me ha salido bien. Así que supongo que debería volver a lo que conozco, y llevar a Tomy a lo que él conoce —concluyó con pesar.
—Creo que el ser aventurera te queda de maravilla, señorita Lali Esposito —le dijo, y entonces bajó la cabeza, cohibido después de todo—. ¿Y qué podemos hacer aquí que no puedas hacer en Vancouver?
—¿Sabes lo que quiero hacer? Quiero tumbarme en mitad de la pradera a mirar las estrellas.
Peter estuvo seguro de que no había nada en aquel chocolate caliente, aparte de chocolate.
—¿No te preocupan las serpientes?
—Por supuesto que sí. Por eso quiero que me acompañes.
—No creo que esa blusa sea la más apropiada para tumbarte en la pradera. Afortunadamente para ti, siempre llevo una manta en el maletero de la furgoneta. Para emergencias como esta.
Se detuvieron unos kilómetros antes de llegar a Hopkins Gulch, bajo un cielo cuajado de estrellas. Lali se puso el suéter y caminaron hasta una loma. Peter extendió la manta y se tumbaron sobre ella de espaldas, el uno junto al otro.
—¿Conoces las constelaciones? —le preguntó.
—Algunas. Esa es Orion.
—¿Dónde?
—¿Ves las tres estrellas que lleva detrás?
—Ah sí, ya las veo.
—Y la Osa Mayor y la Osa Menor. El Lucero del Alba y La Vía Láctea.
Peter la miró. Tenía los ojos muy abiertos, llenos de asombro. Sabía que aquel era el momento. Suavemente, le echó el brazo por los hombros.
—¿Eso es una serpiente? —preguntó, aguantando la respiración, pero su mirada era risueña.
—Sí, pero de la variedad humana.
Peter se colocó boca abajo y la miró.
—¿Qué estás haciendo?
—Me gusta más esta vista.
—¡Me estás mirando!
—Exactamente.
—Peter, déjalo.
—De acuerdo.
Pero no lo hizo. Se inclinó sobre ella. Lali se puso la mano sobre el corazón y abrió más los ojos.
Peter le acarició los labios con los suyos, y percibió la timidez de su respuesta.
Tenía los labios dulces y tremendamente suaves. Cerró los ojos y saboreó aquel dulzor; sintió su respuesta y le asombró la inocencia de esta.
Entonces, abrió los ojos, se apoyó sobro los codos y la miró.
—¿Qué? —susurró Lali.
—No tienes mucha experiencia en esto, ¿verdad?
Ella se avergonzó mucho.
—Tengo treinta y cuatro años, Peter.
—Eso no es lo que te he preguntado.
Parecía la más extraña de las ironías. Había estado con mujeres diez años más jóvenes que sabían diez veces más sobre lo que proporcionaba placer, sobre cómo usar sus cuerpos, sus labios y sus manos.
Pero ninguna de esas experiencias le había hecho sentirse así.
La deseaba más de lo que había deseado a ninguna de ellas. Y su cuerpo no ocultó ese hecho.
Probablemente, Lali se asustaría si supiera lo que le estaba ocurriendo a Peter. Se separó de ella y se quedó mirando las estrellas.
—Peter, lo lamento.
—No debes lamentar nada.
—¿Podríamos volverlo a intentar?
—No —dijo en tono ronco, cargado de deseo—. No podemos. Creo que será mejor que nos marchemos.
Se dio cuenta de que ella estaba dolida. Por eso era por lo que necesitaba un hombre como Roger, más fino, más delicado. Necesitaba a alguien que supiera cómo besarle la mano, que estuviera familiarizado con los modales de un caballero.
La dejó en su casa, pero antes fueron a recoger a los niños. Aunque deseaba besarla de nuevo, saborear otra vez su dulzura, no pudo hacerlo con Tomy mirándole con mala cara.
—Tomy, te veré el lunes —dijo.
Así tendría todo el domingo para aclararse un poco; para averiguar qué quería de Lali Esposito y qué quería ella de él.
Pero a las cuatro de la mañana, cuando aún no había podido pegar ojo, se dio cuenta que no iba a ser tan fácil averiguarlo.
Seguía pensando en lo que había dicho Lali; que aceptaría, si se lo pidieran debidamente.
¿Pedirlo debidamente? Ni siquiera podía besarla debidamente, y eso era algo en lo que no había fallado antes. Por supuesto, con otras mujeres siempre supo que los besos conducirían a un lugar donde tenía prisa por llegar. Con Lali había un respeto que no estaba seguro de haber sentido antes.
No era una mujer con la que pasar una noche.
Era la clase de mujer que un hombre llevaba al altar, delante de todos los amigos y vecinos. Una mujer para toda la vida.
Le había dado el sí a Eugenia en una capilla hortera de Las Vegas. Y aunque en el fondo de su corazón había sospechado que no funcionaría, había deseado con desesperación que no fuera así por el bien de la vida que ya se desarrollaba en el vientre de Eugenia. Su bebé.
En realidad, no tendría más sentido esa vez. Conocía a Lali aún menos de lo que había tratado a Eugenia, antes de casarse con ella.
Entonces, ¿por qué le daba la impresión de que la conocía bien?
Supuso que era porque era más sincera que Eugenia, porque Lali no tenía nada que ocultar.
Desde el momento en que la había mirado a los ojos había sentido que la conocía desde siempre, de que su corazón podría encontrar consuelo con ella.
¿Y por qué le habría sugerido Mary Anne que se casara con Lali? Bueno, ese era el trabajo de los abogados. Darle sentido a un mundo que uno no entendía.
Y, ciertamente, tendría sentido que Lali y él unieran sus vidas. Ella necesitaba un lugar donde establecerse y en Vancouver ya no le quedaba nada. Ese chico suyo necesitaba también la influencia de un hombre en ese momento de su vida.
Y su Ruben necesitaba la ternura de una mujer. Había visto la reacción de Ruben cuando ella lo había tomado entre sus brazos el día anterior, cómo el niño se había relajado, acurrucado en su pecho, cómo había confiado en ella de una manera en la que quizá nunca confiara en él.
A Peter le pareció que si un hombre quería casarse, debía elegir para ello a una mujer como Lali, no a una como Eugenia.
Pero por supuesto, él no iba a casarse. Además, no necesitaba hacerlo. No se le estaba dando tan mal educar a su hijo, a parte del problema del pañal.
De repente, horrorizado consigo mismo, se dio cuenta que quería casarse con ella. Y ese deseo tenía poco que ver con el bienestar de Tomy o de Ruben.
De todas las mujeres que había conocido, Lali era la única que había sido tan tímida, tan dulce, tan insegura. Y sin embargo, bajo la superficie fluía un torrente de fuerza y bondad, de dinamismo y alegría. Lo veía en sus ojos.
Sería una solución para ambos.
Peter pensó en la mirada de Lali al decirlo. Había evitado mirarlo a la cara, y eso no lo hacía una persona que estaba bromeando, sino una persona vulnerable, atemorizada. De pronto, Peter no estuvo tan seguro de que hubiera sido una broma.
Lo cual le devolvía al principio. ¿Qué tenía que hacer para pedírselo debidamente?
Gimió, le dio un golpe a la almohada y retiró la colcha. Se preguntó si podría volver a dormir.


—¿Bueno, entonces qué hicisteis ayer? —preguntó Tomy.
—¿Cómo? ¿Qué hora es? —Lali sacó la cabeza de debajo de la almohada.
Tomy estaba sentado en el borde de su cama, mirándola con furia. Lali cerró los ojos, pero no pensó en Tomy, sino en un cielo estrellado y en un beso que le había vuelto el mundo del revés.
El rescoldo de deseo que tenía en su interior lo había avivado ese beso.
Y ella le había pedido que lo repitiera. Su inminente marcha de aquel lugar la había convertido en una mujer nueva; en una persona valiente, atrevida.
—Son las nueve de la mañana del domingo. Tú nunca te levantas tan tarde —le dijo en tono de acusación.
—Anoche me costó dormir. Creo que debían de ser más de las cuatro cuando, por fin, me quedé dormida.
—¿Por qué? —preguntó en el mismo tono de antes.
Lali no pensaba contarle por qué a Tomy. En primer lugar, el beso la había conmocionado, y, después, el desconcertante rechazo de Peter le había dolido. A pesar del esfuerzo que había hecho, parecía que iba a volver a sufrir.
¿Pero cómo era posible? Se iba a marchar pronto. Lali se lo repitió a sí misma tres veces, para convencerse de que era lo que deseaba.
—Tomé chocolate caliente. Eso siempre quita un poco el sueño.
Jamás le había mentido a aquel niño. Bueno, quizá una vez. cuando le había dicho que le había preparado los espaguetis solo para él, cuando en realidad había estado esperando recibir visita. Visita en forma de vaquero con botas y pantalones téjanos.
Resultaba ridículo que una mujer de su edad albergara esperanzas de ese tipo. Sobre todo con Peter Lanzani. Aquel nombre tan fuerte, tan guapo, tan sensual, tan... .
Incluso la abogado había comentado lo sexy que era.
—¿Tía Lali, qué hicisteis?
—Fuimos a cenar a Medicine Hat.
—¿Qué cenasteis?
—Yo pedí una ensalada con gambas.
—¿Saliste a cenar y pediste ensalada?
—Me temo que sí.
—¿Y él qué tomó?
—Un filete de señor Apestoso. Es un toro que montó una vez.
—¿Es que no tenían hamburguesas en el menú?
—Tomy, fuimos a un sitio mejor que McDonald's.
—Ja. No hay sitio mejor que McDonald's. ¿Oye tía, crees que Peter querría enseñarme a montar toros?
—¡Espero que no! —se tapó la cabeza con la almohada para que la dejara sola.
—¿Lo besaste?
—¡Tomy! —asomó la cabeza—. No creo que eso sea asunto tuyo —le dijo en tono seco.
—Me apuesto a que eso quiere decir que lo hiciste. ¡Puaj! ¿Fuisteis al cine? He visto que en Medicine Hat ponen una película de Stallone.
—No llegamos.
—Bien. A lo mejor quiere llevarnos a Ruben y a mí.
—Tal vez quiera llevaros algún día. Sabes, Tomy, creo que hoy no voy a hacer nada; me quedaré en la cama y leeré un libro.
Cerró los ojos y pensó en los músculos y en todas las demás cosas que a las mujeres les gustaban de los hombres. También en su sonrisa, en su mirada ardiente, en sus labios que sabían a lluvia, en su voz profunda y sonora, en su risa. En su sinceridad, en su humildad, en su honestidad.
De pronto, le pareció que sabía más de lo que les gustaba a las mujeres de los hombres que hacía una semana, un mes, un año...
Y sabía algo más, pero no sabía cómo lo había sabido.
Sabía que Peter Lanzani iba a pasarse todo el día pensando si habría hablado en serio cuando le había dicho que aceptaría si se lo pidieran debidamente.
Estaba levantada ya y con la bata puesta cuando alguien llamó a la puerta trasera. Peter entró con aspecto juvenil y fresco, como si hubiera dormido muy bien.
—Pasa —le dijo a través de la puerta mosquitera.
—Hola.
—Hola.
—Tomy me llamó esta mañana.
—¿Tomy te llamó?
—Me preguntó si podía enseñarle a montar un toro.
—¿Y qué le contestaste?
—Le dije que estaba seguro de que me matarías si dijera que sí.
—Eso es.
—Luego, me preguntó si querría llevarlos a Ruben y a él a esa película. La que no quisiste ver anoche.
—Está muy lejos para llevar a los niños al cine.
—Uno se acostumbra a conducir.
—¿Por qué me estás mirando así?
—¿Cómo? —le preguntó en tono inocente.
—Como si fuera la primera vez que me vieras.
—Bueno, señorita, es la primera vez que te veo en bata.
—Qué suerte, ¿no? Y no me llames señorita.
—¿Lali, tienes un mal despertar?
—Pues lo cierto es que sí.
—Bueno, ya que estás así, voy a por los niños y me marcho.
—¿Peter?
Él se volvió y la miró.
—Gracias por la cena de anoche. Tendré la cena lista cuando volváis. Carne asada. Sin ajo.
Que pensara lo que eso quería decir.
Pasó una tarde estupenda, trabajando en el jardín y preparando la cena. Peter llegó más tarde con los niños, a quienes les había encantado la película.
—¿Te gustó?
Peter entornó los ojos.
Cenaron todos juntos, rieron y charlaron. Después, Tomy sacó una vieja pelota de gomaespuma de su habitación y salieron a jugar al jardín. Lali tuvo que formar equipo con Tomy y corrió tanto de un lado a otro que al final no pudo más y tuvo que tumbarse en la hierba.
Ruben fue con ella y se quedó dormido a su lado.
Peter y Tomy continuaron jugando hasta que el sol se ocultó. Tomy dijo que iba a ducharse y Peter se sentó con ella sobre la hierba.
—¿Entonces cómo se pide debidamente? —le preguntó sin mirarla, acariciándole a su hijo el cabello.
Lali entendió lo que quería decir instantáneamente, y abrió la boca para responder, pero no le salió ni una palabra.
—¿Con rosas, un anillo de compromiso y de rodillas? —añadió.
—No —protestó ella.
—¿No?
—No.
—Por una parte, no tiene sentido. Lo sabes, ¿no?
—Sí.
—Pero por otra, sí. Si pensamos en los chicos, tiene sentido.
—Muy práctico —concedió en tono seco.
—Y, por supuesto, te ahorrarías el tener que mudarte otra vez tan lejos.
—Estupendo.
—Estoy seguro de que mi casa te resultará como un empleo a tiempo completo.
—El sueño de toda muchacha. Un empleo a tiempo completo.
—Creo que no lo estoy haciendo muy bien.
Se hizo silencio.
—¿Lali? —dijo al rato.
—¿Sí, Peter?
—A veces estoy tan solo que me duele por dentro. No me considero ningún premio, pero soy mejor de lo que solía ser antes, y espero seguir mejorando. Sé que en Vancouver probablemente estarás habituada a tipos más sofisticados; tipos como Roger, que ganan un millón de dólares anuales y podrían comprarte abrigos de piel y diamantes. ¿Te gustan los abrigos de piel?
—No, especialmente. Tampoco necesito diamantes.
—Lo que estoy intentando decir es que si quieres intentarlo conmigo, te prometo que te cuidaré, respetaré y me ocuparé de ti. Trataré a Tomy como si fuera mi propio hijo, y haré lo posible para ayudarte a que se convierta en un hombre fuerte e independiente del que puedas estar orgullosa.
Silencio de nuevo.
—¿Lali? ¿Estás llorando?
—Sí...
—¿Que estás llorando, o que te casarás conmigo?
No debía aceptar. Ella ya había corrido una aventura. Se había lanzado en manos del destino cuando había contestado a aquel anuncio del periódico.
Pero entonces se le ocurrió que aquel anuncio la había llevado hasta allí. Y, gracias a eso, aquel hombre tan guapo, que no sabía el buen corazón que tenía, le había pedido que se casara con ella.
—Entonces, ¿qué dices, que estás llorando o que te casarás conmigo?
Una vez que una se envalentonaba, resultaba casi imposible echarse atrás.
—Las dos cosas.
En ese momento, Peter le besó las lágrimas que le rodaban por las mejillas.

miércoles, 25 de julio de 2012

Capitulo Cinco!




Hola chicas!! Que tal su día?? Algo interesante hoy?? A mi no pasó nada nuevo.....un poquito aburrido se presentó el día. Bueno, me dejo de tonterías y les dejo capi. Espero que lo disfruten!! 
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!




                            CAPITULO CINCO




Lali salió de un sueño profundo y buscó a tientas el teléfono.
—¿Diga? —preguntó medio adormilada.
—Hola.
—¿Peter? —se despabiló un poco y miró el reloj; eran poco más de las dos de la madrugada.
—Siento despertarte. Tengo un pequeño problema.
Ella también. Le parecía un sueño despertarse oyendo su voz, y no sabía si estaba dormida o despierta.
—¿Cuál?
Peter retiró un poco el teléfono de la oreja para que Lali pudiera oír a Ruben gritando en el fondo.
—Oh, Dios mío —dijo, despertándose del todo en un segundo—. ¿Qué diantres... ?
—¿Recuerdas la quema ceremonial del chupete? Pues parece que no fue una idea tan buena.
—¿Está gritando así por el chupete? Parece como si...
—Lo sé, como si lo estuviera matando. Si tuviera vecinos, la policía ya estaría aquí. Me esposarían y llevarían a la comisaría. Y eso no quedaría demasiado bien en un juicio.
—Tardarían dos horas en llegar —le recordó.
—Eso quiere decir que habrían llegado aquí hace hora y media.
—Oh, Peter.
—Voy a pedirte que me hagas el favor más grande de mi vida. Jamás volveré a pedirte nada.
—¿El qué?
—¿Tienes una llave del Outpost? ¿Podría entrar y comprar un chupete? No he querido molestar a Ma. Pa está malo y ella parecía muy cansada cuando me llamó antes.
—¿Cómo no voy a hacerlo? ¿Quieres que quedemos allí? ¿Te parece dentro de media hora?
—Estoy seguro de que podré llegar en veinte minutos.
—Peter, tengo que decirte algo.
—¿Que te debo la vida?
—Aparte de eso.
—¿Quieres a mi primogénito? Llévatelo.
A Lali le gustó su tono de voz y se acurrucó un poco más en la cama para saborear las sensaciones que le producía. Le pareció muy sensual estar hablando por teléfono a mitad de la noche con el hombre más guapo de Hopkins Gulch. Y como muy pronto se marcharían de allí, no resultaba peligroso.
—Quiero que sepas —dijo con firmeza—, que todo te va salir bien cuando llegue el momento de ir a juicio. Creo que eres el mejor papá del mundo.
No habría sido capaz de decírselo a la cara, ni tampoco si fuera a quedarse en Hopkins Gulch, pero el teléfono le daba una extraña confianza en sí misma, una sensación de intimidad que no quería abandonar.
Menuda solterona ridícula que estaba hecha.
Se dijo que él no estaría disfrutando de aquel momento tanto como ella, puesto que no estaba en la cama y, además, tenía un niño de tres años berreando sin parar.
Se hizo un breve silencio al otro lado de la línea y, entonces, Peter le dijo:
—Eso es lo más amable que me han dicho nunca, Lali. Te recogeré dentro de veinte minutos.
Veinte minutos no era suficiente para que una mujer de casi treinta y cinco años se preparara para nada. Se tuvo que contentar con cepillarse el pelo, lavarse la cara y los dientes. Se puso una sudadera y unos pantalones de chándal sobre el pijama de muñecos y salió de casa.
No estaba segura de haber visto alguna vez una noche tan mágica como aquella; las estrellas en Vancouver competían con todas las demás luces, perdidas en algún lugar. Pero allí el universo parecía enorme y las estrellas brillaban con fuerza. Eso le hizo pensar en cosas importantes.
—¿Habrá algún plan para mí? —susurró al cielo nocturno—. Todo parece ser tan complicado.
Una estrella titiló, como si le guiñara un ojo, y Lali sintió que a pesar de lo evidente, todo saldría bien.
La camioneta se detuvo delante de la casa y Lali caminó a paso ligero camino abajo. Oyó a Ruben antes de llegar a la camioneta.
Peter estiró el brazo y le abrió la puerta, y entonces el llanto de Ruben alcanzó un volumen insoportable.
—No sé cómo puedes soportarlo —dijo Lali al entrar—. ¿Cómo has podido conducir hasta aquí sin tener un accidente?
Peter llevaba puesta una cazadora tejana que le quedaba como un guante y le marcaba las rectas y curvas de su torso perfecto, dándole el aspecto de un auténtico vaquero... Atractivo, duro, misterioso. Entonces notó que tenía el flequillo de punta, como si se hubiera pasado la mano muchas veces, y la imagen del vaquero fue sustituida por la de un joven padre, frustrado y exhausto.
Lali miró a Ruben. Tenía la cara lívida y agitaba los brazos y las piernas frenéticamente. Lali se arrodilló en su asiento y se volvió hacia atrás. Le desató las correas que lo ataban y lo tomó entre sus brazos.
—No pasa nada —le dijo—. Ruben, vamos a ir a la tienda a por un chupete para ti.
Se volvió, lo abrazó y lo acunó suavemente; le habló muy bajito, aunque no era probable que él la oyera.
Al menos, dejó de agitarse. Se agarró a su camisa con una de sus manitas y gritó con la cara pegada a su pecho.
Lali miró las estrellas por la ventanilla de la camioneta. Eran tan bellas. Sin saber por qué se sintió bien, allí sentada en la camioneta de aquel hombre tan apuesto en medio de la noche. Ni siquiera le importaron los gritos de Ruben. Era gracias a él que estaba viviendo ese momento, que podía admirar el cielo estrellado. No había estado levantada a esa hora de la noche desde que era una adolescente.
Sintió una valentía que no podría haber sentido en plena luz del día; quizá fuera porque sabía que su estancia allí estaba tocando a su fin.
—¿No crees que hace una noche preciosa?
Peter no dijo nada.
—Esas noches —dijo en voz baja mientras Ruben seguía desgañitándose— en la que uno podría creer en todas las cosas en las que no ha creído antes.
Silencio. Peter metió la marcha y avanzó.
—Esas noches que podrían hacer que alguien creyera en príncipes, zapatos de cristal y besos a media noche.
Bajó la cabeza, sin a penas poder dar crédito a sus palabras, mortificada. Había un niño gritando como un loco y ella se ponía a decir cosas románticas. ¡Algo que se había negado a sí misma para siempre!
Cuando Peter permaneció en silencio, ella se miró los pies, debatiéndose entre abrir la puerta de la camioneta y bajarse para salvar su dignidad.
De pronto, Peter le tocó en el hombro. En la otra mano tenía dos pequeños cilindros de gomaespuma. Peter le señaló las orejas y le invitó a ponérselos.
—No se oye nada —gritó.
Lali los tomó y se los puso.
Llegaron a la tienda de Ma unos minutos después.
—Dame la llave —le dijo a Lali.
—Déjalo. Yo entraré.
—¿Después de lo que te dije de que aquí tienen un rifle detrás de la puerta? Yo lo haré.
Lali le dio la llave.
—Los artículos para bebés están...
—Me he pasado horas en el pasillo donde están los artículos para bebés en estos últimos tres meses. Dejaré un par de dólares sobre el mostrador.
—Estoy seguro de que podré confiar en ti —acarició los rizos sudorosos de Ruben; el niño no había dejado de llorar, pero gritaba menos.
Peter cerró la puerta y a los tres minutos estaba de vuelta. Sacó el chupete del envoltorio a toda velocidad y se lo metió a Ruben en la boca. El silencio fue tan repentino y total que Lali podía oír hasta su propia respiración. Peter apoyó la cabeza sobre el volante.
—Al pasar he tirado algo al suelo. Espero no haber despertado a Ma.
—De haberlo hecho, tendrías el trasero lleno de plomo.
Ruben la observó con los ojos muy abiertos, succionando con impetuosidad. Entonces cerró los ojos, los volvió a abrir y después los volvió a cerrar.
—Se va a dormir —dijo Peter, y se quitó los tapones de los oídos.
Ella hizo lo mismo mientras miraba a Ruben. El niño seguía chupando con ansia, pero tenía los ojos cerrados.
—Mira qué estrellas hay esta noche —dijo Peter, como si las acabara de ver.
Ella no dijo nada.
—Le hacen a uno creer en cosas grandes y bellas.
Se quedaron en silencio; Peter no hizo ademán de encender el motor.
—¿Te acuerdas que he dicho que no volvería a pedirte nada? —dijo Peter.
—Sí.
—Pues mentí.
—¿Y bien? —preguntó divertida—. ¿Qué más me vas a pedir? Si son pañales, vamos a por ellos ahora, antes de que me vuelva a dormir.
—No es eso.
—¿Entonces?
Él negó con la cabeza.
—Debería irme a casa y dormir un poco. Llevo veinticuatro horas despierto. Debería sentirme fatal.
—¿Y no es así?
—No.
Peter respiró hondo. Lo mejor sería volver a casa y pensar lo que iba a decir antes de soltarlo así de pronto. Si lo hiciera, a lo mejor después se arrepentiría.
Esa era la historia de su vida.
Pero el ambiente era tan mágico en ese momento. Las estrellas, el silencio, Lali a su lado con el cabello suelto y un trozo de cuello del pijama asomándole por el escote de pico de la sudadera. Con su hijo Ruben tan tranquilo y relajado entre sus brazos y el modo tan tierno en que Lali lo miraba, le hacía parecer una madona.
Ella olía a gloria.
Peter sabía que él no. Y mejor. Así no se movería de . aquel lado de la camioneta, que era donde debía quedarse.
—Deberías dejarte el pelo suelto más a menudo.
—¿Era eso lo que ibas a pedirme? ¿Que me dejara el pelo suelto?
—No —arrancó el motor.
El corazón le latía muy deprisa. Jamás se había sentido tan nervioso con ese tipo de cosas. En realidad, en el pasado nunca le había importado si alguien le decía que no. Después de todo, siempre había habido muchas mujeres.
—Quiero estar contigo. Solo contigo. Sin Tomy y sin Ruben.
No era que hubiera bajado la guardia, sino que no tenía fuerzas para controlar sus sentimientos.
—Quiero verte. No como tía de Tomy. ¿Me entiendes?
—Creo que sí.
—Que salgamos juntos como hacen los hombres y las mujeres.
Ella parecía horrorizada, como si le hubiera propuesto saltar de un avión sin paracaídas.
—Soy mucho mayor que tú —dijo, pasado un momento.
—Sé que eres un poco mayor que yo.
—Y no salgo con hombres.
—Eso también lo sé.
—¿Entonces por qué me estás pidiendo esto?
—Porque estoy agotado, porque el cielo está cuajado de estrellas y porque me acabas de salvar la vida.
—Ah —dijo con alivio—. Porque me debes una.
—No —contestó él.
Ella se volvió a mirarlo con ojos brillantes, muy abiertos; el cabello le caía como una cortina de seda sobre el hombro y su rostro estaba lleno de ternura e incertidumbre.
—Porque eres la mujer más bella que he visto en mi vida.
Peter no podía creer que le hubiera dicho eso. Ella volvió la cabeza rápidamente y él pensó que quizá se le estuviera escapando alguna lagrima. Se inclinó hacia delante y le agarró la barbilla para verla mejor.
—Tienes los ojos demasiado brillantes.
—Sabes que no estoy llorando. Y yo no salgo... No puedo.
—Haz una excepción. Sé que no estarás aquí mucho tiempo.
—¿Y qué haremos con los chicos?
Peter se animó al oír la pregunta; al menos no le había dado un no rotundo.
—¿Atarlos y soltar un par de serpientes de cascabel para que se los coman? —dijo en tono esperanzador.
—¿Tienes otro plan?
—¿Para la cita o para los niños?
—Para los niños.
—¿Qué te parece Ma Watson? —dijo, más animado a cada segundo que pasaba.
Ella aspiró temblorosamente, como si estuviera de pie sobre un trampolín muy alto.
—Se lo preguntaré mañana.
—Aprovecha que se siente culpable.
—Peter, no será esto el principio de un fracaso, ¿verdad?
—No lo creo. Tengo esperanza de que no sea así. Solo somos dos personas que necesitamos darnos un respiro de nuestros chicos. ¿Cuándo fue la última vez que te diste un respiro de ese tipo?
—Hace mucho tiempo.
—Pregúntale si podría ser mañana por la noche.
—De acuerdo. Sabes —dijo ella—, para ser una mujer que no salgo con hombres, me he rendido con demasiada facilidad.
—Gracias a Dios. Estoy demasiado cansado como para pelear para que me des una cita. Quiero decir, si hubiera tenido que hacerlo lo habría hecho, pero te agradezco que no me hayas obligado a hacerlo.
—¿Discutirías conmigo por una cita?
—Por supuesto. Y ganaría.
—Peter —de repente se puso seria y lo miró atemorizada—. No. No puedo. He cambiado de opinión. Quiero decir, soy demasiado mayor para quedarme toda la noche despierta preguntándome si tendría que darte un beso de despedida después de la cita.
—Si me lo das, no sería por obligación.
Ella se quedó boquiabierta. Le pasó a Ruben y forcejeó con la palanca intentando abrir la puerta lo más rápidamente posible. Al hacerlo, estuvo a punto de caerse hacia atrás.
—Hasta mañana por la noche —le dijo él antes de cerrar ella la puerta y salir pitando.
Metió la marcha y se perdió en la oscuridad.
Vaya. Se había atrevido a hacerlo. Las tres horas seguidas de llanto de su hijo le habían hecho bajar la guardia.
Pero lo cierto era que no había pensado en otra cosa desde el momento en el que Ma le había llamado y le había dicho que Lali no podría seguir trabajando.
Que se tendría que marchar. ¿Qué tenía de malo intentar aliviar un poco su ansiedad? ¿Ayudarla a no pensar en los problemas que parecían multiplicársele?
Eso era todo. De pronto, se había vuelto altruista. La invitaría a cenar y después al cine. Después de todo, él quería convertirse en un caballero.
¿Pero qué era aquello que sentía en el pecho? ¿Qué significaba aquella alegría repentina?


Lali se miró al espejo otra vez. Había oído el motor de la camioneta deteniéndose delante de su casa, pero tenía miedo de salir. Llevaba puesta una preciosa blusa de seda blanca hecha a medida y unos pantalones grises, el décimo conjunto que se había probado.
Le hacía parecer mayor y aburrida, y lista para ir a la oficina.
Deseaba poder ponerse uno de esos tops tan bonitos con los que se enseñaba el ombligo, pero ese tipo de cosas ya no le pegaba. Y ni siquiera había tenido un bebé a quien echarle la culpa.
Se oyeron unos golpes a la puerta, pero Lali no se movió. Se había dejado el pelo suelto, pero de repente pensó que le quedaba fatal. Como si intentara parecer más joven de lo que era.
Echó la cabeza hacia delante y se recogió el pelo a toda prisa. Peter volvió a llamar a la puerta.
Si no contestaba, con un poco de suerte, se largaría.
Estaba tan emocionada que apenas podía respirar. Pero en realidad era demasiado mayor para esas cosas. Por ello, todos esos años se había escudado en la responsabilidad que tenía hacia Tomy.
Tomy, que se había ido hacía media hora a casa de Ma Watson con un ataque de rabia.
Pum, pum, pum.
Lali se limpió el carmín de los labios a toda prisa y se sentó en el borde de su cama. Cerró los ojos y rezó para que se marchara.
—¿Lali?
Ella se asustó, abrió los ojos y soltó un gritito de pánico y consternación. Peter estaba a la puerta de su dormitorio, mirándola.
—¿Cómo has entrado?
—Abrí la puerta y entré. Pensé que quizá no me hubieras oído llamar. O que tal vez estuvieras en el sótano, muriéndote por la mordedura de una serpiente.
Lali lo miró enfadada.
Él se acercó y se sentó en la cama junto a ella. La 'rozó levemente con el muslo. Lali se apartó inmediatamente.
—Te arrepientes de haber aceptado, ¿verdad? —le preguntó en tono bajo.
—¿Cómo lo has adivinado?
Le pasó un dedo por la frente.
—Se te nota en la cara.
—¿Te arrepientes tú de habérmelo pedido?
—No.
—Peter, sencillamente no sé lo que hacer. No sé qué ponerme ni qué decir. Ni siquiera soy capaz de pintarme los labios. Lo odio. Es como si no supiera quién soy. Estoy tan nerviosa.
—Yo no doy tanto miedo.
—¡Sí que lo das!
—¿En qué sentido?
Se quedó callada.
—¿En qué sentido? —volvió a preguntarle.
—Eres muy guapo —dijo por fin.
Él silbó.
—¿Y tú no?
—Lo siento, pero no hay ni punto de comparación.
—Eso es totalmente falso.
—Bueno, tú eres muy apuesto —dijo de nuevo, como si fuera algo legítimo que esgrimir contra él.
—Bueno, no lo puedo evitar. Nací así.
—Y eres demasiado joven para mí.
—¿No hemos hablado ya de esto?
Ella no dijo nada.
—¿Puedo decirte una cosa? —le dijo en tono bajo, pero firme.
—Si no hay otro remedio.
—En este momento, no te estás comportando como una persona de tu edad.
—¿Y cómo me estoy comportando? Si me dices que como una chica de trece años, me encerraré en el cuarto de baño.
—¿Qué te parece de dieciséis?
—¿No te das cuenta de por qué esto no puede funcionar?
—Tú no sabes lo que yo siento.
—No te sientes como si tuvieras dieciséis.
—Diecisiete, entonces. Estoy asustado. Y tampoco sé qué decir. Me preocupa que pienses que soy un paleto de pueblo —la miró con intensidad—. Me preocupa meter la pata y utilizar el tenedor equivocado durante la cena —le dijo, buscó su mano y se la agarró—. Y que pienses que no voy vestido adecuadamente.
Lali se dejó dar la mano y miró cómo iba vestido. Pantalones vaqueros planchados, una camisa vaquera abotonada hasta arriba, un par de botas relucientes y el cabello bien peinado.
—Oh, Peter, estás guapísimo. Como si pudiera ser de otra manera.
—Me preocupa pedir algo que tenga ajo y que después no quieras que te dé un beso de despedida— ella sonrió. Aquel hombre le gustaba. Quizá fuera por eso por lo que tenía tanto miedo.
—¿Entonces, podemos irnos ahora? ¿Ya que hemos reconocido que estamos los dos muertos de miedo?
Ella respiró hondo.
—De acuerdo. ¿Adonde vamos?
—A Medicine Hat. ¿Podrás enseñarme qué tenedor debo usar?
—¿Qué te hace pensar que yo lo sé?
Él la miró.
—Sé que lo sabes.
—¿De qué vamos a hablar?
—Me vas a contar cómo es Vancouver. Puedes hablarme de tus vacaciones favoritas, o del sabor de helado que más te gusta.
—Eso me llevará unos cinco o diez segundos.
—Entonces, podrás contarme lo que piensas que vas a hacer dentro de un mes.
—Otros diez segundos. ¿Y tú qué me vas a contar?
—Disiparé la aureola de romanticismo que rodea al vaquero de rodeos compartiendo contigo los momentos más importantes de mi breve carrera como cabalgador de toros. Eso me llevará otros diez segundos o más.
—¿Has sido un jinete de rodeo? ¿Has montado toros? ¿De verdad?
Sin soltarle la mano se puso de pie y tiró de ella. En tono suave, empezó a hablarle de un toro bravo y enorme de ojos rojos y malvados mientras la conducía hacia la puerta. Antes de salir, le sacó un suéter del armario y se lo echó por los hombros.
—No me creo que el nombre del toro fuera señor Calzoncillo Apestoso. ¿Por qué me tomas? ¿Por una chica de ciudad?
—Pues se llamaba así. Bueno, quizá solo Apestoso. Y, desde luego, lo merecía. Mató a tres o cuatro vaqueros antes de montarlo yo.
—No me digas —Peter le abrió la puerta de la camioneta y ella se sentó; entonces, Lali vio que también había llevado a Ruben a casa de Ma.
Dio la vuelta a la camioneta, se metió, arrancó el motor y dio unas palmadas en el asiento que estaba junto a él. Lali se mudó de sitio despacio, hasta que su hombro rozaba el de Peter.
—Pues sí. A uno lo destripó. A otro lo pateó y se cayó sobre un tercero. El último murió de miedo.
La camioneta avanzó.
—Gracias —le susurró.
—¿Gracias por qué?
—Por hacerme sentirme más de lo que soy.
—Lali Esposito, un simple vaquero como yo no podría hacer eso.
—No eres un simple vaquero, Peter.
—¿No?
—Creo que eres todo un caballero.
—¿Has estado hablando con Ma Watson? —le preguntó en tono sospechoso.
—¿Sobre caballeros? —le dijo con incredulidad—. No.
—Bueno —dijo más tranquilo—. Ahora las reglas para la velada de hoy.
—¿Reglas?
—Sí. Prohibido hablar de los chicos. Ni una palabra.
—De acuerdo.
—Y no quiero que te preocupes por nada en absoluto.
—Vale.
—¿Bueno, por dónde iba? Ah, sí, ese toro tenía fuego en la mirada.
Estaban ya a mitad de camino a Medicine Hat cuando terminó la historia. Una historia que a Lali le dijo mucho sobre la vida de un jinete de rodeo. Terminó concluyendo que, con un poco de suerte, se comerían a aquel toro bravo para cenar.
—Te toca a ti —dijo Peter.
—¿Después de eso? Creo que no lo entiendes, Peter. Soy aburrida.
—No, eres tú la que no lo entiendes, Lali. No lo eres.
—Bueno, no se me ocurre nada interesante que contarte.
—Pues empieza con esto... Cuando eras pequeña lo que más me gustaba hacer era...
—Cuando era pequeña lo que más me gustaba hacer era ir al Acuario de Vancouver.
—¿De verdad? Mira, eso es algo que siempre he deseado hacer. Cuenta, cuenta.
Y fue así de fácil.
La cena fue maravillosa. Peter estuvo encantador y divertido, además de muy humilde sobre la falta de etiqueta que a los ojos de Lali le hacía tan atractivo, tan real.
Ella pidió una ensalada con gambas, y él le tomó el pelo por el ajo.
—Hola, Peter.
Lali alzó la cabeza. Delante tenían a una mujer increíblemente bella, vestida con un traje de blusa y falda corta azul eléctrico. Llevaba un corte de pelo muy estiloso e iba maquillada a la perfección. El carmín rojo intenso le sentaba de maravilla.
—¡Mary Anne! Hola. Pero tú no tienes licencia para practicar en esta provincia, ¿verdad?
—Depende de lo que esté practicando —dijo, volviendo la cabeza hacia su mesa, donde estaba sentado un hombre de aspecto distinguido vestido de traje—. La abogacía, no.
—Lali, esta es mi abogado, Mary Anne Grey.
—Hola, Lali. Encantada de conocerte. Mira, Peter, odio trabajar cuando no puedo enviarte una factura, pero esta misma tarde he recibido un fax del abogado de tus suegros —miró a Lali, vaciló un instante y después se volvió hacia él—. Tienen intención de ponerte las cosas difíciles.
—Mi vida siempre ha sido un poco difícil.
—Quieren que el tribunal ordene una inspección del hogar donde convives con Ruben.
—Ya me he enterado.
—Se supone que tienes que contarme estas cosas nada más enterarte de ellas.
—Pero, entonces, me pasarás factura —se burló.
Lali vio cómo la fría disposición de la abogada se transformaba en claro afecto hacia Peter.
—Espero que, si los ignoro, me dejen en paz. Mira, Lali y yo hemos hecho un pacto de no hablar de nada que nos preocupe esta noche. ¿Puedo llamarte dentro de unos días?
La abogado se volvió y miró a Lali pensativamente.
—¿Quieres un consejo gratis, vaquero?
—¿Es esta una primicia?
—Probablemente —se volvió hacia él.
—De acuerdo. Aconséjame.
—Cásate con ella —le guiñó un ojo y se marchó.
Peter se quedó mirando al plato y Lali al suyo. Ella se atrevió a mirarlo, y él hizo lo mismo.
—Como si una señorita como tú quisiera casarse con un tipo como yo —comentó.
—¿Quieres decir con un caballero? —preguntó, y seguidamente dijo algo que le salió del alma—. Yo lo haría.
Y entonces, se puso tan colorada que pensó que iba a tener que pedirle un par de trozos de hielo al camarero para refrescarse las mejillas.
—Si me lo pidieran como es debido —dijo, intentando quitarle importancia al asunto—. ¿Te he hablado de Whistler?
Él negó con la cabeza, totalmente perplejo.
—Es mi segundo lugar favorito. Me encanta esquiar pendiente abajo. ¿Sabes esquiar?
—¿En Saskatchewan? —preguntó.
Pero estaba claro que estaba pensando en otra cosa, y Lali supo que había conseguido fastidiar la velada.