jueves, 20 de septiembre de 2012

Capitulo Dos!







Hola chicas!! Que tal su día?

Chari, ya contarás cuando comiences a leer. Yo acabé el primero en un día.....solo te puedo decir...wuau, wuau a las emociones que te hace sentir. Preparate porque engancha.

Lina, creo que voy ha hacerte caso, porque después de devorar el primero necesito hablar con alguien!! Comentar, comentar!! Jajaja Increíble en serio. Creo que me gustará pasarme, porque la angustia que me creó al final, es necesaria compartirla. Simplemente...clap clap! Gracias por la invitación! Ya estoy por empezar el segundo....creo que me quedé sin vida...

Volviendo al tema.....gracias a todas por sus comentarios, espero que disfruten de esta historia!!!

Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                                CAPITULO DOS





John Mann, de la Patrulla de Montaña, se presentó a Peter y Oscar Lanzani, que se levantaron de la silla y estrecharon la mano del oficial. Todos eran hombres altos, y sus ojos estaban casi al mismo nivel. El oficial Mann era el que más pesaba de los tres, porque Peter y su hijo eran ambos delgados y fibrosos, muy parecidos los dos con el pelo oscuro y los ojos verdes.
Mann acercó una silla a donde estaban los Lanzani. Se encontraban en la sala de espera de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital General Missoula, que era donde habían traído a Lali en helicóptero, debatiéndose entre la vida y la muerte.
El oficial Mann era un hombre corpulento, pero tenía una voz sorprendentemente suave.
—¿Alguna noticia sobre el estado de la mujer?
—Nada concluyente. Hemos hablado con dos médicos y varias enfermeras. Están haciéndole pruebas —dijo Peter con una voz transformada por la tensión. Aunque estaba muy preocupado por la mujer de la habitación 217, lo estaba aún más por su hijo. La cara de Oscar estaba gris y macilenta. Podría haber sido él quien estuviera en el fondo del barranco, y Peter no podía quitarse eso de la cabeza.
—Entonces, ¿ha recuperado la consciencia? —preguntó John.
—De ser así, no nos lo han comunicado.
Peter percibió el escrutinio al que estaba sometiendo a su hijo, y se movió hasta que su hombro se rozó con el de Oscar.
El oficial se dio cuenta del gesto de protección y carraspeó.
—Ha sido un accidente muy serio, y tendremos que investigar.
—Sí, lo sé —contestó Peter. Las líneas de su rostro adquirieron una mayor rigidez, si es que era posible. Si Oscar no se hubiera apartado de su ruta habitual para recoger a Eric, ¿habría ocurrido el accidente? Era una pregunta que Oscar debía estar haciéndose sin parar. Los chicos eran muy buenos amigos.
—Me lo imaginaba —contestó Mann—. Bueno, vamos a ver —sacó una pequeña libreta y un lápiz del bolsillo y la abrió por una página específica—. Oscar Lanzani y Eric Roger . ¿Están correctos los nombres?
Peter y Oscar contestaron que sí.
—De acuerdo, Oscar… ¿Prefieres Oscar o Lanzani?
—De cualquiera de las dos formas —contestó Oscar. Tenía la mirada baja y Peter sabía que estaba asustado.
—Cuéntame lo ocurrido, Oscar.
—Ya se lo conté al sheriff Logan —contestó Oscar—. Es quien acudió cuando Eric llamó pidiendo ayuda.
—Lo sé, pero yo no estaba allí y me gustaría oírlo de primera mano.
Oscar inspiró profundamente.
—Teníamos miedo de llegar tarde a clase por los exámenes finales, y tomamos el atajo de Cougar.
—Eric y tú.
—Sí. Conducía yo. Llegamos a esa curva tan cerrada, ya sabe a cuál me refiero, y de pronto me encontré con una de esas furgonetas pequeñas en mitad de la carretera. Pisé el freno y ella también, y colisionamos.
—¿Había hielo?
—Sí. Se había derretido solo en los sitios en los que daba el sol.
—¿Viste que el conductor era una mujer?
—No me dio tiempo a nada. Estaba intentando no perder el control de la camioneta.
—Es comprensible.
—La furgoneta cayó por el precipicio —Oscar tragó saliva con dificultad—. Yo paré la camioneta y los dos corrimos al borde de la carretera. La furgoneta aún seguía cayendo, dando vueltas de campana. Vimos a una mujer salir despedida por la puerta del conductor y que acababa en las rocas. La furgoneta se paró a unos metros del río. Bajamos por la ladera lo más rápido que pudimos. Eric pensó que estaba muerta, pero yo le encontré el pulso y me di cuenta de que solo estaba inconsciente, así que le dije a Eric que subiese a la camioneta y fuera a buscar ayuda. Estaba a punto de marcharse cuando vi el fuego. La mujer estaba demasiado cerca de la furgoneta y pensé que… bueno, que a lo mejor explotaba. Eric no quería moverla, pero yo sabía que teníamos que hacerlo.
Oscar miró al oficial con los ojos llenos de angustia.
—Teníamos que moverla… si no habría muerto en la explosión… pero ¿y si por moverla le hemos hecho más daño?
—Oscar, hicisteis lo correcto —le dijo Mann—. Está viva, y no lo estaría si la hubieseis dejado donde cayó. Bien, ahora tengo unas cuantas preguntas que hacerte: ¿llegó a deciros algo?
—No.
—¿Pudisteis ver la matrícula de la furgoneta?
Oscar frunció el ceño.
—No recuerdo ni un solo número. La parte trasera quedó frente a nosotros, pero no me acuerdo de nada.
—Puede que se desprendiera durante la caída.
—Supongo que es posible.
—¿Adónde quiere ir a parar? —preguntó Peter.
—Ha visto usted los restos del accidente?
—No.
—Es que no los hay, aparte de pequeños trozos de tela y metal esparcidos por la tierra, aparte de otros restos imposibles de identificar —Mann se apoyó en el respaldo de su silla—. No sabemos quién es. Si Oscar hubiese visto su número de matrícula, al menos sabríamos en qué estado vive.
—Cayeron muchas cosas al río —dijo Oscar.
—Sí, pero el río baja muy fuerte y debe estar ya todo muy lejos de donde cayó el coche.
—Si lo que le preocupa es su identidad, ¿no podrá aclararse cuando recupere la consciencia?
El oficial guardó la libreta y el lápiz.
—Seguro que sí —se levantó y miró a Oscar—. Por ahora es suficiente. Si surgen más preguntas, me pondré en contacto contigo.
—De acuerdo —asintió Oscar.
Peter sintió el alivio de su hijo tras la marcha del policía. Ni él ni Oscar se habían visto jamás envueltos en algo que requiriese intervención policial, y Peter conocía lo bastante bien a su hijo para saber que ese otro aspecto del accidente también le ponía nervioso.
—Tranquilízate, hijo —le dijo, apoyando una mano en su hombro—. El oficial Mann solo está haciendo su trabajo.
Oscar no contestó. Se limitó a quedarse mirando delante de sí como si su padre no hubiese hablado.
Peter retiró la mano. Quería a su hijo más que a la vida misma, y sentía su tristeza en el alma. Oscar jamás le había dado motivos de preocupación. Sí, se había preocupado al empezar su hijo a conducir por aquellas carreteras de montaña, por su seguridad, pero no por mal comportamiento.
Peter cambió de tema, solo para conseguir que su hijo pensase en otra cosa.
—Cuando llamé al director para explicarle lo ocurrido, me dijo que podrías hacer otro día los exámenes que te has perdido hoy —hizo una pausa—. Pero me parece que ya te lo había dicho, ¿no?
—No pasa nada, papá.
—Por lo menos Eric no se ha perdido todo el día de clases. Por cierto, ¿cómo ha llegado al instituto?
—Después de llamar al sheriff, llamó a su padre y el señor Roger fue a recogerlo —de pronto, Oscar se dobló por la cintura y se cubrió los ojos con las manos—. Ha sido horrible, papá —dijo con voz rota—. Nunca podré olvidarlo.
Peter acarició la espalda de su hijo.
—Es verdad que no vas a poder olvidarlo, pero al menos has hecho todo lo posible por salvarle la vida a esa mujer. Estoy muy orgulloso de ti, hijo. Quiero que lo sepas.
Sintió que los hombros de su hijo temblaban con los sollozos y siguió acariciándole la espalda, haciendo todo lo posible por consolarlo.
Ni siquiera se planteó la posibilidad de volver a casa. Ocurriera lo que ocurriese, tanto él como Oscar tenían que saberlo directamente de boca del médico. Llevaban ya cinco horas en aquella pequeña sala de espera, y se quedarían allí durante el resto del día o de la noche, si era necesario.


A las ocho de la tarde, la enfermera Nancy Cummings llamó al doctor Melvin Pierce a la habitación 217.
—Empieza a dar síntomas de consciencia, doctor.
El doctor Pierce miró el monitor del ritmo cardíaco y de la presión sanguínea de la paciente.
—Eso parece —murmuró, y volvió su atención a la mujer que yacía en la cama. Tenía abrasiones, cortes y arañazos en la cara y en las manos. El desgarro en la sien derecha había requerido puntos de sutura, pero tanto los rayos X como el resto de las pruebas habían revelado que no había ningún hueso roto, y ni siquiera la conmoción era severa. En su opinión, era una mujer extremadamente afortunada por haber sobrevivido a un accidente de aquellas características y haber sufrido tan pocos daños.
—Señorita —la llamó, sacudiendo ligeramente su brazo—. ¿Puede oírme? Abra los ojos. Está en el hospital. Soy el doctor Pierce. Intente abrir los ojos.
Como a lo lejos, Lali oyó la voz del hombre. «Abra los ojos. Intente abrir los ojos».
Sentía los párpados con un peso tremendo. Todo el cuerpo le dolía, especialmente la cabeza. Las palmas de las manos le echaban fuego, igual que las rodillas. Intentó pensar, pero no pudo.
Pero siguió oyendo la voz, cada vez más cerca. Luchó por obedecer y finalmente consiguió abrir los ojos. Vio un rostro borroso y una voz:
—Señorita, ¿puede hablar? Diga algo. Díganos su nombre.
Tenía la sensación de que el cerebro era de algodón. Los ojos se le cerraron.
—Intente mantenerse despierta, señorita. Intente hablar. ¿Cómo se llama?
—Lali —murmuró, y volvió a caer en aquel lugar oscuro donde el cuerpo no le dolía y las voces no se oían.
El doctor Pierce se incorporó y se acercó al pie de la cama para anotar en la historia clínica a qué hora y qué había ocurrido.
—Manténganla bajo estricta vigilancia —le dijo a la enfermera mientras escribía—. Yo me marcharé dentro de media hora, pero el doctor North estará de guardia. Llámele si vuelve a despertarse.
Salió de la habitación y se dirigió a la sala de espera. Peter Lanzani y su hijo se pusieron inmediatamente de pie, expectantes.
—Vuelvan a sentarse —les dijo el médico, y él se sentó también. Parecía cansado, y se frotó los ojos—. Bueno, lo que sabemos con cierta seguridad es lo siguiente: tiene una conmoción leve y numerosas abrasiones. No hay huesos rotos y no hemos detectado daños internos. Eso no quiere decir que esté completamente fuera de peligro, pero la impresión general es favorable. Hace unos minutos que recuperó brevemente el sentido, y el hecho de que comprendiera lo que le decía es un síntoma excelente. Le pregunté su nombre y me dijo que se llama Lali.
Peter y Oscar se miraron.
—¿Lali? ¿Eso es todo lo que ha dicho? —preguntó Peter.
—Solo eso —el doctor Pierce se levantó—. Tengo otros pacientes que ver. Les aconsejo que se vayan a casa y descansen un poco. Lo único que van a conseguir quedándose es agotarse. Buenas noches.
Y se marchó.
Oscar parecía sorprendido.
—¿No te parece que Lali es un nombre un poco raro? Parece más un apodo que un nombre propio, ¿no?
—No sé qué pensar, Oscar, pero el resto de lo que nos ha dicho es muy esperanzador —se levantó—. Vamos, te acompaño fuera. Es hora de que te vayas a casa. Mañana tienes exámenes.
Oscar se levantó.
—¿No vienes conmigo?
—Creo que no. Tengo la sensación de que debo quedarme.
—Pero no tienes coche.
—Si lo necesito, alquilaré uno.
Peter acompañó a su hijo hasta el aparcamiento.
—Conduce con cuidado. Y nada de acortar por Cougar.
Oscar asintió con tristeza.
—No te preocupes por eso.
Peter se quedó allí hasta que la camioneta se perdió de vista, y después volvió directamente a la UCI. Una vez allí, habló con la enfermera.
—¿Puedo ver a la mujer de la habitación 217?
—Sigue inconsciente, señor Lanzani —le contestó la enfermera Cummings con un gesto de comprensión.
—Lo sé. Solo me quedaré un minuto, pero es que necesito verla.
—Bueno… pero solo un minuto, señor Lanzani. Y no toque nada.
—No se preocupe. Gracias.
Peter caminó por el pasillo y al llegar frente a la puerta abierta de la habitación, dudó un instante antes de entrar. La habitación estaba iluminada suavemente por una luz en la pared. Había una cama, solo un paciente, una mujer que solo había dicho una palabra. Hizo una mueca de dolor al ver los puntos de la frente y las horribles abrasiones de las manos y la cara. Llevaba un gorro de hospital, pero un mechón de cabello oscuro se escapaba por el elástico. Sus facciones eran tan perfectas como nunca las había visto en una mujer: nariz y barbilla pequeñas, pómulos marcados, cejas bien definidas y labios carnosos y bien dibujados.
—Es joven —musitó. Por alguna razón, había estado pensando en una mujer mucho mayor.
Parecía pequeña en aquella cama, lo cual le conmovió, y el hecho de que estuviese conectada a varias máquinas le conmovió aún más. Un líquido claro caía gota a gota para entrar en sus venas.
Peter apretó los puños y se preguntó por qué las cosas tenían que ser así. Oscar no se merecía lo que estaba pasando, igual que aquella mujer tampoco se lo merecía.
Un conglomerado de ideas se le pasaron en aquel momento por la cabeza, pero una prevaleció: no podía abandonarla. Hasta que se supiera su nombre completo y sus parientes supieran dónde estaba y lo que le había ocurrido, él asumiría el papel de la familia.
—Lali —susurró—. ¿Te llamas así de verdad, o solo estabas divagando?
La miró un momento más, y con un suspiro, salió de la habitación y volvió al puesto de enfermeras.
—Hay un hotel justo al final de la calle… el Bixby —le dijo a la enfermera Cummings—. ¿Sería tan amable de llamarme allí si hay algún cambio en su estado, tanto para mejor como para peor?
—Así lo haré, señor Lanzani.
—Gracias. Volveré dentro de unas horas.


Con los ojos aún cerrados, Lali lamentó mentalmente la dureza de la cama en la que estaba tumbada. ¿Por qué estaría en una cama tan incómoda? Intentó moverse para ponerse cómoda, pero un dolor agudo la obligó a quejarse. Abrió los ojos.
Aquella habitación no le resultaba familiar: era pequeña, poco iluminada y austera. La puerta estaba abierta. ¿Dónde estaba? El pánico se apoderó de ella e intentó incorporarse, pero solo consiguió quejarse de dolor y caer sobre la cama. Entonces vio la vía que le entraba en el brazo. ¿Qué le había ocurrido?
Tragó saliva, o intentó hacerlo. Tenía la garganta y la boca completamente secas. El corazón le latía asustado. La enfermera Cummings entró rápidamente en la habitación, seguida de otra enfermera.
—Está despierta. Janie, llama al doctor North —le dijo a la segunda enfermera, que salió de la habitación inmediatamente. Después sonrió a Lali—. ¿Cómo estás, querida?
—¿Puedo… puedo beber agua? —gimió.
—Por supuesto —la enfermera le ofreció un vaso con agua que había en la mesilla—. No levantes la cabeza. Yo te acercaré el vaso. Y toma solo un sorbo. El doctor North vendrá enseguida.
Lali tomó un sorbo con la pajita.
—Gracias —susurró—. ¿Dónde estoy?
—En un hospital, querida.
—¿Por qué?
—Por las heridas. Ah, aquí está el doctor North —la enfermera se hizo a un lado para dejarle sitio y susurró para que solo lo oyera él—: está un poco desorientada.
—Hola —la saludó el doctor North, inclinándose hacia ella con un oftalmoscopio—. Mire hacia aquella esquina de la habitación.
—¿Qué es eso?
—Un instrumento que me permite ver dentro de sus ojos.
—¿Y por qué quiere mirar dentro de mis ojos?
—Señorita… Lali, ha sufrido una conmoción en el accidente, y examinar sus ojos es solo una cuestión rutinaria.
—¿Qué accidente? —preguntó, asustada—. ¿Y por qué me llama Lali?
—Porque le dijo al otro médico que ése era su nombre —contestó el doctor North, mirándola preocupado—. ¿Cómo se llama?
Lali miró primero al médico, luego a la enfermera y después a su alrededor. Su nombre… su nombre. La cabeza le palpitaba al intentar encontrar unos recuerdos que no estaban en su sitio. El vacío la asustaba tanto que intentó volver a levantarse, empujada por la necesidad de escapar de aquel lugar, de aquella gente.
El doctor Norht la obligó a tumbarse.
—¡Traiga inmediatamente el sedante que haya prescrito el doctor Pierce! —ordenó a la enfermera.
—Sí, doctor —la enfermera Cummings salió corriendo de la habitación y colisionó con Peter—. Disculpe, señor Lanzani —dijo, y siguió corriendo.
—Perdone, ¿qué está pasando? —le preguntó, pero ella no se detuvo, así que Peter entró en la habitación. El doctor North estaba intentando evitar que la mujer se levantara, mientras ella emitía un lamento e intentaba soltarse.
—¿Qué ocurre? —preguntó con ansiedad.
—¿Quién es usted, y qué hace aquí a las tres de la mañana?
—Soy Peter Lanzani. Mi hijo Oscar era el conductor del otro coche. ¿Por qué está tan enfadada?
—Creo que porque le he preguntado cómo se llama.
—Se llama Lali —contestó Peter, tomando suavemente su mano—. Tranquilízate, Lali. Nadie va a hacerte daño.
Para sorpresa del doctor North, la paciente dejó de resistirse, y miró a Peter con los ojos vacíos pero mucho más tranquila. Con un suspiro, el médico le soltó los hombros.
—Tú no me conoces, Lali —le dijo con voz tranquila—, pero estoy aquí para ayudarte.
Lali intentó enfocar la cara de aquel hombre, pero sus facciones no importaban; lo que de verdad importaba era su voz. Era sedante como un bálsamo y quería seguir oyéndola.
La enfermera Cummings volvió con una inyección.
—Aquí tiene, doctor.
—Puede que al final no la necesitemos —contestó, e hizo un gesto a la enfermera para que le acompañase a la esquina de la habitación—. Está respondiendo a la voz de este hombre —le dijo en un susurro—. Quiero ver qué pasa. Puede marcharse, que yo voy a quedarme un rato.
Peter era consciente de que el doctor North se había sentado fuera del alcance de la visión de Lali, pero intentó concentrarse en lo que iba a decir a continuación, aunque su instinto le decía que no importaba lo que dijese, sino que siguiera hablando.
—Me he hospedado en el hotel Bixby. Está a una manzana de aquí. Me desperté hace una hora y tuve la sensación de que necesitaba verte. Me he pasado por uno de esos restaurantes abiertos las veinticuatro horas a comer algo y después he venido directamente hasta aquí.
—¿Dónde estoy? —preguntó casi sin voz.
—En un hospital en Missoula, Montana. Es un hospital muy bueno, Lali. Estás recibiendo la mejor atención posible. ¿Has estado hospitalizada en alguna otra ocasión?
Ella se quedó en silencio y mirando al vacío y el doctor North contuvo la respiración esperando.
—Yo… no lo sé.
El doctor North volvió a respirar. Ahora ya sabía cuál era el problema de la paciente.
Peter, sin embargo, no tenía ni idea de qué estaba ocurriendo, pero su instinto le empujaba a seguir hablando.
—A mí me hospitalizaron una vez, Lali, hace unos diez años. Un caballo me tiró y caí mal. Me rompí tres costillas y…
—¿Quién eres tú? —le interrumpió.
—Me llamo Peter Lanzani. Lali…
—¿Yo me llamo Lali? ¿Y cómo me apellido? ¿Vivo en Missoula? —le preguntó con un hilo de voz.
Peter por fin estaba empezando a comprender lo que ocurría, y a hurtadillas miró al doctor North, que respondió asintiendo. Lali tenía amnesia. No recordaba nada, ni siquiera su nombre.
Peter sintió que el estómago se le caía a los pies, y se humedeció los labios que, de pronto, se le habían quedado resecos. ¿Hasta dónde debería decirle? ¿Debía mencionar el accidente, explicarle lo ocurrido? ¿Que su furgoneta había quedado completamente destrozada y que nadie, ni una sola persona de aquel hospital de Missoula, sabía quién era?
Intentó sonreír.
—Me temo que esa es una información que vas a tener que darme tú. Yo solo soy un amigo preocupado por ti.
—Eres un amigo. Ya —susurró, y Peter se dio cuenta de que su mente trastornada le estaba situando como un viejo amigo, a pesar de que era ilógico pensarlo ya que no había podido contestar a sus preguntas.
El doctor North se levantó y se acercó a la cama.
—Quizás lo mejor sería que dejásemos descansar a Lali un rato, señor North.
Sus ojos volvieron a desorbitarse y se aferró a su mano.
—No te vayas —le rogó—. Por favor, no me dejes sola.
—¿Puedo dejarte sola cinco minutos? —le pidió—. Te prometo que vuelvo en un instante.
Tenía que hablar con el médico a solas.
—Yo… ¿me lo prometes?
—Tienes mi palabra.
Con suavidad se soltó de su mano y salió de la habitación. El doctor North salió detrás de él y ambos se alejaron un poco por el pasillo hasta detenerse en un rincón tranquilo. Peter miró a los ojos al médico.
—No recuerda nada, ¿verdad?
—Eso parece, señor Lanzani. Pero sus heridas no han sido lo bastante serias como para destruir su memoria permanentemente. Naturalmente mañana por la mañana se le harán más pruebas, pero tengo la impresión de que la pérdida de memoria no se debe a nada físico, pero el trauma que ha sufrido por el accidente puede provocar numerosos efectos emocionales. Estoy casi convencido de que la amnesia va a ser temporal.
—¿Y cómo de temporal? ¿Estamos hablando de días, semanas o meses?
—Lo siento, pero no hay modo de saberlo. De hecho, me sorprende bastante su reacción ante usted. ¿No la conocía antes del accidente?
—No, no nos conocíamos. Déjeme hacerle otra pregunta: ¿hasta dónde debo decirle? ¿Cree que debo hablarle del accidente?
El doctor North se quedó pensativo un instante.
—Mi opinión es que, al menos durante el día de hoy, debe evitar ese tema. Hable de cosas generales. Lo ha hecho muy bien hasta ahora, y yo seguiría con ese nivel de conversación hasta que la vea el psiquiatra. Lo dispondré todo para que mañana vengan a verla.
Peter no era un hombre que se pusiera nervioso con facilidad, pero en aquel instante, se sintió intranquilo. ¿Por qué Lali confiaba en él? ¿Y si involuntariamente decía algo que no debía y ella volvía a descontrolarse?
Inspiró profundamente.
—Será mejor que vuelva a su lado. ¿Va a estar usted de guardia si ocurre algo que yo no sepa controlar?
—Estaré aquí hasta las seis. Llame a la enfermera si me necesita.
Peter volvió a la habitación 217 y vio que Lali estaba aferrada a las barandillas de seguridad de la cama. Forzando una sonrisa, se acercó a ella.
—Ya te dije que volvería enseguida. Vamos a bajar las barandillas de seguridad y acercaré una silla para estar a tu lado.
Lali observaba todos sus movimientos. Estaba tan agradecida porque hubiese vuelto que las lágrimas le picaban en los ojos. Cuando se sentó junto a la cama, suspiró profundamente y cerró los ojos.
—Gracias —susurró, y se quedó dormida.
Peter se quedó donde estaba, y se alegró de haberlo hecho, porque cada diez minutos se despertaba y lo miraba un instante, como si inconscientemente necesitase asegurarse de que seguía allí. Después, volvía a cerrar los ojos.
Verla dormida pero agarrada a su mano era una experiencia que creaba unos lazos especiales. Ya no era simplemente el contrario en el accidente de Oscar, ni la mujer de la habitación 217, sino un ser humano de carne y hueso con la mente sumida en la niebla y la mano de piel más suave que había tocado nunca.
En una ocasión, le dio la vuelta y miró las abrasiones de sus palmas. La evidencia física del accidéntele curaría y desaparecería, pero ¿y el daño emocional? ¿Desaparecería también?
El doctor North creía que su amnesia era temporal, y lo único que él podía hacer era rezar para que estuviera en lo cierto.

6 comentarios:

  1. JAJA yo estuve sin vida casi una semana por#50Sombras(por suerte coincidio q no trabajaba esos días,no podia soltar el libro) además te aviso va in crescendo la tension pero tambien los sentimientos q genera!
    el blog es rinconfic.blogspot.com .Ahora pusimos un trailer y un articulo q consiguio una de las chicas
    La saga completa es para q Freud se de flor de festin analizando ambas personalidades,porq Caperucita y el Lobo son un poroto al lado de Ana y Grey!
    ahora voy a leer tu nove y luego comento!
    saludos!

    ResponderEliminar
  2. Peter es un amor de persona!Y a ella al trauma del accidente se le suma q estaba escapando(por así decirlo)de algo q la habia lastimado mucho!Q mejor q olvidar,no?Se avecina una linda historia de amor!(CREO YO!)

    ResponderEliminar
  3. Es un tierno total, y ella nada tonta para elegir quien se queda con ella! Me encanta más!!!

    ResponderEliminar
  4. Pobre Oscar ,x lo k está viviendo ,suerte k tiene el padre k tiene,jajaja,el se ocupa d todo.Amnesia temporal,su mente pone una barrera a lo k le sucedió anteriormente,ya k no tiene lesiones tan graves como parecía en un principio.Peter en principio se siente en la obligación d estar ahí con ella ,y más cuando esta no recuerda y no saben a quien pueden avisar.No quedó nada ,ninguna pertenencia d ella ,eso va a dificultar saber quien es y k hacía x allí.Me da k Oscar y Eric ,van a ir al lugar del accidente ,para ver si logran encontrar algo k pueda hacerla recordar.Oscar es un chico sensato .

    ResponderEliminar
  5. Yo me LEI la trilogía de 50 sombras en 4 días básicamente me desconecte del mundo es genial súper recomendadisimo cada vez te sorprenderás mas yo simplemente no lo supero personajes increíbles y la forma enq te metes en la piel de los personajes es muy fuerte

    ResponderEliminar
  6. HAHAHAHA mas lindO peter se quedo cn ella awww mas mas mas me gusta esta nove ...pobresito Óscar

    ResponderEliminar