viernes, 31 de agosto de 2012

Capitulo Diez!






Hola chicas!!! Que tal su día? Empezaron ya con su fin de semana?? Hoy mi día fue un poco duro... últimamente ando muy cansada....tengo ganitas de vacaciones!!
Bueno les cuento que queda menos para saber toda la verdad, así que les dejo capi!! Gracias por sus comentarios chicas!!
Como saben los fin de semana se me complica para subir, pero les prometo que si encuentro un ratito les subiré!! 
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                               CAPITULO DIEZ




Al día siguiente, Lali estaba haciendo la colada cuando Eric se paró en la puerta.
—Eh, mamá, ¿a qué hora viene Peter?
Lali no respondió, y el niño se preocupó.
—¿Qué pasa, mamá?
El sonido de la voz de su hijo la sacó de sus pensamientos y, al volverse, lo vio allí parado.
—No pasa nada —respondió ella, echando una dosis de jabón en la lavadora—. ¿Por qué lo dices?
—Oh, por nada —repuso el muchacho, encogiéndose de hombros—. Solo que llevas un buen rato mirando al vacío. Te he preguntado algo y no me has hecho ningún caso.
Lali se pasó la mano por la frente. Llevaba todo el día muy preocupada. Cómo no iba a estarlo cuando Peter se le aparecía en la cabeza cada vez que cerraba los ojos.
—Lo siento, tesoro. Tengo muchas cosas en la cabeza. ¿Qué me habías preguntado?
—¿Cuándo viene Peter?
Lali suspiró. Su hijo solo quería hablar de la llegada de Peter para cenar. Lo que no tenía nada de malo. Aunque ella se preocupaba porque Eric se apegara demasiado a Peter. ¿Cómo iba a reaccionar cuándo se fuera? ¿Y cómo reaccionaría ella?
—A las seis. Ya te lo había dicho.
—Se me había olvidado. ¿Qué hora es ahora?
—Son solo las dos —respondió Lali, mirando su reloj—. Aún quedan unas cuantas horas.
El niño se pasó la mano por su cabello, y Lali pensó que debía llevarlo a la peluquería aquella misma semana. Necesitaba un corte de pelo.
—Me aburro aquí. Ojalá empezara el colé pronto. Así podría ver a mis amigos.
—A mí también me gustaría que hubiera colé. Así podría estar ayudando a la maestra en vez de sirviendo mesas.
—Servir mesas no es tan malo. A veces, te dejan traer comida a casa.
Lali le sonrió. Su hijo comía como un caballo, aunque no se le notaba nada, siempre estaba en los huesos. Eso le había preocupado hasta que, el año anterior, habían ido a ver a la doctora Martinez. La hermana de Peter le había asegurado que Eric tenía muy buena salud. Estaba creciendo tan rápido en altura, que lo que comía no le servía para engordar.
—¿Cuándo puedo ver a Aaron de nuevo? Podríamos montar a caballo o buscar nidos de halcón —dijo Eric, tras unos instantes.
—Quizá pronto. Cuando te inviten.
—¿Puedo ir a pescar al arroyo? ¡Si pesco algunas truchas, podríamos comerlas para cenar!
El arroyo tenía poco más de un metro de ancho, y el agua le llegaba a Eric por la rodilla.
—De acuerdo. Pero no te quedes allí todo el día. Tengo algunas tareas que encargarte para que me ayudes en casa.
Eric salió corriendo de la casa y, minutos después, Lali lo vio atravesar el prado con su caña de pescar y con Cotton.
De pronto, un sentimiento de ternura la invadió y las lágrimas asomaron a sus ojos. ¿Qué le sucedía? No solía ser tan emotiva. Se dejó caer en una silla. ¿A quién quería engañar? Estaba claro que estaba «enganchada» a Peter, mental y físicamente.
Para sus adentros, repitió las palabras que él le había dicho. «Esto no va a terminar. No, si puedo evitarlo». ¿Qué había querido decir con ello? Sus palabras habían sonado como a algo permanente. Pero no podía ser. Peter le había dicho con anterioridad que no estaba interesado en casarse. Además, ella no sería una buena esposa. No para un Lanzani.
¿Qué les quedaba? ¿Mantener una aventura a distancia? ¿Unos días juntos de vez en cuando, cada vez que Peter pudiera viajar a Nuevo México? No podría hacerlo. No sería justo para ella ni para Eric. Quería algo mejor para ambos. Quería una familia. Quería amor. Algo que no había tenido nunca.
Y tenía amor. Amaba a Peter. Siempre lo había hecho y siempre lo haría, se dijo, tragó saliva y se frotó los ojos. Que amara a Peter no significaba que él la correspondiera.
—¿Mariana? ¡Mariana!
Al oír la llamada de su padre, se levantó de un salto y corrió al porche, donde él llevaba una hora sentado, fumando y bebiendo cerveza.
—Sí, papá. Aquí estoy. ¿Querías algo?
—¿Adonde diablos va ese chico? —preguntó el viejo.
Su padre no acostumbraba a maldecir delante de ella. Sobre todo, cuando lo que hablaban tenía que ver con Eric.
—¿Te refieres a Eric? Va al arroyo. Quería pescar truchas.
Juan guardó silencio unos segundos y su rostro se puso rojo.
—¿Qué pasa, papá? No tiene nada de malo que Eric vaya a pescar. Le gusta, y así se entretiene.
Juan se apoyó en la silla, haciendo un amago de levantarse, pero se dejó caer de nuevo, soltando un aullido de dolor.
—Maldición, ¿qué clase de madre eres?
—Me gusta pensar que una buena madre —repuso Lali, aturdida.
—¡Si lo fueras, no dejarías que tu hijo se ahogara!
—¿Ahogarse? —repitió ella, enojada—. Papá, el arroyo casi no tiene agua ni para las truchas. Y Eric no es un bebé. Le viene bien explorar un poco solo. Es parte de su crecimiento.
—Pero puede que no vaya donde te ha dicho. Puede que se pierda —protestó él con agitación.
Lali lo observó. Su padre nunca se había preocupado porque Eric paseara por el rancho. No podía comprender aquel súbito comportamiento.
—Llevamos aquí dos años, y nunca se ha perdido. Pero eso no es lo que te preocupa. ¿Qué es?
Juan lanzó un largo suspiro y se quedó mirando hacia el establo.
—Supongo que estoy de mal humor porque no puedo trabajar —murmuró.
Lali pensó que, tal vez, aquel berrinche se debía a que su padre se había sentido un poco ignorado. Ella trabajaba mucho en el restaurante y el tiempo libre, en los últimos días, lo pasaba con Peter. Entonces, se dio cuenta de lo necesitado que estaba su padre y de lo perdido que estaría si ella se fuera.
—La otra tarde estuviste quemando la madera vieja. Eso estuvo muy bien.
—Ya. Pero el esfuerzo me ha dejado destrozado. Me duele todo el cuerpo.
—Me alegro de que saques el tema, papá. Quiero que vayas a ver a la doctora Martinez para que te recete algo contra tu artritis.
—¡No! ¡No iré al médico! Y es mi última palabra.
—Nunca vas a sentirte con fuerzas de hacer cosas si no solucionas el problema de tus dolores.
—He dicho que no, hija. No me presiones.
Lali contó mentalmente hasta diez y trató de ser paciente.
—Papá, ¿te molesta que venga Peter a cenar esta noche?
—Claro que no, tesoro —respondió Juan, sorprendido.
—Porque si lo estás, puedo pedirle que no venga. Si no te apetece tener compañía, estoy seguro de que lo entenderá.
—No pienses eso —insistió su padre, con mirada de arrepentimiento—. Me gusta que venga Peter. Me gusta mucho. Es el hombre adecuado para mi pequeña hija. Siempre supe que lo era.
Peter no era su hombre, eso quería decir. Pero la idea parecía hacer feliz a su padre, así que no dijo nada.
* * *
A las seis menos cuarto, Peter llegó al rancho de los Esposito. Vio cómo Eric salía corriendo desde la caseta del perro, hacia la zona donde estaban aparcados los coches de su madre y su abuelo. Cuando detuvo el motor, allí estaba el muchacho, con su perro.
—¡Calla, Cotton, Peter es amigo! —dijo el niño a su perro blanco, que estaba ladrando.
Peter sonrió y recordó los tiempos inocentes en los que tenía la edad de Eric y se dedicaba a recorrer el T Bar K con su perro y su caballo. Su única preocupación entonces había sido que Agustin no le quitara su rifle de perdigones.
—Me reconocerá enseguida —aseguró Peter, y le tocó la cabeza a Cotton.
—¡Hola, Peter! Mamá me dijo que ibas a venir, así que te he estado esperando.
Peter estrechó la mano del muchacho y le dio una palmadita afectuosa en el hombro. Eric sonrió con un brillo de felicidad en los ojos que no le pasó desapercibido. Era muy gratificante saber que Eric sentía simpatía por él. Le llenaba de orgullo. Le daban ganas de tomarlo bajo su protección, asegurarse de que siempre sería amado y guiado.
Peter quería ser el padre de Eric. Así de sencillo. Aunque, se alguna forma, sabía que para Lali no sería tan fácil de aceptar.
—¿Cómo estás Eric? ¿Has estado muy ocupado?
Sin dejar de sonreír, el muchacho se apartó el pelo de la cara.
—He estado muy ocupado hoy, Peter. ¿A qué no sabes lo que vamos a cenar?
—No sé… ¿Puchero? —trató de adivinar Peter.
—No. Algo mejor —replicó Eric, con los ojos muy alegres.
—Humm. Entonces debe de ser espaguetis o pollo frito.
—Bueno, eso está rico. Pero es algo mejor —señaló Eric, contento de poder sorprenderlo.
—Me parece que voy a tener que rendirme, Eric.
—¡Trucha! ¡Y las pesqué yo!
—Vaya, no sabía que eras pescador —dijo Peter, con admiración.
—Sí. Mamá me enseñó hace mucho. El abuelo me ayudó a limpiarlas. Ella las está cocinando. ¡Ven a ver!
Peter siguió al niño hasta la casa y la cocina. Lali estaba parada frente a los fogones, dándoles la espalda. Tenía el cabello recogido en una cola de caballo y llevaba pantalones vaqueros que acentuaban sus curvas y sus largas piernas, además de una sencilla camiseta blanca. Tenía un aspecto delicioso, pensó él. Tan delicioso como el olor de lo que estaba cocinando.
—¡Mamá! ¡Peter está aquí! Le he hecho entrar.
Lali se giró y vio a Peter y a su hijo en medio de la cocina. La estancia pareció subir de temperatura cuando se miró en los ojos de su amante.
Como ella, Peter estaba vestido de manera informal, con vaqueros y una camisa de manga corta azul. Llevaba el sombrero en la mano y su cabello moreno ondulado parecía recién peinado. Tenía un aspecto fuerte y masculino, tan familiar, que Lali sintió deseos de correr hacia él y besarlo como si fuera su esposo. El esposo que siempre había deseado tener.
—Bien, Eric, gracias. Hola, Peter.
—Hola, no llego demasiado pronto, ¿verdad?
Sus miradas se encontraron, y Lali supo que, por mucho que tratara de resistirse, estaba perdidamente enamorada de él.
—No. Así podrás ayudarme.
Peter se acercó a ella y la besó en la mejilla.
—Soy buen cocinero. ¿Te lo había dicho?
Nerviosa porque él mostrara su afecto de aquella manera delante del niño, Lali miró a Eric y, por su sonrisa, supo que había visto el beso y que lo aprobaba. Oh, cielos, pensó. Le habían dado otra razón a Eric para creer que Peter se quedaría en sus vidas para siempre.
Respirando hondo, Lali levantó la mirada hacia Peter y, sin poder evitarlo, sonrió.
—No. No me habías dicho que supieras cocinar. Pero no hará falta que me lo demuestres. La comida está casi lista. Necesito que Eric y tú pongáis la mesa y hielos en los vasos.
—Sí, señora —replicó él y, tomando a Eric por el hombro—. Vamos, Eric, pongámonos manos a la obra para poder probar esas truchas que has pescado.
Diez minutos después, los cuatro estaban sentados a la mesa, comiendo pescado frito, judías al horno, patatas al vapor y maíz.
—Me alegro mucho de que hayas ido a pescar —aseguró Peter a Eric y, mirando a Lali, añadió—: No había probado una trucha tan deliciosa desde hacía años. Desperdicias tu talento sirviendo mesas. Si fueras cocinera, no tendrían sitio en el Wagon Wheel para atender a todos los clientes.
—Lo aprendió de su madre —afirmó Juan—. Janie podía hacer que un plato de sobras supiera como salido de la cocina de un gourmet.
Peter se fijó en el padre de Lali, que estaba sentado en la otra punta de la pequeña mesa. Era obvio que se había arreglado para la cena. Llevaba una camisa limpia y su poco pelo estaba peinado hacia atrás. Por una vez, su cara no estaba roja ni sus ojos inyectados en sangre. Se parecía más al Juan que Peter recordaba ver en el T Bar K, de visita.
—No conocí a tu esposa, Juan —comentó Peter—. ¿Se parecía a Lali?
—Como dos gotas de agua. Era hermosa como una mañana de junio. Dios, aún me cuesta pensar que muriera tan pronto. Lo daría todo, todo este lugar, a cambio de tenerla de nuevo.
Peter pudo ver que los ojos de Lali se empañaban antes de que bajara la cabeza. En cuanto a Juan, su mirada nostálgica le dijo que el viejo vivía más en el pasado que en el presente.
—Janie nunca tuvo nada. Traté de darle cosas bonitas, pero no pudo ser. Murió antes de que yo consiguiera nada. Entonces, te seré sincero, Peter, no me importó nada lo que fuera de este rancho —continuó Juan y, luego, miró a su hija—. Pero todo es diferente desde que mi niña ha vuelto a casa. Me da una razón para vivir. Eric y ella.
Incómoda ante el despliegue sentimental de su padre, Lali cambió de tema.
—¿Qué has hecho hoy, Peter? ¿Has ayudado a Linc con los caballos?
—No. Fui a Bloomsfield a la subasta de caballos. Agustin siempre va para ver si alguien trata de vender a Snip.
—¿No lo viste?
—Por desgracia, no. Pero compré una potrilla recién nacida.
—¿Qué vas a hacer con ella? —preguntó Eric.
—La voy a llevar a mi rancho en San Antonio. Cuando crezca, tendrá potrillos muy lindos.
—¿Acaso no tienen buenos caballos en Texas? —inquirió Juan.
—Sí, señor. Claro que sí. Pero me enamoré de esta potrilla a primera vista. Cuando algo así sucede, no puedes hacer más que llevártela a casa.
Entonces, Peter miró a Lali y le guiñó un ojo. Ella se puso roja y sintió un nudo en el estómago. Quizá él podía bromear con esas cosas, pero ella no. No, cuando su corazón estaba lleno de amor por él. No, cuando se sentía morir solo de pensar que su tiempo juntos iba a llegar a un final.
—Bueno, puedo entenderlo —remarcó Juan—. Pero esa idea vuestra de buscar a Snip… Como te dije, hijo, ese semental está muerto.
—Estuve buscándolo cuando fui a montar con ellos al T Bar K —apuntó Eric.
—Y no lo encontraste tampoco. Ni lo encontrarás. Hace demasiado tiempo que se perdió.
Peter miró al viejo y se preguntó por qué insistía tanto en que el caballo estaba muerto. ¿Sabía algo de Snip que no le había contado? Peter no podía imaginar qué. Juan apenas salía de su rancho, que él supiera. Pero podía haber escuchado algo en la cafetería del pueblo. O algún viejo amigo suyo podría haberle dicho algo sobre el caballo. Pero, si ése fuera el caso, Juan no tenía por qué ocultar la información. Podía ser un cascarrabias, pero Francisco y él habían sido amigos. Habían tenido alguna disputa en el pasado pero, como Juan había asegurado, había sido olvidada.
—Bueno, le prometí a Peter que mantendría los ojos abiertos por si veía a Snip —dijo Eric con la boca llena—. Y lo haré. Si lo encuentro, lo ataré y lo traeré a nuestro establo. Así no se escapará.
—¡No digas tonterías! ¡No podrías manejarlo! ¡Os tiraría al suelo a Blackjack y a ti!
Lali puso una mano sobre el brazo de su padre.
—Papá, te estás excediendo. Y por nada. Eric no va a toparse con Snip. Como tú dijiste, lo más probable es que el caballo esté muerto —dijo Lali, tratando de calmarlo.
Juan miró a su hija y luego a Peter, avergonzado. Respiró hondo y tomó sus cubiertos para seguir comiendo.
—Tienes razón, hija. Supongo que me he pasado de la raya.
Peter se fijó en que, mientras comía, Juan tenía un ligero temblor en las manos. Quizá se debía a que llevaba algunas horas sin beber alcohol. O, tal vez, era porque estaba preocupado, muy preocupado por algo.
De pronto, Peter lo vio claro. Juan estaba tratando de engañarlos en algo. Sabía algo sobre Snip. ¿Pero qué? ¿Y cómo podía él sacarle la información sin que Lali se enojara?
Peter decidió que la hora de la cena no era el mejor momento y cambió de tema. Lali lo miró, aliviada, y terminaron de comer con alguna conversación sobre el tiempo y las festividades locales. Eric fue el primero en levantarse.
—¿Quieres venir a darle de comer a Blackjack? —preguntó a Peter con entusiasmo.
—Bueno, pensaba ayudar a tu madre a recoger la mesa. Pero ella podría olvidar los platos sucios y venir con nosotros, ¿no crees?
—¡Sí! —gritó el niño.
—Oh, no. Está todo hecho un desastre. Id vosotros.
—¡Mariana! ¿Qué te pasa, niña? —le reprendió Juan—. Tienes visita. Olvida la cocina y ve. Yo me encargaré de recoger la mesa.
—Tus rodillas… —comenzó a decir ella.
—¡Mis rodillas están mucho mejor que tus modales! ¡Vamos, ve!
Al ver que no iba a poder discutir con los tres a la vez, Lali acompañó a Eric y a Peter a la puerta. De camino al establo, Peter la tomó por la cintura. Eric prefirió correr y esperar a los adultos allí.
—Peter, no sé qué le sucede a mi padre. Lleva una o dos semanas comportándose muy raro —le dijo Lali.
—Quizá es por mi culpa. Francisco y Juan eran amigos, pero quizá tu padre aún recuerda las disputas que tuvieron y no le agrada ver a un Lanzani en su casa.
—No es por ti. Piensa que eres lo más maravilloso que ha llegado a esta casa después del pan de molde —bromeó ella.
—Humm. Preferiría que fuera su hija quien lo pensara.
—Yo pienso que eres muy maravilloso, Peter Lanzani —aseguró ella, mirándolo con una sonrisa.
—Te lo recordaré cuando estemos solos esta noche —avisó Peter, dándole un apretón cariñoso en la cintura.
Lali le informó de que no iba a estar a solas y, de pronto, Eric los interrumpió:
—¿Ves sus crines, Peter? He estado cepillándolas y cada vez son más largas.
—Blackjack está precioso, Eric. Se nota que has estado cuidándolo bien.
—El abuelo le compra pienso de proteínas. Dice que hará que el pelo le brille más.
—Tu abuelo tiene razón —señaló Peter.
El caballo se acercó a la zona donde solían ponerle la comida.
—Creo que es mejor que vaya a buscar su pienso —observó Eric.
—Gracias por invitarme esta noche, Lali —dijo Peter, mientras el muchacho iba a por un cubo lleno de grano.
—Gracias por venir.
—Quiero que sepas que no he dormido más de una hora desde que nos vimos anoche. Tenemos que hablar —dijo él.
—Ya hablamos mucho anoche —aseguró ella, bajando la mirada.
—No en mi opinión.
Eric salió del establo para dar de comer a su caballo. Para que su hijo no los oyera hablar de asuntos tan íntimos, Lali no respondió.
Peter debió de pensar lo mismo, pues se separó de ella para acercarse a Eric.
—Apuesto a que quieres mucho a tu abuelo por haberte regalado un caballo tan bonito.
—Sí —repuso el muchacho—. Pero, a veces, me enfado con él. Sobre todo, cuando bebe mucha cerveza y habla mal a mi madre.
Peter se giró y vio que Lali caminaba hacia ellos. Al verla, pensó que se merecía algo más. Merecía tener amor y una familia. Merecía un marido que pudiera cuidarla durante el resto de su vida. ¿Podría él ser ese marido?, se preguntó. No sabía mucho sobre mujeres. Había dedicado toda su vida a hacer cumplir la ley. Pero podía aprender a ser marido y padre, se dijo. Tenía que aprender. Porque no era capaz de imaginarse la vida sin Lali a su lado.

jueves, 30 de agosto de 2012

Capitulo Nueve!





Chicaaaaaas!! Paso sin tiempo para nada! Les dejo capi, disfrútenlo!!! Gracias por sus comentarios!! Esto  se va poniendo mas serio!!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                              CAPITULO NUEVE



 —Puedes reírte si quieres —dijo Marina, mientras servía a Peter un plato de huevos revueltos con salsa de chile verde, en la cocina—. Pero algo malo va a suceder. Y pronto.
Peter estuvo a punto de reír de nuevo, pero se contuvo al ver el gesto tenso de Marina.
—Soy un detective, Marina. Tienes que darme una razón para creer en esa predicción tuya.
—El coyote así lo ha dicho —afirmó ella—. ¿No lo oíste anoche? Aulló como nunca lo había oído en mi vida.
—Marina, los coyotes aúllan todas las noches. Solo estaba llamando a su pareja, eso es todo —aseguró él, comenzando a comer su desayuno.
—Tal vez aullaba porque sabe que algo va a pasarle a su pareja —repuso Marina, sirviéndole un par de tortillas calientes, y se sentó en una silla.
—No sé de dónde sacas esas ideas, Marina. No va a sucederle nada a los coyotes del T Bar K.
—¿Cómo lo sabes? Ya mataron a un hombre aquí. No sería raro que mataran a un coyote. Los animales salvajes saben esas cosas.
Peter frunció el ceño. Marina había sido supersticiosa desde siempre. Amelia, la madre de Peter, muchas veces se había sentido frustrada ante sus razonamientos ilógicos y sus premoniciones. Pero Francisco siempre la había escuchado y seguido sus consejos.
—¿Qué te hace pensar que entiendes el lenguaje de los coyotes? —preguntó él.
—Bueno, soy medio navajo y medio apache, ¿recuerdas? Lo llevo en la sangre —afirmó ella, sentándose más erguida.
—Marina, si no recuerdo mal, tu familia viene de Chihuahua, México —observó Peter.
—Solo mi papá. Cuando llegó a Nuevo México era muy joven, y se casó con una navajo. Era mi madre. Luego, murió y él se casó en segundas nupcias con una mexicana.
—Cada día se aprende algo nuevo —comentó Peter, tomando otra tortilla de harina.
—Entonces, aprende a escuchar mis advertencias —dijo Marina, y le sirvió una taza de café antes de seguir hablando—. Esa señorita Esposito… Creo que tienes que vigilarla de cerca. Tal vez, la advertencia tiene que ver con ella, pues estaba aquí anoche.
La expresión divertida de Peter se desvaneció de pronto. Recordó que Lali se había asustado mucho la noche anterior al oír el aullido del coyote. Diablos, ¿tendría razón Marina? ¡No podía ser! ¡Él era un Ranger de Texas! Necesitaba pruebas. ¡No podía guiarse por lo paranormal! Además, Lali no tenía nada que ver con el misterio del asesinato de Noah Rider.
Pero estaba conectada a él. Y eso era suficiente para ponerla en peligro, se dijo.
Tratando de sacudirse un escalofrío, Peter tomó otro trago de café.
—Viene alguien —señaló Marina, mirando detrás de él hacia la puerta.
Segundos después, alguien llamó a la puerta. Marina fue a abrir, y Peter pudo oír la voz de su primo.
—Hola, Marina, ¿está Peter levantado? Quería hablar con él.
—Está desayunando. ¿Quieres comer algo?
—No, gracias, Marina. Ya he desayunado —contestó Linc, y le plantó a la mujer un beso en la mejilla—. Buenos días, primo —saludó a Peter.
—¿Qué estás haciendo aquí, tan lejos de las yeguas? Seguro que hay alguna a punto de parir —preguntó Peter, bromeando.
—Agustin me llamó anoche —dijo Linc.
—Me preguntaba por qué no llamaba. Supongo que Candela y él lo están pasando muy bien.
—Más o menos. Me dijo que había intentado dar contigo anoche, pero que no respondiste el teléfono. Está un poco preocupado. Le aseguré que todo estaba bien.
—No entiendo por qué iba Agustin a estar preocupado. Soy mayorcito —comentó Peter.
—No es eso, Peter. Está preocupado por el caso de Noah. Teme que algo suceda si el asesino no es capturado.
Peter estuvo a punto de preguntar a su primo si había escuchado algo extraño en el establo la noche anterior, pero no lo hizo. No quería preocuparlo. Además, si Linc temiera que algo les pasara a los caballos, era muy capaz de pasarse toda la noche en el establo cuidando de ellos.
—Yo no lo veo así. Pienso que el asesino va a estar muy quieto para no llamar la atención. Ahora mismo, está pensando que nunca van a atraparlo.
—¿Y tiene razón? —inquirió Linc, con mirada preocupada.
Peter tomó el último bocado de su desayuno y un trago de café antes de contestar:
—No, si depende de mí. Ayer estuve estudiando las pistas y descubrí algunas cosas interesantes. En la chaqueta de Noah se encontraron pelos de dos caballos diferentes. Uno gris, otro negro.
—Bueno, no me parece tan raro —opinó Linc—. Creo que estaba trabajando con caballos por aquel entonces. Su chaqueta tendría pelos de muchos caballos diferentes.
—Ya. O puede ser que esos pelos se quedaran en su chaqueta el día que fue asesinado. Eso concuerda con la teoría de que fue acompañado hasta allí por su asesino. ¿Conoces a alguien de por aquí que tenga caballos grises y negros?
—Todos los rancheros de la zona —contestó Linc con una carcajada.
—Eso me temía.


—Lali, nunca te había visto así. ¿Por qué estás tan nerviosa?
Lali miró a Betty mientras se desataba el delantal. La otra mujer ya estaba lista para irse, con el bolso en la mano. El turno de tarde había sido agotador. No estaría tan cansada si no hubiera estado casi toda la noche haciendo el amor con Peter, se dijo.
¡Peter! ¡Peter! No había sido capaz de quitárselo de la cabeza en todo el día. Y tampoco había olvidado que se suponía que iba a ir a buscarla. Era probable que ya estuviera fuera, esperando. ¿Le pediría que volviera con él al rancho a pasar la noche? Solo con pensarlo, su cuerpo subió de temperatura.
Pero si se lo pedía, iba a tener que negarse. No importaba lo mucho que ella lo deseara, no podía comportarse como una joven soltera. Era madre y tenía sus responsabilidades.
—No estoy nerviosa, Betty. Exhausta sí.
—Se te ha caído el bolso tres veces en cinco minutos —observó Betty, mirando como Lali se pintaba los labios.
—¿Por qué te pintas los labios? ¿No vas a casa? —preguntó Betty y, de pronto, sonrió—. Ah, es él, ¿verdad?
—¿Qué quieres decir? ¿Quién es él?
—No te hagas la inocente conmigo. El Ranger de Texas, quién si no.
—Tal vez.
—Nada de tal vez. Veo esa mirada en tus ojos.
—¿Qué mirada? —preguntó Lali—. Estoy igual que siempre.
—Mmm. Tienes un brillo especial en los ojos cuando él está cerca. Te pasó el otro día.
—Imaginas cosas.
—Claro que no. ¿Por qué lo niegas?
—No lo niego —repuso Lali cuando ambas llegaron a la puerta—. Bueno, igual sí. Esa idea de que me brillan los ojos cada vez que veo a Peter… suena como si me hubiera enamorado de él.
—¿Y qué tiene eso de malo? —preguntó Betty con el ceño fruncido—. Es lo mejor que podría pasarte. Eres joven y hermosa. Es hora de que comiences a vivir de nuevo.
—Ojala fuera tan sencillo. Pero no puedo tomarme a Peter en serio. Se va a Texas dentro de poco.
—¿Y no puedes ir tú? También dejan a las mujeres como tú vivir en Texas.
—¡Ay, Betty! Tú… —comenzó a decir Lali, y se detuvo al ver que se acercaban los cocineros—. Vamos, salgamos de aquí antes de que decidan ponernos a trabajar otra vez.
Fuera, la noche estaba cayendo y el aire se había enfriado. Antes de que Betty pudiera retomar la conversación, Lali se despidió de ella y se dirigió a su coche, aparcado en las sombras de otro lado del aparcamiento.
Estaba abriendo la puerta cuando un par de manos masculinas salieron de la oscuridad y la agarraron con fuerza de la cintura. Ella gritó y se giró. Era Peter.
—Peter, cielos, me has asustado.
—Si hubieras estado pensando en mí, habrías sabido que estaba aquí —indicó él, bromeando.
¡Pensar en él! ¡Era lo único que Lali había hecho desde la última vez que lo había visto!
—Y si fueras un buen chico, me habrías avisado de tu presencia, en lugar de asustarme así —le reprendió ella.
—Humm —murmuró él, acercándola a él—. Quería darte una lección. Quería mostrarte lo fácil que hubiera sido para alguien perverso agarrarte y raptarte.
Al sentir su contacto, Lali se derritió.
—En este pueblo, no —replicó ella, poniendo una mano en el pecho de él.
—En cualquier lugar puede suceder. Como el asesinato del T Bar K.
—¿Has estado investigando el caso hoy?
Peter le acarició la espalda, y ella se dio cuenta de lo mucho que lo había echado de menos, de las enormes ganas que tenía de estar muy cerca de él.
—Lo he intentado —contestó Peter—. Pero casi todo el tiempo he estado pensando en ti.
Lali iba a responder cuando, al ver a alguien acercarse a ellos, se calló.
Peter la tomó de la mano y la llevó a la sombra de un árbol cercano, de forma que ningún transeúnte pudiera verlos. Entonces, apoyó la espalda en el tronco del árbol y tomó la cara de Lali entre sus manos.
—Cariño —murmuró él—. Llevo todo el día esperando este momento.
Lali se excitó al sentir el deseo impreso en cada beso de él, mientras Peter recorría su boca y su cuello con los labios.
—¡Peter! —gritó Lali cuando él puso las manos sobre sus pechos—. ¡No debemos hacer esto aquí!
—¿Por qué? —ronroneó él—. Nadie nos ve.
—Sí, pero…
Peter la interrumpió con un beso profundo y hambriento.
Estaban muy pegados. El olía a caballos y a heno y a una suave esencia masculina, lo que hizo que a Lali se le dispararan los sentidos. De pronto, no fue consciente de nada más que de sus besos y de cómo le acariciaba los pechos.
—Ven a casa conmigo —le susurró Peter al oído.
Un escalofrío la recorrió. Deseaba a Peter como no había deseado a nadie nunca. No era posible esconder toda la pasión que sentía.
—Me gustaría, pero no puedo, Peter. No puedo faltar de mi casa dos noches seguidas. Eric…
—Lo sé —le interrumpió él, y suspiró—. No sería adecuado dejarlo solo. Pero tu padre…
—No es muy buena compañía —aseguró Lali, y el pensamiento hizo que su ardor se enfriara. En la oscuridad, miró a Peter a los ojos—. Es mejor que hablemos de esto ahora, Peter. Antes de que cometamos algún error.
—Lali, no me digas que lamentas lo que pasó anoche —dijo él, poniendo las manos sobre los hombros de ella.
—No. No lo lamento.
Peter dio un suspiro de alivio.
—Bueno, no he olvidado que eres madre. Y no quiero apartarte de Eric. Solo quiero una parte de ti también.
—¡Y yo quiero una parte de ti, Peter! —repuso ella de forma impulsiva, sin poder controlar sus palabras. Luego, moviendo la cabeza, añadió—: No, no es cierto. Quiero algo más que eso.
Peter se tomó unos instantes para digerir sus palabras, y una agradable corriente de felicidad lo sacudió como un río bravo.
—¡Lali, dulce Lali! —exclamó, abrazándola—. ¿Sabes cómo me hace sentir oírte decir eso?
—No lo entiendes, Peter —contestó ella, con angustia—. Lo que quiero decir es… —dijo, y cerró los ojos antes de continuar—: No debí haber dicho nada. Tengo que irme a casa. Es tarde.
Ella trató de zafarse de su abrazo, pero Peter la sujetó.
—Eh, no puedes irte así. Tienes que explicarme un poco mejor de qué hablas.
Lali pensó que tenía razón. No merecía la pena que ella huyera entre los arbustos como una adolescente.
Levantó la cabeza y lo miró a los ojos, notando que el corazón se le iba a salir del pecho.
—De acuerdo, Peter. Quiero verte. Quiero estar contigo. Quiero hacer el amor contigo. Pero… Seguramente sabes que soy una mujer práctica. Sé que lo que hay entre nosotros no puede llegar a ninguna parte. Y yo…
—¿Quién ha dicho eso? —interrumpió él.
Lali abrió la boca, pero ninguna palabra salió de ella.
—No sé para ti, pero para mí lo de anoche no fue una aventura —continuó Peter.
—¡Para mí tampoco! —exclamó ella—. Quiero decir… no es como si me hubieras conocido en un bar. Aun así, me doy cuenta de que… todas las cosas buenas se acaban.
¡No! No si él podía impedirlo, pensó Peter. ¿Por qué iba a tener que terminar? No había nada que les impidiera estar juntos.
Solo el hijo y el padre de Lali. Y su trabajo, se dijo.
Si pudieran superar los obstáculos, el resto sería fácil. ¿Era eso lo que él quería?
Levantando la cabeza, Peter miró hacia la oscuridad mientras un montón de preguntas lo asaltaban. Nunca había querido casarse. Pensaba que su padre había sido un mal esposo y no estaba seguro de poder ser mejor. Pero, desde la noche anterior, algo nuevo le había sucedido. Lali era parte de él y no podía imaginar la vida sin ella.
—Esto no va a terminar, Lali —dijo, mirándola—. No, si yo puedo evitarlo.
La resolución de su voz tomó a Lali por sorpresa, además de descubrir que para él no había sido solo la aventura de una noche. Pero Peter no era un hombre superficial. Su código moral era muy distinto del de Carlos o de su padre. No solo era un Ranger de Texas. Era un buen hombre. Y aquello hizo que ella se sintiera aún peor ante la idea de perderlo.
—Peter, no sé qué estás pensando pero… —dijo ella, acariciándole el brazo.
—No más peros. Solo dime que pasarás conmigo todo el tiempo que puedas. Luego pensaremos en lo demás.
Peter acarició el rostro de ella. Lali cerró los ojos para tratar de contener las lágrimas. Lo amaba con todo su corazón.
—De acuerdo —repuso, en voz muy baja—. Quiero estar contigo. Pero lo que viene después… Tengo miedo, Peter. Mucho miedo.
—Anoche te dije que nunca te lastimaría. Confía en mí, Lali.
Una voz dentro de Lali le urgió a creerle y a confiar en él. Pero su fracaso con Carlos le había destrozado su capacidad de confiar, sobre todo en sí misma.
—Yo… ten… tengo que irme, Peter —balbuceó.
—De acuerdo. Te dejaré ir. ¿Pero nos vemos mañana?
Ella asintió y respiró hondo para calmarse.
—¿Por qué no vienes mañana a cenar? Tengo el día libre, así que tendré tiempo para cocinar. A Eric le gustará verte. Ven sobre las seis y dejaré que me ayudes en la cocina.
No era el tiempo a solas que Peter quería pasar con ella, pero era mejor que nada.
—Allí estaré —prometió él, y la besó con suavidad.
Cuando se separó de él, Lali se sintió helada y perdida al no tener sus cálidos brazos rodeándola. Pero corrió a su coche antes de sentirse tentada de ir hacia él y rogarle que la llevara a su casa, a su cama.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Capitulo Ocho!





Y llegó EL capitulo chicas!! Creo no, estoy segura que les gustará. Espero que su día haya sido bueno! Gracias como siempre por sus comentarios, son geniales!! Nos leemos mañana!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                             CAPITULO OCHO




El resto de la cena terminó sin mucha conversación. Pero a Lali no le importó. No necesitaba que él hablara. ¡Era tan hermoso estar ahí sentados, rodeados por la oscuridad, a la luz de las velas!
En varias ocasiones, Peter tomó su mano por encima de la mesa, y ella se dio cuenta de que quería más. Quería acurrucarse en sus brazos, sentir su cuerpo y que la pasión se incendiara entre ellos. Sería puro fuego, se dijo, con certeza.
—¿Quieres postre? —preguntó Peter, interrumpiendo los carnales pensamientos de ella—. Marina hizo melocotón en almíbar.
—Estoy llena, no podría comer más. Pero come tú, por favor —respondió ella, sonriendo.
—Tampoco yo puedo más —dijo él, tocándose el estómago—. Podemos dejarlo para después —sugirió y, tendiéndole la mano, preguntó—: ¿Quieres dar un paseo e ir a ver los caballos?
—Es buena idea —repuso ella, tomando su mano—. Pero está oscuro.
—El establo tiene luz, Lali. Solo tenemos que encenderla.
—Ah. Creo que está claro que soy una pueblerina. Nosotros nunca pudimos permitirnos poner luz en el establo —explicó ella, sonrojada.
—Deja de disculparte. No tenemos la culpa de las circunstancias en que crecimos.
Lali vio cómo Peter se inclinaba para soplar las velas. Luego, apagó las antorchas.
—La calzada está irregular —dijo él, y la tomó por la cintura—. No quiero que te tropieces.
—¿Y los platos de la cena? —preguntó Lali, mirando hacia la mesa—. ¿No deberíamos llevarlos dentro de la casa?
—No te preocupes por eso. Los coyotes se darán un banquete con las sobras.
El T Bar K estaba en medio de un territorio salvaje, sin vecinos ni restos de civilización en kilómetros a la redonda. No había duda de que los coyotes se acercarían a probar los restos de la deliciosa carne, pensó Lali.
—Pero pueden romper los platos —observó ella.
—Si lo hacen, compraré más —contestó Peter, riendo.
Para él, comprar más platos sin más era algo normal, y Lali se dio cuenta una vez más de lo alejados que estaban sus dos mundos.
El trecho hasta el establo fue breve, pero Lali saboreó cada segundo de caminar a su lado, notando la calidez de su mano en la cintura. Aquella sensación de estar conectada a él era algo que iba a terminar y pronto, se dijo. Pero, mientras durara, era demasiado difícil resistirse a ella. Sobre todo para una mujer que no había recibido demasiadas atenciones ni afecto en su vida.
Cuando llegaron a los establos, Peter encendió el interruptor y unos tubos fluorescentes iluminaron la entrada. Los caballos relincharon con suavidad y se movieron dentro de sus recintos. Algunas cabezas asomaron por encima de las puertas, mirando a Lali y a Peter con curiosidad.
—Son animales muy hermosos —comentó Lali, mientras se paraba a ver el primer animal, un macho rojo con una mancha blanca en la cabeza que olisqueó su mano—. Me gustaría tener alguna chuchería para darle.
—Créeme, los caballos no tienen hambre —dijo él, acariciando la mandíbula del animal—. Linc los alimenta mejor de lo que Marina nos da de comer a nosotros. Pero les gusta recibir atención.
Igual que una mujer necesita afecto del hombre que ama, pensó Lali, notando cómo los dedos de él se estrechaban alrededor de su cintura. Se sorprendió a sí misma con sus pensamientos. ¡El hombre que amaba! ¡Ella no podía amar a Peter! No podía amarlo solo porque le había gustado en el instituto. Solo porque la había tratado con el mayor respeto que ningún hombre la había tratado jamás. Solo porque el corazón le daba un vuelco cada vez que lo veía. Amar a un hombre que nunca sería suyo era comprar todas las papeletas para que se le rompiera el corazón.
Tragando saliva, Lali trató de concentrarse en su alrededor.
—¿Linc cuida a los caballos? —preguntó, cambiando de tema—. No sabía que tu primo aún vivía en el T Bar K.
Se detuvieron junto a una yegua negra que tenía una mancha en forma de estrella blanca en la frente. El animal acarició a Peter en el hombro con el hocico.
—No soy Linc, Mayblossom. No tengo terrones de azúcar para ti —dijo Peter al caballo. Luego, miró a Lali—. Linc se encarga de supervisar la crianza de todos los caballos. No sé qué haríamos sin él.
—Siempre pensé que Linc se parecía a ti más que Agustin y Gas. Me sorprende que se quedara en el rancho. Esperaba que se fuera de aquí y se convirtiera en abogado o algo así. ¿Llegó a casarse?
—No. Supongo que en eso se parece a mí.
—Humm. Me preguntó por qué. Linc siempre fue un apuesto muchacho. Seguro que no le costaría encontrar una mujer.
Peter puso las manos encima de la espalda de ella y la recorrió hasta sus hombros. Su contacto era excitante y reconfortante al mismo tiempo, se dijo Lali, y sintió deseos de apoyar la cabeza en su ancho pecho.
—No creo que Linc haya querido casarse. No sé por qué. Sus padres estuvieron casados muy poco tiempo y, cuando se divorciaron, Linc lo pasó muy mal. Supongo que su actitud hacia el matrimonio tiene que ver con eso. Creo que no quiere pasar por todo ese dolor de nuevo. Además, Linc sigue sufriendo. Su madre no quiere saber nada de él.
—¿Bromeas? —preguntó Lali, y se quedó con la boca abierta, sorprendida.
—No. No es cosa de risa.
—No puedo imaginar por qué una madre abandonaría a su hijo. Aunque supongo que sucede —murmuró ella.
—No. Una mujer como tú no puede imaginarlo. Porque tienes un gran corazón. Nunca lastimarías a nadie.
—¿Cómo estás tan seguro, Peter? —preguntó ella, mirándolo—. Hace años que no nos vemos, y nunca fuimos más que conocidos.
—No es difícil ver cómo es una persona por dentro. Y puedo ver cómo eres con Eric. Una madre devota.
«Y hubiera sido una esposa devota hacia ti, si las cosas hubieran sido diferentes», se dijo ella. Si hubiera tenido la oportunidad.
Aquel pensamiento repentino la sobresaltó y la entristeció.
—Quizá a veces me excedo en mi devoción. Pero mi hijo es todo lo que tengo y todo lo que tendré.
—¿Querías tener más hijos? —preguntó Peter, invitándola con un gesto a seguir viendo el resto de los caballos.
—Sí. Pero tras el nacimiento de Eric, Carlos me prohibió quedarme embarazada de nuevo. No puedes ni imaginar el enfriamiento que supuso eso para nuestra… vida sexual.
—Lali, eso es… difícil de creer —comentó Seth, conmocionado—. ¿Hablasteis de tener hijos antes de casaros?
—Claro que sí. Y le pareció bien. De hecho, Carlos dijo que quería tener una familia numerosa. Él no había tenido hermanos, y aseguró que no quería que su hijo estuviera tan solo. Eso me dijo —afirmó ella, con una sonrisa sarcástica, y suspiró—, Peter, me pone enferma pensar lo ingenua que era en aquellos años. Debí haberme dado cuenta de que Carlos era un mentiroso y de que solo le importaba él mismo. Si te digo la verdad, no entiendo por qué se casó conmigo. A no ser porque yo era… un reto para él —añadió, y apartó la mirada, sonrojándose—. Porque no quería acostarme con él y estaba obsesionado con tenerme.
—Y solo pudo tenerte casándote contigo —concluyó Peter con tono censurador, mientras acariciaba el brazo desnudo de ella.
—Parece tan estúpido —dijo ella, mirándose los pies—. Si no hubiera tenido la convicción de llegar virgen al matrimonio, me habría ahorrado mucho sufrimiento con Carlos. Me habría casado con un buen hombre y tendría una casa llena de niños.
Peter la tomó por los hombros y la giró para estar frente a frente.
—Lali, ¿por qué te martirizas por tener una alta moral? Es ridículo.
—No lo sé. Me lamento de muchas cosas… Me lamento de… —comenzó a decir, y se interrumpió. No fue capaz de explicarle lo mucho que se arrepentía de no haber salido con él veinte años atrás.
—Lali —susurró él—. No tienes que decir más. Sé lo que ibas a decir. Porque yo siento lo mismo.
Ella se quedó con la boca abierta y lo miró, sorprendida. No era posible que hubiera leído su mente…
—Peter, yo creo que…
De pronto, él tomó su cara entre las manos e inclinó la cabeza.
—Estás pensando demasiado, Lali. Igual que pensaste demasiado veinte años atrás.
Entonces, la besó y sus palabras resonaron en los oídos de ella. ¿Pensando? ¿Cómo podría pensar, cuando el sabor de sus besos solo le permitía desear hacer el amor con él?, se preguntó Lali.
Sin poder evitarlo, rodeó el cuello de él con sus brazos y le ofreció su boca, invitándolo a besarla con más profundidad. Con un rugido, Peter la agarró de las nalgas y la apretó contra él.
El calor se incendió entre ellos, quemando el último resquicio de resistencia en la mente de Lali. Cuando al fin sus bocas se separaron, ella supo que no podía seguir negando lo que sentía por él. Sus sentimientos eran demasiado poderosos, demasiado profundos como para acallarlos.
—Lali —murmuró él, con la voz ronca de pasión—. ¿Sabes lo mucho que te deseo?
Oh, sí. Ella lo sabía. Lo sentía en la forma en que la besaba y la tocaba. Y por el duro bulto que se apretaba contra el cuerpo de ella. El calor se le subió a las mejillas.
—Espero que tanto como yo te deseo a ti —confesó Lali.
Peter recorrió su espalda con las manos, apretándola contra él. Lali se dijo que no tenía intención de negarle nada. Ni de negárselo a sí misma. Llevaba años rechazando cualquier forma de amor de un hombre y, justo cuando Peter había llegado a su vida, su cuerpo y su corazón se rebelaban contra la abstinencia.
Él inclinó la cabeza de nuevo y besó su cuello, buscando el camino hacia la oreja.
—Creo que necesitamos salir de aquí e ir a la casa —murmuró, entre besos.
—Sí —susurró Lali con resolución, tocando la mejilla de él.
Caminaron juntos hasta la salida del establo, y Peter apagó la luz. Mientras se dirigían a la casa, a través del patio, Lali se dio cuenta de que era noche cerrada. Se agarró al brazo de él y se dejó guiar sobre el suelo irregular.
El silencio los acompañó, y Lali dejó que su mente divagara, pensando cómo serían las cosas si fueran marido y mujer, caminando juntos hacia su propia casa y su propia cama. Una sensación de felicidad la invadió.
De pronto, sus pensamientos se interrumpieron cuando Peter se detuvo de golpe y miró por encima de su hombro. Confundida, ella lo miró, tratando de ver su rostro en la oscuridad. Tenía el ceño fruncido y parecía estar alerta, intentando escuchar algo.
—¿Qué pasa? —preguntó Lali, notando la tensión en el brazo de él.
—Nada. Solo… Me pareció oír algo.
—Igual es el ganado. O los hombres…
—Los hombres están cenando en los barracones. Por eso había tanto silencio en los establos. Los peones han terminado su trabajo por hoy —dijo él con voz baja. Luego, hizo otra pausa para escuchar y sacudió la cabeza negativamente—. No era nada.
Peter era un oficial de policía muy cualificado. Sus ojos y oídos estaban preparados para captar cualquier cosa inusual. No diría que había oído algo a no ser que estuviera seguro de que así había sido. Incómoda al pensar que alguien podía haber estado observándolos, Lali apretó el brazo de él y miró atrás en dirección a los establos.
—Pero sí oíste algo, Peter… ¿Qué?
—Lali, Noah Rider fue asesinado en este rancho. No sé dónde está el asesino y, hasta que se sepa, tengo que estar en guardia. Todos debemos estar en guardia.
Temblando de miedo, ella lo miró.
—Entiendo. Yo… —comenzó a decir ella, pero se interrumpió al oír el aullido de un coyote. El sonido le puso la piel de gallina e hizo que se apretara aún más contra su acompañante.
Al ver su expresión, Peter la tomó de la mano y apresuró el paso para llegar a la casa.
—No tengas miedo, cariño. Es solo un coyote.
—Pero sonó como si quisiera decirnos algo. A ti y a mí. Siento como si… algo malo fuera a pasar. Lo sé —aseguró ella, conmocionada por su propia premonición.
Peter la hizo entrar en la casa y la llevó hasta el cuarto de estar, donde había una lámpara encendida. Cerró la puerta con llave detrás de él.
—Pareces Marina con sus supersticiones y premoniciones —bromeó él, y la envolvió entre sus brazos—. Te prometo que no pasará nada malo esta noche.
Hacía menos de una hora, Lali le había prometido a él y a sí misma dejar de preocuparse. Quería cumplir la promesa.
—Confío en ti —dijo ella, apoyando la cara sobre el pecho de él.
—Es mejor que confíes en mí, tesoro. Porque no te haría daño por nada del mundo.
Lali alzó la cabeza para mirarlo. La gentileza que vio en su rostro hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas.
—Hazme el amor, Peter —dijo ella, tras tragar saliva.
Aquellas palabras le hicieron rugir de deseo, y la tomó en sus brazos. Mientras la llevaba, ella rodeó su cuello con los brazos y hundió en él su rostro. Con cada paso, su corazón latía con más y más fuerza.
¿Qué estaba haciendo? ¿Había perdido la razón?
Durante un segundo, aquellas preguntas resonaron en la mente de Lali y le hicieron entrar en pánico. Pero, cuando sintió los fuertes brazos de Peter sosteniéndola, supo que tenía que hacer el amor con él. Estaba en el destino de ambos.
Dentro de su dormitorio, la depositó con cuidado sobre la cama. La luz de una farola del patio entraba por las cortinas y dibujaba suaves sombras sobre ellos.
De inmediato, Lali comenzó a desabrocharse la falda, pero él se acercó y le quitó las manos.
—Déjame a mí. Se supone que esta noche debo servirte, recuerda.
Lali sonrió y, al ver el sensual brillo de sus ojos, se estremeció.
—Eso era en la cena —observó ella.
—Sí —murmuró él—. Y esto es el postre.
Lali abrió la boca para reírse, y él besó sus labios, terminó de desabrochar su falda y se la quitó, descubriendo sus largas y sedosas piernas. Cuando le llegó el turno a su blusa, ella se incorporó y levantó los brazos para dejar que se la sacara por la cabeza.
Lali se quedó solo en ropa interior y se recostó en las almohadas mientras veía cómo él se desvestía, dejando al descubierto sus musculosos pecho y abdomen, sus anchos hombros, su fuerte cintura. Bajo unos calzones blancos, vio sus muslos fuertes y magros y, de pronto, recordó que Peter había sido una estrella del fútbol en el instituto.
Las chicas se habían vuelto locas por él en aquel entonces, pero él no había parecido mostrarse interesado. No como los otros chicos y como su hermano Agustin. Aquello había intrigado a Lali, pero nunca se había atrevido a preguntarle el porqué de su desinterés.
Peter deslizó sus dedos en la cintura de sus calzoncillos y se los quitó. Al acercarse a la cama, Lali vio su evidente erección y aquello la llenó de emoción. El hecho de que la deseara fue un regalo para su ego.
—Me deseas de veras —observó ella, con sorpresa.
—No puedo ocultarlo —bromeó él, subiéndose a la cama, a su lado.
Lali lo abrazó por la cintura y lo miró a los ojos, mientras el corazón le latía como si hubiera estado corriendo kilómetros. Corriendo para huir de algo o para acercarse a algo. En cualquier caso, se sentía un poco asustada, un poco aturdida.
—No puedo creer que estemos aquí los dos —confesó ella.
Metiendo los dedos entre su gruesa melena rizada, Peter la acercó y la besó, saboreando sus curvas con las manos.
—He soñado con hacer el amor contigo muchas veces —admitió él—. Pero creí que nunca se haría realidad.
—¿Soñaste con… hacer el amor conmigo? —preguntó ella, atónita, tras separar su cabeza de la de él.
—¿Por qué no? Eres la mujer más hermosa que he conocido.
Pero era una Esposito, pensó Lali, aunque silenció las palabras para que no crearan un muro entre ellos. Peter le hubiera contestado que no le importaba quién era su familia o que fueran pobres. Lo cierto era que, al menos en aquel momento, no parecía importarle. Y debía creer que lo que le hacía estar con ella era algo más que el puro deseo sexual. Si no, se hubiera ido de allí de inmediato.
—Estoy segura de que has tenido un montón de chicas guapas deseando salir contigo.
—No solo piensas demasiado, sino que también hablas demasiado —dijo él, y la besó—. No he tenido muchas mujeres en el pasado. Nadie que me haya hecho sentir como tú —susurró con voz ronca, y posó en la espalda de ella sus manos para pegarla contra su cuerpo—. Ven aquí y te lo mostraré.
Lali se rindió encantada a sus besos y, en cuestión de segundos, se sintió incendiada por el deseo. La piel de él ardía bajo su contacto, y ella la tocaba en todas partes donde alcanzaba. Los brazos, los hombros, el pecho, sus planos pezones rodeados de vello… hasta su cadera y sus musculosos y velludos muslos.
Al mismo tiempo, Peter estaba ocupado desabrochándole el sujetador y quitándole el resto de la ropa interior. Después, se concentró en sus pechos.
Eran redondos y firmes, con pequeños pezones rosados. Al verlos, se quedó sin aliento, sin poder esperar para tocarlos. Se tomó su tiempo en explorarlos con las manos, antes de sumergir su cabeza para besarlos, mordisquear y chupar los pezones hasta que ella comenzó a retorcerse y a rogarle que no se detuviera.
Pero Peter se detuvo, y un nuevo mar de sensaciones la invadió cuando él empezó a bajar con sus besos, desde el centro de sus pechos hasta el vientre. Jugó con su lengua en el ombligo, antes de seguir bajando y tocar con su boca el montículo poblado de vello castaño y rizado.
Sorprendida por su audacia, Lali dio un grito sofocado y hundió los dedos en el cabello de él, apretándolo contra su cuerpo.
—Oh, Peter, ¡no puedes…!
—¿Por qué no puedo? —repuso él, riendo.
—Porque tú… yo… oh… oh —trató de decir ella, y se interrumpió al sentir la lengua de él en su parte más secreta, penetrando entre los pliegues de su húmedo interior.
El movimiento hizo que Lali perdiera el control y gritara, loca de placer, envolviendo las piernas alrededor de la espalda de él y levantando las caderas ante la magia de su boca.
Sintiendo que ella estaba cerca del orgasmo, Peter la agarró de las nalgas, animándole a que se rindiera y experimentara todo el placer que él deseaba regalarle. En cuestión de segundos, una gran felicidad lo invadió cuando escuchó los gritos de ella y sintió las contracciones de su orgasmo.
Cuando la dejó descansar sobre el colchón, Lali pudo pensar de nuevo, y sintió una mezcla de vergüenza y arrepentimiento por lo que acababa de suceder.
—Oh, Peter, lo siento. Quería esperar pero yo… pero tú… nunca…
—¿Por qué lo sientes? —preguntó él, besándola en la boca—. Puedes hacerlo otra vez.
—¡Otra vez! Peter, yo…
Lali se interrumpió al ver las manos de él en sus pechos.
—Acabamos de comenzar, mi amor —dijo él, besándola en el cuello.
«Mi amor. Mi amor».
Sus dulces palabras reverberaron en la cabeza de ella, al mismo tiempo que Peter separó sus muslos con la rodilla y la penetró. Sus cuerpos parecían uno, pegados por el sudor y por la pasión, y ella se agarró a aquellas palabras como si fueran un bote salvavidas en medio del mar encrespado.


Pasaron horas hasta que Lali pudo convencerle de que debía irse a casa antes de que Eric y su padre se dieran cuenta de que no había llegado.
Con reticencia, Peter aceptó, pero volvió a abrazarla, por detrás, cuando ella trataba de salir de la cama.
—No quiero que termine la noche.
—Ni yo. Pero tengo un hijo y un trabajo y un padre de los que ocuparme —contestó ella, sintiendo que la realidad se le venía encima como una avalancha de rocas.
—Me vestiré para llevarte a casa —dijo él al fin, tras un largo silencio, y la besó en la nuca.
Mientras Peter se vestía, Lali tragó saliva y parpadeó, tratando de contener las lágrimas. Cielos, no podía ponerse a llorar. Él podría pensar que había significado algo para ella. Podría creer que esperaba más de él. Sus lágrimas lo pondrían en una sensación embarazosa, y ella se sentiría mortificada. Pero nunca se había acostado con un hombre solo por el sexo. Y aquella vez no había sido diferente. No sabía cómo actuar de forma despreocupada, como si no hubiera tenido importancia. No sabía cómo ocultar las emociones agridulces que se agolpaban en su garganta.
Pocos minutos después, Lali salió del baño vestida y lista para irse. Peter se percató de que tenía la cara pálida y tensa, pero no dijo nada.
De alguna manera, entendió que ella debía de estar tan conmocionada como él por lo que había sucedido. Pero creyó que era demasiado pronto para preguntarle a Lali por sus sentimientos.
En cuanto a él, su cabeza aún le daba vueltas por la forma generosa en que ella lo había amado. Porque había sido amor, se dijo. La forma en que ella lo había tocado, besado y abrazado, como si no quisiera dejarlo ir nunca, era algo que él no había experimentado jamás antes. Lali no solo se había dejado llevar por el hecho de tener sexo con un hombre. Había adivinado un ansia tremenda en ella, igual que la suya.
«Acéptalo, Peter, te has enamorado de esta mujer. Y te gustaría que ella te amara. Te gustaría que tu relación con ella no terminara nunca», se dijo.
Aquel pensamiento lo mantuvo silencioso en el camino al rancho de los Esposito. Se preguntó cómo respondería ella. No podía considerar la posibilidad de irse de allí y dejarla sin más cuando tuviera que regresar a Texas. Pero no sabía cómo reaccionaría Lali cuando le pidiera que abandonara Nuevo México para irse con él.
Absorto en sus pensamientos, Peter echó el freno de golpe al toparse con el rancho de los Esposito.
—Lo siento. No me había dado cuenta de que ya habíamos llegado.
Lali agarró su bolso del suelo del coche y se dispuso a abrir la puerta.
—No tan rápido —dijo él, poniendo la mano en su hombro—. ¿Trabajas mañana?
—Por la tarde. No estaré libre hasta las ocho de la noche —asintió ella.
—Allí estaré.
Ella abrió la boca como para negarse, pero pareció cambiar de idea y solo sonrió.
—Bien, Peter. Buenas noches.
Lali se inclinó hacia el asiento de él y le ofreció su boca. Peter posó la mano en la espalda de ella, la besó con suavidad y trató de no pensar en las largas horas que lo separarían de volver a verla.

martes, 28 de agosto de 2012

Capitulo Siete!





Hola chicas!! Como estuvo su día?? Hoy no voy a entretenerme mucho. Ha sido un día muy....largo.
Les dejo capi, espero que lo disfruten! Gracias por los comentarios chicas!!!
Que lindo el amor....no creen? Jajaja
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                               CAPITULO SIETE




—¿Vas otra vez al T Bar K?
Desde su habitación, Lali miró hacia la puerta, desde donde su hijo estaba mirándola. Había esperado que estuviera disgustado por no haber sido invitado, pero no lo estaba en absoluto. Cuando le había anunciado que iba a salir a cenar con Peter, el niño se había alegrado.
—No lo sé, Eric. Peter no me lo dijo.
—Bueno, no importa. Lo pasarás bien —comentó Eric con una sonrisa.
—¿Eso crees? —dijo Lali con una débil sonrisa, mientras se arreglaba el cabello.
—¡Claro! No tendrás que cocinar. Y Peter es agradable. ¡Muy agradable!
Agradable y punto. No alguien con quien casarse. Eso era lo que ella debía pensar, se dijo. Si conseguía mantenerlo en mente, tal vez pudiera sobrevivir sin que se le rompiera el corazón en pedazos.
Poniéndose en pie, Lali se alisó la falda y estiró la blusa en cuello de pico que había elegido para la ocasión.
La parte de arriba era de color rojo, a juego con su cabello castaño y con una falda estampada.
—Os traje algo de comida de la cafetería para cenar. Pollo frito. Solo tenéis que meterlo en el microondas para calentarlo. Ya se lo he dicho al abuelo —señaló Lali.
—No te preocupes por nosotros —le dijo Eric con voz de chico mayor—. Estaremos bien.
—Estás muy seguro —observó Lali, mientras se ponía un poco de perfume detrás de las orejas.
—Sí.
—Actúas como si te alegraras de que salga a cenar con Peter —comentó ella, observando a su hijo con curiosidad—. ¿No te importa no ir tú?
—¡Claro que no! Hace mucho tiempo que quiero que te eches novio, y ahora lo tienes. ¡Y es un verdadero Ranger de Texas!
—Vamos, Eric. ¿No te das cuenta de que Peter solo se quedará por aquí unos días? —trató de razonar Lali. Se acercó a su hijo y le puso la mano en el hombro—. Me alegro de que te guste Peter. Pero él no se quedará aquí para siempre.
Eric frotó la punta de su bota contra la alfombra gastada.
—Vale, mamá. Nadie se queda para siempre. La gente se muere.
El comentario de Eric tomó a Lali por sorpresa. Parecía que su hijo pensaba que la muerte era lo único que lo separaría de Peter. Cielos. ¿Qué podía ella hacer? Eric ya había sido abandonado por su padre. Algo con lo que el niño tenía que vivir cada día. Cuando Peter regresara a Texas, su hijo pensaría que lo habían vuelto a abandonar.
—Bueno, hay otras cosas además de la muerte, Eric. Peter trabaja en Texas, ¿recuerdas?
—Sí. Pero él…
Eric se interrumpió cuando Juan entró en la habitación y puso un brazo alrededor de los hombros de su nieto.
—¿Qué estás haciendo aquí, Eric? Pensé que ibas a ayudarme a quemar esa madera vieja que hay en el establo.
—¿Lo dices en serio? —preguntó el niño a su abuelo, encantado.
—Claro. Ve a ponerte tus botas viejas y yo buscaré algo de queroseno y cerillas. Vamos a limpiar este lugar. Incluso puede que construyamos un establo nuevo y compremos otro caballo para acompañar a Blackjack.
Lali se quedó mirando a su padre con extrañeza. ¿Qué le había sucedido? No tenía dinero para construir un establo ni para comprar un caballo. Y hacía más de un año que no había movido un dedo para limpiar el viejo rancho. Justo cuando ella decidía salir con Peter, Juan decidía ponerse a quemar madera vieja. El brusco cambio de su actitud la tomó desprevenida.
—¿Y qué pasa con tu artritis, papá?
—Hoy me siento muy ligero. Debe de ser por el calor.
Y por el paquete de cervezas vacías que ella había encontrado en la basura, se dijo Lali con incredulidad.
—Bueno, me alegro. Pero preferiría que te pusieras a hacer esas tareas cuando yo esté en casa. Si el fuego se sale de control, podría quemarse la casa.
—Oye, te comportas como si no supiera hacer lo que he hecho durante toda mi vida. No hace nada de viento, tesoro. Y llevaré la manguera. No te preocupes tanto.
—Sí, mamá, no te preocupes tanto —repitió Eric.
—Eric y yo estaremos muy bien —añadió Juan—. Tú vete y diviértete con Peter.
—Bueno, papá, confío en ti —repuso ella, sabiendo que no podría discutir con los dos, y tomó un chal que había sobre la cama.
Eric salió corriendo para cambiarse de botas, y Juan miró a su hija con un gesto de crítica.
—Te vendrá bien salir un poco. Estás empezando a comportarte como una vieja mamá gallina.
Cuando Lali se giró para responder, su padre ya se había ido.
Despacio, se detuvo delante del espejo. ¿Mamá gallina?, se preguntó. Tenía treinta y cinco años. No era vieja. Era aún una mujer joven.
Pero a veces se comportaba como una vieja, se dijo, mirándose al espejo. Durante los diez años siguientes a su divorcio, se había concentrado en criar a Eric y en educarle de la mejor manera que había sabido. Hasta que su padre la había llamado hacía dos años, no había hecho otra cosa. Y tras mudarse al rancho de los Esposito, se había metido aún más en su rol de cuidadora. No era extraño que actuara como una vieja mamá gallina, pensó.
Acercándose más al espejo, se tocó la mejilla. ¿La vería Peter también así? ¿La vería como una persona tan seria, que era incapaz de reír o sonreír? O, peor aún, ¿creería que tenía miedo de ser mujer?
El hecho de que se hiciera esas preguntas implicaba que tendía a preocuparse. Sin embargo, decidió apartar los problemas de sus pensamientos. Cuando Peter regresara a Texas, tendría tiempo de sobra para ser mamá gallina. En aquel momento, prefería ser una mujer.
Cinco minutos después, Peter llegó. Mientras la ayudaba a subir al coche, miró hacia la casa.
—¿Dónde está Eric? Quería saludarlo.
—Ah, está en el establo, ayudando a su abuelo con una tarea. Me pidió que te dijera hola.
—Bueno, en ese caso, salúdalo de mi parte también.
Lali se abrochó el cinturón de seguridad, y Peter subió al asiento del conductor. En cuestión de segundos, salieron del viejo rancho, camino de la puesta de sol.
—¿En qué tipo de tarea está ayudando Eric a su abuelo? —preguntó Peter.
—Mi padre y Eric amontonaron una pila de maderas viejas el año pasado y ahora quieren quemarla —contestó Lali, sin poder evitar fruncir el ceño con preocupación—. Traté de convencer a mi padre de que no lo hiciera, pero me prometió tener la manguera cerca.
Peter la miró y, por un momento, olvidó lo que iba a preguntarle. Siempre le había parecido hermosa, pero aquella noche estaba especialmente bella. Su piel parecía de terciopelo y su cabello rizado brillaba con los últimos rayos de sol. Un colgante de plata con un corazón descansaba sobre sus pechos.
Peter sintió deseos de tocarla en ese punto. Con las manos y con los labios. Quiso besarla en la boca y en más sitios. Quiso tener su cuerpo templado junto a él, sentir el latido de su corazón y aspirar el dulce aroma a rosas de su piel. Por primera vez en mucho tiempo, deseó hacer el amor con una mujer.
Respirando hondo, trató de concentrarse en la carretera e intentó dejar de pensar en aquellas cosas. No podía llevarse a Lali a la cama. Ella no era de esa clase. Ella era de las que se casan. Y él… él era un Ranger de Texas.
—Creí que Juan no podía caminar bien —comentó Peter—. Me he dado cuenta de que le cuesta moverse.
—Algunos días tiene las rodillas hinchadas y le duelen. Pero, por suerte, hay días en que no le duele nada.
—Entonces, su problema no es del todo crónico.
—Bueno, pero tampoco va a ponerse mejor —comentó ella, mirándolo.
No, si no lo intentaba, pensó Peter. Y, por lo que parecía, Juan no hacía nada para mejorar su salud.
—¿Toma medicación?
—Dice que le basta con aspirinas. Fue a ver a tu hermana hace dos o tres meses porque se había cortado en la mano. Ella intentó prescribirle un antiinflamatorio, pero él le contestó que no pensaba tomarlo.
—Humm. A veces, las personas mayores se vuelven muy tercas —observó Peter.
—Mi padre solo tiene sesenta y cinco. No es viejo.
—No, no es viejo —acordó él.
Cuando llegaron a la carretera comarcal, Lali miró a su acompañante, pensativa.
—La verdad es que no sé qué se le ha metido en la cabeza a mi padre.
Peter se sorprendió de que quisiera hablarle de su padre. Era la primera vez que lo hacía. Le subió el ánimo pensar que ella quería compartir cosas de su vida personal con él.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Peter.
—Oh, no es nada. Esta tarde, cuando dijo que iba a quemar la leña vieja, también habló de limpiar el rancho, construir un establo nuevo y comprar otro caballo.
—Bueno, eso no es tan raro —opinó Peter—. Eric me contó que tenía otro caballo y lo vendió.
—Entre tú y yo, eso fue porque necesitaba el dinero. Nunca me lo dijo con esas palabras, pero estaba claro. No tiene otra fuente de ingresos que su pensión de la Seguridad Social. No sé de dónde piensa sacar dinero suficiente para construir un establo o comprar un caballo.
Al ver que Lali estaba preocupada por el súbito cambio de actitud de su padre, Peter trató de quitarle importancia.
—No creo que pase nada, Lali. Lo más probable es que tu padre esté expresando sus deseos en voz alta. Seguro que le gustaría comprarle otro caballo a su nieto y, como no puede hacerlo, hablar de ello es lo más parecido.
Lali sintió su corazón inundado de calidez. Miró al hombre a su lado y pensó que él podía haber empleado aquella oportunidad para hablar mal de su padre pero, en lugar de eso, lo había justificado y excusado. Se sintió agradecida por eso.
—Pero no es justo para Eric. Se hará ilusiones y se sentirá decepcionado cuando mi padre no cumpla sus promesas.
«Igual que se sentirá desilusionado cuando tú te vayas», pensó Lali. Por alguna razón, su hijo creía que Peter siempre iba a estar con ellos, y ella temía el día en que Eric tuviera que enfrentarse a la cruda realidad.
—Vamos un poco de confianza, Lali. Él entiende a su abuelo mejor de lo que tú crees.
—Espero que tengas razón —contestó ella, bajando la cabeza—. Eric lo ha pasado muy mal. Quiero que su futuro sea mejor.
Peter la miró y, de pronto, sintió una tristeza en el pecho. Lali era una mujer fuerte. Había estado manteniendo a su hijo durante años, sin ayuda de un hombre ni de su familia. Y, entonces, también estaba cuidando a su padre. Su vida no podía ser fácil. Sin embargo, nunca se quejaba ni hablaba de cómo le gustaría que fuera su vida. Se preguntó si ella habría desistido de ser feliz. La idea lo entristeció tanto que tuvo ganas de parar a un lado de la carretera y abrazarla.
Cielos, lo estaba haciendo otra vez, se dijo Lali. Estaba preocupándose de nuevo como una vieja.
—Lo siento, Peter. No me invitaste a salir para escuchar mis problemas. A veces olvido que se supone que debo relajarme… —se disculpó ella, con una sonrisa.
—Está bien, Lali. Me gusta que me hables de todo —repuso él, tocándole el brazo.
Ella se sintió recorrida por una ola de placer al notar su contacto y esbozó una amplia sonrisa.
—De acuerdo. ¿Dónde vamos a cenar esta noche?
—Para ser honestos, había pensado llevarte a cenar a un restaurante elegante en Durango pero, de pronto, recordé algo que solía decir mi madre y cambié de idea. Espero que mi madre tuviera razón.
—¿Y qué solía decir tu madre? —quiso saber ella, mirándolo con curiosidad.
—Que una mujer no necesita cosas elegantes. Solo necesita saber que es querida.
¿Significaba aquello que él la quería? Tal vez deseaba su cuerpo. Eso podía adivinarlo por la pasión de su beso la otra noche. Pero no podía amarla. Ella era una Esposito. Los Esposito no solían casarse con los Lanzani.
A pesar de eso, Lali no podía evitar sentir una oleada de placer al mirarlo, al pensar que la deseaba.
—Supongo que tu madre tenía razón.
—Cuando lleguemos al lugar donde vamos, lo comprobaremos —señaló él con una sonrisa.


Veinte minutos después, Peter atravesó con el coche la entrada del T Bar K.
—Estamos volviendo a tu rancho —observó ella.
—Sí. ¿Decepcionada?
Lali miró a su alrededor. El río brillaba a un lado del camino y, al otro, las verdes praderas estaban llenas de gordas vacas pastando. No podría cansarse de admirar el rancho, siempre tan hermoso, pensó ella.
—Yo… bueno, no. Solo sorprendida.
—He pensado hacer algo especial esta noche —afirmó él, tomando su mano—. Si no te gusta, iremos a Aztec a cenar. Solo tienes que decírmelo.
Lali tragó saliva. Ningún hombre se había comportado de forma tan considerada con ella. Y ningún hombre había conseguido darle un vuelco al corazón solo con tocarle la mano.
Lali se dijo que estaba enamorándose. Cada minuto que pasaba, lo sentía con más certeza.
—Seguro que será muy bonito —murmuró ella.
Cuando llegaron a la casa, Peter detuvo la ranchera y la ayudó a salir. En lugar de llevarla a la puerta por donde habían entrado la vez anterior, la tomó de la mano y la condujo a una pequeña construcción adyacente. Allí, en el patio, bajo dos pinos, había una pequeña mesa puesta para dos.
—¡Oh! —exclamó Lali al verlo.
—¿Qué te parece? Pensé que te gustaría cenar en el exterior —señaló Peter, estudiando su reacción ante aquel escenario tan íntimo.
—Es… maravilloso —contestó ella, con los ojos brillantes de emoción—. Pero no era necesario que te molestaras tanto, Peter.
—No ha sido ninguna molestia —susurró él, feliz por la reacción de Lali.
La ayudó a sentarse y, acto seguido, encendió unas velas que había en medio de la mesa y, detrás de ellos, prendió un par de antorchas para alejar a los insectos.
—¿Cómoda? —preguntó.
Lali lo sonrió, pensando que se sentía como una princesa cortejada por un galante caballero. Era una sensación que nunca había experimentado antes.
—Mucho.
—Bien —dijo él—. Quédate ahí sentada. Voy a por la cena.
—¿No nos va a servir Marina? —preguntó ella.
Peter la miró y sonrió con picardía.
—Marina se ha ido a su casa. Yo me encargaré de servir.
Lali notó, de pronto, dificultad para respirar, y se le puso la piel de gallina. ¿Por qué exactamente? No lo sabía. Solo sabía que era peligroso estar allí a solas con Peter. Pero un peligro muy placentero.
Durante demasiado tiempo se había consagrado a su hijo y a su padre. Esa noche se dedicaría solo a sí misma. Y a Peter.
Pocos minutos después, llegó Peter con una enorme bandeja llena de platos y dos vasos de té helado.
—Déjame ayudarte —ofreció ella, levantándose de su silla.
Él se lo impidió.
—No, quédate donde estás. Yo me encargo del trabajo esta noche. Podemos empezar con ensalada, luego tenemos chuletas a la brasa, revuelto de calabaza, zanahorias dulces y judías verdes frescas. ¿Qué te parece?
—Me parece que hay suficiente comida para un ejército —contestó ella, riendo.
Peter colocó los platos, y se sentó frente a ella. La tomó de la mano y Lali sonrió.
—Mira a tu derecha, Lali. ¿No es una vista hermosa?
Lo cierto era que ella prefería mirarlo a él. Aquella noche, llevaba vaqueros y una camisa verde de manga corta. Sus brazos eran fuertes y musculosos, bronceados como su rostro. Cada milímetro de su cuerpo parecía ser puro músculo.
Tratando de dejar esos pensamientos a un lado, Lali giró la cabeza en la dirección que él había sugerido.
La gran bola anaranjada del sol se había deslizado sobre la meseta, pintando de sombras púrpuras y rosas yucas y nopales. Un halcón sobrevolaba la zona y se posó en una alta roca. Más allá, en la distancia, la silueta de las montañas azules estaba coronada por la nieve.
—Es tan relajante, tan encantador —comentó ella con un suspiro.
Ella también lo era, se dijo Peter al mirar sus mejillas, las pecas que salpicaban su pequeña nariz y sus jugosos labios. De niño, solía pensar que era la niña más bella que había visto. De adulto, se sentía aún más encantado por su hermosura.
—Entonces, ¿no te importa que cenemos aquí?
Lali lo miró y notó como su corazón se derretía. Ningún hombre se había preocupado jamás por mimarla. ¿Cómo no iba a sentir algo por aquel hombre que tantas molestias se había tomado para hacerla sentir importante?
—Tu madre tenía razón —observó ella con una sonrisa—. Lo que una mujer necesita no es un lugar elegante.
Sus ojos se encontraron, y ella se dio cuenta de que Peter aún sostenía su mano. En su mirada leyó que lo último que a él le importaba en ese momento era la comida que había sobre la mesa.
Con el corazón latiendo como loco, Lali se aclaró la garganta y separó la mano de entre las de él.
—Es mejor que comamos. No dejemos que se enfríe la comida. Además, estoy hambrienta.
—Me alegro. No me gustaría haber preparado todo esto para que luego comieras como un pajarito —dijo él con una sonrisa.
Lali se puso un poco de ensalada verde aliñada con aceite y vinagre.
—No te preocupes, no será el caso. No me acuerdo cuándo fue la última vez que comí chuletas. Y nunca he cenado a la luz de las velas, excepto una vez que se fue la electricidad en una tormenta.
—¿Bromeas?
—No. Es la verdad —repuso ella, sonrojándose.
Peter se recostó en su silla y la observó como si ella acabara de confesar un pecado.
—Nunca había oído algo tan terrible. Una mujer hermosa como tú debería cenar a menudo a la luz de las velas.
—Carlos no era muy romántico —explicó ella, bajando la mirada—. Y desde que nos separamos… bueno, no he tenidos muchas citas desde entonces.
Lali comenzó a comer, y él la imitó, sin dejar de pensar en lo que acababan de hablar. Si no había cenado nunca a la luz de las velas, entonces tampoco habría recibido ramos de rosas o tulipanes o margaritas. Sin duda, nadie le había regalado diamantes o rubíes, ni ningún tipo de joya brillante de las que les gusta llevar a las mujeres.
Quizá, ella pensaba que todas esas cosas eran tonterías, pero Peter no. No estaba bien que no la hubieran cuidado más. Lali era una mujer buena. Generosa y desinteresada. Merecía tener a un hombre que se ocupara de ella, que la agasajara con regalos y, sobre todo, que la amara.
Aquel pensamiento sobresaltó a Peter. ¿Estaba loco? No quería por nada del mundo que ningún otro hombre la tocara y, menos aún, la amara.
Pero él no podía ser ese hombre, se dijo. Sería un error casarse, pensó. Sería pedirle demasiado a su esposa que aceptara la vida que llevaba. Y, de todos modos, tenía que regresar a Texas. Lali no abandonaría a su padre.
—Entonces, me alegro de que se me ocurriera hacerlo —señaló él tras detener sus pensamientos.
Lali sonrió, y él sintió un deseo incontrolable de poseerla. No sabía qué diablos le ocurría. Cuando había acordado ir al T Bar K para investigar el asesinato de Noah, nunca había esperado enamorarse tanto de una mujer. Y menos de Lali Esposito. Pero, cada vez que la miraba, se derretía. Y, lo que era peor aún, no parecía que aquel sentimiento fuera a ser pasajero.
—Háblame de tu trabajo —pidió él tras un silencio.
Lali rio con suavidad y separó su plato vacío de ensalada.
—Eso es gracioso, Peter. Tú eres el que tiene un trabajo interesante y quieres que te hable de cómo es ser una camarera.
—No hablo de tu trabajo en el Wagon Wheel. Dijiste que trabajabas como ayudante de la maestra en Aztec.
Impresionada porque él se acordara, Lali asintió.
—Sí. Me gusta mucho. Pero me gustaría más si pudiera ser maestra.
—¿De veras? No sabía que eso te interesara —observó Peter con atención.
—Entiendo que para ti no parezca un objetivo importante, pero para mí sí lo es.
—Creo que es un objetivo muy noble —afirmó Peter, y le pasó las chuletas—. ¿Y qué vas a hacer para conseguirlo?
—Bueno, iba a la universidad por la noche. Casi había conseguido el título de maestra de Inglés. Pero, al mudarnos aquí con mi padre, tuve que dejar de estudiar.
—¿Por qué?
—¿Por qué? Pues porque tengo demasiadas responsabilidades. No puedo abarcar todo lo que necesita hacerse en casa y el trabajo. Y nos hace falta el dinero.
—Tienes dos trabajos, ya no puedes hacer más. ¿Y tú padre? ¿No puede hacer nada para ayudarte?
—¿Con su pensión? —preguntó ella, mirándolo como si estuviera mal de la cabeza.
—Bueno, quizá tenga algunos ahorros. Trabajó en su rancho durante treinta años y me contó que había vendido su ganado hace no mucho. Debe de haber ahorrado algo. Y yo diría que emplearlo en la educación de su hija es un fin justificado.
—Mi padre no tiene ahorros. No, que yo sepa. Por eso me sentí tan molesta cuando empezó a hablar de comprar un caballo… Entiendo que la gente necesite gastar un poco en divertirse, pero primero hay que cubrir las necesidades principales. Él no piensa en eso y… —Lali se detuvo y cerró los ojos, avergonzada—. Lo siento, Peter. Lo estoy haciendo de nuevo. No me has invitado a cenar para oír cómo me quejo. Prometo no hacerlo más.
—Tienes razones para hacerlo.
—Puede. Pero no quiero que pienses que soy una… bueno, ya sabes qué —repuso ella, tras suspirar.
—No creo que seas nada, Lali.
—No sé. Mi padre me llamó mamá gallina esta noche. Y, créeme, no me gustó.
—Lali, ¿cuándo vas a…? —comenzó a decir Peter, y se detuvo, pensando que no era el mejor momento para recriminarla por no ver a su padre como la persona que realmente era. ¿Cuándo iba a darse cuenta de que se dejaba la piel trabajando por un hombre que no apreciaba sus esfuerzos?
—¿Cuándo voy a qué? —preguntó ella.
Peter sonrió y se encogió de hombros. Tal vez fuera un cobarde, pero no quería que aquella noche se estropeara por nada ni lastimarla con sus palabras o correr el riesgo de que ella se lo tomara a mal.
—Ah, iba a preguntarte cuándo crees que vas a poder terminar tus estudios.
—Espero que pronto —contestó ella, y se obligó a sonreír—. Haré más dinero cuando empiece el trabajo en la escuela en otoño. Espero poder inscribirme en clases entonces. Y voy a intentar llevar a mi padre al médico para que le recete alguna medicina que lo haga sentir mejor y pueda ayudarme con las tareas en casa.
Por entonces, él estaría de vuelta en San Antonio, pensó Peter. Y, con suerte, el caso del asesinato de Noah estaría resuelto. ¿Y qué pasaría con ellos dos? No podía imaginar regresar al trabajo y olvidarla. Diablos, no lo había conseguido en veinte años. Encima, estaba consiguiendo conocerla mejor, acercarse a ella. Se sentía más cerca de Lali de lo que se había sentido nunca con ninguna mujer. ¿Cómo iba a ser capaz de irse de allí, sabiendo que no podría verla, tocarla, escuchar su voz?
Era mejor no pensar en eso, se dijo. No pensar en todos los años que había vivido solo, sin esposa y sin familia, sin nadie a quien amar.
—Eso espero, Lali. Es hora de que empieces a pensar en ti misma.
Ella lo miró sorprendida y, durante unos instantes, Peter creyó que iba a decir algo. Probablemente, en defensa de su padre. Pero, en lugar de hacerlo, sonrió y comenzó a hablar del T Bar K.
—Siempre me he preguntado cómo pudiste dejar este lugar —dijo Lali, pensativa—. Siempre creí que te quedarías y ayudaría a tus hermanos con el rancho.
—Eso era lo que se esperaba de mí —señaló Peter con una melancólica sonrisa—. Pero contrarié los deseos de mi padre y me hice policía.
—¿Siempre habías querido ser Ranger de Texas?
Peter sonrió con un aire nostálgico en los ojos.
—Mi madre, que en gloria esté, siempre comprendió mi admiración por las fuerzas de la ley y el orden. Cuando cumplí doce años, me regaló un libro sobre los Rangers de Texas. Me fascinó que, en sus inicios, no tenían nada más que una pistola, o un rifle, y un caballo para patrullar vastas áreas de territorio salvaje. Eran hombres de verdad. Duros y valientes. Entonces, supe que quería pertenecer a ellos.
Olvidando su comida, Lali apoyó los codos en la mesa y lo miró con sincero interés.
—Supongo que era mucho más fácil convertirse en Ranger por aquellos tiempos, cuando se fundó la compañía.
Peter rio, y ella se dio cuenta de lo mucho que le gustaba aquel sonido. La hacía sentir bien. La hacía sentir como si hubiera cosas en la vida por las que ser feliz.
—Tenías que ser honesto, resistente y tener tu propio caballo y tu arma. Hoy en día, debes tener un diploma universitario y cierta experiencia como policía antes de presentarte a los exámenes. Entonces, debes ser mejor que cientos de hombres que también se presentan a la convocatoria.
—¿Tu madre apoyaba tu decisión de ser Ranger?
—No tuve la bendición de mi padre. Sin embargo, mi madre estaba orgullosa de mí.
—Yo también estoy orgullosa de ti, Peter —afirmó Lali, con un brillo en los ojos—. Estoy orgullosa de ser tu amiga. Porque soy tu amiga, ¿verdad?
Peter la miró, embargado por una dulce emoción.
—Lali, ¿qué voy a hacer contigo? ¿Acaso no sabes que…? —comenzó a decir, y se detuvo para tomar su mano—. Eres mi amiga y algo más.
—Peter, yo… —balbuceó ella, con el corazón latiendo a toda velocidad.
—No digas nada —rogó él—. Terminemos de cenar.
No le costó mucho. Aunque se hubiera quedado allí sentada durante el resto de la noche, no habría sabido qué decir, pensó Lali. Solo imaginar que Peter se refería a ellos como algo más que amigos, hizo que el suelo se tambaleara bajo los pies de ella.

lunes, 27 de agosto de 2012

Capitulo Seis!





Hola chicas!! Lo siento, lo siento, lo siento chicas. De verdad que no pude subir antes. Gracias por sus comentarios y su paciencia. Me alegra que les este gustando la nove!!

Lina: Tengo que confesar que amo cualquier historia de cualquier género, aunque si tienen ese puntito de fundamento....como decir....de ese tema profundo, me enganchan y es cuando las disfruto mas, quizá eso interfiera a la hora de elegir las historias. Pero como digo no significa que no disfrute, como dijiste, las de fantasía romántica. Adoro leer al igual que escribir. Supongo que para mi leer significa el poder desconectar, el poder meterte en la historia de otra persona, el poder sentir y llegar a imaginar los sentimientos y situaciones a través de las palabras. Simplemente imaginar, soñar.
Con respecto a mi edad.....No tengo ningún problema en decirte jaja. Siempre he pensado que no importa realmente el numero, puedes tener tropecientos y sentirte niño, a ser muy joven y sentirte muy maduro. Yo en ese sentido a veces me siento mas vieja de lo normal porque las circunstancias de la vida me hicieron así, pero me encanta la inocencia  de la niñez, creo que no se tiene que perder nunca. Por cierto!! Tengo 24!! Jajaja. (espero que no me dejen de leer por eso)  Te diste cuenta? Me hiciste una pregunta y te puse la vida entera!! Lo siento!! Creo que me emocioné! Me dan cuerda y no paro!! Gracias!!

Ahora si chicas!! Después del discurso que me mandé con Lina.....les dejo disfrutar del capi!!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                                 CAPITULO SEIS



 Más de una hora después, Lali aún se sentía conmocionada por el calor de los besos de Peter. Mientras los llevaba a casa, ella se esforzó por darle conversación pero, en cuanto llegaron a casa de su padre, le dijo adiós a toda prisa y se metió en la casa como un rayo.
Estaba en la cocina, lavando los platos, cuando oyó a Eric entrar.
—Eric, ve a ducharte y a acostarte.
—Vamos, mamá. Aún es pronto. Quiero ver la tele con el abuelo.
—Ha sido un día muy largo, Eric. Será hora de acostarse cuando termines con tu aseo.
El niño abrió la boca para protestar pero, de pronto, pareció cambiar de idea.
—De acuerdo, mamá —dijo, encogiéndose de hombros.
Lali suspiró aliviada mientras lo veía salir de la cocina. Era una suerte que Eric no hubiera querido discutir. Aquella noche no estaba de humor para lidiar con las protestas de su hijo. La cabeza le daba vueltas y tenía los nervios de punta.
Había estado más de una hora intentando convencerse de que era mejor olvidar a Peter Lanzani, pero más le hubiera valido hablar con el perro. Cotton le hubiera prestado más atención a sus propios consejos.
Al darse cuenta de que tenía las manos apretadas, se obligó a relajarlas y se dirigió hacia la cafetera. La cafeína no podía hacer que sus nervios se dispararan más de lo que estaban, pensó. Y, tal vez, el hecho de hacer algo cotidiano le ayudaría a calmarse.
—¿Mariana? ¿Estás ahí, cariño?
El sonido de la voz de su padre hizo que se interrumpiera, y se dirigió a la pequeña sala de estar donde él estaba sentado frente a la tele.
—¿Sí, papá? ¿Quieres algo?
Lali creyó ver preocupación en los ojos de su padre. Pero no podía ser. Juan no se había preocupado nunca por nadie ni por nada.
—No. Solo pensé que querrías sentarte con tu viejo padre y contarme cómo te ha ido la tarde.
—Tengo muchas cosas que hacer antes de irme a la cama. Recuerda que mañana trabajo.
Al ver la decepción en los ojos de su padre, Lali se sintió culpable. El hombre no pedía demasiado, y debería de estar agradecida porque mostrara interés por su vida. Un día su padre ya no estaría allí, y ella lo echaría de menos.
—Bueno, no hay mucho que contar —comentó ella, y se sentó en el brazo del sillón—. Lo pasé bien.
Juan tomó el mando a distancia y bajó el volumen de la televisión antes de mirarla.
—Eso está muy bien. Muy bien. Imagino que el T Bar K estaba tan hermoso como siempre.
Lali pensó que era un comentario extraño, y se preguntó si su padre estaría comenzando a sentir demencia senil. Sin duda, había bebido suficiente alcohol para destruir casi todas sus neuronas.
—No lo sé, papá. ¿Cómo podría? Nunca había estado allí antes.
—Sí. Tienes razón —repuso él, mirándola con el ceño fruncido—. Nunca te llevé conmigo las veces que fui a visitar a Francisco. Fue un error por mi parte, tesoro. Si lo hubiera hecho, puede que te hubieras casado con Peter hacía mucho tiempo.
—¡Papá! ¡No quiero oírte decir esas cosas!
—¿Qué pasa? —preguntó su padre, girándose para verla de frente—. Solo estoy diciendo la verdad. Siempre fuiste una chica muy hermosa, Mariana.
Lali no quiso señalar las diferencias sociales que existían entre los Esposito y los Lanzani, y suspiró, frustrada.
—¡Papá, lo dices como si, solo por salir, una chica pudiera conseguir marido!
—Claro que así es. Eres tonta si crees que no es así. Las mujeres listas saben aprovechar las buenas oportunidades.
Para su padre, una buena oportunidad significaba dinero, pensó Lali. Qué triste. Y qué irónico que le diera tanta importancia, cuando él nunca se había preocupado de ganarlo para su propia familia.
—Sé que algunas mujeres son así. Pero yo no.
Para mí el matrimonio no consiste en eso.
—Te casaste por amor, Mariana, y mira cómo te salió. Carlos ni siquiera era capaz de cuidar de sí mismo. No valía nada.
«¿Y qué hiciste tú durante todos los años que estuviste casado con mi madre?», pensó Lali y, de inmediato, se reprendió a sí misma por cuestionar el comportamiento pasado de su padre. Juan les había ofrecido una casa. Y siempre había estado ahí para darles su cariño. Y eso contaba mucho más que el dinero.
—No sé por qué hablas así, papá. Peter no tiene esas intenciones conmigo.
—¿Por qué no? A ti te gustaría, ¿verdad? —inquirió su padre con una ceja levantada.
Lali casi se quedó con la boca abierta. ¿Había su padre adivinado lo que sentía por Peter Lanzani? ¿Tanto se le notaba? No podía ser. Ni siquiera ella entendía sus sentimientos por el Ranger.
—Papá, es una pregunta tonta —repuso ella—. Peter solo se quedará unas semanas.
—¿Cuántas semanas? —preguntó Juan, pensativo.
Incómoda por la forma poco común en que su padre se interesaba por su vida privada, Lali trató de evadir la verdad.
—No lo sé con exactitud. No es asunto mío.
—Bueno, podrías convertirlo en asunto tuyo si quisieras.
Lali no sabía de dónde sacaba su padre aquellas extrañas ideas y sugerencias. Nunca antes la había animado a buscar marido.
—¿Qué pasa, papá? ¿Te preocupa que encuentre a alguien y me vaya de aquí? —preguntó ella, tras acercarse y poner la mano sobre el hombro de su padre.
—No —respondió él, y se aclaró la garganta.
—Bueno, no tendrías que preocuparte por eso. No tengo prisa por ponerme ni a mí ni a Eric en manos de otro hombre. Además, ¿quién cuidaría de ti?
Juan levantó la cabeza para mirarla, y Lali sintió un peso en el corazón al leer una triste resignación en sus ojos.
—No puedes cuidarme para siempre, niña. Y si te juntaras con Peter, al menos podría morir sabiendo que van a cuidar de ti.
La conversación se estaba tornando sombría, y era lo último que Lali necesitaba en ese momento. Sonrió a su padre, tratando de animarlo, y le dio una palmada en el hombro antes de dirigirse hacia la puerta. De pronto, le invadió una preocupación nueva por la salud de su padre.
—No necesito que un hombre se ocupe de mí, papá. Eric y yo estamos bien aquí contigo.
Su padre le lanzó una mirada de desaprobación y volvió la cabeza hacia la televisión, subiendo el volumen de nuevo.
Lali suspiró y se dirigió al baño que había al otro lado del pasillo. Las toallas estaban revueltas y el suelo mojado.
Se prometió limpiarlo más tarde y se encaminó a la habitación de su hijo Eric, que estaba ya en pijama, sentado sobre su cama, contemplando las espuelas que Peter le había regalado. Su madre supo que aquel regalo significaba más para Eric que ningún otro.
—¿Listo para dormir?
—Estoy un poco cansado —dijo el niño, asintiendo con la cabeza.
—Ya es hora. Has tenido un día muy completo.
—Sí. Fue genial, ¿verdad? Ese rancho, el T Bar K, es especial. No sabía que la gente pudiera vivir así.
Lali se sintió culpable por no haberle podido ofrecer algo así a Eric, pero se dijo que era tonto pensar así. No todo el mundo podía ser rico. Ni lo necesitaba. Lo que ella había hecho por su hijo había sido gracias al trabajo duro y decente. Debería sentirse orgullosa de eso.
—Los Lanzani son los únicos de por aquí que viven así —explicó Lali, sentándose en la cama de su hijo—. Pero eso no significa que sean más felices que nosotros.
—Supongo —repuso Eric, encogiéndose de hombros—. Aunque el dinero no parece importarle a Peter. Tampoco a Aaron. No se comportan como sí fueran mejores que yo.
—Porque no lo son. Son gente normal. Como tú y yo.
¿A quién quería engañar?, se preguntó Lali. Peter no era en absoluto un tipo normal.
Entonces, vio cómo Eric se levantaba para tomar una de las espuelas y la tocaba con cariño.
—¿Sabes cómo se llaman estas espuelas, mamá? Yo lo sé porque me lo dijo Peter. Dice que los vaqueros las han llevado desde los tiempos en que había bandas de forajidos y ciudades sin ley.
Aunque Lali no sabía mucho de eso, tomó la espuela y la miró con detalle.
—Hummm. No sé mucho de cosas de vaqueros. Tendrás que decírmelo tú, hijo.
Con orgullo, Eric miró a su madre.
—Es una espuela de campanilla. ¿Ves? —indicó, tocando con su dedo una pequeña campanilla en el talón de la espuela—. Hacen un tintineo cuando caminas. Así la gente sabe que vienes.
—¿Te gusta el regalo de Peter, verdad? —preguntó Lali con una sonrisa.
—¡Sí! —exclamó el niño—. ¡Y me gusta Peter también! ¡Mucho! ¿A ti no?
Lali sintió que el corazón se le inundaba de emoción, con un sabor agridulce.
—Sí. Es un hombre amable. Ahora es hora de que te duermas. Tápate y apagaré la luz.
En la puerta, Lali esperó a que su hijo estuviera listo y apagó el interruptor.
—Buenas noches, tesoro.
—¿Mamá?
—¿Sí?
—Yo… bueno, me pregunto por qué Peter no tiene su propio hijo o hija.
La pregunta tomó a Lali por sorpresa.
—Bueno, Eric, Peter no está casado. Nunca tuvo una esposa que le diera hijos.
—Ah —dijo Eric y, tras una pausa, añadió—: Me pregunto por qué no se ha casado.
Entonces, Lali recordó las palabras que Peter le había dicho sobre la mujer que necesitaba. Debía ser valiente y comprensiva, con mucha paciencia. Además, debía ser muy generosa. En otras palabras, Peter quería y necesitaba una mujer especial. Algo que ella nunca podría ser.
—Eso es asunto suyo, Eric. Pero sospecho que tiene sus razones. Ser un Ranger no deja mucho tiempo —contestó a su hijo.
—Sí, supongo que sí —murmuró Eric—. Pero debe de sentirse muy solo.
¿Solo? No. Lali dudó que Peter se hubiera sentido solo de veras alguna vez. No tanto como ella desde que se había divorciado. Peter tenía hermanos y un trabajo excitante.
Sin embargo, había notado la necesidad de afecto impresa en el beso de él. Y lo había correspondido con todo su corazón. Ya no había remedio para lo sucedido. Pero debía asegurarse de no repetirlo y de mantenerse alejada de él para no quedar como una tonta.


A la mañana siguiente, poco después del desayuno, Peter recibió una llamada de Pablo para decirle que había reunido algunas pistas y pedirle que se juntara con él en Aztec. Sin hacer preguntas, Peter colgó el teléfono e indicó a Marina que estaría fuera durante unas horas.
Treinta minutos después, aparcó frente a la oficina del sheriff. Se aproximó a una mesa donde una oficial escribía en el ordenador. Ella levantó la cabeza para mirarlo.
—¿Sí?
—He venido a ver al oficial Martinez.
La oficial levantó las cejas con interés.
—¿Su nombre?
—Peter Lanzani.
—Oh… uh… sí… tú… —balbuceó la oficial, poniéndose roja.
—Cálmate, Rebecca, Peter no va a comerte.
Peter se giró para ver a Pablo detrás de él. Ambos se estrecharon las manos.
—Me alegro de verte, Pablo.
—Y yo. Vamos a mi despacho —indicó Pablo.
—¿Qué le pasa a esa oficial? ¿Tiene problemas en el habla? —preguntó Peter, caminando a su lado.
—No. Suele ser rápida y eficiente. Creo que se emocionó al verte —contestó Pablo, riendo.
—¿A mí? ¿Por qué?
—Todo el mundo en este edificio sabe quién eres y lo que eres. Antes de quince minutos, estarán llamando a la puerta para conocerte.
Peter se hundió en una silla de madera, frente al escritorio de Pablo.
—Seguro que habéis tenido la visita de oficiales del FBI y otros mandos superiores aquí antes. Yo no tengo nada de especial.
—No. Eres solo un Ranger de Texas —se burló Pablo—. Eso es especial para cualquier ayudante del sheriff del condado. ¿Ya no lo recuerdas?
—Sí —dijo Peter, y sonrió—. Hace mucho tiempo de eso. Pero me acuerdo de cuando yo lo era. Iré a saludar al equipo cuando terminemos de hablar.
—Gracias, Peter. Les levantará la moral.
Pablo se levantó para tomar una caja de cartón del otro lado de la habitación. La abrió sobre su mesa e hizo una seña a Peter para que mirara dentro.
—¿Qué es? —preguntó Peter mientras se levantaba de su silla.
—Pistas. El sheriff Perez está de acuerdo en que te lo muestre.
—¿Lo has analizado ya? —inquirió Peter.
—Sí. No hemos encontrado mucho. Pero con suerte igual tú encuentras algo que a nosotros se nos haya escapado.
—No lo sé —repuso Peter, y tomó de la mesa el informe de la autopsia—. Háblame de esto.
—No hay mucho que decir. Un agujero de bala de pequeño calibre en la parte posterior del cráneo. Noah quizá nunca supo quién lo disparó. También creemos que el cuerpo estuvo dos semanas ahí antes de que lo encontráramos.
—¿Había cabello o algún resto de fibra diferente en su ropa?
—No sé… Encontraron pelos de caballo en su chaqueta y pantalones. De color gris y negro.
—Hummm. ¿Del mismo caballo?
—No. Dos diferentes. Lo que avala la teoría de que Noah había ido al T Bar K acompañado de su asesino.
—Eso parece, ¿verdad? —asintió Peter, y miró dentro de la caja—. ¿Hay algo más de interés?
—No mucho. A excepción del extracto de las cuentas bancarias de Noah.
—¿Qué sucede con ellas?
—El hombre hacía una retirada sustancial de dinero cada mes. El mismo día y la misma cantidad.
—Supongo que esa retirada no estaba hecha con un cheque a nombre de nadie, ¿o sí?
—Parece ser que Noah emitió un cheque a su nombre cada mes. Dónde fue a parar el dinero, no lo sé —admitió Pablo y, tomando su pluma con aire ausente, continuó—: ¿Cómo se averigua algo así, Peter? ¿O tal vez el tema del dinero no tiene nada que ver con el caso?
—Podría tener mucho que ver. O puede que no. ¿Había alguna carta relevante en casa de Noah?
—Ésa es otra cosa —añadió Pablo con una mueca—. El oficial Redwing no encontró nada en su correo. Había facturas comunes y poco más. Ni siquiera una felicitación de Navidad.
—Debió de haber vivido una vida muy solitaria —observó Peter, pensativo.
—Sí. Eso dice Rocio. Le duele pensar que murió creyendo que no le importaba a nadie. Y yo me siento un poco culpable porque nunca me esforcé en mantener el contacto con él. Pero la gente cambia de lugar y la vida continúa.
Lo mismo había sucedido con Lali y con él, se dijo Peter. Aunque el tiempo había pasado pero sus caminos se habían vuelto a cruzar. ¿Sería acaso el destino?
—Me llevará un tiempo estudiar esto —comentó, Peter, señalando la caja de pistas.
—Tómate el tiempo que quieras —contestó Pablo—. Tengo algunas cosas que hacer. Quédate en mi despacho. Si necesitas algo, solo pídelo. Nos vemos en un rato.
—Gracias, Pablo.
Más de dos horas después, Peter salió de las oficinas del sheriff. Tras haber estado analizando las pistas sobre el caso del asesinato, recibió el sol del día en su cara como un regalo. Antes de subirse a su ranchera, levantó la vista hacia el cielo y dejó que su calidez le despejara la mente de pensamientos sombríos. De forma instantánea, le llegó la imagen de Lali y sintió la necesidad urgente de tomar café. De inmediato, condujo hasta el Whagon Wheel.
Café. A quién quería engañar. Estaría dispuesto a beber aceite caliente si aquello le sirviera para ver a Lali de nuevo, pensó.
Desde la noche anterior, Peter se sentía como un adolescente. Una sensación que le era difícil de comprender y controlar. Lo cierto era que no sabía qué le estaba pasando. No era típico de él el perseguir a una mujer. Casi nunca pensaba en mujeres. No tenía tiempo. Y, además, hacía mucho que había decidido que las mujeres y él no hacían buena combinación. Quizá era demasiado exigente. O tal vez estaba casado con su trabajo. En cualquier caso, no importaba. No se arrepentía de haberse mantenido alejado del sexo opuesto.
Pero algo le había sucedido al volver a ver a Lali. Y solo el hecho de recordarla entre sus brazos la noche anterior, provocaba todo un caos en su cabeza. Le sorprendía haber sido capaz de tocarla y hablarle de forma tan íntima. No lo había planeado. Y, aunque lo hubiera hecho, no podía haber previsto la apasionada respuesta de ella. Y no podía sacársela de la mente.
Tras aparcar en el primer sitio que vio, entró en el Wagon Wheel y se encontró con que estaba casi vacío. Se sentó en una mesa y buscó con la mirada a la camarera. Pero, en lugar de ver la gentil figura de Lali detrás de la barra, solo vio a una mujer mayor con el cabello anaranjado, secando unos cacharros.
—Buenos días —saludó la camarera—. ¿Qué desea? La cocina está cerrada, pero tenemos algunas comidas frías. O pastel. También puede pedir el almuerzo, pero no estará listo hasta dentro de una hora más o menos.
—Parece que no he venido en buen momento, Betty —señaló Peter, tras leer el nombre de la camarera en la etiqueta de su uniforme.
—No quiero entrometerme, señor, pero ¿por casualidad es usted de Texas?
—Sí —repuso él, esperando oír algún comentario acerca del clima en Texas o de la familia que la camarera pudiera tener en Waco, Dallas o Houston.
En lugar de eso, Betty salió corriendo como si hubiera fuego en la cocina.
—Espera aquí —gritó ella por encima del hombro—. No te muevas.
La camarera desapareció en la cocina, y Peter trató de imaginar qué sucedía. Entonces, vio a Lali salir tras las mismas puertas. Miró a los pocos clientes que había tras la barra y se apresuró a ir a su mesa.
—Buenos días —saludó Peter con una sonrisa cuando Lali llegó donde él estaba.
—Buenos días.
Lali tenía las mejillas sonrojadas y respiraba con ritmo acelerado, como si hubiera estado discutiendo con alguien o estuviera agitada. Tal vez era su presencia lo que la ponía así, pensó Peter.
—Yo… esto… he tenido que ir a la oficina del sheriff —explicó Peter—. Se me ocurrió pasarme a tomar un café.
—Betty debería haberlo traído. Lo siento.
Peter se quedó admirando la fresca belleza de su rostro. Su pálida piel y sus carnosos labios parecían suplicar que la besara. Al darse cuenta de su propia arrogancia, se sorprendió. Demasiadas cosas de sí mismo lo habían sorprendido desde que había vuelto a ver a Lali.
—Y no me arrepiento —ronroneó él—. Lo que quería era verte, no tomar café.
Lali tomó aliento, y a Peter el sonido le resultó extrañamente erótico.
—Peter…
—Igual es mejor que vayas a por el café —le interrumpió él.
Con el ceño fruncido, Lali fue tras la barra y sirvió una taza de café. Mientras caminaba de vuelta a la mesa, Peter no pudo evitar fijarse en el suave contorno de su cuerpo al andar y en sus largas piernas.
—¿Y tu café? —preguntó él cuando Lali llegó a su mesa.
—No puedo. Estoy trabajando.
—No hay nada que hacer —señaló Peter, mirando a su alrededor—. Seguro que puedes tomarte un descanso. Betty puede sustituirte.
—Betty tiene su propio trabajo que hacer.
—No seas así. Hace un día precioso. Ponte una taza de café y un pedazo de tarta. Igual yo también la pruebo.
¿Compartir un pedazo de tarta con Peter Lanzani? Era lo último que Lali debería hacer. De hecho, si tuviera un poco de sentido común, debería alejarse de su mesa y recluirse en el santuario de la cocina.
Pero no tenía deseos de salir corriendo, se dijo ella. No, cuando la mera visión de su atractiva cara le producía una felicidad que no había sentido en años.
—De acuerdo —dijo ella con una sonrisa—. Ahora vuelvo.
Minutos después, regresó con una tarta de cerezas.
—¿Cómo sabías que me gustan las cerezas? —preguntó Peter, sonriendo.
Lali respiró hondo y se obligó a relajarse. Estaban en el Wagon Wheel. Era un lugar público. Peter no la besaría allí. Y ella no se pondría en ridículo devolviéndole el beso.
Entonces, se quedó callada, tratando de olvidar la forma en que había reaccionado la noche anterior. Qué pensaría Peter. Lo más probable era que pensara que era una alegre divorciada, se dijo. Por muy mal que sonara aquello, era mejor que la verdad. Por nada del mundo quería que Peter supiera que llevaba veinte años enamorada de él.
—A la mayoría de los hombres les gustan las cerezas.
Hubo una larga pausa, y Peter tomó un trago de su bebida caliente.
—¿Cómo estaba Eric esta mañana?
—Cuando me fui de casa aún no había amanecido. Estaba dormido.
—Espero no haberlo cansado demasiado ayer. Montamos durante unos cuantos kilómetros.
—No creo —respondió ella, encontrando su mirada—. Aún estaba muy excitado cuando se metió a la cama.
Y también su madre lo había estado. Lali no había conseguido conciliar el sueño hasta poco antes de levantarse.
—Disfruté mucho con la compañía de tu hijo ayer, Lali.
El cumplido sonó lleno de calidez a los oídos de Lali. Siempre le gustaba escuchar que era una buena madre. Pero escucharlo de boca de Peter lo hacía aún mucho más valioso.
—Gracias, Peter. Me gusta saber que mi hijo se porta bien en mi ausencia. Espero que siga así cuando llegue a la adolescencia.
Peter tomó un bocado de tarta antes de hablar.
—Quizá estés casada entonces, y él tenga un padrastro para guiarlo.
La sugerencia de Peter la conmocionó.
—Yo… —comenzó a decir, y se detuvo un momento—. No creo que eso suceda nunca, Peter.
—¿Por qué?
Lali sintió un peso en el corazón. Ya se había casado y no había funcionado. Quizá Peter creía en las segundas oportunidades, pero ella no.
—Bueno… no es tan común que una persona encuentre a alguien con quien quiera compartir el resto de su vida.
Peter acercó el plato de tarta junto a Lali y le tendió el tenedor.
—Sí. Tienes razón. Pero si una persona lo busca, tiene más oportunidades de encontrarlo.
Lali se quedó mirando a Peter y al tenedor que le tendía.
—¿Por qué me das tu tenedor?
—Para la tarta. No tengo ninguna enfermedad contagiosa.
¿De veras creía él que Lali podía estar preocupada por las enfermedades contagiosas después de los besos que habían compartido la noche anterior? Si hubiera podido relajarse, habría tomado la respuesta de su compañero de mesa con más sentido del humor. Pero no podía relajarse. El corazón le latía como un tambor y no podía dejar de recordar lo a gusto que se había sentido en los brazos de ese hombre.
Despacio, se concentró en la tarta, tomó un bocado y se forzó a masticar y a tragarlo.
—Créeme, Peter. No estoy buscando. No, después de todo lo que pasé con Carlos.
—¿No pensarás que todos los hombres son como él? —preguntó Peter con una mueca.
—No. ¿Pero cómo voy a saber elegir? No supe ver cómo era Carlos de verdad —afirmó ella, y tomó otro bocado de tarta, más para calmar sus nervios que por hambre—. Y, de todas maneras, estoy bien como estoy.
—¿Sí?
Lali sintió un nudo en el estómago, pero se obligó a sonreír ante la pregunta.
—Claro que sí. Tengo a mi padre y a mi hijo. Tengo amigos aquí y en la escuela donde trabajo, un tejado sobre mi cabeza y todas mis necesidades cubiertas. No necesito más.
—Entonces, no es importante para ti encontrarle un padre a Eric —comentó Peter, pensando que, si lo que ella había dicho era cierto, tenía pocas ambiciones en la vida.
—No. No. Está muy abajo en mi lista de prioridades.
—¿Es eso justo para él?
Lali se enfureció. ¿Cómo se atrevía Peter a pensar que podía poner las necesidades de su hijo por detrás de ella? Lo miró con rabia.
—No sé lo que es justo. Pero sé que es mejor que darle un padrastro que… resulte ser peor.
Antes de que Peter pudiera responder, ella se levantó y comenzó a recoger las tazas y el plato sucio.
—Tengo que volver al trabajo, Peter. Ya me he tomado suficiente descanso.
—Siento si te he ofendido —se disculpó él, levantándose para tomar su mano—. No era mi intención. De hecho, no he venido a hablarte de ese tema, pero una cosa llevó a la otra.
Lali se dio cuenta de que, una vez más, estaba desarmada. Todo lo que aquel hombre tenía que hacer era tocarla y ella perdía toda resistencia. La rabia que le había invadido hacía un momento se desvaneció y dejó lugar a la calidez.
—¿Por qué has venido? —le preguntó.
—Para verte —repuso él sin titubear—. Para pedirte que cenes conmigo esta noche. Tú y yo solos.
Lali sintió una oleada de alegría, pero se cuidó mucho de ocultarla.
—Ya cené contigo anoche.
—¿Y qué tiene de malo?
—No está bien que salga dos noches seguidas.
—Creí que ya eras mayorcita —señaló Peter con una risita.
—Lo soy. Pero no me gusta dejar a mi padre solo.
—Seguro que tu padre y Eric pueden arreglárselas durante unas horas.
Podían, pensó Lali. Pero, en vez de rechazar su invitación sin más, aquélla era la única excusa que se le había ocurrido. Tras unos instantes de duda, decidió ser honesta.
—Peter… anoche… No creo que sea bueno que vuelva a salir contigo.
—No tengas miedo, Lali —dijo él, apretando su mano—. Anoche estuvo bien. Muy bien. Y tú lo sabes.
Sí, ella lo sabía, y con todas sus fuerzas quería repetir la experiencia, estar con ese hombre que había poblado sus sueños durante casi dos décadas.
—Soy práctica, Peter.
Él sonrió, y Lali se quedó sin aliento.
—Las mujeres prácticas deben comer. Te recogeré a las seis.
—Ya entiendo por qué te hiciste Ranger. Te gusta el peligro —comentó ella en tono socarrón.
—No será peligroso. Será divertido. Te lo prometo —contestó Peter tras reír un poco.
¿Divertido? Pasar tiempo con él era más que eso. La hacía más feliz que nunca, pensó Lali. Y ése era el problema. No podía permitirse enamorarse de un hombre que se iría en unas semanas.
—Peter, yo…
La campanilla sobre la puerta de entrada a la cafetería sonó, y Lali levantó la vista. Eran los Garrison, una pareja mayor que solía comer en el Wagon Wheel. Siempre insistían en que los sirviera ella, y siempre le dejaban una generosa propina. No podía quedarse ahí, discutiendo sobre la cena con Peter.
La señora Garrison la saludó con la mano y Lali respondió.
—Bien —dijo, mirando a Peter de nuevo—. Estaré lista a las seis. Ahora tengo que trabajar.
—Perfecto. Allí estaré —aseguró él, y sonrió.