jueves, 7 de febrero de 2013

Capitulo Cuatro!



Hola hola chicas!!!!

Como siempre gracias a todas!!!

Chariiiii!! Gracias por pasarte! Me alegro muchísimo que estén todos bien! Cuatro meses!! Como pasa el tiempo, cuando están así entran ganas de comérselos!
A sido una temporada dura, y todavía queda mucho por pasar, pero por suerte las fuerzas van aguantando aunque algunas veces parezca que fallen..
Y estoy de acuerdo yo tampoco quisiera perderlas, así que con tu permiso te voy a agendar y te avisaré por WhatsApp. Así estamos comunicadas. Abrazo enormee!

Lina!! Sí, sí!! Me encantaría! Yo me apunto a cualquier cosa!! Si necesitas algo avisame! Tiene que estar muy interesante, estaría bueno leerla! Gracias!

Bueno chicas, soy pesada pero gracias a todas por sus palabras, de corazón les digo. 
Y ahora si!! Se viene la continuación, porque esta nove tiene que tomar forma!!
Disfruten de la lectura. Se las quiere!

Gracias por leer!! Besos, Vero!!



                           CAPITULO CUATRO




A la mañana siguiente, Peter se despertó cuando aún no había amanecido, lo que no era extraño en él. Pero lo que no era normal era la especie de nudo que sentía en el estómago, y se quedó tumbado en la cama pensando en todo lo que había ocurrido para intentar averiguar qué le estaba produciendo aquella tensión.
De pronto lo recordó: ¡aquella mañana, Lali salía de la UCI! Hasta ahí, todo bien. Pero ¿adónde iban a llevarla? ¿A una habitación con otros pacientes? De ningún modo, pensó e inmediatamente se levantó de la cama y entró en la ducha.
Estaba en el hospital a las ocho en punto y se dirigió al ala de administración, donde aun se estaban preparando para empezar a trabajar. Tardó unos minutos, pero por fin encontró a alguien con autoridad, una mujer mayor que llevaba una tarjeta de identificación colgando de la chaqueta en la que se leía Manon Green. Accedió a hablar con él y lo invitó a entrar en su despacho.
Se sentaron.
—¿Qué puedo hacer por usted, señor Lanzani?
—Hay una mujer hospitalizada que sufre amnesia, y lo único que se sabe de ella es que se llama Lali.
La señora Green asintió.
—Estoy al corriente. ¿La conoce?
—Mi hijo era el conductor del vehículo que colisionó con el suyo, y solo la conozco desde entonces. Esta mañana van a sacarla de la UCI, y quiero asegurarme de que la lleven a una habitación privada. Estoy dispuesto a pagar lo que sea necesario por la atención médica y…
La señora Green lo interrumpió.
—¿Qué va a pagar usted sus facturas?
—Sí. Como su vehículo quedó completamente destrozado en el accidente, tengo la sensación de que mi compañía de seguros va a retrasar todo lo posible la indemnización. Bueno, la verdad es que todavía no hemos dado parte. La camioneta de mi hijo apenas resultó dañada, y aunque yo creo que ha sido un accidente sin culpables, puede que la compañía de seguros piense de otra manera, y no quiero que Lali tenga que cargar con la presión añadida del dinero mientras deciden. Va a estar aquí solo unos cuantos días más, y quiero que tenga una habitación individual.
—Comprendo —la señora Green se levantó y sacó unos formularios de un cajón. De nuevo volvió a sentarse y cumplimentó algunos de los espacios en blanco antes de entregársela a Peter—. Si es tan amable de firmar estos documentos, señor Lanzani, el hospital y los doctores que la han atendido le harán a usted responsable financieramente hablando de los gastos que se originen por el tratamiento de Lali.
Peter firmó al pie cada uno de los documentos.
—¿Puedo contar con su discreción? —preguntó, poniéndose en pie—. No quiero que Lali reciba información que no necesita saber.
—¿Prefiere que no sepa nada de su generosidad?
—Exacto.
La señora Green recogió los documentos.
—No saldrá de este departamento, señor Lanzani. Tiene mi palabra.
—Gracias.
Peter salió del ala de administración y del hospital. Tenía otros planes para aquella mañana, pero estaría de vuelta antes de las doce. Para entonces, Lali estaría ya en su nueva habitación.


Lali se alegró enormemente al ver entrar a Peter en su habitación. Había dejado la puerta abierta, convencida un instante de que aparecería en cualquier momento, dudándolo al siguiente. No es que dudase de su palabra, pero por mucho que intentaba mantener la serenidad estando sola, no era capaz de conseguirlo. Se sintió mucho mejor en cuanto lo vio.
—Hola —la saludó Peter, evitando preguntarle deliberadamente cómo se encontraba.
Traía una gran bolsa de papel de color, que dejó a un lado mientras inspeccionaba la habitación. Las paredes estaban pintadas en color melocotón, había un televisor y un par de sillas, y las cortinas de la ventana tenían un alegre estampado de flores.
—Bonita habitación —dijo—. ¿Te gusta?
Lali estaba sentada en una de las sillas.
—Creo… creo que sí. Sí me gusta —añadió. No quería que pensase que era una quejica—. Es muy agradable.
Peter acercó la otra silla y se sentó.
—Te he traído una cosa —dijo, y dejó la bolsa a sus pies.
Sin atreverse a tocarla, Lali se asomó por el borde y vio un papel de envolver rosa.
—¿Es para mí? —preguntó, conteniendo las lágrimas.
Peter presintió su emoción y tomó su mano.
—Son solo cosas que necesitas, Lali. Echa un vistazo.
La verdad es que preferiría seguir allí sentada con la mano entre las suyas. De puro verde, sus ojos parecían vibrar, y estudió la compasión y la dulzura de su expresión. ¿Habría sido alguien tan amable con ella antes?
El regalo era otro signo de esa amabilidad, y quería que ella lo viera, así que sacó el contenido. Había una suave bata en blanco y rosa, dos camisones de algodón, uno rosa y el otro verde pálido, y un par de zapatillas.
—Son preciosos —exclamó—. Peter, no tendrías que haberlo hecho. Puedo arreglármelas perfectamente con las cosas del hospital.
—Una mujer bonita necesita cosas bonitas que ponerse —contestó—. No sé si será tu talla. Si no, puedo cambiarlo.
Lali se sintió conmovida porque la llamase bonita. Se había mirado en el espejo, y era posible que fuese bonita una vez hubieran desaparecido los cortes y las abrasiones, pero eso tardaría un tiempo.
—Gracias. Estoy segura de que me quedarán bien —miró las etiquetas y vio que todo lo que había comprado era talla mediana y, de pronto, se volvió a mirarlo—. Peter, no lo he olvidado todo. ¡Sé leer!
Parecía tan complacida que los dos sonrieron.
—Seguro que también puedes escribir. ¿Has probado? —le preguntó, y sacó un bolígrafo del bolsillo de la camisa—. Usa la bolsa.
La mano le tembló ligeramente al aceptar el bolígrafo, pero escribió Peter Lanzani claramente.
—¿Es así como se escribe tu nombre?
—Exacto —contestó él con una sonrisa de satisfacción—. Y no olvides que sabías sobre los permisos de conducir y las personas desaparecidas. Recuerdas mucho más de lo que inicialmente habíamos pensado. Todo va a salir bien. Ya lo verás, Lali.
Por primera vez desde que fuera consciente de su amnesia, creyó que su recuperación era posible.


Lali estuvo en aquella habitación durante tres días. El doctor Trugood, el psiquiatra, se pasaba todas las tardes para charlar con ella, pero cada vez que intentaba poner a prueba su memoria, Lali no conseguía recordar nada más allá del accidente.
Los días eran horribles, pero las noches, sola en aquella habitación una vez Peter se había marchado, eran peor que horribles. El pulso se le aceleraba y la cabeza le palpitaba mientras intentaba recordar algo, lo que fuera: una cara, un nombre, un lugar. Pero su mente se negaba a cooperar y la frustración la hacía llorar.
Solo se sentía a salvo cuando Peter estaba con ella, y casi no podía esperar a que le dieran el alta para irse con él. Le había hablando tanto de su rancho que ya se había formado una imagen de él y estaba ansiosa por ver si esa imagen se correspondía con la realidad.
La tercera tarde de estancia en la habitación color melocotón, Peter llegó y se la encontró andando despacio y diría que casi feliz.
—Mañana por la mañana me darán el alta. Han dicho que podré irme a las diez —exclamó.
Peter ya lo sabía, porque se había encontrado con una de las empleadas de administración en el pasillo, pero no quiso aguarle la fiesta a Lali y actuó como si acabase de enterarse.
—Me alegro mucho —le dijo, y le sorprendió cuando ella se acercó para abrazarlo. No era más que un gesto de agradecimiento, y le devolvió el abrazo mientras intentaba aceptar su gratitud, pero la electricidad que sentía al abrazarla no tenía nada que ver con el agradecimiento. Cerró los ojos y saboreó la sensación. Hacía mucho tiempo que no abrazaba así a una mujer, y la unión que ya sentía con Lali tomó un nuevo significado.
Lali retrocedió y le dedicó una sonrisa.
—Han lavado la ropa que traía cuando llegué, así que tendré algo que ponerme mañana. No me puedo creer la suerte que he tenido. Todo el mundo me ha tratado tan bien… Cuando esta mañana le pregunté al doctor Pierce por la factura del hospital, me dijo que no tenía de qué preocuparme. Que soy un paciente probono —Lali abrió los ojos de par en par—. Dios mío, ¿de dónde habré sacado un término así?
—Es latín. ¿Sabes lo que significa?.
—Creo que significa gratis. Peter, ¿por qué conoceré yo una palabra así?
—Estás empezando a recordar cosas del pasado —contestó, maravillándose de que pudiera parecer tan normal cuando aún estaba sintiendo su cuerpo y percibiendo su aroma.
Aquella misma noche tendría que decirle a Oscar que Lali iba a quedarse una temporada con ellos. Todavía no se lo había dicho, y se preguntó por qué.
Pensar en su hijo le recordó algo.
—La graduación de Oscar será este viernes por la tarde. Si quieres, puedes venir conmigo.
Lali seguía pensando en lo del término probono. Qué raro que lo primero que volviera a ella de su pasado fuese aquello. ¿Qué significaría?
La invitación de Peter se registró por fin en su cabeza. No estaba preparada para una multitud de extraños, quizás cientos de miradas desconocidas, y de pronto sintió pánico.
—Si… si tú quieres —balbució, simplemente porque aceptaría casi cualquier sugerencia que Peter pudiera hacerle. Por él, no por sí misma.
Peter vio el miedo en sus ojos y lo comprendió.
—Lali —le dijo, apoyando las manos en sus hombros—, no tienes por qué hacer nada que te haga sentir incómoda.
—¿Por qué eres tan bueno conmigo? —le preguntó en voz baja tras un instante de silencio.
Peter no sabía cómo contestar a esa pregunta. ¿Por el accidente? ¿Por haberla visto tan sola y desvalida? ¿Porque Oscar tenía cierta responsabilidad en aquella situación? ¿Porque tenía una inclinación natural a ayudar a cualquiera que tuviese un problema? Quizás por todas esas razones y alguna más pero, por encima de todo, porque le importaba de verdad.
¿Era eso cierto? ¿Sentía algo así por una mujer a la que no conocía?
—Lali —le dijo—, necesitas que alguien sea bueno contigo, y podríamos decir que yo me he ofrecido voluntario para el trabajo.
Al parecer aceptó su explicación porque la vio sonreír de nuevo.
—Eres una buena persona —le dijo con suavidad.


Antes de salir para el rancho a la mañana siguiente, Peter detuvo el coche en el centro comercial.
—Vamos a comprar ropa —le dijo a Lali al ver su mirada de curiosidad.
—¡No, Peter! Ya has hecho demasiado.
—¿Cómo te las vas a arreglar con solo lo que llevas puesto? Lali, voy a decirte una cosa: el rancho lleva cuatro generaciones perteneciendo a mi familia. No tengo ninguna carga sobre él y gano el suficiente dinero para poder permitirme comprarte un nuevo guardarropa, así que vamos a entrar en ese centro comercial y quiero que te compres algo que te guste, sin preocuparte por el precio.
—Está bien —suspiró ella.
Sí, estaba claro que necesitaba ropa, pero iba a comprar única y exclusivamente lo más imprescindible.
Si es que conseguía recordarlo, claro.


Ir de compras nunca había sido uno de los pasatiempos favoritos de Peter, pero descubrió que con Lali estaba disfrutando de hacerlo. Solo estar con ella era un placer, pensó viéndola inspeccionar una percha circular de blusas y faldas.
Pero estaba buscando ropa sencilla y cuanto más barata, mejor, así que se acercó al perchero y eligió una blusa rosa palo.
—¿Te gusta ésta? —le preguntó.
—Es bonita, pero muy…
—No irías a decir cara, ¿verdad? —preguntó Peter, y volviéndose hacia la dependienta, le entregó la blusa—. Nos llevaremos ésta y… —eligió otras dos: una azul turquesa y la otra verde esmeralda—…estas dos.
La dependienta sonrió.
—Tiene usted buen gusto. Estos dos colores son perfectos para su esposa.
Sorprendida. Lali fue a aclarar el malentendido, pero Peter intervino antes de que pudiera decir nada.
—¿Tienes pantalones y faldas a juego?
Mientras seguían a la dependienta a otra zona de la tienda, Peter le hizo una mueca burlona a Lali, y ella no pudo por más que echarse a reír. El sonido de su risa fue como música para los oídos de Peter. Le hacía sentirse más joven. Tenía treinta y nueve años, pero desde hacía tiempo se sentía como si tunera diez años más. Desde la muerte de Janine, para ser exactos.
Tenía solo treinta y cuatro cuando su esposa murió, pero eso le transformó inmediatamente en un viejo.
Peter se sentó a esperar que Lali se probara un montón de faldas, pantalones, vaqueros y vestidos, y mientras, reflexionó sobre los cambios que se habían obrado en su persona desde que la conociera. La verdad es que no era difícil identificarlos: se sentía vivo otra vez, tan joven como cuando la primavera invita a nacer las primeras hojas de los árboles, y tan vital y excitado como casi había olvidado que podía sentirse.
Pero eso era algo que no podía decírselo a ella. ¿Quién era en realidad, aparte de la mujer más encantadora de todas? Incluso podía estar casada.
Su ánimo decayó aún más al recordar la conversación que había tenido con su hijo la noche anterior. La rotunda negativa de Oscar a que Lali fuese a vivir en el rancho durante un periodo indefinido de tiempo le había dejado atónito. ¿Por qué se opondría con tanta vehemencia a su presencia? Además, le molestaba haber dado por concluida la conversación con un «¡Va a venir, así que acostúmbrate a la idea!» No solía hablarle así a su hijo.
Aquella mañana, Oscar se había marchado sin desayunar, y al entrar en la cocina y no encontrarle, Rosie, que llevaba trabajando en el rancho tanto tiempo que era como de la familia, le había preguntado:
—¿Qué le pasa hoy al chico?
Peter le había contestado con sinceridad.
—Hoy le dan el alta a Lali. Voy a traerla al rancho porque no tiene adonde ir, y por alguna razón de la que no me quiere hablar, a Oscar no le gusta la idea. Anoche discutimos sobre el tema.
—Vaya por Dios —había exclamado Rosie—. Siempre os habéis llevado tan bien que sería una pena que os distanciaseis ahora.
—Desde luego, Rosie, pero Oscar es lo bastante mayor como para saber ya que las cosas no siempre pueden ser a su gusto.
—Así es —había contestado Rosie, pero Peter estaba seguro de que con ello no había reducido su preocupación.
Bueno, él también lo estaba. No le gustaba discutir con su hijo. Menos mal que pasaba tan de tarde en tarde que Peter ni siquiera podía recordar la última vez.


Durante el recorrido a través de la ciudad para tomar después la carretera que les conduciría al rancho Lanzani. Lali lo miró todo con avidez por la ventanilla: tiendas, casas, coches, gente… con la esperanza de ver algo que le resultase familiar.
—Me pregunto si habré estado alguna otra vez en Missoula —murmuró, casi más para sí misma que para Peter.
—Yo también me he preguntado lo mismo. ¿Qué te parece?
—Es un pueblo bonito —dijo tras pensarlo un momento.
Peter se quedó pensando su respuesta. En Montana. Missoula era una ciudad, mientras que, a los ojos de Lali era un pueblo. ¿Podría ser eso una pista sobre dónde había vivido antes? ¿Estaría su hogar en una gran ciudad? De ser así, no podía encontrarse en Montana. No había ciudades grandes en el estado, nada parecido a Los Ángeles o a Denver, por ejemplo. ¿Cuál sería la razón de que condujese sola hacia Cougar Mountain?
Desde luego había mujeres a las que les gustaba ir solas a la montaña, lo mismo que a algunos hombres.
Aquella mujer era un enigma. ¿Y si los médicos se equivocaban y no recuperaba nunca la memoria?
—Ah, casi me olvido —dijo Lali, interrumpiendo sus pensamientos—. El oficial Mann vino a verme esta mañana. Sabía que iban a darme el alta y quería hablar conmigo del accidente antes de que me fuese de Missoula. Al parecer, él también sabía que ibas a ir a recogerme. Me ha dicho que tiene varios hombres registrando la zona del accidente y que están recogiendo todo lo que encuentran, por mínimo que sea, para que los expertos lo analicen. Al parecer, hay formas de identificar un vehículo a partir casi de jirones de él. ¿No te parece increíble?
—Lo que están buscando, Lali, es algo con un número: el número de chasis o las referencias del fabricante suelen ir troqueladas en distintas partes del automóvil.
Lali no tenía demasiada memoria, pero podía razonar.
—Si logran identificar el coche, también podrán localizar al propietario, ¿no?
Peter se alarmó. John Mann introduciría los datos de que dispusiera en el ordenador del FBI, ¿y si la policía llegaba a saber algo de Lali que sería mejor que no supieran?
Y no es que pensase que Lali podía tener antecedentes penales o nada por el estilo, pero… ¡maldición! Había tantos peros relacionados con ella…
Peter volvió a mirarla. Llevaba unos vaqueros nuevos y la blusa color rosa que él había elegido de la percha, así que estaba radiante. Ni siquiera veía ya las abrasiones de su rostro. Llevaba su preciosa melena oscura recogida con un broche que ella misma había elegido. Se había detenido con ella en una de las perfumerías del centro comercial, y ella le había dicho que no usaba maquillaje, sin darse cuenta de que ésa era otra pista sobre la mujer que era de verdad. Le había dejado comprarla una crema hidratante y una colonia fresca, pero eso había sido todo. Entonces ella le había mirado con cierto nerviosismo y había dicho:
—Siento tener que pedírtelo, pero… necesito algunas otras cosas que no he visto en el centro.
Claro. Qué tonto. Las mujeres tenían necesidades especiales en las que él mismo debería haber pensado.
Habían hecho una parada más en una farmacia y le había dado dinero para que pudiese comprar lo que necesitara mientras él la esperaba en el coche.
En aquel momento salían ya de Missoula, y Lali parecía ávidamente interesada en los campos verdes, los pequeños ranchos a un lado y a otro de la carretera, y las montañas hacia las que se dirigían.
De pronto, algo de lo que ella había dicho sobre John Mann se le vino a la cabeza.
—Antes me has dicho que están recogiendo los restos del accidente, ¿no? ¿Quieres que vayamos a ver el lugar?
La garganta se le cerró de pronto.
—Bueno… si tú quieres.
—No, no es cuestión de lo que yo quiera. ¿Quieres ir tú?
Tenía la impresión de que debería querer verlo, pero la verdad era que la idea la aterrorizaba.
Peter se dio cuenta de que le estaba costando trabajo tomar la decisión e intervino:
—Mejor lo dejamos para otro día. Hoy debes estar cansada.
—Eh… sí. Estoy… bastante cansada.
—Ir de compras es un trabajo duro —comentó él, intentando hacerle olvidar la incomodidad que había causado mencionando el accidente.
La respuesta de Lali fue una débil sonrisa de gratitud, y se aferró al cambio de tema.
—Me has comprado mucho más de lo que necesito, Peter. Los vestidos, por ejemplo.
Había una repisa sobre la litera de la camioneta de Peter, y estaba casi llena de bolsas y ropa en perchas cubiertas por bolsas de plástico. Había chaquetas, jerseys, zapatos, lencería, vaqueros, pantalones, faldas, blusas, camisones y dos preciosos vestidos y un abrigo. Incluso había insistido en que se comprara calcetines y medias. Si habían pasado por alto algún componente de un vestuario, no tenía ni idea de cuál podía ser.
Y de verdad estaba cansada. Aliviada por haber salido del hospital, excitada por ir a casa de Peter, pero muy cansada. Exhausta. Y apoyó la cabeza en el asiento.
Peter la vio descansando y sintió una ternura sobrecogedora por aquella mujer hermosa y perdida, y se juró estar ahí siempre que le necesitara, para lo que fuera.
Mientras conducía su pensamiento fue divagando por muchas cosas, hasta que llegó a darse cuenta de que había estado viviendo solo media vida desde la muerte de Janine. No se había dado cuenta hasta entonces. Es más, había estado convencido de que todo marchaba bien. Era un trabajador infatigable y siempre estaba ocupado en un lugar u otro del rancho. Además, tenía a Oscar como incentivo para volver a casa al final de cada día, aunque aquel último año se habían visto menos que antes. Su hijo estaba creciendo y había empezado a salir con chicas, a pasar más tiempo con sus amigos y a hablar esporádicamente de que en otoño tendría que marcharse fuera, a la universidad. Había enviado su curriculum a tres universidades distintas, y las tres lo habían aceptado. Todavía no se había decantado por ninguna, pero no podía tardar mucho en hacerlo. Oscar lo sabía, y él lo sabía. En algunas ocasiones había hablado incluso de no marcharse. El rancho había sido siempre su hogar y no le entusiasmaba la idea de dejarlo.
Pero Peter había atribuido esas ambigüedades a las subidas y bajadas hormonales de su hijo. Unos días era un hombre, y otros solo un chiquillo. Peter siempre le había animado a que prosiguiera su educación en la universidad, igual que había hecho también su madre. Janine y él se habían conocido en la universidad y se habían casado un mes después de la licenciatura, así que Peter sabía bien que los horizontes de Oscar se abrirían enormemente en la universidad, pero no iba a forzarle a tomar una decisión.
Peter siempre se había sentido orgulloso de su hijo, y estaba profundamente preocupado por su actitud hacia Lali. ¿Por qué se opondría con tanta terquedad a que viviese en el rancho? Por más vueltas que le daba, no podía encontrar la razón, a no ser que…
¿Pensaría Oscar que su amistad con aquella mujer implicaba deslealtad hacia la memoria de su madre? Peter estuvo madurando aquella posibilidad durante kilómetros, analizándola desde todas las perspectivas posibles, y concluyó que era difícil de creer que ésa fuese la razón de su rechazo. En demasiadas ocasiones anteriores, Oscar le había tomado el pelo respecto a otras mujeres, como por ejemplo en el caso de una atractiva joven que trabajaba en una ferretería en Hillman y que aprovechaba siempre que podía para flirtear con él.
Miró a Lali y sintió algo en su interior, precisamente en el lugar que más podía importarle a un hombre, y de pronto necesitó más aire. Inspirando profundamente, fijó la mirada en la carretera. No iba a aprovecharse de la vulnerabilidad de Lali. De ningún modo.
Pero las cosas se le estaban complicando bastante…




5 comentarios:

  1. Me encanta!!! Puede pasar de todo a partir de ahora, tengo un monton de preguntas rondando mi cabeza que necesitan respuesta tata!!!!
    Me voy a mimir! Mañana hablamos!
    Te amoooo!!!

    p.d. Quiero mas!!!

    ResponderEliminar
  2. massssssssssssssssssssssssssssssss

    ResponderEliminar
  3. Desde luego k puedes agendarlo no tengo invonveniente.Quien quiera puede hacerlo.Uffff Peter esta pasando x todas las fases d enamoramiento como si fuera un adolescente y al mismo tiempo con la madurez y la experiencia.Espero k Oscar no piense k Lalu va a sustituir a su madre ,ni k piense k su padre va a reemplzarlo x ella cuando se vaya a la Universidad

    ResponderEliminar
  4. Hahaha me encanta más tierno peter quiero más :3

    ResponderEliminar