miércoles, 6 de febrero de 2013

Nove en 3,2,1....




Hola chicas!!!!

GRACIAS!! Y en mayúsculas porque se lo merecen. Son simplemente increíbles. 
Les cuento en secreto? Estoy nerviosa. Es raro volver, se siente como.... saben la sensación que se siente cuando uno está de vacaciones y tiene que volver al colegio? Esa sensación entre alegría,  impaciencia, miedo...? Así me siento. Como una niña. Sí, les doy permiso para que se rían de mi!

Cambiando de tema. Nueva vida significa no estancarse en lo malo, de momento decido no hablar sobre cosas tristes. Últimamente parezco una montaña rusa con mis cambios de humor, así que las cosas serias las dejaremos para mas adelante.

Quería comentarles una cosita. La nove que dejé a medias creo que es justo acabar de subirla para todas las que la empezaron, y también creo que les gustará leerla. Y como esto se trata de comienzos, les voy a subir de nuevo los tres primeros para que hagan me memoria y de ahí comenzamos con los nuevos. Les parece?

Así que, no las entretengo mas. Aquí les dejo los tres primeros.
Una vez mas gracias por sus palabras chicas.
Comenzamos!!!!

Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                           ENCUENTRO EN EL PARAISO





Capitulo uno.


Miércoles, 21 de mayo
Peter Lanzani espoleó al caballo que montaba en dirección a lo alto de la colina. Había suficiente luz, a pesar de que todavía no había amanecido y de que un velo de niebla reptaba pegado a las montañas. En lo alto de la colina, tiró de las riendas y detuvo su caballo. Aquel era su lugar favorito desde el que contemplar su rancho; desde aquella altura, sus tierras se extendían casi tan lejos como le llegaba la vista. Las edificaciones parecían de miniatura, y el ganado y los caballos, de juguete, y Peter suspiró satisfecho.
Era un hombre corpulento, alto y fibroso, con pelo oscuro y vividos ojos verdes, y su satisfacción era genuina. La mayor tragedia que había vivido, la muerte de su esposa, se había ido suavizando con el tiempo. Tenía un hijo de diecisiete años, en quien volcar todo su amor, y aquel rancho. Era una persona siempre dispuesta a ayudar a un amigo o a un vecino en problemas, y dentro de unos ciertos límites, la vida le sonreía, convencido como estaba de que ningún hombre podía desear más de lo que él tenía.
Cuando el sol asomó de pronto en el horizonte del este, Peter puso en marcha de nuevo su caballo hacia la base del rancho. Oscar iba a marcharse en breve al colegio, y le gustaba estar en casa todas las mañanas antes de que saliera para charlar un poco con él. Por añadidura, aquel día era especial: Oscar iba a empezar con sus exámenes finales. Su graduación en el instituto estaba a la vuelta de la esquina. A diferencia de muchos de los padres e hijos que conocía, Oscar y él estaban muy unidos, y Peter haría cualquier cosa para proteger aquella relación tan especial.
Llegó a casa justo cuando Oscar salía para subirse a su furgoneta roja.
—Buenos días, papá —le saludó.
—Buenos días, Oscar —contestó al tiempo que desmontaba, y dejó al caballo a su libre albedrío. No se iría lejos. Es más, acudiría con tan solo silbarle.
—Parece que va a hacer buen día —comentó Oscar mientras abría la puerta de la furgoneta.
—Sí —Peter miró su reloj—. Vas tarde.
—Lo sé. Me voy corriendo, porque aún tengo que recoger a Eric.
—¿Te da tiempo?
—Ayer le dije que lo recogería —contestó Oscar con una sonrisa al tiempo que subía en el vehículo—. Y ya sabes: los Lanzani nunca faltan a su palabra.
Peter tuvo que sonreír. Había inculcado en su hijo el valor que tenía la palabra de un hombre. En su opinión, el honor era lo que marcaba la diferencia entre los hombres de principios y esos individuos que vagan por la vida sin esperanza, ambición o inspiración.
—Conduce con cuidado —le dijo—. Nos vemos esta noche.
Oscar puso en marcha el motor y bajó la ventanilla.
—Hasta luego, papá.
Peter se quedó viendo desde el jardín cómo se alejaba su hijo en su pickup, el orgullo llenándole el pecho. En momentos como aquél, se emocionaba profundamente. Oscar pronto se graduaría en el instituto y dejaría de ser su niño, si es que no había dejado de serlo ya. En otoño, se marcharía a la universidad. Ojalá quisiera volver al rancho una vez hubiese completado su educación.
Cuando perdió de vista la furgoneta, silbó a su caballo, que se acercó hasta él al trote y Peter montó. Había llegado el momento de empezar un nuevo día.


Cinco días antes
La nueva furgoneta de Lali estaba cargada hasta el techo con ropa, cosas personales y sus utensilios de pintura: telas enrolladas, caballete, tubos de pintura, cajas de pinceles, paletas y varios bidones de aguarrás.
Lo había preparado todo cuidadosamente, de modo que los paquetes encajaban perfectamente en el vehículo. El único espacio libre era la parte delantera, y aún así su bolso, los mapas y un bloc de notas con un bolígrafo ocupaban el asiento del pasajero. Había sacado del banco cinco mil dólares en efectivo y el resto, en cheques de viaje. No llevaba tarjetas de crédito, y su cartera contenía solo su permiso de conducir y el efectivo.
Se había vestido para ir cómoda, con unos amplios vaqueros y una sudadera, y se había recogido la melena oscura en un moño. Iba sin maquillar, pero tenía la piel bronceada todo el año. Nunca había necesitado de la cosmética para realzar su color natural. Tenía treinta años, pero parecía cinco más joven.
Su figura era excepcionalmente buena, tan firme como lo había sido durante los años de universidad, cuando conoció a Mike. Habían salido durante un tiempo hasta que la graduación los había separado. Él asistía a la universidad de derecho, mientras que ella había encontrado trabajo en una galería de arte y pulía su talento con lecciones particulares. Después, se había mudado a San Francisco, y apenas se había acordado de que la familia de Mike vivía allí, de modo que jamás había soñado que volvieran a encontrarse.
Pero así había sido. Estaba en una fiesta y apenas pudo dar crédito a lo que veía cuando Mike se acercó a ella:
—¿Lali? ¿Lali Esposito? ¿Eres tú? —le había preguntado con la misma sonrisa encantadora que le había parecido siempre irresistible.
Aquella vez, el amor floreció de inmediato y se casaron tras tres meses de romance y risas, de cenar juntos y bailar, de una avalancha de regalos, flores y notas de amor. Su boda había sido…
—No —se dijo en voz alta, negándose el dolor y el placer de recordar ese día. El recuerdo la acompañaría siempre, pero no tenía por qué sufrir gratuitamente.
No comprendía la infidelidad de Mike, y nunca podría comprenderla. Mientras le demostraba su amor en una docena de formas, se citaba con otras mujeres en anónimas habitaciones de hotel.
La inquietud pasaría pronto. Hacía mucho tiempo que no viajaba sola en coche, de modo que la preocupación era lógica, sobre todo teniendo en cuenta de que carecía de destino.
Era hora de marcharse. Hacía sol aquella mañana, a pesar de que la temperatura resultaba casi fría por el aire de la bahía. Lali se volvió un instante a contemplar la mansión brillante y blanca que había sido su hogar durante tanto tiempo, el tiempo necesario para pasar de la más absoluta felicidad a la más aguda miseria.
Todo había terminado. Todo quedaba ya a su espalda. Podía considerar su matrimonio como años malgastados, o como una lección de vida duramente aprendida. Quizás fuese ambas cosas. Lo que sí era seguro era que la próxima vez, tendría que conocer a un hombre de arriba abajo antes de arriesgar su corazón.
Reflexionar sobre aquella ironía aún la retuvo allí unos minutos más. La semana anterior, era una mujer rica. Ahora, todo lo que tenía cabía en un espacio relativamente pequeño: la furgoneta. Irónico o no, no lamentaba haberse negado a llegar a un acuerdo económico con el divorcio. Su abogado se había negado a ayudarle a hacer algo completamente ridículo, en sus propias palabras, así que había decidido llamar directamente a Mike, quien se había mostrado la mar de solícito. De hecho, había preparado todos los documentos con una rapidez que ella había encontrado graciosa, aunque él, como la mayoría de sus amigos, se estaría preguntando si había perdido la cabeza. De todos modos, se apresuró a obtener su firma antes de que recuperase la cordura.
Dios, ¿por qué pensar en eso en aquel momento? Lali se subió a la furgoneta, puso el motor en marcha y se alejó de la mansión Findley sin mirar atrás, decidida a no mirar nunca atrás. A partir de aquel momento, se concentraría solo en el futuro. Porque era precisamente el futuro lo que la aguardaba… en alguna parte. Lo único que tenía que hacer era encontrarlo.


A medida que se alejaba de San Francisco, iba ganando coraje. El hecho en sí de viajar era ya excitante, y solo deseaba seguir y seguir. Se sentía maravillosamente bien, libre de la influencia de Findley.
Cuatro días más tarde, se encontró en el oeste de Montana, se instaló en el hotel de una pequeña ciudad de las montañas y acudió al único café del lugar para cenar. Había poca gente, y la camarera la saludó con una cálida sonrisa.
—¿Quiere pedir ya, o está esperando a alguien?
Lali sonrió.
—Si tuviese que esperar a alguien, me moriría de hambre.
—¿Viaja sola?
—Sí. Tomaré el estofado de carne y una taza de té.
—Buena elección. El estofado es el mejor plato del cocinero —la camarera sonrió y bajó la voz—. Seguramente porque es fácil de preparar.
Lali se echó a reír y dejó la carta sobre la mesa. Mientras la camarera se marchaba con su orden, miró alrededor. Era un café pequeño y acogedor, con las paredes de madera y el suelo de linóleo. Los manteles a cuadros rojos y blancos hacían juego con las cortinas, y una campanilla sobre la puerta anunciaba la entrada y la salida de todo el mundo.
La camarera volvió con la tetera.
—¿Adónde se dirige, si no le molesta que se lo pregunte?
—A ningún lugar en particular. Esta zona me ha gustado y me gustaría ver un poco más. Crecí en el norte de Idaho, pero, aunque le parezca increíble, nunca había estado en Montana.
—Pues tenga cuidado. Esta zona es muy salvaje, y podría ser peligroso.
—No pienso salirme de las carreteras principales. Dígame, ¿hay gente viviendo en estas montañas?
—Sí, claro, pero son pocos y están bastante separados. Hay algunos ranchos preciosos.
—¿Y los niños? ¿Dónde van al colegio?
—En Hillman. Es una ciudad que queda a unos treinta kilómetros de aquí.
Lali sonrió.
—Bueno, pues si las carreteras son lo bastante seguras para un autobús de colegio, lo serán también para mi furgoneta.
—Las carreteras principales sí lo son, pero las secundarias pueden resultar traicioneras. Yo siempre aconsejo a los visitantes que tomen la autopista. El tiempo puede ser engañoso. Ya estamos en primavera y las carreteras están despejadas, pero podría encontrarse con nieve y hielo a más altura —la mujer parecía preocupada—. No se ven demasiadas mujeres viajando solas por estos alrededores. Tenga cuidado.
Y se marchó a atender a otro cliente.
Lali se quedó pensando en el consejo. ¿Estaría siendo una inconsciente? Pero es que se sentía tan… deseosa de correr aventuras. Era la primera vez en su vida que hacía un viaje tan largo en coche, y ya había visto un montón de paisajes que ni siquiera sabía que existían. No podía gastarse todo el dinero que tenía viajando por el país, por supuesto, pero un par de días en aquella zona ejercían sobre ella una atracción imposible de resistir, así que tomó una decisión: iría con cuidado, sí, pero estaba resuelta a explorar un poco. Al fin y al cabo, podía no volver a pasar nunca por allí.

Miércoles, 21 de mayo.
Lali buscó entre las cajas y las bolsas una chaqueta calentita. El aire de la mañana era tan frío que le hacía temblar, y los cristales de la furgoneta estaban completamente helados.
Se había ido a dormir temprano, había dormido bien y estaba ansiosa por continuar, pero se obligó a volver al café a tomar un buen desayuno, ya que no sabía cuándo volvería a pasar por un lugar en el que poder comer. Teniendo eso en mente, además del copioso desayuno, pidió también unos sándwich para llevar. Un hombre mayor servía las mesas aquella mañana, y aunque era tan agradable como la camarera, estaba demasiado ocupado para conversar con los clientes.
Al acercarse al mostrador para pagar, vio que vendían rascadores para los cristales de los coches. Era algo que no llevaba, y se había estado preguntando cómo iba a quitar el hielo, así que salió del café con un buen rascador, satisfecha de haber pensado en comprar algo de comer y por haber solucionado el problema del hielo.
Puso en marcha el motor y encendió la luna térmica antes de ponerse manos a la obra con el rascador. Tardó diez minutos en limpiar los cristales, pero después pudo volver a salir a la carretera sin problemas. A unos tres kilómetros del establecimiento, la carretera empezaba a subir. El bosque era más denso a ambos lados, pero también a través de varios claros pudo ver la primera luz del alba.
Iba a ser un día fabuloso, se dijo exultante de alegría, aunque la carretera se había vuelto bastante estrecha y llena de curvas, pero había poco tráfico y sentía tener el control. Puso la radio y empezó a cantar a pleno pulmón con Garth Brooks. Hacía tanto tiempo que no se sentía así, sin cargas y desenfadada, y le gustaba esa sensación. La vida podía ser buena. Dejar San Francisco había sido la mejor decisión que había tomado.
Los kilómetros iban pasando, y tras un rato, encontró un indicador que señalaba otra carretera hacia lo alto de la montaña. Tras tomarla, un segundo indicador le dio el nombre del lugar: Cougar Mountain.
Se hizo a un lado y consultó el mapa, pero no pudo localizar aquella carretera, aunque estaba casi segura de saber dónde se encontraba respecto de la autopista. Una sonrisilla se dibujó en sus labios. ¿Tenía el suficiente espíritu de aventura como para dejar las carreteras conocidas y seguir por una que no aparecía en el mapa? Era estrecha, sí, pero estaba asfaltada y no parecía más peligrosa que la que llevaba hasta entonces.
Entonces, ¿por qué no?, se preguntó, poniendo la furgoneta en marcha. Siempre podía dar la vuelta y volver a lo conocido si el camino se ponía peligroso.
Apenas había rebasado la primera colina cuando vio un río que discurría paralelo a la carretera. La corriente caía con rapidez sobre el lecho de piedra, y era el río más bonito que había visto en toda su vida. Conducía lo bastante despacio como para poder apartar los ojos de la carretera y disfrutar del discurrir del agua, y era una delicia observarlo.
Quedaba a su derecha, y tras unos cuantos kilómetros parecía perderse más abajo del nivel de la montaña, mientras que la carretera seguía ascendiendo. Unos kilómetros más y se perdió de vista, probablemente en el fondo de un barranco que parecía muy profundo.
Tan solo un breve arcén separaba la carretera del precipicio, y Lali se ciñó a la línea central. Aquel despeñadero tan cerca de la carretera la estaba poniendo un poco nerviosa, y se preguntó si no debería dar media vuelta y retroceder.
Pero es que no había sitio donde hacerlo. A la izquierda quedaba la pared rocosa de la montaña, y a la derecha el precipicio, y la pista era demasiado estrecha como para hacer el giro. No tenía más narices que seguir adelante hasta encontrar un tramo más ancho. Lo único que tenía que hacer era ir despacio y conducir con cuidado hasta encontrarlo. La radio era una distracción en aquel momento, y la apagó.
La carretera seguía subiendo. A su izquierda empezaron a verse manchas de nieves perpetuas, y su nerviosismo creció.
Había una curva muy pronunciada frente a ella, cuyo fin no se veía desde donde estaba. Quizás después de pasar aquella enorme afloración de roca, estuviera el sitio adecuado para dar la vuelta.
Pero, de pronto, una pickup roja apareció a toda velocidad, ¡y en su carril! Lali pegó un pisotón al pedal del freno y la furgoneta se cruzó en el asfalto. La camioneta también empezó a derrapar, y su parte trasera golpeó el morro de la furgoneta con una fuerza tremenda. Lali gritó al tiempo que la furgoneta se lanzaba hacia el vacío. Vio el río al fondo y los arbustos y las rocas que corrían a su encuentro. La furgoneta comenzó a dar vueltas de campana, y su último acto coherente fue el de desabrocharse el cinturón.


Dos jóvenes se bajaron de un salto de la camioneta y corrieron al borde del precipicio. Paralizados por el horror, se quedaron allí viendo como la furgoneta caía por la pendiente rocosa dando vueltas de campana, casi a cámara lenta, cada golpe confiriéndole al cuerpo de metal una configuración distinta.
—Oscar!!… ¿qué hacemos? —gritó Eric.
Despavoridos, vieron que la puerta del conductor se abría y como el cuerpo de una mujer salía despedido hacia las rocas. Un instante después, la furgoneta llegó al fondo, y quedó a escasos metros de la intensa corriente del río.
—Tenemos que bajar —dijo Oscar, y se lanzó precipicio abajo. Eric lo siguió. Era una bajada muy dificultosa: un mal paso, y podían acabar como la furgoneta… o peor.
Por fin llegaron junto a Lali. Estaba boca abajo y no se movía.
—Creo que está muerta —dijo Eric con voz temblorosa.
Oscar se arrodilló y le buscó el pulso.
—Está viva. Eric. Baja a la furgoneta y asegúrate de que iba sola; luego vuelve a la camioneta, ve al teléfono más cercano y pide ayuda. Yo me quedaré aquí.
—Pero…
Oscar miró a su amigo con los ojos llenos de lágrimas.
—Si muere, será culpa mía. Iba demasiado deprisa. Tomé la curva demasiado abierta. ¡Vete, Eric! ¡Vamos! No puedo dejarla sola.
Eric empezó a alejarse.
—La furgoneta está destrozada. ¡Oscar! ¡Se ha prendido fuego!
—¿Qué? —se puso de pie para ver—. Dios, ¿y si explota? —corrió hacia la furgoneta para mirar dentro—. No hay nadie —dijo al volver—. Eric tenemos que quitar de aquí a esta mujer.
—No hay que mover a los heridos, Oscar. ¿Y si tiene la espalda rota?
—No tendrá oportunidad de comprobarlo si no la quitamos de aquí y la furgoneta estalla. Vamos, tienes que ayudarme a darle la vuelta.
Los chicos se arrodillaron y con sumo cuidado le dieron la vuelta.
—Tú sujétala por los pies —dijo Oscar, colocándose para levantarla por los hombros—. El fuego es cada vez peor. ¡Date prisa, Eric! ¡Vamos!
—¿Adónde vamos a llevarla? —preguntó, lleno de ansiedad—. El cañón es demasiado escarpado, y no podemos subirla a la carretera.
Oscar miró a su alrededor.
—Allí, detrás de aquella roca grande. Venga.
Acababan de dejar a Lali en el suelo cuando la furgoneta explotó.
—Dios mío —murmuró Oscar—. Habría muerto, seguro —miró a Eric—. Ve a pedir ayuda. Está inconsciente y podría estar muy malherida.
Los dos dieron un respingo al oír una segunda explosión. Aquella fue mucho peor que la primera, y dejó la furgoneta y su contenido esparcidos por las rocas y en el agua del río.
—Ha desaparecido —musitó Eric como si no pudiera dar crédito a lo que veían sus ojos—. Por completo.


Capitulo dos.

John Mann, de la Patrulla de Montaña, se presentó a Peter y Oscar Lanzani, que se levantaron de la silla y estrecharon la mano del oficial. Todos eran hombres altos, y sus ojos estaban casi al mismo nivel. El oficial Mann era el que más pesaba de los tres, porque Peter y su hijo eran ambos delgados y fibrosos, muy parecidos los dos con el pelo oscuro y los ojos verdes.
Mann acercó una silla a donde estaban los Lanzani. Se encontraban en la sala de espera de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital General Missoula, que era donde habían traído a Lali en helicóptero, debatiéndose entre la vida y la muerte.
El oficial Mann era un hombre corpulento, pero tenía una voz sorprendentemente suave.
—¿Alguna noticia sobre el estado de la mujer?
—Nada concluyente. Hemos hablado con dos médicos y varias enfermeras. Están haciéndole pruebas —dijo Peter con una voz transformada por la tensión. Aunque estaba muy preocupado por la mujer de la habitación 217, lo estaba aún más por su hijo. La cara de Oscar estaba gris y macilenta. Podría haber sido él quien estuviera en el fondo del barranco, y Peter no podía quitarse eso de la cabeza.
—Entonces, ¿ha recuperado la consciencia? —preguntó John.
—De ser así, no nos lo han comunicado.
Peter percibió el escrutinio al que estaba sometiendo a su hijo, y se movió hasta que su hombro se rozó con el de Oscar.
El oficial se dio cuenta del gesto de protección y carraspeó.
—Ha sido un accidente muy serio, y tendremos que investigar.
—Sí, lo sé —contestó Peter. Las líneas de su rostro adquirieron una mayor rigidez, si es que era posible. Si Oscar no se hubiera apartado de su ruta habitual para recoger a Eric, ¿habría ocurrido el accidente? Era una pregunta que Oscar debía estar haciéndose sin parar. Los chicos eran muy buenos amigos.
—Me lo imaginaba —contestó Mann—. Bueno, vamos a ver —sacó una pequeña libreta y un lápiz del bolsillo y la abrió por una página específica—. Oscar Lanzani y Eric Roger . ¿Están correctos los nombres?
Peter y Oscar contestaron que sí.
—De acuerdo, Oscar… ¿Prefieres Oscar o Lanzani?
—De cualquiera de las dos formas —contestó Oscar. Tenía la mirada baja y Peter sabía que estaba asustado.
—Cuéntame lo ocurrido, Oscar.
—Ya se lo conté al sheriff Logan —contestó Oscar—. Es quien acudió cuando Eric llamó pidiendo ayuda.
—Lo sé, pero yo no estaba allí y me gustaría oírlo de primera mano.
Oscar inspiró profundamente.
—Teníamos miedo de llegar tarde a clase por los exámenes finales, y tomamos el atajo de Cougar.
—Eric y tú.
—Sí. Conducía yo. Llegamos a esa curva tan cerrada, ya sabe a cuál me refiero, y de pronto me encontré con una de esas furgonetas pequeñas en mitad de la carretera. Pisé el freno y ella también, y colisionamos.
—¿Había hielo?
—Sí. Se había derretido solo en los sitios en los que daba el sol.
—¿Viste que el conductor era una mujer?
—No me dio tiempo a nada. Estaba intentando no perder el control de la camioneta.
—Es comprensible.
—La furgoneta cayó por el precipicio —Oscar tragó saliva con dificultad—. Yo paré la camioneta y los dos corrimos al borde de la carretera. La furgoneta aún seguía cayendo, dando vueltas de campana. Vimos a una mujer salir despedida por la puerta del conductor y que acababa en las rocas. La furgoneta se paró a unos metros del río. Bajamos por la ladera lo más rápido que pudimos. Eric pensó que estaba muerta, pero yo le encontré el pulso y me di cuenta de que solo estaba inconsciente, así que le dije a Eric que subiese a la camioneta y fuera a buscar ayuda. Estaba a punto de marcharse cuando vi el fuego. La mujer estaba demasiado cerca de la furgoneta y pensé que… bueno, que a lo mejor explotaba. Eric no quería moverla, pero yo sabía que teníamos que hacerlo.
Oscar miró al oficial con los ojos llenos de angustia.
—Teníamos que moverla… si no habría muerto en la explosión… pero ¿y si por moverla le hemos hecho más daño?
—Oscar, hicisteis lo correcto —le dijo Mann—. Está viva, y no lo estaría si la hubieseis dejado donde cayó. Bien, ahora tengo unas cuantas preguntas que hacerte: ¿llegó a deciros algo?
—No.
—¿Pudisteis ver la matrícula de la furgoneta?
Oscar frunció el ceño.
—No recuerdo ni un solo número. La parte trasera quedó frente a nosotros, pero no me acuerdo de nada.
—Puede que se desprendiera durante la caída.
—Supongo que es posible.
—¿Adónde quiere ir a parar? —preguntó Peter.
—Ha visto usted los restos del accidente?
—No.
—Es que no los hay, aparte de pequeños trozos de tela y metal esparcidos por la tierra, aparte de otros restos imposibles de identificar —Mann se apoyó en el respaldo de su silla—. No sabemos quién es. Si Oscar hubiese visto su número de matrícula, al menos sabríamos en qué estado vive.
—Cayeron muchas cosas al río —dijo Oscar.
—Sí, pero el río baja muy fuerte y debe estar ya todo muy lejos de donde cayó el coche.
—Si lo que le preocupa es su identidad, ¿no podrá aclararse cuando recupere la consciencia?
El oficial guardó la libreta y el lápiz.
—Seguro que sí —se levantó y miró a Oscar—. Por ahora es suficiente. Si surgen más preguntas, me pondré en contacto contigo.
—De acuerdo —asintió Oscar.
Peter sintió el alivio de su hijo tras la marcha del policía. Ni él ni Oscar se habían visto jamás envueltos en algo que requiriese intervención policial, y Peter conocía lo bastante bien a su hijo para saber que ese otro aspecto del accidente también le ponía nervioso.
—Tranquilízate, hijo —le dijo, apoyando una mano en su hombro—. El oficial Mann solo está haciendo su trabajo.
Oscar no contestó. Se limitó a quedarse mirando delante de sí como si su padre no hubiese hablado.
Peter retiró la mano. Quería a su hijo más que a la vida misma, y sentía su tristeza en el alma. Oscar jamás le había dado motivos de preocupación. Sí, se había preocupado al empezar su hijo a conducir por aquellas carreteras de montaña, por su seguridad, pero no por mal comportamiento.
Peter cambió de tema, solo para conseguir que su hijo pensase en otra cosa.
—Cuando llamé al director para explicarle lo ocurrido, me dijo que podrías hacer otro día los exámenes que te has perdido hoy —hizo una pausa—. Pero me parece que ya te lo había dicho, ¿no?
—No pasa nada, papá.
—Por lo menos Eric no se ha perdido todo el día de clases. Por cierto, ¿cómo ha llegado al instituto?
—Después de llamar al sheriff, llamó a su padre y el señor Roger fue a recogerlo —de pronto, Oscar se dobló por la cintura y se cubrió los ojos con las manos—. Ha sido horrible, papá —dijo con voz rota—. Nunca podré olvidarlo.
Peter acarició la espalda de su hijo.
—Es verdad que no vas a poder olvidarlo, pero al menos has hecho todo lo posible por salvarle la vida a esa mujer. Estoy muy orgulloso de ti, hijo. Quiero que lo sepas.
Sintió que los hombros de su hijo temblaban con los sollozos y siguió acariciándole la espalda, haciendo todo lo posible por consolarlo.
Ni siquiera se planteó la posibilidad de volver a casa. Ocurriera lo que ocurriese, tanto él como Oscar tenían que saberlo directamente de boca del médico. Llevaban ya cinco horas en aquella pequeña sala de espera, y se quedarían allí durante el resto del día o de la noche, si era necesario.


A las ocho de la tarde, la enfermera Nancy Cummings llamó al doctor Melvin Pierce a la habitación 217.
—Empieza a dar síntomas de consciencia, doctor.
El doctor Pierce miró el monitor del ritmo cardíaco y de la presión sanguínea de la paciente.
—Eso parece —murmuró, y volvió su atención a la mujer que yacía en la cama. Tenía abrasiones, cortes y arañazos en la cara y en las manos. El desgarro en la sien derecha había requerido puntos de sutura, pero tanto los rayos X como el resto de las pruebas habían revelado que no había ningún hueso roto, y ni siquiera la conmoción era severa. En su opinión, era una mujer extremadamente afortunada por haber sobrevivido a un accidente de aquellas características y haber sufrido tan pocos daños.
—Señorita —la llamó, sacudiendo ligeramente su brazo—. ¿Puede oírme? Abra los ojos. Está en el hospital. Soy el doctor Pierce. Intente abrir los ojos.
Como a lo lejos, Lali oyó la voz del hombre. «Abra los ojos. Intente abrir los ojos».
Sentía los párpados con un peso tremendo. Todo el cuerpo le dolía, especialmente la cabeza. Las palmas de las manos le echaban fuego, igual que las rodillas. Intentó pensar, pero no pudo.
Pero siguió oyendo la voz, cada vez más cerca. Luchó por obedecer y finalmente consiguió abrir los ojos. Vio un rostro borroso y una voz:
—Señorita, ¿puede hablar? Diga algo. Díganos su nombre.
Tenía la sensación de que el cerebro era de algodón. Los ojos se le cerraron.
—Intente mantenerse despierta, señorita. Intente hablar. ¿Cómo se llama?
—Lali —murmuró, y volvió a caer en aquel lugar oscuro donde el cuerpo no le dolía y las voces no se oían.
El doctor Pierce se incorporó y se acercó al pie de la cama para anotar en la historia clínica a qué hora y qué había ocurrido.
—Manténganla bajo estricta vigilancia —le dijo a la enfermera mientras escribía—. Yo me marcharé dentro de media hora, pero el doctor North estará de guardia. Llámele si vuelve a despertarse.
Salió de la habitación y se dirigió a la sala de espera. Peter Lanzani y su hijo se pusieron inmediatamente de pie, expectantes.
—Vuelvan a sentarse —les dijo el médico, y él se sentó también. Parecía cansado, y se frotó los ojos—. Bueno, lo que sabemos con cierta seguridad es lo siguiente: tiene una conmoción leve y numerosas abrasiones. No hay huesos rotos y no hemos detectado daños internos. Eso no quiere decir que esté completamente fuera de peligro, pero la impresión general es favorable. Hace unos minutos que recuperó brevemente el sentido, y el hecho de que comprendiera lo que le decía es un síntoma excelente. Le pregunté su nombre y me dijo que se llama Lali.
Peter y Oscar se miraron.
—¿Lali? ¿Eso es todo lo que ha dicho? —preguntó Peter.
—Solo eso —el doctor Pierce se levantó—. Tengo otros pacientes que ver. Les aconsejo que se vayan a casa y descansen un poco. Lo único que van a conseguir quedándose es agotarse. Buenas noches.
Y se marchó.
Oscar parecía sorprendido.
—¿No te parece que Lali es un nombre un poco raro? Parece más un apodo que un nombre propio, ¿no?
—No sé qué pensar, Oscar, pero el resto de lo que nos ha dicho es muy esperanzador —se levantó—. Vamos, te acompaño fuera. Es hora de que te vayas a casa. Mañana tienes exámenes.
Oscar se levantó.
—¿No vienes conmigo?
—Creo que no. Tengo la sensación de que debo quedarme.
—Pero no tienes coche.
—Si lo necesito, alquilaré uno.
Peter acompañó a su hijo hasta el aparcamiento.
—Conduce con cuidado. Y nada de acortar por Cougar.
Oscar asintió con tristeza.
—No te preocupes por eso.
Peter se quedó allí hasta que la camioneta se perdió de vista, y después volvió directamente a la UCI. Una vez allí, habló con la enfermera.
—¿Puedo ver a la mujer de la habitación 217?
—Sigue inconsciente, señor Lanzani —le contestó la enfermera Cummings con un gesto de comprensión.
—Lo sé. Solo me quedaré un minuto, pero es que necesito verla.
—Bueno… pero solo un minuto, señor Lanzani. Y no toque nada.
—No se preocupe. Gracias.
Peter caminó por el pasillo y al llegar frente a la puerta abierta de la habitación, dudó un instante antes de entrar. La habitación estaba iluminada suavemente por una luz en la pared. Había una cama, solo un paciente, una mujer que solo había dicho una palabra. Hizo una mueca de dolor al ver los puntos de la frente y las horribles abrasiones de las manos y la cara. Llevaba un gorro de hospital, pero un mechón de cabello oscuro se escapaba por el elástico. Sus facciones eran tan perfectas como nunca las había visto en una mujer: nariz y barbilla pequeñas, pómulos marcados, cejas bien definidas y labios carnosos y bien dibujados.
—Es joven —musitó. Por alguna razón, había estado pensando en una mujer mucho mayor.
Parecía pequeña en aquella cama, lo cual le conmovió, y el hecho de que estuviese conectada a varias máquinas le conmovió aún más. Un líquido claro caía gota a gota para entrar en sus venas.
Peter apretó los puños y se preguntó por qué las cosas tenían que ser así. Oscar no se merecía lo que estaba pasando, igual que aquella mujer tampoco se lo merecía.
Un conglomerado de ideas se le pasaron en aquel momento por la cabeza, pero una prevaleció: no podía abandonarla. Hasta que se supiera su nombre completo y sus parientes supieran dónde estaba y lo que le había ocurrido, él asumiría el papel de la familia.
—Lali —susurró—. ¿Te llamas así de verdad, o solo estabas divagando?
La miró un momento más, y con un suspiro, salió de la habitación y volvió al puesto de enfermeras.
—Hay un hotel justo al final de la calle… el Bixby —le dijo a la enfermera Cummings—. ¿Sería tan amable de llamarme allí si hay algún cambio en su estado, tanto para mejor como para peor?
—Así lo haré, señor Lanzani.
—Gracias. Volveré dentro de unas horas.


Con los ojos aún cerrados, Lali lamentó mentalmente la dureza de la cama en la que estaba tumbada. ¿Por qué estaría en una cama tan incómoda? Intentó moverse para ponerse cómoda, pero un dolor agudo la obligó a quejarse. Abrió los ojos.
Aquella habitación no le resultaba familiar: era pequeña, poco iluminada y austera. La puerta estaba abierta. ¿Dónde estaba? El pánico se apoderó de ella e intentó incorporarse, pero solo consiguió quejarse de dolor y caer sobre la cama. Entonces vio la vía que le entraba en el brazo. ¿Qué le había ocurrido?
Tragó saliva, o intentó hacerlo. Tenía la garganta y la boca completamente secas. El corazón le latía asustado. La enfermera Cummings entró rápidamente en la habitación, seguida de otra enfermera.
—Está despierta. Janie, llama al doctor North —le dijo a la segunda enfermera, que salió de la habitación inmediatamente. Después sonrió a Lali—. ¿Cómo estás, querida?
—¿Puedo… puedo beber agua? —gimió.
—Por supuesto —la enfermera le ofreció un vaso con agua que había en la mesilla—. No levantes la cabeza. Yo te acercaré el vaso. Y toma solo un sorbo. El doctor North vendrá enseguida.
Lali tomó un sorbo con la pajita.
—Gracias —susurró—. ¿Dónde estoy?
—En un hospital, querida.
—¿Por qué?
—Por las heridas. Ah, aquí está el doctor North —la enfermera se hizo a un lado para dejarle sitio y susurró para que solo lo oyera él—: está un poco desorientada.
—Hola —la saludó el doctor North, inclinándose hacia ella con un oftalmoscopio—. Mire hacia aquella esquina de la habitación.
—¿Qué es eso?
—Un instrumento que me permite ver dentro de sus ojos.
—¿Y por qué quiere mirar dentro de mis ojos?
—Señorita… Lali, ha sufrido una conmoción en el accidente, y examinar sus ojos es solo una cuestión rutinaria.
—¿Qué accidente? —preguntó, asustada—. ¿Y por qué me llama Lali?
—Porque le dijo al otro médico que ése era su nombre —contestó el doctor North, mirándola preocupado—. ¿Cómo se llama?
Lali miró primero al médico, luego a la enfermera y después a su alrededor. Su nombre… su nombre. La cabeza le palpitaba al intentar encontrar unos recuerdos que no estaban en su sitio. El vacío la asustaba tanto que intentó volver a levantarse, empujada por la necesidad de escapar de aquel lugar, de aquella gente.
El doctor Norht la obligó a tumbarse.
—¡Traiga inmediatamente el sedante que haya prescrito el doctor Pierce! —ordenó a la enfermera.
—Sí, doctor —la enfermera Cummings salió corriendo de la habitación y colisionó con Peter—. Disculpe, señor Lanzani —dijo, y siguió corriendo.
—Perdone, ¿qué está pasando? —le preguntó, pero ella no se detuvo, así que Peter entró en la habitación. El doctor North estaba intentando evitar que la mujer se levantara, mientras ella emitía un lamento e intentaba soltarse.
—¿Qué ocurre? —preguntó con ansiedad.
—¿Quién es usted, y qué hace aquí a las tres de la mañana?
—Soy Peter Lanzani. Mi hijo Oscar era el conductor del otro coche. ¿Por qué está tan enfadada?
—Creo que porque le he preguntado cómo se llama.
—Se llama Lali —contestó Peter, tomando suavemente su mano—. Tranquilízate, Lali. Nadie va a hacerte daño.
Para sorpresa del doctor North, la paciente dejó de resistirse, y miró a Peter con los ojos vacíos pero mucho más tranquila. Con un suspiro, el médico le soltó los hombros.
—Tú no me conoces, Lali —le dijo con voz tranquila—, pero estoy aquí para ayudarte.
Lali intentó enfocar la cara de aquel hombre, pero sus facciones no importaban; lo que de verdad importaba era su voz. Era sedante como un bálsamo y quería seguir oyéndola.
La enfermera Cummings volvió con una inyección.
—Aquí tiene, doctor.
—Puede que al final no la necesitemos —contestó, e hizo un gesto a la enfermera para que le acompañase a la esquina de la habitación—. Está respondiendo a la voz de este hombre —le dijo en un susurro—. Quiero ver qué pasa. Puede marcharse, que yo voy a quedarme un rato.
Peter era consciente de que el doctor North se había sentado fuera del alcance de la visión de Lali, pero intentó concentrarse en lo que iba a decir a continuación, aunque su instinto le decía que no importaba lo que dijese, sino que siguiera hablando.
—Me he hospedado en el hotel Bixby. Está a una manzana de aquí. Me desperté hace una hora y tuve la sensación de que necesitaba verte. Me he pasado por uno de esos restaurantes abiertos las veinticuatro horas a comer algo y después he venido directamente hasta aquí.
—¿Dónde estoy? —preguntó casi sin voz.
—En un hospital en Missoula, Montana. Es un hospital muy bueno, Lali. Estás recibiendo la mejor atención posible. ¿Has estado hospitalizada en alguna otra ocasión?
Ella se quedó en silencio y mirando al vacío y el doctor North contuvo la respiración esperando.
—Yo… no lo sé.
El doctor North volvió a respirar. Ahora ya sabía cuál era el problema de la paciente.
Peter, sin embargo, no tenía ni idea de qué estaba ocurriendo, pero su instinto le empujaba a seguir hablando.
—A mí me hospitalizaron una vez, Lali, hace unos diez años. Un caballo me tiró y caí mal. Me rompí tres costillas y…
—¿Quién eres tú? —le interrumpió.
—Me llamo Peter Lanzani. Lali…
—¿Yo me llamo Lali? ¿Y cómo me apellido? ¿Vivo en Missoula? —le preguntó con un hilo de voz.
Peter por fin estaba empezando a comprender lo que ocurría, y a hurtadillas miró al doctor North, que respondió asintiendo. Lali tenía amnesia. No recordaba nada, ni siquiera su nombre.
Peter sintió que el estómago se le caía a los pies, y se humedeció los labios que, de pronto, se le habían quedado resecos. ¿Hasta dónde debería decirle? ¿Debía mencionar el accidente, explicarle lo ocurrido? ¿Que su furgoneta había quedado completamente destrozada y que nadie, ni una sola persona de aquel hospital de Missoula, sabía quién era?
Intentó sonreír.
—Me temo que esa es una información que vas a tener que darme tú. Yo solo soy un amigo preocupado por ti.
—Eres un amigo. Ya —susurró, y Peter se dio cuenta de que su mente trastornada le estaba situando como un viejo amigo, a pesar de que era ilógico pensarlo ya que no había podido contestar a sus preguntas.
El doctor North se levantó y se acercó a la cama.
—Quizás lo mejor sería que dejásemos descansar a Lali un rato, señor North.
Sus ojos volvieron a desorbitarse y se aferró a su mano.
—No te vayas —le rogó—. Por favor, no me dejes sola.
—¿Puedo dejarte sola cinco minutos? —le pidió—. Te prometo que vuelvo en un instante.
Tenía que hablar con el médico a solas.
—Yo… ¿me lo prometes?
—Tienes mi palabra.
Con suavidad se soltó de su mano y salió de la habitación. El doctor North salió detrás de él y ambos se alejaron un poco por el pasillo hasta detenerse en un rincón tranquilo. Peter miró a los ojos al médico.
—No recuerda nada, ¿verdad?
—Eso parece, señor Lanzani. Pero sus heridas no han sido lo bastante serias como para destruir su memoria permanentemente. Naturalmente mañana por la mañana se le harán más pruebas, pero tengo la impresión de que la pérdida de memoria no se debe a nada físico, pero el trauma que ha sufrido por el accidente puede provocar numerosos efectos emocionales. Estoy casi convencido de que la amnesia va a ser temporal.
—¿Y cómo de temporal? ¿Estamos hablando de días, semanas o meses?
—Lo siento, pero no hay modo de saberlo. De hecho, me sorprende bastante su reacción ante usted. ¿No la conocía antes del accidente?
—No, no nos conocíamos. Déjeme hacerle otra pregunta: ¿hasta dónde debo decirle? ¿Cree que debo hablarle del accidente?
El doctor North se quedó pensativo un instante.
—Mi opinión es que, al menos durante el día de hoy, debe evitar ese tema. Hable de cosas generales. Lo ha hecho muy bien hasta ahora, y yo seguiría con ese nivel de conversación hasta que la vea el psiquiatra. Lo dispondré todo para que mañana vengan a verla.
Peter no era un hombre que se pusiera nervioso con facilidad, pero en aquel instante, se sintió intranquilo. ¿Por qué Lali confiaba en él? ¿Y si involuntariamente decía algo que no debía y ella volvía a descontrolarse?
Inspiró profundamente.
—Será mejor que vuelva a su lado. ¿Va a estar usted de guardia si ocurre algo que yo no sepa controlar?
—Estaré aquí hasta las seis. Llame a la enfermera si me necesita.
Peter volvió a la habitación 217 y vio que Lali estaba aferrada a las barandillas de seguridad de la cama. Forzando una sonrisa, se acercó a ella.
—Ya te dije que volvería enseguida. Vamos a bajar las barandillas de seguridad y acercaré una silla para estar a tu lado.
Lali observaba todos sus movimientos. Estaba tan agradecida porque hubiese vuelto que las lágrimas le picaban en los ojos. Cuando se sentó junto a la cama, suspiró profundamente y cerró los ojos.
—Gracias —susurró, y se quedó dormida.
Peter se quedó donde estaba, y se alegró de haberlo hecho, porque cada diez minutos se despertaba y lo miraba un instante, como si inconscientemente necesitase asegurarse de que seguía allí. Después, volvía a cerrar los ojos.
Verla dormida pero agarrada a su mano era una experiencia que creaba unos lazos especiales. Ya no era simplemente el contrario en el accidente de Oscar, ni la mujer de la habitación 217, sino un ser humano de carne y hueso con la mente sumida en la niebla y la mano de piel más suave que había tocado nunca.
En una ocasión, le dio la vuelta y miró las abrasiones de sus palmas. La evidencia física del accidéntele curaría y desaparecería, pero ¿y el daño emocional? ¿Desaparecería también?
El doctor North creía que su amnesia era temporal, y lo único que él podía hacer era rezar para que estuviera en lo cierto.


Capitulo tres.

Cuando Lali volvió a despertare, no se sintió tan aturdida como la vez anterior. Sabía que estaba en un hospital, y recordaba al doctor North y a algunas enfermeras, y al hombre, Peter Lanzani.
Se volvió ligeramente hacia él y lo vio dormido en la silla, junto a la cama. Recordaba que le había dicho que eran amigos, pero la amistad tenía muchos grados. ¿Serían solo conocidos, o mucho más? La frustración la atacó de pronto, y se echó la mano a la cabeza… quizás para alisarse el pelo, o para enredar en él los dedos con nerviosismo, pero en lugar de encontrarse con su melena abundante de pelo liso, descubrió un gorro de hospital.
¿Por qué llevaba un gorro? ¿Por qué no podía recordar cuándo ni cómo la habían traído al hospital? ¿Por qué no podía recordar ni su propio nombre?
—Dios mío —gimió al comprender lo que le ocurría. ¡Había perdido la memoria! El corazón empezó a latirle desaforado. ¿Quién era? ¿Dónde vivía? ¿Qué le había ocurrido para que le dolieran partes tan distintas del cuerpo?
Una enfermera entró a toda prisa y vio que la paciente estaba despierta, razón por la que había subido su ritmo cardíaco. Con una sonrisa, revisó la cadencia del suero.
—¿Te encuentras mejor, cariño?
Peter se despertó y se incorporó inmediatamente en la silla.
—Lo siento. No quería dormirme. ¿Ocurre algo?
—Creo que todo va bien —dijo la enfermera—. Nuestra paciente se ha despertado, eso es todo.
Peter se inclinó sobre la cama.
—¿Estás bien, Lali? —le preguntó suavemente.
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
—No consigo recordar nada —susurró.
La enfermera le dio unas palmadas suaves en el brazo.
—El doctor North ha dicho que va a ser solo temporal. Intenta no preocuparte, que vas muy bien.
—Tengo tantos cortes y arañazos —dijo Lali con la voz ahogada por las lágrimas—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué llevo un gorro?
—Porque tienes el pelo muy largo, cariño —dijo la enfermera—. El gorro es solo para sujetarlo.
—Pero la sien… ¿son puntos? —preguntó, tocándose.
—No te toques. No llevas vendaje y no queremos correr el riesgo de que se infecten.
Lali tenía la mente mucho más despejada que antes. Iba a hacerle preguntas, y decidió en aquel mismo instante que si la enfermera no las contestaba, lo haría él. Quizás un psiquiatra debiera hablar con ella primero, pero no había ninguno y, en su opinión, tenía todo el derecho a saber qué le había ocurrido.
Pero no le hizo ninguna pregunta a la enfermera, sino que se limitó a tomar un sorbo de agua y a quedarse inmóvil mientras la enfermera revisaba las conexiones a los monitores.
—Bueno, todo parece estar en orden —dijo la enfermera—. Estaré en el control si me necesitan.
Sus zapatos de suela blanda apenas hicieron ruido al salir de la habitación.
En cuanto se quedaron solos, Lali se volvió y lo miró con ojos implorantes.
—Dices que somos amigos, ¿no? Pues por favor, dime todo lo que sepas de mí. Todo —repitió.
¿Cómo explicarle que su amistad había comenzado tan solo unas horas antes? ¿Y si esa información le afectaba? Bueno, seguro que lo haría… Pero no podía mentirla.
—Soy tu amigo, Lali —le dijo—, pero soy un amigo nuevo. Hace… poco que nos conocemos.
—Pero sabes quién soy, ¿no?
¿Era pánico lo que oía en su voz, y lo que asomaba en sus ojos? Le dio la mano, y ella le dejó hacer.
—Lali, no voy a mentirte, porque sé que quieres saber la verdad, ¿no es así?
—¿Es una verdad terrible?
—Es limitada, pero no terrible.
—Habla.
Él inspiró profundamente.
—Has tenido un accidente de coche en una carretera de montaña. Mi hijo era el conductor del otro vehículo, una camioneta roja. Tú conducías una furgoneta pequeña color azul. La carretera tenía aún placas de hielo… —le miraba con tanta intensidad que empezó a albergar cierta esperanza—. ¿Te resulta familiar algo de todo esto?
—No, pero continua, por favor. ¿Y tu hijo? ¿Está… herido?
—No, no le ha pasado nada.
—Me alegro.
—Yo también, Lali. Yo también —Peter respiró hondo antes de continuar—. Con mi hijo iba otro joven, su amigo Eric. Fue él quien llamó al sheriff y te trajeron a Missoula con un helicóptero del servicio de rescate.
Intentó gastar una broma.
—La primera vez que monto en un helicóptero y no me acuerdo.
Peter sonrió.
—Pero lo recordarás. Lali… no lo olvides. El doctor North me ha dicho que está seguro de que la amnesia que sufres es solo temporal.
Mentalmente repasó la conversación que había mantenido con el doctor North. ¿De verdad había pronunciado las palabras «estar seguro»?
—Y así es como nos conocimos —dijo ella, desilusionada—. Por tu hijo. Eso quiere decir que no me conoces mejor de lo que yo misma me conozco.
—Lo siento, Lali. Ojalá pudiera relatarte ahora todos tus antecedentes en detalle, pero no puedo.
—En mi coche debe haber alguna pista de mi identidad. Supongo que llevaría el permiso de circulación conmigo. ¿Sabes si la policía lo está verificando?
Era reconfortante ver que era consciente de lo del permiso de conducir, pero Peter tragó saliva con dificultad. Temía contestar a aquella pregunta. Era quizás demasiado pronto para saber que la furgoneta y todo lo que había en ella había quedado destruido.
No quería mentirla, pero deliberadamente evitó la verdad.
—Están trabajando en ello.
—¿Cuándo ocurrió el accidente? Yo… no sé el tiempo que ha pasado.
—Ayer.
—Entonces, puede que sepan ya algo.
Lali sintió un tremendo alivio. Su apellido y su dirección le ayudarían a recuperar un poco el equilibrio. Pero claro… si hubiese llevado un permiso de conducir con ella, ¿no conocería ya la gente del hospital su identidad?
La boca se le quedó casi demasiado seca para hablar.
—¿Cómo sabes que me llamo Lali?
—Es el nombre que le diste al médico cuando recuperaste por primera vez la consciencia.
—No recuerdo haberlo hecho —murmuró—. Pero ¿por qué han tenido que preguntármelo? Si tengo un permiso de conducir…
Peter la interrumpió para desviar la conversación.
—¿Recuerdas mi nombre?
—Sí: Peter Lanzani. ¿Vives en Missoula?
—Mi hijo y yo vivimos en nuestro rancho. Está a unos ciento treinta kilómetros de aquí. Mi esposa murió hace cinco años, así que Oscar y yo estamos solos.
—Vaya… lo siento —con un pesado suspiro, Lali apartó la mirada de Peter y la clavó en el techo—. Me siento tan… perdida. ¿Adónde iba? ¿De dónde venía?
—Ojalá lo supiera, Lali. La carretera por la que circulabas lleva a Cougar Mountain, y el accidente ocurrió en un lugar llamado el paso Cougar. Es un lugar bastante aislado.
—¿Y yo iba sola?
—Sí.
—Debía tener un destino en la cabeza. Si tu rancho está en esa zona, debe haber otros también. Quizás… quizás fuese a ver a alguien.
Peter comprendió su necesidad de información y la especulación que esa necesidad estaba despertando en ella, pero dejarle creer que esa carretera podía contener alguna respuesta era más cruel que otra cosa.
—Lali, lo siento, pero en esa carretera no vive nadie. Solo lleva a un lugar: a Cougar Mountain. Es un lugar que atrae a escaladores, senderistas, conservacionistas y campistas en busca de soledad.
Para su sorpresa, aquella respuesta le dio ánimos.
—¡Entonces, debo ser algo de eso! —exclamó—. La información sobre quién soy debe estar en mi furgoneta, seguro. Aunque todo el mundo ha pasado por alto lo de mi permiso de conducir, lo que haya en el coche tiene que servir para algo. ¿Dónde está ahora?
Peter agradeció tanto ver entrar al doctor North en aquel preciso instante que podría haberle besado.
—Ya veo que está completamente despierta —dijo con una brillante sonrisa—. Señor Lanzani, ¿le importa dejarnos solos unos minutos? Son casi las seis y me marcharé del hospital dentro de poco, pero me gustaría examinar a mi paciente favorita antes de irme.
Peter se levantó inmediatamente, pero Lali no quiso soltarle la mano. Y cuando la miró a los ojos, vio el pánico brotar de nuevo en ellos.
—No me dejes —le suplicó.
—Esperaré justo al otro lado de la puerta —le prometió.
Mordiéndose el labio superior para contener las lágrimas pero sin conseguirlo del todo, soltó su mano. Apenas respiró hasta llegar al pasillo fuera de la habitación. Jamás había sentido las emociones de otra persona con la fuerza que sentía las de Lali.
Sin perder un minuto, entró en la sala de espera y sacó un café de la máquina para tomárselo junto a la puerta de la habitación. El café era fuerte, estaba caliente y sabía bien.
El doctor North salió por fin.
—Necesito hablar con usted.
Peter asintió y juntos se alejaron unos pasos.
—Físicamente parece ir muy bien —dijo—, pero para estar un poco más seguros, he pedido que le hagan unas cuantas pruebas mañana por la mañana. Y el doctor Trugood, de psiquiatría, la verá mañana alrededor de las nueve.
—Sé que está haciendo todo lo posible médicamente por ella, doctor, pero está empezando a hacer preguntas que son muy difíciles de contestar.
—Señor Lanzani, su estado es completamente normal en un paciente con amnesia. De todos modos, encuentro la dependencia emocional de usted, un extraño, bastante interesante, como creo que opinará también el doctor Trugood.
—¿Es eso poco habitual?
—Francamente no he trabajado tanto con amnésicos como para saberlo. El doctor Trugood podrá contestarle esa pregunta.
—Lo que en el fondo quiero decir es que usted me sugirió que evitase el tema del accidente, y eso ha sido imposible. Puede que no recuerde el pasado, pero es una mujer inteligente y quiere respuestas. Además, está segura de que sus cosas estaban en la furgoneta: el permiso de conducir, por ejemplo, y eso podría revelar su identidad. Le he hablado del accidente, no he tenido más remedio que hacerlo, pero no le he dicho que la furgoneta ha quedado completamente destruida.
—Ya —murmuró el doctor North, pensativo—. No sé qué decirle. Si ella cuenta con averiguar su identidad a partir de lo que supone que ha quedado de la furgoneta, y usted le dice que eso no va a ser posible… —el médico frunció el ceño y se detuvo—. Creo que es necesario contar con la opinión del doctor Trugood. Lo que me gustaría que hiciese es que volviese a su habitación y le diga que por cuestiones de trabajo, de familia, de lo que usted quiera, tiene que salir del hospital durante unas horas, pero asegurándole que va a volver. Suponiendo que piense volver, claro.
Peter lo meditó un instante. Sentía un lazo de unión inexplicable con Lali, la misma unión que ella parecía sentir con él. Era algo incomprensible, pero se trataba de una fuerza que no podía ignorar.
—Volveré —dijo—. Puedo dejarla sola hasta esta tarde, por ejemplo. ¿Qué le parece?
Podría pedirle a alguno de sus empleados que fuese a buscarle. De ese modo, podría volver con su propio coche y, de paso, echarle un vistazo a Oscar.
—Perfecto. De ese modo habrá terminado con las pruebas que el doctor Trugood tenga que hacerle.
—¿Le hablará él de la pérdida de todas sus cosas?
—Lo llamaré y le sugeriré que lo haga.
—Alguien tiene que hacerlo —replicó con cierta sequedad—. Si esta noche no se lo han dicho, tendré que hacerlo yo.
—Comprendo. Estoy seguro que el doctor Trugood se ocupará —miró el reloj—. Yo tengo que irme. Volveremos a hablar.
Peter dio la vuelta y entró de nuevo en la habitación con el corazón en la garganta. Él era un hombre sencillo y aquella situación era de todo menos sencilla, pero se esforzó por abrir la puerta con una sonrisa en los labios. Con sus propios ojos comprobó como la tensión abandonaba el cuerpo de Lali al verle entrar.
—Peter —lo llamó, sin disimular el alivio que sintió al verlo y tendiéndole una mano.
El se acercó y la tomó entre las suyas.
—Estabas preocupada porque no volviera, ¿verdad? Pues cuando yo te prometa algo, puedes contar con ello, pase lo que pase.
—De acuerdo —susurró ella.
—Tengo que decirte algo: he de marcharme ahora, pero volveré esta tarde —su mano se crispó y vio el miedo aparecer en sus ojos—. No tengo más remedio. Hay cosas de las que tengo que ocuparme.
—¿Trabajo? —le preguntó con la voz asustada que ya empezaba a resultarle familiar.
Peter asintió.
—Trabajo y otras cosas. Pero esta tarde estaré de vuelta.
Las lágrimas aparecieron en sus ojos y él, con un pañuelo de papel de los que había sobre la mesilla, se los secó con sumo cuidado de no rozar los cortes y las abrasiones.
—Tienes todo el derecho del mundo a llorar —le dijo con dulzura—. A veces, llorar es la mejor medicina.
—Yo… no es que quiera llorar —dijo con voz rota—, pero es que… es como si no pudiera evitarlo.
—Y a mí no me importa. Conmigo no tienes por qué guardarte nada. Lali.
Ella parpadeó varias veces e intentó sonreír.
—Lo que siento cuando estoy contigo es muy distinto a lo que siento con otras personas. Ojalá supiera por qué —suspiró—. Ojalá supiera tantas cosas…
—Lo harás. Ten confianza —dejándose llevar por un impulso, se inclinó sobre la cama y la besó en uno de los pocos centímetros de piel de la frente que no habían sufrido ningún daño. Aquella mujer, indefensa y asustada, y de quien solo sabía que se llamaba Lali, le conmovía profundamente. Le necesitaba, confiaba en él, y Peter se juró no defraudarla—. Nos vemos esta tarde, ¿de acuerdo? —sonrió.
—Sí. Esta tarde —susurró, y soltó su mano para verle marchar. Una vez se quedó sola, miró rápidamente a su alrededor. No había demonios en las luces de la mañana, nada que temer, y sin embargo, el miedo era una enorme parte de sí misma cuando Peter no le estaba dando la mano. Creía lo que él le decía con mucha más facilidad que lo que le dijeran médicos y enfermeras. ¿Sería porque le recordaba a alguien a quien no podía recordar? ¿Alguien que era dulce, amable y honesto?
Peter Lanzani… Era un hombre atractivo, ó al menos ella lo veía así. Su aspecto no importaba, sino su amabilidad, su consideración. Debía ser un padre maravilloso para su hijo, cariñoso, devoto e interesado por cualquier cosa que Oscar dijera o hiciera.
¿Tendría ella un padre en alguna parte? ¿Una madre? ¿Un marido, quizás? Intentó levantar la cabeza para mirarse la mano. No llevaba joyas de ningún tipo, pero parecía tener una pequeña línea en el dedo anular que podía indicar que hubiese llevado una alianza.
¡Podía ser una pista! Ansiosamente, pulsó el botón para llamar a la enfermera.
Una mujer joven acudió casi al instante.
—¿Sí?
—¿Llevaba anillo cuando me trajeron? —preguntó.
—No lo sé, pero puedo consultar su hoja de admisión, si quiere.
—Por favor. Verá, es que me da la sensación de que he llevado anillo en este dedo.
Aunque tenía la vía del suero en la mano izquierda, la levantó para que la enfermera pudiera verla.
—Es cierto. Voy a ver qué puedo averiguar.
Lali sintió una tremenda excitación. Si tenía marido, quizás tuviera hijos también. Una familia que estaría buscándola. Pero, si tenía familia, ¿Por qué iba a estar viajando sola?
La cabeza empezó a dolerle más de lo que ya había empezado a hacerlo y cerró los ojos, intentando combatir la impaciencia, sus dudas, la frustración…
El ruido de unos pasos anunció la llegada de la enfermera, y Lali abrió los ojos.
—¿Ha averiguado algo?
—En la hoja de admisión solo se menciona un reloj.
—¿Ningún anillo? —preguntó con una intensa desilusión.
—Lo siento mucho. Contaba con tener un anillo, ¿verdad?
—Sí…
—¿Necesita alguna otra cosa? Enseguida le traeremos el desayuno y después le darán un baño. Después del baño, uno siempre se siente mejor.
—Gracias —contestó Lali con una profunda tristeza.


Peter esperaba en el jardín cuando Oscar volvió del instituto.
—Papá —exclamó el chico, bajándose de un salto de su camioneta—. ¿Cómo has venido?
—Lyle ha ido a buscarme. ¿Cómo estás, hijo?
—Supongo que bien. Creo que los exámenes no me han salido mal del todo.
—Eso está bien.
Peter estudió las facciones del rostro de su hijo y experimentó un tremendo alivio. El color de Oscar volvía a ser el de siempre y parecía tan exuberante como de costumbre.
Oscar sacó un libro de la camioneta e hizo una mueca exagerada.
—Mañana, examen de trigonometría. Será mejor que repase un poco.
—¿No vas a preguntarme por Lali?
—Eh… sí, claro. ¿Te ha… recuerda el accidente?
—No recuerda nada, Oscar. He estaba un buen rato con ella y le he hablado de lo ocurrido. Parece confiar en mí.
—Sí, bueno… es que tú inspiras confianza, papá. Bueno, me muero de hambre. ¿Qué ha preparado de cena Rosie?
—No estoy seguro. Creo que pollo.
Peter sintió una extraña desilusión ante el desinterés de su hijo por los progresos de Lali. Se había imaginado que tendría montones de preguntas que hacerle, pero apenas parecía preocupado. Para ser la misma persona que dos semanas antes había llorado como una magdalena por la muerte de una ternera, tanta despreocupación por un ser humano no era normal.
—Tengo que comer algo —dijo Oscar—. ¿Vienes?
—Todavía no, Oscar. Entra tú.
Mientras Oscar corría hacia la puerta, Peter caminó hasta la cerca y se apoyó en ella. El corral estaba lleno de caballos, pero no los vio. Una sensación de que algo no estaba bien le daba vueltas en el estómago.
Pero siempre le había concedido a su hijo el beneficio de la duda. Oscar era aun muy joven, casi un crío, y quizás no pudiera enfrentarse al accidente. Aunque no hubiese sido culpa suya, era posible que albergase sentimientos de los que no era capaz de hablar.
Eso debía ser, se dijo al alejarse del cercado. Lo mejor sería dejar que Oscar se enfrentase a aquella situación a su manera y a su ritmo. Su hijo sabía que siempre podía acudir a él, y eso era lo importante.


Cuando Peter llegó ante la puerta abierta de la habitación de Lali aquella tarde, lo primero que vio fue la cama vacía, y después la vio a ella inmóvil, sentada junto a la ventana. Le habían quitado el gorro de hospital y Peter reparó en el color oscuro y rico de su larga melena, sujeta en una coleta con algo rojo.
Pero pensó en todo aquello en una décima de segundo, pues lo que de verdad le complació fue verla levantada.
—¿Lali?
Ella se volvió a mirar. Su expresión triste y perdida le llegó al alma y rápidamente se acercó a ella y se agachó junto a la silla.
—¿Qué ocurre, Lali? —le preguntó con suavidad.
—No hay permiso de conducir —dijo con voz apagada—. No queda nada. Mi furgoneta ha quedado completamente destruida en el accidente. Un policía ha venido a hablar conmigo, y me lo ha dicho todo. ¿Lo sabías?
—Sí, pero los médicos pensaron que no era yo el más indicado para decírtelo —craso error. Debería haber hecho caso a su propio instinto y habérselo dicho—. ¿Te habría resultado más fácil asimilarlo si lo hubiera hecho yo?
Ella bajó la mirada.
—No lo sé. Quizás —suspiró y volvió a mirarlo—. Me alegro de verte. Gracias por haber venido.
—Ya te dije que volvería.
—Lo sé, pero es que el día ha sido tan… horrible que no me habría sorprendido que no vinieras —intentó sonreír—. Tengo la impresión de que los médicos no saben qué hacer conmigo. Todas las pruebas han dado resultados normales. Un psiquiatra ha venido a verme dos veces, pero solo me ha dicho que intente relajarme. Que mi memoria volverá mucho más rápido si me relajo.
—Me da la impresión de que no te lo crees.
—Doy la impresión de estar tensa, Peter, porque lo estoy. ¿Cómo voy a poder relajarme? ¿Cómo podría tranquilizarse nadie estando en esta situación? No puedo dejar de intentar recordar. Le he preguntado al policía si alguien había informado de la desaparición de una persona que coincidiera con mi descripción, pero me ha dicho que no, al menos en su jurisdicción. Pero yo no puedo haber aparecido de repente, Peter. Alguien tiene que estarse preguntando dónde estoy.
—Puede que sea demasiado pronto para que la familia y los amigos empiecen a preguntarse por ti. ¿Has pensado en esa posibilidad?
Lali guardó silencio un instante.
—Es la primera cosa razonable que me dicen en todo el día. Tienes razón. Puede que hablase con los amigos y la familia antes del accidente. Puede que les dijera que iba a tardar unos días en ponerme en contacto con ellos —la esperanza volvió a brillar en sus ojos—. Debería haberlo pensado.
Peter le dio unas palmadas en el brazo y se levantó.
—Por lo menos, ya estás levantada. Es un gran paso, Lali.
Pero su rostro volvió a ensombrecerse.
—Mañana por la mañana me sacarán de la UCI. Físicamente estoy bien. No hay infecciones ni complicaciones. Los médicos han decidido que podré marcharme a casa dentro de unos días —la voz se le quebró—. ¿Y dónde está mi casa? ¿Adónde iré? Ni siquiera tengo ropa.
—No te van a echar a la calle, Lali.
—Lo sé. Me han hablado de… beneficencia —con un gemido de agonía, se tapó la cara con las manos—. ¡No voy a poder soportarlo! Puede que haya perdido la cabeza, pero en el fondo de mi corazón sé que nunca he vivido de beneficencia.
—No has perdido la cabeza —replicó Peter—. Llevo bastante tiempo contigo como para saber que eres una mujer inteligente. Lali, no es algo vergonzoso aceptar caridad en una situación como la tuya.
Intentaba parecer firme, pero comprendía perfectamente cómo debía sentirse. Una imagen se apareció ante sus ojos: Lali viviendo en un pequeño apartamento, intentando desesperadamente recordar, viviendo entre la esperanza y la desesperación, visitando al psiquiatra un par de veces por semana.
No podía permitir que le ocurriera algo así. De nuevo se arrodilló junto a ella y tomó la mano entre las suyas.
—Escúchame, Lali: cuando te den el alta, te llevaré conmigo a mi rancho. Es un lugar tranquilo y hermoso. Allí te pondrás bien.
Lali parpadeaba para dejar de llorar.
—Pero… yo sería… una tremenda carga.
—De eso, nada. Tengo una casa grande, con tres dormitorios vacíos. Hay un ama de llaves y una cocinera, Rosie, y no tendrás que hacer absolutamente nada, excepto descansar y relajarte.
—Es… maravilloso —musitó, sonriendo débilmente—. ¿Por qué eres tan amable conmigo?
—Porque no te mereces lo que te ha ocurrido. Ni mi hijo. Ni siquiera es capaz de hablar del accidente. Tu presencia en el rancho será una buena terapia para él y para ti. Dime que vendrás.
—Claro que iré… oh, Peter.
Y le sorprendió rodeándole el cuello con los brazos y rompiendo a sollozar sobre su camisa.
Él la confortó acariciándole la espalda, pero no pudo pasar por alto la sensación de sus senos contra su pecho y su aroma cálido y femenino. Incluso con las quemaduras, los puntos y la palidez, era una mujer hermosa, y lo sintió en la parte más privada de sí mismo, una parte que había estado dormida desde la muerte de su esposa.
Ser consciente de que podía sentir algo así por una mujer le desconcertó, sobre todo por tratarse de una extraña.
—Bueno, Lali… —le dijo tras aclararse la garganta—. No hay por qué llorar.
Lali se separó de él y sacó un pañuelo de la bata del hospital para secarse los ojos.
—¿Cómo voy a poder pagarte todo esto?
—Poniéndote bien —su voz parecía extrañamente gutural, y volvió a carraspear—. Con que te pongas bien, bastará.
Y ella asintió una sola vez.

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  1. massssssssssssssssssssssssssss

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  2. No me avisaste guacha!!!!!
    Naaa mentira! Sabes que esta novela me encanta, ya tengo ganas de que se vaya a vivir al rancho a ver que pasa!
    Sube mas prontito!!!!
    Beso enorme hermanita!!

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  3. Vino bien el refresque de memoria,ahora a tirar para adelante!Vamos por lo q sigue!
    ##Tenemos vs noves interesantes para leer avisame si queres te las pasemos!Ahora hay una nueva trilogia del estilo 50Sombras(aunq sólo llevan escrito 2 libros)q estamo0s por comensar a leer y dos series de historias de LisaKleypas q tambien son muy buenas!#la lectura sana!

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  4. Me alegro k te encuentres mejor,aunque duros momentos te tocron vivir con tu juventud intenta superarlos y en parte olvidar los malos recuerfos y guarda como oro en paño los buenos x ti x tu madre y x todos los k os aman se feliz

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  5. Escribi uno larguisimo pero la tecmologia me puede perp yo soy insistente.Cuento lo k me paso en caparatodos cap37.Pedro esta hermoso mañana cumple 4 meses se bautizo un dia precioso el 6 d enero dia d Reyes.Como dice Rita mueroxkasiamgeles no quiero perderos.Mi numero es 606560769 con whassap.GRACIAS a Lina x avisarme.VERO te deseo lo mejor en la vida y sigue siempre hacia delante.Un beso a todas.Ahhhhh hice trampa jajaja ya sabeis k x mi problema gracias a Dios un poco superado hacia resumenes d las novrlas xk leo muchas y sino setia un lio asi k ya habia leidi los dos primeros y comenzando a leer el primer cap ya se x donde va.En cuanto lea el 3 hago el comentario.lo dicho un beso y te leo todo lo k se te antoje subirxk haves muy buenas elecciones.Siento las faltas pero el movil es digital y me canse d corregir.

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