miércoles, 29 de agosto de 2012

Capitulo Ocho!





Y llegó EL capitulo chicas!! Creo no, estoy segura que les gustará. Espero que su día haya sido bueno! Gracias como siempre por sus comentarios, son geniales!! Nos leemos mañana!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                             CAPITULO OCHO




El resto de la cena terminó sin mucha conversación. Pero a Lali no le importó. No necesitaba que él hablara. ¡Era tan hermoso estar ahí sentados, rodeados por la oscuridad, a la luz de las velas!
En varias ocasiones, Peter tomó su mano por encima de la mesa, y ella se dio cuenta de que quería más. Quería acurrucarse en sus brazos, sentir su cuerpo y que la pasión se incendiara entre ellos. Sería puro fuego, se dijo, con certeza.
—¿Quieres postre? —preguntó Peter, interrumpiendo los carnales pensamientos de ella—. Marina hizo melocotón en almíbar.
—Estoy llena, no podría comer más. Pero come tú, por favor —respondió ella, sonriendo.
—Tampoco yo puedo más —dijo él, tocándose el estómago—. Podemos dejarlo para después —sugirió y, tendiéndole la mano, preguntó—: ¿Quieres dar un paseo e ir a ver los caballos?
—Es buena idea —repuso ella, tomando su mano—. Pero está oscuro.
—El establo tiene luz, Lali. Solo tenemos que encenderla.
—Ah. Creo que está claro que soy una pueblerina. Nosotros nunca pudimos permitirnos poner luz en el establo —explicó ella, sonrojada.
—Deja de disculparte. No tenemos la culpa de las circunstancias en que crecimos.
Lali vio cómo Peter se inclinaba para soplar las velas. Luego, apagó las antorchas.
—La calzada está irregular —dijo él, y la tomó por la cintura—. No quiero que te tropieces.
—¿Y los platos de la cena? —preguntó Lali, mirando hacia la mesa—. ¿No deberíamos llevarlos dentro de la casa?
—No te preocupes por eso. Los coyotes se darán un banquete con las sobras.
El T Bar K estaba en medio de un territorio salvaje, sin vecinos ni restos de civilización en kilómetros a la redonda. No había duda de que los coyotes se acercarían a probar los restos de la deliciosa carne, pensó Lali.
—Pero pueden romper los platos —observó ella.
—Si lo hacen, compraré más —contestó Peter, riendo.
Para él, comprar más platos sin más era algo normal, y Lali se dio cuenta una vez más de lo alejados que estaban sus dos mundos.
El trecho hasta el establo fue breve, pero Lali saboreó cada segundo de caminar a su lado, notando la calidez de su mano en la cintura. Aquella sensación de estar conectada a él era algo que iba a terminar y pronto, se dijo. Pero, mientras durara, era demasiado difícil resistirse a ella. Sobre todo para una mujer que no había recibido demasiadas atenciones ni afecto en su vida.
Cuando llegaron a los establos, Peter encendió el interruptor y unos tubos fluorescentes iluminaron la entrada. Los caballos relincharon con suavidad y se movieron dentro de sus recintos. Algunas cabezas asomaron por encima de las puertas, mirando a Lali y a Peter con curiosidad.
—Son animales muy hermosos —comentó Lali, mientras se paraba a ver el primer animal, un macho rojo con una mancha blanca en la cabeza que olisqueó su mano—. Me gustaría tener alguna chuchería para darle.
—Créeme, los caballos no tienen hambre —dijo él, acariciando la mandíbula del animal—. Linc los alimenta mejor de lo que Marina nos da de comer a nosotros. Pero les gusta recibir atención.
Igual que una mujer necesita afecto del hombre que ama, pensó Lali, notando cómo los dedos de él se estrechaban alrededor de su cintura. Se sorprendió a sí misma con sus pensamientos. ¡El hombre que amaba! ¡Ella no podía amar a Peter! No podía amarlo solo porque le había gustado en el instituto. Solo porque la había tratado con el mayor respeto que ningún hombre la había tratado jamás. Solo porque el corazón le daba un vuelco cada vez que lo veía. Amar a un hombre que nunca sería suyo era comprar todas las papeletas para que se le rompiera el corazón.
Tragando saliva, Lali trató de concentrarse en su alrededor.
—¿Linc cuida a los caballos? —preguntó, cambiando de tema—. No sabía que tu primo aún vivía en el T Bar K.
Se detuvieron junto a una yegua negra que tenía una mancha en forma de estrella blanca en la frente. El animal acarició a Peter en el hombro con el hocico.
—No soy Linc, Mayblossom. No tengo terrones de azúcar para ti —dijo Peter al caballo. Luego, miró a Lali—. Linc se encarga de supervisar la crianza de todos los caballos. No sé qué haríamos sin él.
—Siempre pensé que Linc se parecía a ti más que Agustin y Gas. Me sorprende que se quedara en el rancho. Esperaba que se fuera de aquí y se convirtiera en abogado o algo así. ¿Llegó a casarse?
—No. Supongo que en eso se parece a mí.
—Humm. Me preguntó por qué. Linc siempre fue un apuesto muchacho. Seguro que no le costaría encontrar una mujer.
Peter puso las manos encima de la espalda de ella y la recorrió hasta sus hombros. Su contacto era excitante y reconfortante al mismo tiempo, se dijo Lali, y sintió deseos de apoyar la cabeza en su ancho pecho.
—No creo que Linc haya querido casarse. No sé por qué. Sus padres estuvieron casados muy poco tiempo y, cuando se divorciaron, Linc lo pasó muy mal. Supongo que su actitud hacia el matrimonio tiene que ver con eso. Creo que no quiere pasar por todo ese dolor de nuevo. Además, Linc sigue sufriendo. Su madre no quiere saber nada de él.
—¿Bromeas? —preguntó Lali, y se quedó con la boca abierta, sorprendida.
—No. No es cosa de risa.
—No puedo imaginar por qué una madre abandonaría a su hijo. Aunque supongo que sucede —murmuró ella.
—No. Una mujer como tú no puede imaginarlo. Porque tienes un gran corazón. Nunca lastimarías a nadie.
—¿Cómo estás tan seguro, Peter? —preguntó ella, mirándolo—. Hace años que no nos vemos, y nunca fuimos más que conocidos.
—No es difícil ver cómo es una persona por dentro. Y puedo ver cómo eres con Eric. Una madre devota.
«Y hubiera sido una esposa devota hacia ti, si las cosas hubieran sido diferentes», se dijo ella. Si hubiera tenido la oportunidad.
Aquel pensamiento repentino la sobresaltó y la entristeció.
—Quizá a veces me excedo en mi devoción. Pero mi hijo es todo lo que tengo y todo lo que tendré.
—¿Querías tener más hijos? —preguntó Peter, invitándola con un gesto a seguir viendo el resto de los caballos.
—Sí. Pero tras el nacimiento de Eric, Carlos me prohibió quedarme embarazada de nuevo. No puedes ni imaginar el enfriamiento que supuso eso para nuestra… vida sexual.
—Lali, eso es… difícil de creer —comentó Seth, conmocionado—. ¿Hablasteis de tener hijos antes de casaros?
—Claro que sí. Y le pareció bien. De hecho, Carlos dijo que quería tener una familia numerosa. Él no había tenido hermanos, y aseguró que no quería que su hijo estuviera tan solo. Eso me dijo —afirmó ella, con una sonrisa sarcástica, y suspiró—, Peter, me pone enferma pensar lo ingenua que era en aquellos años. Debí haberme dado cuenta de que Carlos era un mentiroso y de que solo le importaba él mismo. Si te digo la verdad, no entiendo por qué se casó conmigo. A no ser porque yo era… un reto para él —añadió, y apartó la mirada, sonrojándose—. Porque no quería acostarme con él y estaba obsesionado con tenerme.
—Y solo pudo tenerte casándote contigo —concluyó Peter con tono censurador, mientras acariciaba el brazo desnudo de ella.
—Parece tan estúpido —dijo ella, mirándose los pies—. Si no hubiera tenido la convicción de llegar virgen al matrimonio, me habría ahorrado mucho sufrimiento con Carlos. Me habría casado con un buen hombre y tendría una casa llena de niños.
Peter la tomó por los hombros y la giró para estar frente a frente.
—Lali, ¿por qué te martirizas por tener una alta moral? Es ridículo.
—No lo sé. Me lamento de muchas cosas… Me lamento de… —comenzó a decir, y se interrumpió. No fue capaz de explicarle lo mucho que se arrepentía de no haber salido con él veinte años atrás.
—Lali —susurró él—. No tienes que decir más. Sé lo que ibas a decir. Porque yo siento lo mismo.
Ella se quedó con la boca abierta y lo miró, sorprendida. No era posible que hubiera leído su mente…
—Peter, yo creo que…
De pronto, él tomó su cara entre las manos e inclinó la cabeza.
—Estás pensando demasiado, Lali. Igual que pensaste demasiado veinte años atrás.
Entonces, la besó y sus palabras resonaron en los oídos de ella. ¿Pensando? ¿Cómo podría pensar, cuando el sabor de sus besos solo le permitía desear hacer el amor con él?, se preguntó Lali.
Sin poder evitarlo, rodeó el cuello de él con sus brazos y le ofreció su boca, invitándolo a besarla con más profundidad. Con un rugido, Peter la agarró de las nalgas y la apretó contra él.
El calor se incendió entre ellos, quemando el último resquicio de resistencia en la mente de Lali. Cuando al fin sus bocas se separaron, ella supo que no podía seguir negando lo que sentía por él. Sus sentimientos eran demasiado poderosos, demasiado profundos como para acallarlos.
—Lali —murmuró él, con la voz ronca de pasión—. ¿Sabes lo mucho que te deseo?
Oh, sí. Ella lo sabía. Lo sentía en la forma en que la besaba y la tocaba. Y por el duro bulto que se apretaba contra el cuerpo de ella. El calor se le subió a las mejillas.
—Espero que tanto como yo te deseo a ti —confesó Lali.
Peter recorrió su espalda con las manos, apretándola contra él. Lali se dijo que no tenía intención de negarle nada. Ni de negárselo a sí misma. Llevaba años rechazando cualquier forma de amor de un hombre y, justo cuando Peter había llegado a su vida, su cuerpo y su corazón se rebelaban contra la abstinencia.
Él inclinó la cabeza de nuevo y besó su cuello, buscando el camino hacia la oreja.
—Creo que necesitamos salir de aquí e ir a la casa —murmuró, entre besos.
—Sí —susurró Lali con resolución, tocando la mejilla de él.
Caminaron juntos hasta la salida del establo, y Peter apagó la luz. Mientras se dirigían a la casa, a través del patio, Lali se dio cuenta de que era noche cerrada. Se agarró al brazo de él y se dejó guiar sobre el suelo irregular.
El silencio los acompañó, y Lali dejó que su mente divagara, pensando cómo serían las cosas si fueran marido y mujer, caminando juntos hacia su propia casa y su propia cama. Una sensación de felicidad la invadió.
De pronto, sus pensamientos se interrumpieron cuando Peter se detuvo de golpe y miró por encima de su hombro. Confundida, ella lo miró, tratando de ver su rostro en la oscuridad. Tenía el ceño fruncido y parecía estar alerta, intentando escuchar algo.
—¿Qué pasa? —preguntó Lali, notando la tensión en el brazo de él.
—Nada. Solo… Me pareció oír algo.
—Igual es el ganado. O los hombres…
—Los hombres están cenando en los barracones. Por eso había tanto silencio en los establos. Los peones han terminado su trabajo por hoy —dijo él con voz baja. Luego, hizo otra pausa para escuchar y sacudió la cabeza negativamente—. No era nada.
Peter era un oficial de policía muy cualificado. Sus ojos y oídos estaban preparados para captar cualquier cosa inusual. No diría que había oído algo a no ser que estuviera seguro de que así había sido. Incómoda al pensar que alguien podía haber estado observándolos, Lali apretó el brazo de él y miró atrás en dirección a los establos.
—Pero sí oíste algo, Peter… ¿Qué?
—Lali, Noah Rider fue asesinado en este rancho. No sé dónde está el asesino y, hasta que se sepa, tengo que estar en guardia. Todos debemos estar en guardia.
Temblando de miedo, ella lo miró.
—Entiendo. Yo… —comenzó a decir ella, pero se interrumpió al oír el aullido de un coyote. El sonido le puso la piel de gallina e hizo que se apretara aún más contra su acompañante.
Al ver su expresión, Peter la tomó de la mano y apresuró el paso para llegar a la casa.
—No tengas miedo, cariño. Es solo un coyote.
—Pero sonó como si quisiera decirnos algo. A ti y a mí. Siento como si… algo malo fuera a pasar. Lo sé —aseguró ella, conmocionada por su propia premonición.
Peter la hizo entrar en la casa y la llevó hasta el cuarto de estar, donde había una lámpara encendida. Cerró la puerta con llave detrás de él.
—Pareces Marina con sus supersticiones y premoniciones —bromeó él, y la envolvió entre sus brazos—. Te prometo que no pasará nada malo esta noche.
Hacía menos de una hora, Lali le había prometido a él y a sí misma dejar de preocuparse. Quería cumplir la promesa.
—Confío en ti —dijo ella, apoyando la cara sobre el pecho de él.
—Es mejor que confíes en mí, tesoro. Porque no te haría daño por nada del mundo.
Lali alzó la cabeza para mirarlo. La gentileza que vio en su rostro hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas.
—Hazme el amor, Peter —dijo ella, tras tragar saliva.
Aquellas palabras le hicieron rugir de deseo, y la tomó en sus brazos. Mientras la llevaba, ella rodeó su cuello con los brazos y hundió en él su rostro. Con cada paso, su corazón latía con más y más fuerza.
¿Qué estaba haciendo? ¿Había perdido la razón?
Durante un segundo, aquellas preguntas resonaron en la mente de Lali y le hicieron entrar en pánico. Pero, cuando sintió los fuertes brazos de Peter sosteniéndola, supo que tenía que hacer el amor con él. Estaba en el destino de ambos.
Dentro de su dormitorio, la depositó con cuidado sobre la cama. La luz de una farola del patio entraba por las cortinas y dibujaba suaves sombras sobre ellos.
De inmediato, Lali comenzó a desabrocharse la falda, pero él se acercó y le quitó las manos.
—Déjame a mí. Se supone que esta noche debo servirte, recuerda.
Lali sonrió y, al ver el sensual brillo de sus ojos, se estremeció.
—Eso era en la cena —observó ella.
—Sí —murmuró él—. Y esto es el postre.
Lali abrió la boca para reírse, y él besó sus labios, terminó de desabrochar su falda y se la quitó, descubriendo sus largas y sedosas piernas. Cuando le llegó el turno a su blusa, ella se incorporó y levantó los brazos para dejar que se la sacara por la cabeza.
Lali se quedó solo en ropa interior y se recostó en las almohadas mientras veía cómo él se desvestía, dejando al descubierto sus musculosos pecho y abdomen, sus anchos hombros, su fuerte cintura. Bajo unos calzones blancos, vio sus muslos fuertes y magros y, de pronto, recordó que Peter había sido una estrella del fútbol en el instituto.
Las chicas se habían vuelto locas por él en aquel entonces, pero él no había parecido mostrarse interesado. No como los otros chicos y como su hermano Agustin. Aquello había intrigado a Lali, pero nunca se había atrevido a preguntarle el porqué de su desinterés.
Peter deslizó sus dedos en la cintura de sus calzoncillos y se los quitó. Al acercarse a la cama, Lali vio su evidente erección y aquello la llenó de emoción. El hecho de que la deseara fue un regalo para su ego.
—Me deseas de veras —observó ella, con sorpresa.
—No puedo ocultarlo —bromeó él, subiéndose a la cama, a su lado.
Lali lo abrazó por la cintura y lo miró a los ojos, mientras el corazón le latía como si hubiera estado corriendo kilómetros. Corriendo para huir de algo o para acercarse a algo. En cualquier caso, se sentía un poco asustada, un poco aturdida.
—No puedo creer que estemos aquí los dos —confesó ella.
Metiendo los dedos entre su gruesa melena rizada, Peter la acercó y la besó, saboreando sus curvas con las manos.
—He soñado con hacer el amor contigo muchas veces —admitió él—. Pero creí que nunca se haría realidad.
—¿Soñaste con… hacer el amor conmigo? —preguntó ella, atónita, tras separar su cabeza de la de él.
—¿Por qué no? Eres la mujer más hermosa que he conocido.
Pero era una Esposito, pensó Lali, aunque silenció las palabras para que no crearan un muro entre ellos. Peter le hubiera contestado que no le importaba quién era su familia o que fueran pobres. Lo cierto era que, al menos en aquel momento, no parecía importarle. Y debía creer que lo que le hacía estar con ella era algo más que el puro deseo sexual. Si no, se hubiera ido de allí de inmediato.
—Estoy segura de que has tenido un montón de chicas guapas deseando salir contigo.
—No solo piensas demasiado, sino que también hablas demasiado —dijo él, y la besó—. No he tenido muchas mujeres en el pasado. Nadie que me haya hecho sentir como tú —susurró con voz ronca, y posó en la espalda de ella sus manos para pegarla contra su cuerpo—. Ven aquí y te lo mostraré.
Lali se rindió encantada a sus besos y, en cuestión de segundos, se sintió incendiada por el deseo. La piel de él ardía bajo su contacto, y ella la tocaba en todas partes donde alcanzaba. Los brazos, los hombros, el pecho, sus planos pezones rodeados de vello… hasta su cadera y sus musculosos y velludos muslos.
Al mismo tiempo, Peter estaba ocupado desabrochándole el sujetador y quitándole el resto de la ropa interior. Después, se concentró en sus pechos.
Eran redondos y firmes, con pequeños pezones rosados. Al verlos, se quedó sin aliento, sin poder esperar para tocarlos. Se tomó su tiempo en explorarlos con las manos, antes de sumergir su cabeza para besarlos, mordisquear y chupar los pezones hasta que ella comenzó a retorcerse y a rogarle que no se detuviera.
Pero Peter se detuvo, y un nuevo mar de sensaciones la invadió cuando él empezó a bajar con sus besos, desde el centro de sus pechos hasta el vientre. Jugó con su lengua en el ombligo, antes de seguir bajando y tocar con su boca el montículo poblado de vello castaño y rizado.
Sorprendida por su audacia, Lali dio un grito sofocado y hundió los dedos en el cabello de él, apretándolo contra su cuerpo.
—Oh, Peter, ¡no puedes…!
—¿Por qué no puedo? —repuso él, riendo.
—Porque tú… yo… oh… oh —trató de decir ella, y se interrumpió al sentir la lengua de él en su parte más secreta, penetrando entre los pliegues de su húmedo interior.
El movimiento hizo que Lali perdiera el control y gritara, loca de placer, envolviendo las piernas alrededor de la espalda de él y levantando las caderas ante la magia de su boca.
Sintiendo que ella estaba cerca del orgasmo, Peter la agarró de las nalgas, animándole a que se rindiera y experimentara todo el placer que él deseaba regalarle. En cuestión de segundos, una gran felicidad lo invadió cuando escuchó los gritos de ella y sintió las contracciones de su orgasmo.
Cuando la dejó descansar sobre el colchón, Lali pudo pensar de nuevo, y sintió una mezcla de vergüenza y arrepentimiento por lo que acababa de suceder.
—Oh, Peter, lo siento. Quería esperar pero yo… pero tú… nunca…
—¿Por qué lo sientes? —preguntó él, besándola en la boca—. Puedes hacerlo otra vez.
—¡Otra vez! Peter, yo…
Lali se interrumpió al ver las manos de él en sus pechos.
—Acabamos de comenzar, mi amor —dijo él, besándola en el cuello.
«Mi amor. Mi amor».
Sus dulces palabras reverberaron en la cabeza de ella, al mismo tiempo que Peter separó sus muslos con la rodilla y la penetró. Sus cuerpos parecían uno, pegados por el sudor y por la pasión, y ella se agarró a aquellas palabras como si fueran un bote salvavidas en medio del mar encrespado.


Pasaron horas hasta que Lali pudo convencerle de que debía irse a casa antes de que Eric y su padre se dieran cuenta de que no había llegado.
Con reticencia, Peter aceptó, pero volvió a abrazarla, por detrás, cuando ella trataba de salir de la cama.
—No quiero que termine la noche.
—Ni yo. Pero tengo un hijo y un trabajo y un padre de los que ocuparme —contestó ella, sintiendo que la realidad se le venía encima como una avalancha de rocas.
—Me vestiré para llevarte a casa —dijo él al fin, tras un largo silencio, y la besó en la nuca.
Mientras Peter se vestía, Lali tragó saliva y parpadeó, tratando de contener las lágrimas. Cielos, no podía ponerse a llorar. Él podría pensar que había significado algo para ella. Podría creer que esperaba más de él. Sus lágrimas lo pondrían en una sensación embarazosa, y ella se sentiría mortificada. Pero nunca se había acostado con un hombre solo por el sexo. Y aquella vez no había sido diferente. No sabía cómo actuar de forma despreocupada, como si no hubiera tenido importancia. No sabía cómo ocultar las emociones agridulces que se agolpaban en su garganta.
Pocos minutos después, Lali salió del baño vestida y lista para irse. Peter se percató de que tenía la cara pálida y tensa, pero no dijo nada.
De alguna manera, entendió que ella debía de estar tan conmocionada como él por lo que había sucedido. Pero creyó que era demasiado pronto para preguntarle a Lali por sus sentimientos.
En cuanto a él, su cabeza aún le daba vueltas por la forma generosa en que ella lo había amado. Porque había sido amor, se dijo. La forma en que ella lo había tocado, besado y abrazado, como si no quisiera dejarlo ir nunca, era algo que él no había experimentado jamás antes. Lali no solo se había dejado llevar por el hecho de tener sexo con un hombre. Había adivinado un ansia tremenda en ella, igual que la suya.
«Acéptalo, Peter, te has enamorado de esta mujer. Y te gustaría que ella te amara. Te gustaría que tu relación con ella no terminara nunca», se dijo.
Aquel pensamiento lo mantuvo silencioso en el camino al rancho de los Esposito. Se preguntó cómo respondería ella. No podía considerar la posibilidad de irse de allí y dejarla sin más cuando tuviera que regresar a Texas. Pero no sabía cómo reaccionaría Lali cuando le pidiera que abandonara Nuevo México para irse con él.
Absorto en sus pensamientos, Peter echó el freno de golpe al toparse con el rancho de los Esposito.
—Lo siento. No me había dado cuenta de que ya habíamos llegado.
Lali agarró su bolso del suelo del coche y se dispuso a abrir la puerta.
—No tan rápido —dijo él, poniendo la mano en su hombro—. ¿Trabajas mañana?
—Por la tarde. No estaré libre hasta las ocho de la noche —asintió ella.
—Allí estaré.
Ella abrió la boca como para negarse, pero pareció cambiar de idea y solo sonrió.
—Bien, Peter. Buenas noches.
Lali se inclinó hacia el asiento de él y le ofreció su boca. Peter posó la mano en la espalda de ella, la besó con suavidad y trató de no pensar en las largas horas que lo separarían de volver a verla.

5 comentarios:

  1. Wowww gran capitulo me encanto mas mas mas simplemente fue genial

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  2. Vengo super atrasada pero igual lei este cap y ME ENCANTO :)
    Y para mi si habia alguien ahí ¬¬

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  3. Bendito coyote,jajaja.20 años d sequía ,superados ,ahora a esperar a ver como sigue,pero creo k alguien los estaba observando en esa cita.

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  4. Q bueno q finalmente dieron rienda suelta a su sentimiento!Ojalá se animen a hablar de lo q sienten!Yo tambien creo q alguien los observaba!

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  5. Wow!!! Quien andaba rondando por el rancho???
    más noveeeeee!!!!

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