jueves, 23 de agosto de 2012

Capitulo Cuatro!





Hola chicas!! Como les fue el día?? Tengo que decirles que algunos días los caps llegaran mas tarde porque con los horarios del trabajo se me complica pero igual no dejaré de subir. Me alegra que les vaya gustando la nove. Gracias por todos sus comentarios, como siempre, son las mejores!! Hasta mañana!!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                             CAPITULO CUATRO




Peter y Eric ensillaron sus caballos nada más llegar al T Bar K, bajo la atenta mirada de uno de los más antiguos vaqueros del rancho.
—Es mejor que salgamos, Eric —señaló Peter y, mirando al vaquero, añadió—: Skinny, ¿crees que podrías encontrarle unas espuelas al muchacho?
—Tienes razón, Peter. Un verdadero vaquero no puede montar sin sus espuelas —contestó Skinny, y desapareció dentro del establo.
—¿Va a buscar unas espuelas para mí? —preguntó Eric con los ojos muy abiertos.
El niño no podía creerlo, y aquello le hizo sentir a Peter un poco de lástima.
Era obvio que Eric no estaba acostumbrado a recibir regalos.
—Claro que sí.
—¿Quieres decir que me las va a prestar?
—Mi hermano siempre se está quejando de que el almacén del establo está lleno de chatarra —repuso Peter con una sonrisa amistosa—. Seguro que le encantará deshacerse de un par de espuelas.
Peter no se preguntó si hacía aquello porque Eric era el hijo de Lali. La razón no importaba. Merecía la pena, solo por ver la cara de felicidad del niño.
Cinco minutos después, llegaron hasta donde vivían Carla Lanzani y su hijo, Aaron, de nueve años. El sobrino de Peter ya tenía su caballo preparado y los estaba esperando junto a la puerta. Carla esperaba con él. La viuda de Gas era una bella pelirroja que intentaba con todas sus fuerzas superar el dolor. Sin embargo, la tristeza en sus ojos delataba que aún no lo había conseguido.
—Por favor, cuida de él, Peter. Y no le dejes galopar. Hay demasiados agujeros por ahí, y puede caerse.
—No te preocupes, Carla. Iremos a la montaña. Tendrán que montar con cuidado y en fila india —señaló, y miró su reloj—. Así que no nos esperes de vuelta hasta dentro de tres o cuatro horas.
Carla los despidió con la mano mientras los tres jinetes comenzaban su camino hacia las montañas del este.


Horas después, Aaron y Eric se encontraban muy cansados, pero aún no tenían ganas de separarse. Cuando se aproximaban a la casa, Aaron le rogó a su tío que dejara que Eric se quedara a cenar.
—Marina está preparando una barbacoa. Ya se lo había pedido —les informó Peter—. Y a tu madre no le importará que cene con vosotros.
Carla estaba encantada de dejar que Aaron pasara tiempo con sus tíos, pero Peter no tenía ni idea de lo que Lali pensaría sobre el tema.
—¿A ti te gustaría quedarte a cenar? —preguntó a Eric.
—Sí. Pero mamá me estará esperando. Se va a preocupar si no vuelvo pronto.
—La llamaremos —sugirió Peter.
—¡Sí! ¡Sí! —exclamaron los dos niños al unísono.
—Bien. Vosotros dos quitadles las monturas a vuestros caballos mientras yo voy a telefonear. Y aseguraos de cepillarlos y de darles agua.
Peter se dirigió a la pequeña oficina que había en el establo. En cuestión de minutos, encontró el número de los Esposito en la guía y escuchó la suave voz de Lali al otro lado del auricular.
—Lali, soy yo, Peter.
—Oh, ¿pasa algo malo, Peter? —preguntó ella, tras una pausa.
—No. Todo bien. Hemos vuelto del paseo y los niños están atendiendo a sus caballos. Te llamo para ver si quieres venir a cenar con nosotros. Los niños quieren cenar juntos, y están tan emocionados, que no he podido decirles que no.
Lali tomó aliento. Nunca en toda su vida había imaginado ser invitada al T Bar K. Solo pensar en ello le hacía temblar de emoción. ¿O era Peter quien producía en ella aquella reacción?
—Me parece bien que Eric se quede a cenar. Es muy amable de tu parte. Pero yo tengo que rechazar la invitación. Tengo muchas cosas que hacer.
«Como llevarle a tu perezoso padre todo lo que pide», pensó Peter. No era justo para Lali.
—Me alegro de que le des permiso a Eric. ¿Pero no crees que sería aún mejor para él si su madre nos acompañara?
Era cierto que Eric y ella no iban a muchos lugares juntos. Y la oportunidad de cenar en el T Bar K no se repetiría. ¿Pero sería inteligente aceptar la invitación?, se preguntó Lali. Después de haber estado enamorada de Peter hacía veinte años… No quería hacer nada que encendiera aquel sentimiento de nuevo. Sobre todo cuando sabía que cualquier relación con él sería solo temporal.
—Es muy amable de tu parte, pero yo…
—Nada de peros —le interrumpió él—. ¿No querrás decepcionar a tu hijo? —preguntó, queriendo añadir: «o a mí».
Lo último que Lali quería hacer era decepcionar a Eric. Ya lo había hecho muchas veces cuando él era más niño.
—Bien —concedió ella—. Me cambiaré de ropa e iré hasta allí. Me llevará unos veinte minutos.
—No. No hace falta que conduzcas. Tengo que llevar el caballo de Eric de todas formas. Te recogeré yo en veinte minutos.
Sabiendo que no valdría de nada discutir, Lali asintió y colgó el teléfono. Al otro lado de la habitación, su padre la observaba con expresión preocupada.
—¿Quién era?
—Peter. Nos ha invitado a Eric y a mí a cenar en el T Bar K.
—Ya lo ves, tesoro —dijo el viejo, sonriendo—. Te dije hace años que deberías haber ido detrás de ese chico. Es el mejor de los Lanzani. Será un buen partido para mi pequeña flor.
—Papá, Peter no está interesado en mí. ¡Y yo no estoy buscando un buen partido! —exclamó ella, sonrojándose.
—Bueno, tesoro, no te sulfures solo porque tu viejo padre ha escogido las palabras equivocadas. Solo quería decir que Peter puede ser un buen esposo. Dios sabe que tu anterior marido era un perdedor. Te apresuraste cuando te casaste con él. Espero que no vuelvas a cometer el mismo error la próxima vez.
—Créeme, papá. No habrá próxima vez —murmuró ella, y se apresuró a salir de la habitación.
Quince minutos después, estaba lista, vestida con una blusa blanca y amarilla de escote de barco y una falda recta de color blanco. Era un atuendo veraniego, cómodo y femenino.
Peter llegó enseguida, y Lali se despidió de su padre. Salió a la puerta para encontrarse con él saliendo del establo.
—¿Ya has dejado a Blackjack? —preguntó ella.
Peter sonrió al verla tan hermosa bajo la luz del atardecer. Con sus rizos iluminados por los últimos rayos de sol.
—Soy rápido —dijo él—. Estás muy guapa. ¿Nos vamos ya?
Guapa. Peter Lanzani pensaba que estaba guapa. La idea hizo vibrar algo dentro de Lali. Pero su lado práctico le dijo que había sido solo un cumplido.
—Sí —asintió ella—. Pero creo que llevaré mi coche de todos modos. Después de cenar, Eric y yo necesitaremos un modo de volver a casa.
Con una sonrisa, Peter colocó la palma de la mano en la espalda de ella y le urgió a caminar hacia su ranchera. Aquel contacto produjo una chispa de electricidad que recorrió el cuerpo de Lali.
—Yo os traeré de vuelta —señaló él—. Deja de preocuparte.
Mordiéndose el labio, Lali se recordó a sí misma que debía mantener el control. Peter no era más que un viejo conocido. Ésa era la forma en que él la veía, y así debía verlo ella.
—Pero no está tan cerca. Además, ya has ido y venido aquí dos veces hoy.
—Eso no es nada. Hago cuarenta kilómetros hasta mi trabajo todos los días. Además, el camino entre el T Bar K y aquí es muy bonito. Y me da tiempo para pensar —contestó Peter, y la ayudó a subir al siento del copiloto, tras abrirle la puerta.
Lali se alisó la falda y lo vio dar la vuelta a la ranchera y subir al asiento. Aunque la cabina del conductor era espaciosa, en aquel momento a ella le pareció demasiado pequeña, teniendo en cuenta que Peter estaba solo a unos centímetros. Se preguntó si él podía oír los acelerados latidos de su corazón.
Mientras se ponía el cinturón de seguridad, ella lanzó un par de miradas furtivas a su acompañante. Era obvio que aún llevaba las mismas ropas que había llevado en la excursión a caballo. Una camisa vaquera cubría sus anchas espaldas. Y unos pantalones vaqueros desteñidos resaltaban sus piernas largas y sus muslos musculosos. El atuendo le sentaba muy bien, se notaba que había sido criado como hijo de un vaquero.
—¿Cómo ha ido la excursión? —preguntó ella, esperando disipar sus nervios con un poco de conversación.
—No podía haber ido mejor —contestó Peter mientras conducía por un camino de tierra hacia la carretera comarcal—. Fuimos a las montañas, a una cascada donde solía ir de niño. Llevé una mochila llena de comida que Marina había preparado, y a Eric y a Aaron les gustó mucho. Los dos disfrutaron con la aventura. Sobre todo cuando vimos un grupo de ciervos.
—Eso no es muy común, ¿verdad? —observó ella.
—Y las vacas estaban pastando en la llanura. Tuvimos suerte de poder verlas.
—Suena encantador —comentó ella, con un tono nostálgico—. No recuerdo cuándo monté a caballo por última vez… Eric intenta convencerme para que monte a Blackjack, pero pasear sola no es divertido.
¿Divertido? Peter se preguntó si aquella mujer se habría divertido alguna vez. Por la mirada de preocupación y cansancio impresa en sus ojos negros, parecía que no mucho. Y él quería cambiarlo. Siempre había deseado que Lali tuviera una vida plena y feliz. No se había merecido los años difíciles que había pasado de niña y de adolescente. Ni se merecía la vida que tenía en ese momento.
Durante sus años de instituto, Peter había deseado hablar más con ella. Darle la atención y el apoyo que necesitaba. Pero, cada vez que lo había intentado, ella había mantenido un muro entre los dos. Entonces, deseó que, al menos, Lali le permitiera ser su amigo.
—Quizá podríamos ir a montar juntos —sugirió Peter—. Antes de que regrese a Texas.
—No sé —murmuró ella, y su corazón se aceleró—. He perdido práctica. Y tengo mucho trabajo.
—Seguro que tienes un día libre. No puedes trabajar todo el tiempo.
Lali se dio cuenta de que estaba retorciéndose las manos, y se obligó a relajarlas, forzándose a mirar hacia delante en lugar de hacia Peter. Era un hombre demasiado atractivo, demasiado masculino, para una mujer normal como ella.
—Tengo un día libre. Pero lo empleo para arreglar la casa. Eso es lo que hacen las mujeres que trabajan.
«Y las mujeres que se sobrecargan con responsabilidades», pensó Peter.
—Bueno, piénsalo de todos modos —insistió él—. Puede que decidas dejar un poco de trabajo sin hacer.
Veinte minutos después, dejaron la carretera comarcal y cruzaron una puerta de madera. Sobre ella, un arco con una señal forjada en hierro negro rezaba T Bar K. Era una entrada sencilla. Nada elaborada ni sofisticada. Lali pensó que los Lanzani no necesitaban una gran entrada con fuentes a los lados y una enorme puerta electrónica. Aquella señal era lo suficientemente impresionante en sí misma.
Durante unos minutos más, siguieron subiendo un camino bordeado por enebros y pinos. En lo alto del camino, en un claro del bosque, Lali vio el rancho del T Bar K.
Había establos, corrales y almacenes. A lo lejos, en la falda de la montaña, estaba la casa.
Cuando Peter abrió la puerta de entrada al rancho, se dio cuenta de que Lali estaba mirándolo todo con los ojos muy abiertos.
—¿Qué estás pensando? —preguntó él.
—Nunca había visto nada así. Esperaba que la casa fuera diferente. Como una mansión. Pero es aún mejor. Parece un hogar de verdad.
Había sido un hogar para él, pensó Peter. Hasta que había descubierto que su padre era un adúltero. Pero habían pasado muchos años, y Francisco y Amelia habían muerto. El rancho era un lugar diferente bajo la dirección de su hermano.
—Es un verdadero hogar —afirmó Peter—. Agustin y Candela lo han convertido en uno.
—Sí. Oí que Agustin se había casado —comentó ella y, tras un segundo, añadió—: ¡Oh, cielos! ¿Vamos a cenar con ellos? Los recién casados no necesitan compañía.
—No te preocupes tanto —contestó él—. Agustin y Candela se han ido al Caribe de luna de miel. No volverán hasta dentro de dos semanas.
—Oh, me alegro. Quiero decir que no me gustaría molestarlos.
—No lo harías —observó Peter tras desabrocharse el cinturón y abrir su puerta del coche—. El rancho es muy grande, y a Agustin le gusta que vengan visitas. De hecho, Candela querrá conocerte.
—¿A mí?
—Espera —dijo él, y se bajó del coche para abrir la puerta de Lali—. ¿Por qué no iba a querer Candela conocerte? Eres su vecina.
Sorprendida por aquel comentario y por lo gentil que le estaba resultando Peter, Lali tardó un poco en conseguir desabrocharse el cinturón.
—Sí… pero… yo… bueno, ella es abogado.
—¿Y qué? A los abogados también les gusta tener amigos, como a todo el mundo.
—Oh, Peter… Eres… Creo que estás ciego.
Tomándola de la mano, la ayudó a bajar de la ranchera. Una vez en el suelo, la miró y sonrió.
—No. Creo que tú eres la que tiene problemas a la hora de ver las cosas —comentó él y, poniendo la mano sobre la espalda de ella, la invitó a dirigirse a la entrada de la casa—. Vamos, ven a conocer a Marina.
Dentro de la casa, Lali se fijó en los techos con vigas de madera y en los suelos de azulejos, cubiertos por bellas alfombras de artesanía navaja. Pero no se percató de nada más. Estaba demasiado concentrada en tratar de controlar la sensación que Peter, con la mano en su espalda, provocaba en ella. Hacía años que un hombre no la tocaba. Que el hombre de sus sueños lo hiciera, la estaba haciendo sentir un remolino en su interior.
—Aquí está la cocina —anunció Peter.
Tenía todo lo que una cocina debía tener, pensó Lali mientras miraba a su alrededor. Había muchos armarios de madera de pino y amplios mostradores, además de algunos electrodomésticos y una larga mesa de pino rodeada de sillas. Junto a la mesa, los últimos rayos de la tarde a través de la ventana iluminaban varias ollas con deliciosa comida.
—Marina, deja la cuchara y ven. Quiero presentarte a alguien —ordenó Peter.
Una mujer grande de rasgos latinos se giró desde donde estaba cocinando para mirarlos.
—Bueno —dijo Marina, con los ojos puestos en Lali—. ¿Quién es?
—Se llama Lali… —comenzó a decir Peter, y se detuvo, pues no sabía si usaba el apellido de su matrimonio o el de soltera.
—Lali Esposito —se presentó ella.
Marina sonrió y le estrechó la mano.
—Yo soy Marina. La cocinera y ama de llaves. También hago las veces de madre.
Peter se rio, y Lali pudo ver que Marina tenía un lugar en su corazón.
—Lali va a cenar con nosotros, Marina. Así que ten cuidado de que no se te queme nada —bromeó él, lanzándole un guiño a Lali.
—Es mejor que vayáis a buscar a los chicos. Ya va a estar listo —anunció Marina.
—Llamaré al establo y le diré a Skinny que los mande para acá.
Minutos después, Aaron y Eric irrumpieron en la cocina. Los dos estaban sin aliento, con las caras sucias de polvo y los ojos brillantes de excitación.
—¡Hola, mamá! —saludo Eric.
—¿Ya es hora de cenar? —preguntó Aaron.
—Lo será en cuanto os lavéis un poco —contestó Peter—. Aaron, enséñale a Eric dónde está el baño, ¿de acuerdo?
Cuando los niños salieron de la cocina, se oyó cómo corrían con sus botas.
—Peter, están corriendo por la casa. Castigaré a Eric por ello —dijo Corrina, avergonzada.
—No seas tonta. Por una vez no pasa nada. Lo están pasando muy bien y aún tienen mucha energía —afirmó Peter.
—Pero pueden romper algo. Y Eric sabe que no le permito correr dentro de las casas —explicó ella, sorprendida ante el modo en que su hijo se comportaba a sus anchas en aquel rancho, que era tan diferente de todo lo que había conocido antes.
—Las reglas están hechas para romperse —repuso Peter.
Peter sonrió con indulgencia, y Lali pensó que estaba siendo demasiado permisivo con ellos. Si algún día tuviera hijos propios, los iba a malcriar mucho, se dijo ella. Aunque tal vez Peter nunca se casaría ni tendría hijos. Debía de tener alrededor de treinta y nueve o cuarenta años, calculó Lali. Quizá había decidido permanecer soltero.
A pesar de ello, no podía evitar que su corazón latiera a toda velocidad cada vez que lo miraba. Lo que le demostraba que su desastroso matrimonio con Carlos no le había enseñado nada.
Por suerte, sus pensamientos fueron interrumpidos por los chicos, de vuelta en la cocina. Peter les urgió a tomar asiento.
—Tú siéntate aquí, Lali.
Peter movió la silla de una de las esquinas para ayudarle a sentarse, mientras los dos niños corrieron a sentarse juntos en las sillas de en frente. Peter se sentó a la derecha de Lali, y Marina comenzó a servir la carne a la barbacoa, tortillas de harina, frijoles y arroz.
Aaron y Eric estaban muy exaltados y comenzaron contándole a Lali todos los detalles de su paseo. Después, la conversación se centró en el trabajo de Peter como Ranger de Texas.
—¡Mamá, la placa de Peter está hecha con una moneda mexicana de verdad! —exclamó Eric—. ¡Enséñasela, Peter!
—A tu madre no le interesa mi placa. Eso es cosa de hombres.
—¿Cosa de hombres? Siento contradecirte, pero sí me gustaría verla —señaló Lali.
Peter sacó la placa del bolsillo de su pantalón vaquero y la puso sobre la palma de su mano.
—Solo es una placa, Lali. Una estrella dentro de un círculo. Ni siquiera está brillante.
—No hace falta que esté reluciente para que resulte impresionante —afirmó ella, mirándola—. ¿Te la puedes poner?
—¿Ponérmela? ¿Para qué?
—Porque nunca te he visto con ella puesta —respondió Lali, sabiendo que debería estar avergonzada por pedírselo. Pero no lo estaba.
—Lali…
—Peter, aquí es donde naciste y te criaste. Fuiste mi compañero de clase y mi vecino. No muchos hombres de por aquí se lanzaron a la aventura para conseguir algo grande como tú has hecho. Me sentí muy orgullosa cuando oí que te habías convertido en Ranger.
Al oír a Lali decir que estaba orgullosa de él, Peter sintió ganas de ponerse la placa y no quitársela nunca. Se la colocó encima del bolsillo izquierdo de su camisa.
—Exageras un poco, Lali. Pero gracias.
—Te queda bien, Peter. Muy bien —afirmó ella, sonriendo.
Peter se sintió emocionado y se maldijo a sí mismo por ser tan sentimental. Diablos, había recibido una medalla al valor en Texas, además de numerosas menciones de honor por parte del gobierno. Pero nada de aquello lo había tocado tan adentro como las sencillas palabras de Lali.
—Gracias, Lali —dijo él con ternura.
—De nada —murmuró ella.
Sus miradas se encontraron, y Lali sintió un deseo incontenible de acercarse más a él y tocarlo. Al otro lado de la mesa, los niños parecían ajenos a la tensión subyacente que había entre los dos adultos y, enseguida, su conversación fácil ocupó el silencio.
Lali tardó un poco en recuperar su ritmo normal de respiración y se preguntó si, tal vez, solo había imaginado sus sentimientos por Peter. Después de todo, hacía meses que no salía con un hombre. No, se corrigió, hacía años. Lo más probable era que estuviera nerviosa por estar fuera de su elemento con un hombre tan impresionante como Peter.
—Tío Peter, ¿puede venir Eric a mi casa a jugar baloncesto? —preguntó Aaron tras tragar el último bocado de su plato.
—Deberías pedirle permiso a Lali, Aaron. Por mí, sí podéis. Pero debéis quedaros en tu casa.
—¿Puede venir Eric, señora Esposito? —preguntó Aaron con mirada expectante.
—Supongo que sí. Pero solo un rato. Eric y yo tenemos que irnos a casa pronto.
Los niños no se hicieron esperar. Saltaron de sus sillas y corrieron fuera de la casa. Nada más salir, comenzaron a dar gritos de alegría.
—Allí van —comentó Peter, mirando a Lali con una sonrisa—. Aún queda un poco de sol. ¿Quieres dar un paseo?
Marina acababa de marcharse a su casa, y los niños estarían jugando hasta el anochecer. Sería mejor dar un paseo que quedarse a solas con él, se dijo Lali.

5 comentarios:

  1. Q linda historia!Amo los encuentros de esos amores de adolescencia cdo ya son gdes!

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  2. jajajaja me encantooooo jajaja sabes que quiero mas jajaja se lo sabes jjaja asi k masssssssss

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  3. Jaajajaja qindos los dos mas mas
    Mas
    Mas

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  4. Peter sin darse cuenta ,le muestra a Lali ,su estilo d vida en el rancho.

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