martes, 28 de agosto de 2012

Capitulo Siete!





Hola chicas!! Como estuvo su día?? Hoy no voy a entretenerme mucho. Ha sido un día muy....largo.
Les dejo capi, espero que lo disfruten! Gracias por los comentarios chicas!!!
Que lindo el amor....no creen? Jajaja
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                               CAPITULO SIETE




—¿Vas otra vez al T Bar K?
Desde su habitación, Lali miró hacia la puerta, desde donde su hijo estaba mirándola. Había esperado que estuviera disgustado por no haber sido invitado, pero no lo estaba en absoluto. Cuando le había anunciado que iba a salir a cenar con Peter, el niño se había alegrado.
—No lo sé, Eric. Peter no me lo dijo.
—Bueno, no importa. Lo pasarás bien —comentó Eric con una sonrisa.
—¿Eso crees? —dijo Lali con una débil sonrisa, mientras se arreglaba el cabello.
—¡Claro! No tendrás que cocinar. Y Peter es agradable. ¡Muy agradable!
Agradable y punto. No alguien con quien casarse. Eso era lo que ella debía pensar, se dijo. Si conseguía mantenerlo en mente, tal vez pudiera sobrevivir sin que se le rompiera el corazón en pedazos.
Poniéndose en pie, Lali se alisó la falda y estiró la blusa en cuello de pico que había elegido para la ocasión.
La parte de arriba era de color rojo, a juego con su cabello castaño y con una falda estampada.
—Os traje algo de comida de la cafetería para cenar. Pollo frito. Solo tenéis que meterlo en el microondas para calentarlo. Ya se lo he dicho al abuelo —señaló Lali.
—No te preocupes por nosotros —le dijo Eric con voz de chico mayor—. Estaremos bien.
—Estás muy seguro —observó Lali, mientras se ponía un poco de perfume detrás de las orejas.
—Sí.
—Actúas como si te alegraras de que salga a cenar con Peter —comentó ella, observando a su hijo con curiosidad—. ¿No te importa no ir tú?
—¡Claro que no! Hace mucho tiempo que quiero que te eches novio, y ahora lo tienes. ¡Y es un verdadero Ranger de Texas!
—Vamos, Eric. ¿No te das cuenta de que Peter solo se quedará por aquí unos días? —trató de razonar Lali. Se acercó a su hijo y le puso la mano en el hombro—. Me alegro de que te guste Peter. Pero él no se quedará aquí para siempre.
Eric frotó la punta de su bota contra la alfombra gastada.
—Vale, mamá. Nadie se queda para siempre. La gente se muere.
El comentario de Eric tomó a Lali por sorpresa. Parecía que su hijo pensaba que la muerte era lo único que lo separaría de Peter. Cielos. ¿Qué podía ella hacer? Eric ya había sido abandonado por su padre. Algo con lo que el niño tenía que vivir cada día. Cuando Peter regresara a Texas, su hijo pensaría que lo habían vuelto a abandonar.
—Bueno, hay otras cosas además de la muerte, Eric. Peter trabaja en Texas, ¿recuerdas?
—Sí. Pero él…
Eric se interrumpió cuando Juan entró en la habitación y puso un brazo alrededor de los hombros de su nieto.
—¿Qué estás haciendo aquí, Eric? Pensé que ibas a ayudarme a quemar esa madera vieja que hay en el establo.
—¿Lo dices en serio? —preguntó el niño a su abuelo, encantado.
—Claro. Ve a ponerte tus botas viejas y yo buscaré algo de queroseno y cerillas. Vamos a limpiar este lugar. Incluso puede que construyamos un establo nuevo y compremos otro caballo para acompañar a Blackjack.
Lali se quedó mirando a su padre con extrañeza. ¿Qué le había sucedido? No tenía dinero para construir un establo ni para comprar un caballo. Y hacía más de un año que no había movido un dedo para limpiar el viejo rancho. Justo cuando ella decidía salir con Peter, Juan decidía ponerse a quemar madera vieja. El brusco cambio de su actitud la tomó desprevenida.
—¿Y qué pasa con tu artritis, papá?
—Hoy me siento muy ligero. Debe de ser por el calor.
Y por el paquete de cervezas vacías que ella había encontrado en la basura, se dijo Lali con incredulidad.
—Bueno, me alegro. Pero preferiría que te pusieras a hacer esas tareas cuando yo esté en casa. Si el fuego se sale de control, podría quemarse la casa.
—Oye, te comportas como si no supiera hacer lo que he hecho durante toda mi vida. No hace nada de viento, tesoro. Y llevaré la manguera. No te preocupes tanto.
—Sí, mamá, no te preocupes tanto —repitió Eric.
—Eric y yo estaremos muy bien —añadió Juan—. Tú vete y diviértete con Peter.
—Bueno, papá, confío en ti —repuso ella, sabiendo que no podría discutir con los dos, y tomó un chal que había sobre la cama.
Eric salió corriendo para cambiarse de botas, y Juan miró a su hija con un gesto de crítica.
—Te vendrá bien salir un poco. Estás empezando a comportarte como una vieja mamá gallina.
Cuando Lali se giró para responder, su padre ya se había ido.
Despacio, se detuvo delante del espejo. ¿Mamá gallina?, se preguntó. Tenía treinta y cinco años. No era vieja. Era aún una mujer joven.
Pero a veces se comportaba como una vieja, se dijo, mirándose al espejo. Durante los diez años siguientes a su divorcio, se había concentrado en criar a Eric y en educarle de la mejor manera que había sabido. Hasta que su padre la había llamado hacía dos años, no había hecho otra cosa. Y tras mudarse al rancho de los Esposito, se había metido aún más en su rol de cuidadora. No era extraño que actuara como una vieja mamá gallina, pensó.
Acercándose más al espejo, se tocó la mejilla. ¿La vería Peter también así? ¿La vería como una persona tan seria, que era incapaz de reír o sonreír? O, peor aún, ¿creería que tenía miedo de ser mujer?
El hecho de que se hiciera esas preguntas implicaba que tendía a preocuparse. Sin embargo, decidió apartar los problemas de sus pensamientos. Cuando Peter regresara a Texas, tendría tiempo de sobra para ser mamá gallina. En aquel momento, prefería ser una mujer.
Cinco minutos después, Peter llegó. Mientras la ayudaba a subir al coche, miró hacia la casa.
—¿Dónde está Eric? Quería saludarlo.
—Ah, está en el establo, ayudando a su abuelo con una tarea. Me pidió que te dijera hola.
—Bueno, en ese caso, salúdalo de mi parte también.
Lali se abrochó el cinturón de seguridad, y Peter subió al asiento del conductor. En cuestión de segundos, salieron del viejo rancho, camino de la puesta de sol.
—¿En qué tipo de tarea está ayudando Eric a su abuelo? —preguntó Peter.
—Mi padre y Eric amontonaron una pila de maderas viejas el año pasado y ahora quieren quemarla —contestó Lali, sin poder evitar fruncir el ceño con preocupación—. Traté de convencer a mi padre de que no lo hiciera, pero me prometió tener la manguera cerca.
Peter la miró y, por un momento, olvidó lo que iba a preguntarle. Siempre le había parecido hermosa, pero aquella noche estaba especialmente bella. Su piel parecía de terciopelo y su cabello rizado brillaba con los últimos rayos de sol. Un colgante de plata con un corazón descansaba sobre sus pechos.
Peter sintió deseos de tocarla en ese punto. Con las manos y con los labios. Quiso besarla en la boca y en más sitios. Quiso tener su cuerpo templado junto a él, sentir el latido de su corazón y aspirar el dulce aroma a rosas de su piel. Por primera vez en mucho tiempo, deseó hacer el amor con una mujer.
Respirando hondo, trató de concentrarse en la carretera e intentó dejar de pensar en aquellas cosas. No podía llevarse a Lali a la cama. Ella no era de esa clase. Ella era de las que se casan. Y él… él era un Ranger de Texas.
—Creí que Juan no podía caminar bien —comentó Peter—. Me he dado cuenta de que le cuesta moverse.
—Algunos días tiene las rodillas hinchadas y le duelen. Pero, por suerte, hay días en que no le duele nada.
—Entonces, su problema no es del todo crónico.
—Bueno, pero tampoco va a ponerse mejor —comentó ella, mirándolo.
No, si no lo intentaba, pensó Peter. Y, por lo que parecía, Juan no hacía nada para mejorar su salud.
—¿Toma medicación?
—Dice que le basta con aspirinas. Fue a ver a tu hermana hace dos o tres meses porque se había cortado en la mano. Ella intentó prescribirle un antiinflamatorio, pero él le contestó que no pensaba tomarlo.
—Humm. A veces, las personas mayores se vuelven muy tercas —observó Peter.
—Mi padre solo tiene sesenta y cinco. No es viejo.
—No, no es viejo —acordó él.
Cuando llegaron a la carretera comarcal, Lali miró a su acompañante, pensativa.
—La verdad es que no sé qué se le ha metido en la cabeza a mi padre.
Peter se sorprendió de que quisiera hablarle de su padre. Era la primera vez que lo hacía. Le subió el ánimo pensar que ella quería compartir cosas de su vida personal con él.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Peter.
—Oh, no es nada. Esta tarde, cuando dijo que iba a quemar la leña vieja, también habló de limpiar el rancho, construir un establo nuevo y comprar otro caballo.
—Bueno, eso no es tan raro —opinó Peter—. Eric me contó que tenía otro caballo y lo vendió.
—Entre tú y yo, eso fue porque necesitaba el dinero. Nunca me lo dijo con esas palabras, pero estaba claro. No tiene otra fuente de ingresos que su pensión de la Seguridad Social. No sé de dónde piensa sacar dinero suficiente para construir un establo o comprar un caballo.
Al ver que Lali estaba preocupada por el súbito cambio de actitud de su padre, Peter trató de quitarle importancia.
—No creo que pase nada, Lali. Lo más probable es que tu padre esté expresando sus deseos en voz alta. Seguro que le gustaría comprarle otro caballo a su nieto y, como no puede hacerlo, hablar de ello es lo más parecido.
Lali sintió su corazón inundado de calidez. Miró al hombre a su lado y pensó que él podía haber empleado aquella oportunidad para hablar mal de su padre pero, en lugar de eso, lo había justificado y excusado. Se sintió agradecida por eso.
—Pero no es justo para Eric. Se hará ilusiones y se sentirá decepcionado cuando mi padre no cumpla sus promesas.
«Igual que se sentirá desilusionado cuando tú te vayas», pensó Lali. Por alguna razón, su hijo creía que Peter siempre iba a estar con ellos, y ella temía el día en que Eric tuviera que enfrentarse a la cruda realidad.
—Vamos un poco de confianza, Lali. Él entiende a su abuelo mejor de lo que tú crees.
—Espero que tengas razón —contestó ella, bajando la cabeza—. Eric lo ha pasado muy mal. Quiero que su futuro sea mejor.
Peter la miró y, de pronto, sintió una tristeza en el pecho. Lali era una mujer fuerte. Había estado manteniendo a su hijo durante años, sin ayuda de un hombre ni de su familia. Y, entonces, también estaba cuidando a su padre. Su vida no podía ser fácil. Sin embargo, nunca se quejaba ni hablaba de cómo le gustaría que fuera su vida. Se preguntó si ella habría desistido de ser feliz. La idea lo entristeció tanto que tuvo ganas de parar a un lado de la carretera y abrazarla.
Cielos, lo estaba haciendo otra vez, se dijo Lali. Estaba preocupándose de nuevo como una vieja.
—Lo siento, Peter. No me invitaste a salir para escuchar mis problemas. A veces olvido que se supone que debo relajarme… —se disculpó ella, con una sonrisa.
—Está bien, Lali. Me gusta que me hables de todo —repuso él, tocándole el brazo.
Ella se sintió recorrida por una ola de placer al notar su contacto y esbozó una amplia sonrisa.
—De acuerdo. ¿Dónde vamos a cenar esta noche?
—Para ser honestos, había pensado llevarte a cenar a un restaurante elegante en Durango pero, de pronto, recordé algo que solía decir mi madre y cambié de idea. Espero que mi madre tuviera razón.
—¿Y qué solía decir tu madre? —quiso saber ella, mirándolo con curiosidad.
—Que una mujer no necesita cosas elegantes. Solo necesita saber que es querida.
¿Significaba aquello que él la quería? Tal vez deseaba su cuerpo. Eso podía adivinarlo por la pasión de su beso la otra noche. Pero no podía amarla. Ella era una Esposito. Los Esposito no solían casarse con los Lanzani.
A pesar de eso, Lali no podía evitar sentir una oleada de placer al mirarlo, al pensar que la deseaba.
—Supongo que tu madre tenía razón.
—Cuando lleguemos al lugar donde vamos, lo comprobaremos —señaló él con una sonrisa.


Veinte minutos después, Peter atravesó con el coche la entrada del T Bar K.
—Estamos volviendo a tu rancho —observó ella.
—Sí. ¿Decepcionada?
Lali miró a su alrededor. El río brillaba a un lado del camino y, al otro, las verdes praderas estaban llenas de gordas vacas pastando. No podría cansarse de admirar el rancho, siempre tan hermoso, pensó ella.
—Yo… bueno, no. Solo sorprendida.
—He pensado hacer algo especial esta noche —afirmó él, tomando su mano—. Si no te gusta, iremos a Aztec a cenar. Solo tienes que decírmelo.
Lali tragó saliva. Ningún hombre se había comportado de forma tan considerada con ella. Y ningún hombre había conseguido darle un vuelco al corazón solo con tocarle la mano.
Lali se dijo que estaba enamorándose. Cada minuto que pasaba, lo sentía con más certeza.
—Seguro que será muy bonito —murmuró ella.
Cuando llegaron a la casa, Peter detuvo la ranchera y la ayudó a salir. En lugar de llevarla a la puerta por donde habían entrado la vez anterior, la tomó de la mano y la condujo a una pequeña construcción adyacente. Allí, en el patio, bajo dos pinos, había una pequeña mesa puesta para dos.
—¡Oh! —exclamó Lali al verlo.
—¿Qué te parece? Pensé que te gustaría cenar en el exterior —señaló Peter, estudiando su reacción ante aquel escenario tan íntimo.
—Es… maravilloso —contestó ella, con los ojos brillantes de emoción—. Pero no era necesario que te molestaras tanto, Peter.
—No ha sido ninguna molestia —susurró él, feliz por la reacción de Lali.
La ayudó a sentarse y, acto seguido, encendió unas velas que había en medio de la mesa y, detrás de ellos, prendió un par de antorchas para alejar a los insectos.
—¿Cómoda? —preguntó.
Lali lo sonrió, pensando que se sentía como una princesa cortejada por un galante caballero. Era una sensación que nunca había experimentado antes.
—Mucho.
—Bien —dijo él—. Quédate ahí sentada. Voy a por la cena.
—¿No nos va a servir Marina? —preguntó ella.
Peter la miró y sonrió con picardía.
—Marina se ha ido a su casa. Yo me encargaré de servir.
Lali notó, de pronto, dificultad para respirar, y se le puso la piel de gallina. ¿Por qué exactamente? No lo sabía. Solo sabía que era peligroso estar allí a solas con Peter. Pero un peligro muy placentero.
Durante demasiado tiempo se había consagrado a su hijo y a su padre. Esa noche se dedicaría solo a sí misma. Y a Peter.
Pocos minutos después, llegó Peter con una enorme bandeja llena de platos y dos vasos de té helado.
—Déjame ayudarte —ofreció ella, levantándose de su silla.
Él se lo impidió.
—No, quédate donde estás. Yo me encargo del trabajo esta noche. Podemos empezar con ensalada, luego tenemos chuletas a la brasa, revuelto de calabaza, zanahorias dulces y judías verdes frescas. ¿Qué te parece?
—Me parece que hay suficiente comida para un ejército —contestó ella, riendo.
Peter colocó los platos, y se sentó frente a ella. La tomó de la mano y Lali sonrió.
—Mira a tu derecha, Lali. ¿No es una vista hermosa?
Lo cierto era que ella prefería mirarlo a él. Aquella noche, llevaba vaqueros y una camisa verde de manga corta. Sus brazos eran fuertes y musculosos, bronceados como su rostro. Cada milímetro de su cuerpo parecía ser puro músculo.
Tratando de dejar esos pensamientos a un lado, Lali giró la cabeza en la dirección que él había sugerido.
La gran bola anaranjada del sol se había deslizado sobre la meseta, pintando de sombras púrpuras y rosas yucas y nopales. Un halcón sobrevolaba la zona y se posó en una alta roca. Más allá, en la distancia, la silueta de las montañas azules estaba coronada por la nieve.
—Es tan relajante, tan encantador —comentó ella con un suspiro.
Ella también lo era, se dijo Peter al mirar sus mejillas, las pecas que salpicaban su pequeña nariz y sus jugosos labios. De niño, solía pensar que era la niña más bella que había visto. De adulto, se sentía aún más encantado por su hermosura.
—Entonces, ¿no te importa que cenemos aquí?
Lali lo miró y notó como su corazón se derretía. Ningún hombre se había preocupado jamás por mimarla. ¿Cómo no iba a sentir algo por aquel hombre que tantas molestias se había tomado para hacerla sentir importante?
—Tu madre tenía razón —observó ella con una sonrisa—. Lo que una mujer necesita no es un lugar elegante.
Sus ojos se encontraron, y ella se dio cuenta de que Peter aún sostenía su mano. En su mirada leyó que lo último que a él le importaba en ese momento era la comida que había sobre la mesa.
Con el corazón latiendo como loco, Lali se aclaró la garganta y separó la mano de entre las de él.
—Es mejor que comamos. No dejemos que se enfríe la comida. Además, estoy hambrienta.
—Me alegro. No me gustaría haber preparado todo esto para que luego comieras como un pajarito —dijo él con una sonrisa.
Lali se puso un poco de ensalada verde aliñada con aceite y vinagre.
—No te preocupes, no será el caso. No me acuerdo cuándo fue la última vez que comí chuletas. Y nunca he cenado a la luz de las velas, excepto una vez que se fue la electricidad en una tormenta.
—¿Bromeas?
—No. Es la verdad —repuso ella, sonrojándose.
Peter se recostó en su silla y la observó como si ella acabara de confesar un pecado.
—Nunca había oído algo tan terrible. Una mujer hermosa como tú debería cenar a menudo a la luz de las velas.
—Carlos no era muy romántico —explicó ella, bajando la mirada—. Y desde que nos separamos… bueno, no he tenidos muchas citas desde entonces.
Lali comenzó a comer, y él la imitó, sin dejar de pensar en lo que acababan de hablar. Si no había cenado nunca a la luz de las velas, entonces tampoco habría recibido ramos de rosas o tulipanes o margaritas. Sin duda, nadie le había regalado diamantes o rubíes, ni ningún tipo de joya brillante de las que les gusta llevar a las mujeres.
Quizá, ella pensaba que todas esas cosas eran tonterías, pero Peter no. No estaba bien que no la hubieran cuidado más. Lali era una mujer buena. Generosa y desinteresada. Merecía tener a un hombre que se ocupara de ella, que la agasajara con regalos y, sobre todo, que la amara.
Aquel pensamiento sobresaltó a Peter. ¿Estaba loco? No quería por nada del mundo que ningún otro hombre la tocara y, menos aún, la amara.
Pero él no podía ser ese hombre, se dijo. Sería un error casarse, pensó. Sería pedirle demasiado a su esposa que aceptara la vida que llevaba. Y, de todos modos, tenía que regresar a Texas. Lali no abandonaría a su padre.
—Entonces, me alegro de que se me ocurriera hacerlo —señaló él tras detener sus pensamientos.
Lali sonrió, y él sintió un deseo incontrolable de poseerla. No sabía qué diablos le ocurría. Cuando había acordado ir al T Bar K para investigar el asesinato de Noah, nunca había esperado enamorarse tanto de una mujer. Y menos de Lali Esposito. Pero, cada vez que la miraba, se derretía. Y, lo que era peor aún, no parecía que aquel sentimiento fuera a ser pasajero.
—Háblame de tu trabajo —pidió él tras un silencio.
Lali rio con suavidad y separó su plato vacío de ensalada.
—Eso es gracioso, Peter. Tú eres el que tiene un trabajo interesante y quieres que te hable de cómo es ser una camarera.
—No hablo de tu trabajo en el Wagon Wheel. Dijiste que trabajabas como ayudante de la maestra en Aztec.
Impresionada porque él se acordara, Lali asintió.
—Sí. Me gusta mucho. Pero me gustaría más si pudiera ser maestra.
—¿De veras? No sabía que eso te interesara —observó Peter con atención.
—Entiendo que para ti no parezca un objetivo importante, pero para mí sí lo es.
—Creo que es un objetivo muy noble —afirmó Peter, y le pasó las chuletas—. ¿Y qué vas a hacer para conseguirlo?
—Bueno, iba a la universidad por la noche. Casi había conseguido el título de maestra de Inglés. Pero, al mudarnos aquí con mi padre, tuve que dejar de estudiar.
—¿Por qué?
—¿Por qué? Pues porque tengo demasiadas responsabilidades. No puedo abarcar todo lo que necesita hacerse en casa y el trabajo. Y nos hace falta el dinero.
—Tienes dos trabajos, ya no puedes hacer más. ¿Y tú padre? ¿No puede hacer nada para ayudarte?
—¿Con su pensión? —preguntó ella, mirándolo como si estuviera mal de la cabeza.
—Bueno, quizá tenga algunos ahorros. Trabajó en su rancho durante treinta años y me contó que había vendido su ganado hace no mucho. Debe de haber ahorrado algo. Y yo diría que emplearlo en la educación de su hija es un fin justificado.
—Mi padre no tiene ahorros. No, que yo sepa. Por eso me sentí tan molesta cuando empezó a hablar de comprar un caballo… Entiendo que la gente necesite gastar un poco en divertirse, pero primero hay que cubrir las necesidades principales. Él no piensa en eso y… —Lali se detuvo y cerró los ojos, avergonzada—. Lo siento, Peter. Lo estoy haciendo de nuevo. No me has invitado a cenar para oír cómo me quejo. Prometo no hacerlo más.
—Tienes razones para hacerlo.
—Puede. Pero no quiero que pienses que soy una… bueno, ya sabes qué —repuso ella, tras suspirar.
—No creo que seas nada, Lali.
—No sé. Mi padre me llamó mamá gallina esta noche. Y, créeme, no me gustó.
—Lali, ¿cuándo vas a…? —comenzó a decir Peter, y se detuvo, pensando que no era el mejor momento para recriminarla por no ver a su padre como la persona que realmente era. ¿Cuándo iba a darse cuenta de que se dejaba la piel trabajando por un hombre que no apreciaba sus esfuerzos?
—¿Cuándo voy a qué? —preguntó ella.
Peter sonrió y se encogió de hombros. Tal vez fuera un cobarde, pero no quería que aquella noche se estropeara por nada ni lastimarla con sus palabras o correr el riesgo de que ella se lo tomara a mal.
—Ah, iba a preguntarte cuándo crees que vas a poder terminar tus estudios.
—Espero que pronto —contestó ella, y se obligó a sonreír—. Haré más dinero cuando empiece el trabajo en la escuela en otoño. Espero poder inscribirme en clases entonces. Y voy a intentar llevar a mi padre al médico para que le recete alguna medicina que lo haga sentir mejor y pueda ayudarme con las tareas en casa.
Por entonces, él estaría de vuelta en San Antonio, pensó Peter. Y, con suerte, el caso del asesinato de Noah estaría resuelto. ¿Y qué pasaría con ellos dos? No podía imaginar regresar al trabajo y olvidarla. Diablos, no lo había conseguido en veinte años. Encima, estaba consiguiendo conocerla mejor, acercarse a ella. Se sentía más cerca de Lali de lo que se había sentido nunca con ninguna mujer. ¿Cómo iba a ser capaz de irse de allí, sabiendo que no podría verla, tocarla, escuchar su voz?
Era mejor no pensar en eso, se dijo. No pensar en todos los años que había vivido solo, sin esposa y sin familia, sin nadie a quien amar.
—Eso espero, Lali. Es hora de que empieces a pensar en ti misma.
Ella lo miró sorprendida y, durante unos instantes, Peter creyó que iba a decir algo. Probablemente, en defensa de su padre. Pero, en lugar de hacerlo, sonrió y comenzó a hablar del T Bar K.
—Siempre me he preguntado cómo pudiste dejar este lugar —dijo Lali, pensativa—. Siempre creí que te quedarías y ayudaría a tus hermanos con el rancho.
—Eso era lo que se esperaba de mí —señaló Peter con una melancólica sonrisa—. Pero contrarié los deseos de mi padre y me hice policía.
—¿Siempre habías querido ser Ranger de Texas?
Peter sonrió con un aire nostálgico en los ojos.
—Mi madre, que en gloria esté, siempre comprendió mi admiración por las fuerzas de la ley y el orden. Cuando cumplí doce años, me regaló un libro sobre los Rangers de Texas. Me fascinó que, en sus inicios, no tenían nada más que una pistola, o un rifle, y un caballo para patrullar vastas áreas de territorio salvaje. Eran hombres de verdad. Duros y valientes. Entonces, supe que quería pertenecer a ellos.
Olvidando su comida, Lali apoyó los codos en la mesa y lo miró con sincero interés.
—Supongo que era mucho más fácil convertirse en Ranger por aquellos tiempos, cuando se fundó la compañía.
Peter rio, y ella se dio cuenta de lo mucho que le gustaba aquel sonido. La hacía sentir bien. La hacía sentir como si hubiera cosas en la vida por las que ser feliz.
—Tenías que ser honesto, resistente y tener tu propio caballo y tu arma. Hoy en día, debes tener un diploma universitario y cierta experiencia como policía antes de presentarte a los exámenes. Entonces, debes ser mejor que cientos de hombres que también se presentan a la convocatoria.
—¿Tu madre apoyaba tu decisión de ser Ranger?
—No tuve la bendición de mi padre. Sin embargo, mi madre estaba orgullosa de mí.
—Yo también estoy orgullosa de ti, Peter —afirmó Lali, con un brillo en los ojos—. Estoy orgullosa de ser tu amiga. Porque soy tu amiga, ¿verdad?
Peter la miró, embargado por una dulce emoción.
—Lali, ¿qué voy a hacer contigo? ¿Acaso no sabes que…? —comenzó a decir, y se detuvo para tomar su mano—. Eres mi amiga y algo más.
—Peter, yo… —balbuceó ella, con el corazón latiendo a toda velocidad.
—No digas nada —rogó él—. Terminemos de cenar.
No le costó mucho. Aunque se hubiera quedado allí sentada durante el resto de la noche, no habría sabido qué decir, pensó Lali. Solo imaginar que Peter se refería a ellos como algo más que amigos, hizo que el suelo se tambaleara bajo los pies de ella.

3 comentarios:

  1. Imposible resistirse!Me apena la vida q llevo siempre Lali,pero la vida siempre nos guarda una sorpresa!Me encanta!Super romántico este cap!

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  2. Es tan lindo, dulce con ella! Me encanta más!!!

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  3. Siguen como dos adolescentes ,indecisos en decir lo k d verdad piensan ,están ahí,a un pasito,y retienen las palabras.

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