martes, 21 de agosto de 2012

Capitulo Dos!





Tarde pero seguro! Chicas hoy me despido pronto que estoy cansadisima y necesito mi cama con urgencia. Gracias por todos sus comentarios! Les dejo cap, espero que les guste!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                               CAPITULO DOS




Pocos minutos después, Peter terminó su vaso de té y se levantó de la silla. No iba a conseguir ninguna información de utilidad de Juan. Y, para ser honestos, el viejo no era una compañía de la que él disfrutara.
—Bueno, gracias por su tiempo, Juan. Es mejor que me vaya ya.
—Claro, Peter. Ven cuando quieras —replicó el viejo—. Por cierto, ¿encontró Agustin su caballo semental?
—¿Sabía que Snip había desaparecido? —preguntó Peter, parado junto a la puerta.
—Agustin me llamó cuando ocurrió. Pensó que yo podía haberlo visto. Pero no salgo mucho, solo voy de vez en cuando al pueblo. Le dije que no lo había visto.
—Agustin aún no lo ha encontrado —dijo Peter.
—Lo lamento. Entonces, estará muerto —comentó Juan.
Peter se preguntó por qué el viejo pensaría eso, cuando podían haberle pasado muchas otras cosas al caballo. Pero no dijo nada. No quería dar la impresión de haber ido allí a interrogarlo.
—Agustin no se ha rendido. Sigue buscándolo —afirmó, y se despidió de Juan.
Al entrar en la cocina, se encontró con Lali, que estaba secando los platos.
—Gracias por el té. ¿Dónde dejo el vaso?
Ella lo miró un momento, y Peter tuvo la sensación de que la estaba poniendo nerviosa con su presencia. Aquello lo intrigó.
—Déjalo en la pila.
Peter así lo hizo y, luego, se detuvo junto a ella.
—Yo… me ha sorprendido mucho verte aquí, Lali. Creí que te habías ido hacía años.
—Me fui unos años. Pero cuando papá comenzó a decaer, vine a ocuparme de él.
Sus ojos negros mostraban fatiga. ¿O era tristeza? En cualquier caso, Peter se sintió fatal al ver a aquella hermosa mujer con una mirada tan apagada.
—Siento que Juan ande mal de salud.
—Bueno. Al menos está vivo. Es más de lo que tú tienes —replicó Lali, y lo miró antes de añadir—: Me cuesta creer que tu padre se haya ido. Lo siento mucho, Peter. Era… todo un personaje. Creo que todos lo echamos de menos.
—No sé si yo diría tanto. Podía ser un hombre muy difícil. Pero tienes razón… yo lo echo de menos, y mis hermanos también.
Lali asintió y, al darse cuenta de que tenía el paño de cocina aún agarrado, lo metió dentro del armario. No podía dejar de pensar en lo fuerte y masculino que era Peter. Habían pasado muchos años desde que los dos habían ido al mismo instituto. Por aquel entonces, Peter había sido un chico guapo y muy maduro, lo que la había impresionado.
Aunque vestía vaqueros, botas y un sombrero como la mayoría de los hombres del lugar, el aspecto del Peter que tenía frente a sus ojos era especial. No solo porque tenía un cuerpo alto y fuerte que exudaba sensualidad. Tenía un aire de autoridad que se veía incrementado por el hecho de que fuera un Ranger.
—Yo… no esperaba volver a verte, Peter. Te fuiste hace mucho tiempo.
—Dieciocho años —respondió él—. Pero he venido de visita de vez en cuando. Es raro que no nos hayamos encontrado alguna vez.
—Bueno, no nos movemos en los mismos círculos —observó ella.
Peter no era un tipo muy sociable pero, tal vez, Lali pensaba que sí. La gente del lugar acostumbraba a ponerle etiquetas a todos, sobre todo a los Lanzani. Casi siempre equivocadas.
—No sabía que vivías aquí —admitió él—. Oí que te habías casado y mudado.
—El padre de Eric y yo estamos divorciados. Vivíamos en Colorado por entonces, y me resultó más fácil quedarme allí. Pero hace un par de años mi padre me rogó que volviera y no pude negarme —explicó Lali, girándose para seguir secando cacharros de cocina—. ¿Y tú, Peter? ¿Tienes tu propia familia en Texas?
—¿Yo? ¿Una familia? No. No soy marido ni padre de nadie. Soy solo un Ranger —contestó él, sorprendido por la pregunta.
A Lali no le resultó extraño aunque, al mirarlo, se preguntó cómo habría podido esquivar a las mujeres, para las que sin duda resultaría muy atractivo. A pesar de ello, sintió que era el tipo de hombre que vivía entregado a su trabajo. Al darse cuenta de que había estado conteniendo la respiración, tomó aliento y se apartó el cabello de la cara.
—Bueno, tener una familia no es siempre lo mejor. Lo importante es que seas feliz.
La tristeza que Peter escuchó en la voz de ella hizo que se le partiera el corazón. Mariana Esposito había sido una jovencita dulce e inocente. No le gustaba pensar que había sido lastimada por un hombre que no había sabido apreciarla.
—No me quejo —señaló él—. Bueno, me voy ya, Lali. Me alegro de haberte visto.
—Yo también me alegro. Cuídate —se despidió ella con una sonrisa.
Peter asintió y atravesó la casa hasta llegar al porche delantero.
—Eh, señor Lanzani, ¿quieres ver mi caballo?
El hijo de Lali lo miraba expectante, casi implorante, y Peter no pudo negarse.
—Claro. Llévame.
Eric hizo una seña para que lo siguiera hasta el establo. El perro blanco los acompañó. Al llegar a la entrada, el niño silbó con fuerza. De inmediato, el caballo negro que Peter había visto antes se acercó a ellos.
—Es Blackjack. Bonito, ¿verdad?
Era un buen caballo, de fuerte constitución. Peter pensó que alguien debía de haber pagado una buena fortuna por él.
—Muy bonito —comentó Peter—. Debes de estar muy orgulloso de él.
—¡Claro que lo estoy! ¡Lo monto todo el tiempo! —exclamó Eric sonriendo y, con expresión sombría, añadió—: Es lo único que se puede hacer en este viejo lugar.
—¿No te gusta vivir aquí con tu abuelo? —preguntó Peter, cruzándose de brazos.
—El abuelo está bien. Pero no hace nada. Solo se sienta y bebe cerveza. Eso no me gusta —contestó el niño, encogiéndose de hombros.
Era buena señal, se dijo Peter. ¿Pero por cuánto tiempo? ¿Cuánto tardarían los malos hábitos de Juan en influir al muchacho?
—No es algo que tú debas hacer —le aleccionó Peter.
—Según el abuelo, le ayuda con el dolor de sus articulaciones. Supongo que es una buena razón.
De pronto, Blackjack acarició al niño con la nariz. Eric lo frotó entre las orejas con cariño.
—¿Hace mucho que tienes a Blackjack? —preguntó Peter.
—El abuelo me lo regaló cuando cumplí diez años. Ahora tengo once —señaló el muchacho con aire de importancia—. Solíamos tener una yegua también, pero el abuelo la vendió. Dijo que daba más problemas que otra cosa.
A Peter le sorprendió saber que Juan hubiera podido comprar el caballo para su nieto. Un regalo muy generoso, viniendo de un hombre que parecía vivir gracias a su pensión de la Seguridad Social. Pero Juan había vendido todo su ganado, recordó. Tal vez había guardado el dinero y vivía de los intereses. Sin embargo, era obvio que no estaba empleando ese dinero, si es que lo tenía, en arreglar la casa.
—Es un buen regalo —observó Peter—. ¿Tienes amigos con quienes montar?
—No puedo tener amigos por aquí. Mamá dice que no le gustaría al abuelo.
Una forma discreta de decir que el niño no podía traer amigos a su casa para que no vieran a su abuelo alcohólico, se dijo Peter. ¿En qué diablos estaba pensando Lali? ¿Por qué estaba viviendo allí, atando a su hijo a aquel ambiente?
—Bueno, igual te gustaría venir a visitarme al rancho T Bar K y montar conmigo.
—¿Lo dices en serio? —preguntó Eric con los ojos como platos.
Peter no sabía mucho sobre niños, pero le hizo sentir bien pensar que había animado un poco al muchacho.
—Claro que sí. Llamaré a tu madre dentro de un par de días y se lo diré. Si te parece bien, claro.
—¡De acuerdo!
Desde la ventana de la cocina, Lali observaba la conversación entre su hijo y Peter. Eric no solía hablar con extraños, menos si eran adultos. Pero parecía estar muy impresionado por el hecho de que Peter fuera un Ranger de Texas.
Lali suspiró, y una sensación agridulce se apoderó de ella. Cuando Eric nació, había querido lo mejor para él. Un padre, un hogar bonito y estabilidad económica. Pero no había conseguido ofrecérselo. Su hijo estaba hambriento de compañía. No solo de la de su madre. Compañía masculina. El tipo de compañía que debería obtener de su padre. Pero Carlos los había abandonado cuando Eric tenía solo dos años. Su hijo no lo recordaba. Ni entendía por qué su padre no había querido quedarse con ellos.
Carlos había sido un soñador, y había querido evitar atarse. Se había marchado y nunca se había molestado en contactar con la familia que había dejado atrás. Por una parte, Lali se alegraba de no tener que negociar con él sobre temas del niño, como la custodia. Pero no estaba ciega. Sabía lo mucho que Eric necesitaba un padre, y aquello le llenaba de culpa. Y su abuelo tampoco era un buen modelo masculino.
—Mariana, ¿estás ahí?
—Sí, papá, estoy aquí —contestó ella al oír la llamada de su padre.
—¿Puedes traerme otro paquete de cigarrillos? Mis viejos huesos no me dejan moverme.
Hacía tiempo que Lali había dejado de sugerir a su padre que dejara el tabaco para mejorar su salud. Sin embargo, le dolía ver lo que se estaba haciendo a sí mismo. Cuando ella iba al colegio, su madre había muerto de forma inesperada de un problema de corazón. La tragedia había reducido a su pequeña familia a solo su padre y ella. Cuando se casó con Carlos, había tenido la esperanza de que la familia de su esposo se convirtiera en su familia también. Pero sus suegros habían resultado ser fríos y reservados. Nunca se habían preocupado por Eric ni por ella.
La nostalgia de tener una familia había sido la razón principal por la que Lali había vuelto a vivir con su padre. Se daba cuenta de que la gente pensaba que estaba loca por querer vivir con un viejo borracho. Pero era su padre. Y la amaba y la necesitaba.
—Ya voy, papá —dijo, y abrió un armario para sacar un paquete de cigarrillos.


Más tarde, Peter encontró a Agustin de camino a casa desde el establo.
—Agustin, ¿por qué diablos no me dijiste que Juan Esposito se había convertido en un borracho? —preguntó Peter.
—No lo sabía. Las pocas veces que me lo he encontrado en el pueblo parecía sobrio.
—Solo puedo pensar que no lo miraste bien.
—Bueno, no le hice una prueba de alcoholemia ni le obligué a caminar en línea recta delante de mí, si es a lo que te refieres.
—Y podías haberme advertido de que Lali vivía allí con él —añadió Peter, ignorando el comentario sarcástico de Agustin.
—Tampoco lo sabía —replicó Agustin, deteniendo su paso. Luego, levantó una ceja con mirada especulativa—. ¿Pero qué importa eso? Vaya, vaya. Mi hermanito el Ranger por fin le presta atención a una mujer.
—¿Cómo no iba a prestarle atención si vive aquí al lado?
Agustin se dio cuenta de inmediato de que su hermano no estaba de humor para bromas, así que borró la expresión burlona de su rostro.
—No tenía ni idea de que Lali viviera ahí. Tiene más o menos mi edad, ¿no?
—Sí —asintió Peter.
—Me pregunto qué está haciendo allí. Con Juan. ¿No está casada?
—Divorciada. Tiene un hijo de once años, Eric —respondió Peter.
—Bien, ¿y conseguiste alguna información de utilidad sobre Noah? —quiso saber Agustin tras unos instantes.
—Por desgracia, no. Dijo que hacía años que no lo veía.
—¿Lo crees?
—No tengo razones para no creerlo. Todavía —señaló Peter, y miró a su hermano—. Piensa que tu caballo semental está muerto.
—¡Diablos, ese viejo no sabe nada de Snip! —exclamó Agustin, resoplando—. Papá siempre decía que Juan no sabía nada de casi nada. Perdiste tu tiempo yendo allí, hermano.
En lo que tenía que ver con el asesinato, lo más probable era que hubiera perdido el tiempo, pensó Peter. Pero había visto a Lali de nuevo. La mujer que nunca había podido olvidar. Aquello no había sido una pérdida de tiempo.


A la mañana siguiente, Agustin se levantó temprano y avisó a Peter de que ensillara un caballo. Pablo iba de camino hacia el rancho para que lo acompañara hasta el lugar donde habían encontrado el cuerpo de Noah. Teniendo en cuenta que Pablo estaba de servicio, en calidad de ayudante del sheriff, Peter se sintió un poco preocupado ante la posibilidad de entrometerse. No quería que el sheriff Perez pensara que estaba metiendo las narices en su terreno. En cuanto Pablo llegó, con su caballo en un remolque, se apresuró a comentárselo.
—Pablo, ya le dije a Rocio que no quiero entrometerme. ¿Sabe el sheriff Perez que estás aquí?
Pablo condujo a su gran caballo gris a un poste y lo ató mientras preparaba la montura y los estribos.
—Por supuesto que lo sabe —contestó—. Yo se lo dije.
—¿Y le dijiste lo que vamos a hacer?
—Sabe que has venido para investigar el caso de Noah Rider. Y lo cierto es que agradece tu ayuda. No somos muy expertos en homicidios. Aquí rara vez ocurren. De vez en cuando alguien muere en alguna reyerta, pero no estamos acostumbrados a tratar con casos tan misteriosos. El sheriff entiende que tienes muchos años de experiencia en este tipo de cosas, y sabe que no harás nada que comprometa el caso.
Peter se sintió muy aliviado.
—Me alegro. Trataré de no ser una molestia.
—Si tú supieras, Peter… Todos en la oficina del sheriff están emocionados porque estés aquí. Un Ranger de Texas. Te ven como una especie de héroe mítico y les gustaría conocerte.
Peter se rio sin dar crédito a lo que oía, y se calzó las espuelas en sus botas.
—Pablo, créeme, no tengo nada de especial. Soy solo parte de las fuerzas del orden. Solo un Ranger de Texas.
—Sí, ya. Solo eres miembro del cuerpo de policía de élite más antiguo de Estados Unidos. Diablos, los Ranger de Texas son más antiguos que la policía montada de Canadá. Se crearon en 1823, solo sois un centenar de hombres y es casi imposible entrar a formar parte del cuerpo. Debes ser fuerte, inteligente y tener una alta calidad moral, entre otras cosas.
—Es cierto —afirmó Peter mientras se calzaba la otra espuela—. Pero tienes que recordar que todos somos humanos. Cometemos errores. Y no resolvemos todos los casos que se nos presentan.
—Humm. Puedes hacerte el modesto, Peter, porque tú eres así. Pero no me engañas. No solo estás dentro de los Rangers, sino que te han ascendido. Eso debe de hacerte sentir muy bien.
Peter se sentía muy bien con su trabajo. Convertirse en Ranger había sido un sueño hecho realidad. Aunque, a veces, le molestaba darse cuenta de que su trabajo era lo único que tenía en la vida. Como el día anterior, cuando había visto a Lali con su hijo. Era una mujer pobre y, probablemente, sin trabajo, pero tenía a alguien que la amaba y la necesitaba. Tenía a alguien por quien vivir.
—No mejor de lo que tú debes de sentirse por estar casado con una de las mujeres más hermosas del condado de San Juan —comentó Peter, mirando a Pablo.
—Ya te dije que eras inteligente —replicó Pablo.
Los dos hombres terminaron de preparar sus caballos y, cinco minutos después, se pusieron en marcha hacia la parte oeste del rancho, por una llanura salpicada de yuca, nopales y salvia. Durante tres kilómetros, el paisaje se mantuvo igual hasta que llegaron a los pies de una colina sombreada por pinos piñoneros.
Un kilómetro adelante, comenzaron a subir por la falda de la colina. Cuando la pendiente empezó a hacerse más pronunciada, los caballos empezaron a resoplar y sudar. Un arroyo había dejado claros estanques de agua en las superficies rocosas, y Pablo y Peter pararon para que los animales pudieran beber.
—Vaya sitio para cometer un asesinato —observó Pablo, mirando a su alrededor.
—¿Es aquí? —preguntó Peter.
—No es lejos. A unos cien metros hacia el arroyo. Te lo mostraré.
Cuando los caballos hubieron terminado de refrescarse, Peter siguió a su cuñado por un camino cada vez más escarpado. Pasados unos minutos, Pablo detuvo su caballo y señaló un punto en el lecho dejado por el arroyo donde dos piedras planas formaban una «V» junto a un árbol.
—Aquí es —indicó Pablo—. Encontraron a Noah sobre esas rocas. Bocabajo. Con una herida de bala en la cabeza.
—Maldita forma de morir —observó Peter, con la voz ronca por la emoción—. Y te digo una cosa, Pablo, quienquiera que cometiera el crimen va a pagar por ello, y lo pagará muy caro.
—Espero que tengas razón, Peter. Este asesinato ha traído a todos de cabeza. Y, después de que me dispararan a mí, la oficina del sheriff no hacía más que recibir llamadas de vecinos preocupados por su seguridad.
—¿Dónde estabais Rocio y tú cuando eso sucedió?
Pablo señaló hacia un saliente bastante más arriba.
—Allí arriba. Cuando la bala me dio, caí hasta aquí rodando. Me quedé inconsciente. Si Rocio no hubiera estado conmigo, me habría desangrado. Pero como es médico, supo qué hacer.
—No puedo creer que uno de los trabajadores de T Bar K casi te matara.
—Steve creía que estaba disparando a Agustin, no a mí. Estaba furioso porque Agustin no le había dado el puesto de su primo Lina. Y luego estaba lo de esa mujer, Ángela Bowers. Steve la quería, pero ella no quería tener nada que ver con él a causa de Agustin.
—Agustin siempre fue un mujeriego —afirmó Peter con gesto compungido—. Era como Francisco. Y mira lo que ha conseguido. Casi te matan.
—Bueno, para ser justos, Agustin no mantenía ninguna relación con Angela. Pero Steve pensaba que sí. Y eso fue suficiente para intentar disparar contra Agustin.
—Gracias a Dios que ha dejado su vida de crápula y se ha casado con Candela antes de que nadie más salga herido —exclamó Peter.
—Sí. Agustin es un hombre nuevo. Nunca pensé que lo vería casado —observó Pablo—. ¿Y qué me dices de ti? ¿No has encontrado a ninguna belleza texana sin la que no puedas vivir?
—No. Estoy demasiado volcado en mi trabajo. Además, no creo que ninguna mujer pudiera aguantarme —aseguró, riendo, y pensó que, aunque alguna mujer pudiera adaptarse a su horario de Ranger, eso no garantizaba que fueran a amarse de veras.
Amor. Peter ni siquiera estaba seguro de que eso existiera. Sí, amaba a sus hermanos. Pero ésa era otra clase de amor. No estaba seguro de que entre hombres y mujeres pudiera haber algo más que sexo. De niño, había crecido pensado que sus padres se amaban. Y que estaban casados y tenían hijos por amor. Más tarde, en la adolescencia, había descubierto que su padre no era un devoto esposo y que su madre vivía una farsa. Aquello había calado muy hondo en él y le había hecho ver de otra manera las relaciones de pareja. Se había jurado vivir solo antes que vivir una mentira como sus padres habían hecho.
—Vamos, Pablo, tenemos mucho que investigar.
Durante media hora, los dos hombres observaron el lugar y analizaron las distintas maneras que el asesino podía haber tenido de entrar y salir del rancho, así como las posibles razones para que el asesinato hubiera sucedido en T Bar K. Luego, regresaron a la casa, y Pablo se despidió. Peter decidió emplear el resto de la mañana en ir al pueblo a visitar a la siguiente persona de su lista.


La tienda de piensos y grano Montgomery estaba situada en la parte más antigua del pueblo y llevaba sirviendo a los rancheros desde antes de que Peter naciera. Peter abrió la puerta de cristal y llegó hasta un mostrador de madera de pino, gastado por los años. Detrás de él, un hombre con cabello gris y rostro acartonado lo atendió.
—¿Puedo ayudarte? —ofreció, mirando a Peter con curiosidad.
—Hola, Cal. Soy Peter Lanzani. Uno de los hijos de Francisco.
—Diablos, hace años que no te veo, chico. Si no me lo hubieras dicho, no te habría reconocido. ¿Qué estás haciendo en Aztec? ¿Has venido desde Texas para investigar el asesinato? —preguntó Cal, apoyándose en el mostrador para ver a Peter más de cerca.
Al menos, Cal no iba a actuar de forma evasiva, se dijo Peter.
—No del todo. La oficina del sheriff del condado de San Juan se está encargando del caso. Pero si consigo alguna información que pueda ser de ayuda, mejor.
—Te entiendo. Fue algo horrible. Ser asesinado de aquel modo. Dime, Peter, ¿qué tipo de hombre podría hacer algo así? —dijo Cal, y se quitó la gorra para arrascarse la cabeza—. Creo que no había visto a Noah desde hacía al menos veinte años. Vino una vez, poco después de dejar su trabajo en T Bar K. Dijo que pasaba por aquí y que quería saludar.
—¿Recuerdas si Noah tenía enemigos por aquí?
—¿Enemigos? Diablos, ¡no! —exclamó Cal, frunciendo el ceño—. A todos les caía bien Noah. Tu padre era distinto. Pero Noah era un hombre tranquilo que nunca se metía con nadie.
—Así es como yo lo recuerdo también —asintió Peter—. Y también recuerdo que mi padre y tú tuvisteis una pelea acerca de un pedido de grano. ¿Qué pasó con eso?
—Te diré lo que pasó —contestó el viejo con una mueca—. Francisco me acusó de venderle pienso caducado. Yo le dije que había dejado que se humedeciera y me quería echar la culpa. Al final me rendí y le envié tres toneladas más de grano al rancho. Gratis. Me llevó meses recuperar las pérdidas.
—Puedo entender que te enojaras con mi padre. ¿Pero y Noah? ¿Tuvo algo que ver con esa discusión?
—¡Oh, no! Francisco fue quien dejó que el pienso se mojara. Pero perdoné a tu padre. Fue buen cliente durante años. Y Agustin aún me compra mucho pienso —aseguró Cal con una sonrisa.
—Bueno, me alegro de saber que no le guardas rencor a Francisco. Pero me gustaría que me contaras algo más de Noah —admitió Peter.
—A mí también me gustaría poder hacerlo. Sabes, da un poco de miedo pensar que hay un asesino en la región. Muchos de mis clientes me cuentan que ya no van a recorrer sus ranchos solos.
Peter habló unos minutos más con Cal y, cuando salió de la tienda, se dio cuenta de que casi era la hora de comer. Siguiendo un impulso repentino, condujo hasta el Café Wagon Wheel. Si tenía suerte, podría comer algo bueno y escuchar qué decía la gente del lugar sobre el asesinato en T Bar K. Aunque el crimen había tenido lugar hacía cuatro meses, en abril, aún era la comidilla de todo el pueblo.
Cuando entró en el restaurante, sintió como si hubiera sido transportado de pronto al pasado. Algunas cosas nunca cambiaban, se dijo, mientras miraba a su alrededor.
Detrás del mostrador, una camarera servía café a los clientes. Tenía la cabeza inclinada hacia delante y un montón de rizos castaños ocultaban su rostro. Peter se acercó a una banqueta y se sentó. Entonces, la reconoció. Era Lali.
Al mismo tiempo, ella levantó la cabeza, y sus miradas se encontraron. Lali abrió la boca, sorprendida. Peter sintió que una cálida sensación le invadía el pecho. Aquella calidez era una oleada de placer, reconoció, mientras ella se acercaba.


4 comentarios:

  1. Me encanta!!! Son divinos los dos!! Más!

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  2. Cuanta intriga!Me gusta!

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  3. Nadie parece saber nada ,eso me intriga, y me hace sospechar k todos saben más d lo k dicen.

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