miércoles, 25 de julio de 2012

Capitulo Cinco!




Hola chicas!! Que tal su día?? Algo interesante hoy?? A mi no pasó nada nuevo.....un poquito aburrido se presentó el día. Bueno, me dejo de tonterías y les dejo capi. Espero que lo disfruten!! 
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!




                            CAPITULO CINCO




Lali salió de un sueño profundo y buscó a tientas el teléfono.
—¿Diga? —preguntó medio adormilada.
—Hola.
—¿Peter? —se despabiló un poco y miró el reloj; eran poco más de las dos de la madrugada.
—Siento despertarte. Tengo un pequeño problema.
Ella también. Le parecía un sueño despertarse oyendo su voz, y no sabía si estaba dormida o despierta.
—¿Cuál?
Peter retiró un poco el teléfono de la oreja para que Lali pudiera oír a Ruben gritando en el fondo.
—Oh, Dios mío —dijo, despertándose del todo en un segundo—. ¿Qué diantres... ?
—¿Recuerdas la quema ceremonial del chupete? Pues parece que no fue una idea tan buena.
—¿Está gritando así por el chupete? Parece como si...
—Lo sé, como si lo estuviera matando. Si tuviera vecinos, la policía ya estaría aquí. Me esposarían y llevarían a la comisaría. Y eso no quedaría demasiado bien en un juicio.
—Tardarían dos horas en llegar —le recordó.
—Eso quiere decir que habrían llegado aquí hace hora y media.
—Oh, Peter.
—Voy a pedirte que me hagas el favor más grande de mi vida. Jamás volveré a pedirte nada.
—¿El qué?
—¿Tienes una llave del Outpost? ¿Podría entrar y comprar un chupete? No he querido molestar a Ma. Pa está malo y ella parecía muy cansada cuando me llamó antes.
—¿Cómo no voy a hacerlo? ¿Quieres que quedemos allí? ¿Te parece dentro de media hora?
—Estoy seguro de que podré llegar en veinte minutos.
—Peter, tengo que decirte algo.
—¿Que te debo la vida?
—Aparte de eso.
—¿Quieres a mi primogénito? Llévatelo.
A Lali le gustó su tono de voz y se acurrucó un poco más en la cama para saborear las sensaciones que le producía. Le pareció muy sensual estar hablando por teléfono a mitad de la noche con el hombre más guapo de Hopkins Gulch. Y como muy pronto se marcharían de allí, no resultaba peligroso.
—Quiero que sepas —dijo con firmeza—, que todo te va salir bien cuando llegue el momento de ir a juicio. Creo que eres el mejor papá del mundo.
No habría sido capaz de decírselo a la cara, ni tampoco si fuera a quedarse en Hopkins Gulch, pero el teléfono le daba una extraña confianza en sí misma, una sensación de intimidad que no quería abandonar.
Menuda solterona ridícula que estaba hecha.
Se dijo que él no estaría disfrutando de aquel momento tanto como ella, puesto que no estaba en la cama y, además, tenía un niño de tres años berreando sin parar.
Se hizo un breve silencio al otro lado de la línea y, entonces, Peter le dijo:
—Eso es lo más amable que me han dicho nunca, Lali. Te recogeré dentro de veinte minutos.
Veinte minutos no era suficiente para que una mujer de casi treinta y cinco años se preparara para nada. Se tuvo que contentar con cepillarse el pelo, lavarse la cara y los dientes. Se puso una sudadera y unos pantalones de chándal sobre el pijama de muñecos y salió de casa.
No estaba segura de haber visto alguna vez una noche tan mágica como aquella; las estrellas en Vancouver competían con todas las demás luces, perdidas en algún lugar. Pero allí el universo parecía enorme y las estrellas brillaban con fuerza. Eso le hizo pensar en cosas importantes.
—¿Habrá algún plan para mí? —susurró al cielo nocturno—. Todo parece ser tan complicado.
Una estrella titiló, como si le guiñara un ojo, y Lali sintió que a pesar de lo evidente, todo saldría bien.
La camioneta se detuvo delante de la casa y Lali caminó a paso ligero camino abajo. Oyó a Ruben antes de llegar a la camioneta.
Peter estiró el brazo y le abrió la puerta, y entonces el llanto de Ruben alcanzó un volumen insoportable.
—No sé cómo puedes soportarlo —dijo Lali al entrar—. ¿Cómo has podido conducir hasta aquí sin tener un accidente?
Peter llevaba puesta una cazadora tejana que le quedaba como un guante y le marcaba las rectas y curvas de su torso perfecto, dándole el aspecto de un auténtico vaquero... Atractivo, duro, misterioso. Entonces notó que tenía el flequillo de punta, como si se hubiera pasado la mano muchas veces, y la imagen del vaquero fue sustituida por la de un joven padre, frustrado y exhausto.
Lali miró a Ruben. Tenía la cara lívida y agitaba los brazos y las piernas frenéticamente. Lali se arrodilló en su asiento y se volvió hacia atrás. Le desató las correas que lo ataban y lo tomó entre sus brazos.
—No pasa nada —le dijo—. Ruben, vamos a ir a la tienda a por un chupete para ti.
Se volvió, lo abrazó y lo acunó suavemente; le habló muy bajito, aunque no era probable que él la oyera.
Al menos, dejó de agitarse. Se agarró a su camisa con una de sus manitas y gritó con la cara pegada a su pecho.
Lali miró las estrellas por la ventanilla de la camioneta. Eran tan bellas. Sin saber por qué se sintió bien, allí sentada en la camioneta de aquel hombre tan apuesto en medio de la noche. Ni siquiera le importaron los gritos de Ruben. Era gracias a él que estaba viviendo ese momento, que podía admirar el cielo estrellado. No había estado levantada a esa hora de la noche desde que era una adolescente.
Sintió una valentía que no podría haber sentido en plena luz del día; quizá fuera porque sabía que su estancia allí estaba tocando a su fin.
—¿No crees que hace una noche preciosa?
Peter no dijo nada.
—Esas noches —dijo en voz baja mientras Ruben seguía desgañitándose— en la que uno podría creer en todas las cosas en las que no ha creído antes.
Silencio. Peter metió la marcha y avanzó.
—Esas noches que podrían hacer que alguien creyera en príncipes, zapatos de cristal y besos a media noche.
Bajó la cabeza, sin a penas poder dar crédito a sus palabras, mortificada. Había un niño gritando como un loco y ella se ponía a decir cosas románticas. ¡Algo que se había negado a sí misma para siempre!
Cuando Peter permaneció en silencio, ella se miró los pies, debatiéndose entre abrir la puerta de la camioneta y bajarse para salvar su dignidad.
De pronto, Peter le tocó en el hombro. En la otra mano tenía dos pequeños cilindros de gomaespuma. Peter le señaló las orejas y le invitó a ponérselos.
—No se oye nada —gritó.
Lali los tomó y se los puso.
Llegaron a la tienda de Ma unos minutos después.
—Dame la llave —le dijo a Lali.
—Déjalo. Yo entraré.
—¿Después de lo que te dije de que aquí tienen un rifle detrás de la puerta? Yo lo haré.
Lali le dio la llave.
—Los artículos para bebés están...
—Me he pasado horas en el pasillo donde están los artículos para bebés en estos últimos tres meses. Dejaré un par de dólares sobre el mostrador.
—Estoy seguro de que podré confiar en ti —acarició los rizos sudorosos de Ruben; el niño no había dejado de llorar, pero gritaba menos.
Peter cerró la puerta y a los tres minutos estaba de vuelta. Sacó el chupete del envoltorio a toda velocidad y se lo metió a Ruben en la boca. El silencio fue tan repentino y total que Lali podía oír hasta su propia respiración. Peter apoyó la cabeza sobre el volante.
—Al pasar he tirado algo al suelo. Espero no haber despertado a Ma.
—De haberlo hecho, tendrías el trasero lleno de plomo.
Ruben la observó con los ojos muy abiertos, succionando con impetuosidad. Entonces cerró los ojos, los volvió a abrir y después los volvió a cerrar.
—Se va a dormir —dijo Peter, y se quitó los tapones de los oídos.
Ella hizo lo mismo mientras miraba a Ruben. El niño seguía chupando con ansia, pero tenía los ojos cerrados.
—Mira qué estrellas hay esta noche —dijo Peter, como si las acabara de ver.
Ella no dijo nada.
—Le hacen a uno creer en cosas grandes y bellas.
Se quedaron en silencio; Peter no hizo ademán de encender el motor.
—¿Te acuerdas que he dicho que no volvería a pedirte nada? —dijo Peter.
—Sí.
—Pues mentí.
—¿Y bien? —preguntó divertida—. ¿Qué más me vas a pedir? Si son pañales, vamos a por ellos ahora, antes de que me vuelva a dormir.
—No es eso.
—¿Entonces?
Él negó con la cabeza.
—Debería irme a casa y dormir un poco. Llevo veinticuatro horas despierto. Debería sentirme fatal.
—¿Y no es así?
—No.
Peter respiró hondo. Lo mejor sería volver a casa y pensar lo que iba a decir antes de soltarlo así de pronto. Si lo hiciera, a lo mejor después se arrepentiría.
Esa era la historia de su vida.
Pero el ambiente era tan mágico en ese momento. Las estrellas, el silencio, Lali a su lado con el cabello suelto y un trozo de cuello del pijama asomándole por el escote de pico de la sudadera. Con su hijo Ruben tan tranquilo y relajado entre sus brazos y el modo tan tierno en que Lali lo miraba, le hacía parecer una madona.
Ella olía a gloria.
Peter sabía que él no. Y mejor. Así no se movería de . aquel lado de la camioneta, que era donde debía quedarse.
—Deberías dejarte el pelo suelto más a menudo.
—¿Era eso lo que ibas a pedirme? ¿Que me dejara el pelo suelto?
—No —arrancó el motor.
El corazón le latía muy deprisa. Jamás se había sentido tan nervioso con ese tipo de cosas. En realidad, en el pasado nunca le había importado si alguien le decía que no. Después de todo, siempre había habido muchas mujeres.
—Quiero estar contigo. Solo contigo. Sin Tomy y sin Ruben.
No era que hubiera bajado la guardia, sino que no tenía fuerzas para controlar sus sentimientos.
—Quiero verte. No como tía de Tomy. ¿Me entiendes?
—Creo que sí.
—Que salgamos juntos como hacen los hombres y las mujeres.
Ella parecía horrorizada, como si le hubiera propuesto saltar de un avión sin paracaídas.
—Soy mucho mayor que tú —dijo, pasado un momento.
—Sé que eres un poco mayor que yo.
—Y no salgo con hombres.
—Eso también lo sé.
—¿Entonces por qué me estás pidiendo esto?
—Porque estoy agotado, porque el cielo está cuajado de estrellas y porque me acabas de salvar la vida.
—Ah —dijo con alivio—. Porque me debes una.
—No —contestó él.
Ella se volvió a mirarlo con ojos brillantes, muy abiertos; el cabello le caía como una cortina de seda sobre el hombro y su rostro estaba lleno de ternura e incertidumbre.
—Porque eres la mujer más bella que he visto en mi vida.
Peter no podía creer que le hubiera dicho eso. Ella volvió la cabeza rápidamente y él pensó que quizá se le estuviera escapando alguna lagrima. Se inclinó hacia delante y le agarró la barbilla para verla mejor.
—Tienes los ojos demasiado brillantes.
—Sabes que no estoy llorando. Y yo no salgo... No puedo.
—Haz una excepción. Sé que no estarás aquí mucho tiempo.
—¿Y qué haremos con los chicos?
Peter se animó al oír la pregunta; al menos no le había dado un no rotundo.
—¿Atarlos y soltar un par de serpientes de cascabel para que se los coman? —dijo en tono esperanzador.
—¿Tienes otro plan?
—¿Para la cita o para los niños?
—Para los niños.
—¿Qué te parece Ma Watson? —dijo, más animado a cada segundo que pasaba.
Ella aspiró temblorosamente, como si estuviera de pie sobre un trampolín muy alto.
—Se lo preguntaré mañana.
—Aprovecha que se siente culpable.
—Peter, no será esto el principio de un fracaso, ¿verdad?
—No lo creo. Tengo esperanza de que no sea así. Solo somos dos personas que necesitamos darnos un respiro de nuestros chicos. ¿Cuándo fue la última vez que te diste un respiro de ese tipo?
—Hace mucho tiempo.
—Pregúntale si podría ser mañana por la noche.
—De acuerdo. Sabes —dijo ella—, para ser una mujer que no salgo con hombres, me he rendido con demasiada facilidad.
—Gracias a Dios. Estoy demasiado cansado como para pelear para que me des una cita. Quiero decir, si hubiera tenido que hacerlo lo habría hecho, pero te agradezco que no me hayas obligado a hacerlo.
—¿Discutirías conmigo por una cita?
—Por supuesto. Y ganaría.
—Peter —de repente se puso seria y lo miró atemorizada—. No. No puedo. He cambiado de opinión. Quiero decir, soy demasiado mayor para quedarme toda la noche despierta preguntándome si tendría que darte un beso de despedida después de la cita.
—Si me lo das, no sería por obligación.
Ella se quedó boquiabierta. Le pasó a Ruben y forcejeó con la palanca intentando abrir la puerta lo más rápidamente posible. Al hacerlo, estuvo a punto de caerse hacia atrás.
—Hasta mañana por la noche —le dijo él antes de cerrar ella la puerta y salir pitando.
Metió la marcha y se perdió en la oscuridad.
Vaya. Se había atrevido a hacerlo. Las tres horas seguidas de llanto de su hijo le habían hecho bajar la guardia.
Pero lo cierto era que no había pensado en otra cosa desde el momento en el que Ma le había llamado y le había dicho que Lali no podría seguir trabajando.
Que se tendría que marchar. ¿Qué tenía de malo intentar aliviar un poco su ansiedad? ¿Ayudarla a no pensar en los problemas que parecían multiplicársele?
Eso era todo. De pronto, se había vuelto altruista. La invitaría a cenar y después al cine. Después de todo, él quería convertirse en un caballero.
¿Pero qué era aquello que sentía en el pecho? ¿Qué significaba aquella alegría repentina?


Lali se miró al espejo otra vez. Había oído el motor de la camioneta deteniéndose delante de su casa, pero tenía miedo de salir. Llevaba puesta una preciosa blusa de seda blanca hecha a medida y unos pantalones grises, el décimo conjunto que se había probado.
Le hacía parecer mayor y aburrida, y lista para ir a la oficina.
Deseaba poder ponerse uno de esos tops tan bonitos con los que se enseñaba el ombligo, pero ese tipo de cosas ya no le pegaba. Y ni siquiera había tenido un bebé a quien echarle la culpa.
Se oyeron unos golpes a la puerta, pero Lali no se movió. Se había dejado el pelo suelto, pero de repente pensó que le quedaba fatal. Como si intentara parecer más joven de lo que era.
Echó la cabeza hacia delante y se recogió el pelo a toda prisa. Peter volvió a llamar a la puerta.
Si no contestaba, con un poco de suerte, se largaría.
Estaba tan emocionada que apenas podía respirar. Pero en realidad era demasiado mayor para esas cosas. Por ello, todos esos años se había escudado en la responsabilidad que tenía hacia Tomy.
Tomy, que se había ido hacía media hora a casa de Ma Watson con un ataque de rabia.
Pum, pum, pum.
Lali se limpió el carmín de los labios a toda prisa y se sentó en el borde de su cama. Cerró los ojos y rezó para que se marchara.
—¿Lali?
Ella se asustó, abrió los ojos y soltó un gritito de pánico y consternación. Peter estaba a la puerta de su dormitorio, mirándola.
—¿Cómo has entrado?
—Abrí la puerta y entré. Pensé que quizá no me hubieras oído llamar. O que tal vez estuvieras en el sótano, muriéndote por la mordedura de una serpiente.
Lali lo miró enfadada.
Él se acercó y se sentó en la cama junto a ella. La 'rozó levemente con el muslo. Lali se apartó inmediatamente.
—Te arrepientes de haber aceptado, ¿verdad? —le preguntó en tono bajo.
—¿Cómo lo has adivinado?
Le pasó un dedo por la frente.
—Se te nota en la cara.
—¿Te arrepientes tú de habérmelo pedido?
—No.
—Peter, sencillamente no sé lo que hacer. No sé qué ponerme ni qué decir. Ni siquiera soy capaz de pintarme los labios. Lo odio. Es como si no supiera quién soy. Estoy tan nerviosa.
—Yo no doy tanto miedo.
—¡Sí que lo das!
—¿En qué sentido?
Se quedó callada.
—¿En qué sentido? —volvió a preguntarle.
—Eres muy guapo —dijo por fin.
Él silbó.
—¿Y tú no?
—Lo siento, pero no hay ni punto de comparación.
—Eso es totalmente falso.
—Bueno, tú eres muy apuesto —dijo de nuevo, como si fuera algo legítimo que esgrimir contra él.
—Bueno, no lo puedo evitar. Nací así.
—Y eres demasiado joven para mí.
—¿No hemos hablado ya de esto?
Ella no dijo nada.
—¿Puedo decirte una cosa? —le dijo en tono bajo, pero firme.
—Si no hay otro remedio.
—En este momento, no te estás comportando como una persona de tu edad.
—¿Y cómo me estoy comportando? Si me dices que como una chica de trece años, me encerraré en el cuarto de baño.
—¿Qué te parece de dieciséis?
—¿No te das cuenta de por qué esto no puede funcionar?
—Tú no sabes lo que yo siento.
—No te sientes como si tuvieras dieciséis.
—Diecisiete, entonces. Estoy asustado. Y tampoco sé qué decir. Me preocupa que pienses que soy un paleto de pueblo —la miró con intensidad—. Me preocupa meter la pata y utilizar el tenedor equivocado durante la cena —le dijo, buscó su mano y se la agarró—. Y que pienses que no voy vestido adecuadamente.
Lali se dejó dar la mano y miró cómo iba vestido. Pantalones vaqueros planchados, una camisa vaquera abotonada hasta arriba, un par de botas relucientes y el cabello bien peinado.
—Oh, Peter, estás guapísimo. Como si pudiera ser de otra manera.
—Me preocupa pedir algo que tenga ajo y que después no quieras que te dé un beso de despedida— ella sonrió. Aquel hombre le gustaba. Quizá fuera por eso por lo que tenía tanto miedo.
—¿Entonces, podemos irnos ahora? ¿Ya que hemos reconocido que estamos los dos muertos de miedo?
Ella respiró hondo.
—De acuerdo. ¿Adonde vamos?
—A Medicine Hat. ¿Podrás enseñarme qué tenedor debo usar?
—¿Qué te hace pensar que yo lo sé?
Él la miró.
—Sé que lo sabes.
—¿De qué vamos a hablar?
—Me vas a contar cómo es Vancouver. Puedes hablarme de tus vacaciones favoritas, o del sabor de helado que más te gusta.
—Eso me llevará unos cinco o diez segundos.
—Entonces, podrás contarme lo que piensas que vas a hacer dentro de un mes.
—Otros diez segundos. ¿Y tú qué me vas a contar?
—Disiparé la aureola de romanticismo que rodea al vaquero de rodeos compartiendo contigo los momentos más importantes de mi breve carrera como cabalgador de toros. Eso me llevará otros diez segundos o más.
—¿Has sido un jinete de rodeo? ¿Has montado toros? ¿De verdad?
Sin soltarle la mano se puso de pie y tiró de ella. En tono suave, empezó a hablarle de un toro bravo y enorme de ojos rojos y malvados mientras la conducía hacia la puerta. Antes de salir, le sacó un suéter del armario y se lo echó por los hombros.
—No me creo que el nombre del toro fuera señor Calzoncillo Apestoso. ¿Por qué me tomas? ¿Por una chica de ciudad?
—Pues se llamaba así. Bueno, quizá solo Apestoso. Y, desde luego, lo merecía. Mató a tres o cuatro vaqueros antes de montarlo yo.
—No me digas —Peter le abrió la puerta de la camioneta y ella se sentó; entonces, Lali vio que también había llevado a Ruben a casa de Ma.
Dio la vuelta a la camioneta, se metió, arrancó el motor y dio unas palmadas en el asiento que estaba junto a él. Lali se mudó de sitio despacio, hasta que su hombro rozaba el de Peter.
—Pues sí. A uno lo destripó. A otro lo pateó y se cayó sobre un tercero. El último murió de miedo.
La camioneta avanzó.
—Gracias —le susurró.
—¿Gracias por qué?
—Por hacerme sentirme más de lo que soy.
—Lali Esposito, un simple vaquero como yo no podría hacer eso.
—No eres un simple vaquero, Peter.
—¿No?
—Creo que eres todo un caballero.
—¿Has estado hablando con Ma Watson? —le preguntó en tono sospechoso.
—¿Sobre caballeros? —le dijo con incredulidad—. No.
—Bueno —dijo más tranquilo—. Ahora las reglas para la velada de hoy.
—¿Reglas?
—Sí. Prohibido hablar de los chicos. Ni una palabra.
—De acuerdo.
—Y no quiero que te preocupes por nada en absoluto.
—Vale.
—¿Bueno, por dónde iba? Ah, sí, ese toro tenía fuego en la mirada.
Estaban ya a mitad de camino a Medicine Hat cuando terminó la historia. Una historia que a Lali le dijo mucho sobre la vida de un jinete de rodeo. Terminó concluyendo que, con un poco de suerte, se comerían a aquel toro bravo para cenar.
—Te toca a ti —dijo Peter.
—¿Después de eso? Creo que no lo entiendes, Peter. Soy aburrida.
—No, eres tú la que no lo entiendes, Lali. No lo eres.
—Bueno, no se me ocurre nada interesante que contarte.
—Pues empieza con esto... Cuando eras pequeña lo que más me gustaba hacer era...
—Cuando era pequeña lo que más me gustaba hacer era ir al Acuario de Vancouver.
—¿De verdad? Mira, eso es algo que siempre he deseado hacer. Cuenta, cuenta.
Y fue así de fácil.
La cena fue maravillosa. Peter estuvo encantador y divertido, además de muy humilde sobre la falta de etiqueta que a los ojos de Lali le hacía tan atractivo, tan real.
Ella pidió una ensalada con gambas, y él le tomó el pelo por el ajo.
—Hola, Peter.
Lali alzó la cabeza. Delante tenían a una mujer increíblemente bella, vestida con un traje de blusa y falda corta azul eléctrico. Llevaba un corte de pelo muy estiloso e iba maquillada a la perfección. El carmín rojo intenso le sentaba de maravilla.
—¡Mary Anne! Hola. Pero tú no tienes licencia para practicar en esta provincia, ¿verdad?
—Depende de lo que esté practicando —dijo, volviendo la cabeza hacia su mesa, donde estaba sentado un hombre de aspecto distinguido vestido de traje—. La abogacía, no.
—Lali, esta es mi abogado, Mary Anne Grey.
—Hola, Lali. Encantada de conocerte. Mira, Peter, odio trabajar cuando no puedo enviarte una factura, pero esta misma tarde he recibido un fax del abogado de tus suegros —miró a Lali, vaciló un instante y después se volvió hacia él—. Tienen intención de ponerte las cosas difíciles.
—Mi vida siempre ha sido un poco difícil.
—Quieren que el tribunal ordene una inspección del hogar donde convives con Ruben.
—Ya me he enterado.
—Se supone que tienes que contarme estas cosas nada más enterarte de ellas.
—Pero, entonces, me pasarás factura —se burló.
Lali vio cómo la fría disposición de la abogada se transformaba en claro afecto hacia Peter.
—Espero que, si los ignoro, me dejen en paz. Mira, Lali y yo hemos hecho un pacto de no hablar de nada que nos preocupe esta noche. ¿Puedo llamarte dentro de unos días?
La abogado se volvió y miró a Lali pensativamente.
—¿Quieres un consejo gratis, vaquero?
—¿Es esta una primicia?
—Probablemente —se volvió hacia él.
—De acuerdo. Aconséjame.
—Cásate con ella —le guiñó un ojo y se marchó.
Peter se quedó mirando al plato y Lali al suyo. Ella se atrevió a mirarlo, y él hizo lo mismo.
—Como si una señorita como tú quisiera casarse con un tipo como yo —comentó.
—¿Quieres decir con un caballero? —preguntó, y seguidamente dijo algo que le salió del alma—. Yo lo haría.
Y entonces, se puso tan colorada que pensó que iba a tener que pedirle un par de trozos de hielo al camarero para refrescarse las mejillas.
—Si me lo pidieran como es debido —dijo, intentando quitarle importancia al asunto—. ¿Te he hablado de Whistler?
Él negó con la cabeza, totalmente perplejo.
—Es mi segundo lugar favorito. Me encanta esquiar pendiente abajo. ¿Sabes esquiar?
—¿En Saskatchewan? —preguntó.
Pero estaba claro que estaba pensando en otra cosa, y Lali supo que había conseguido fastidiar la velada.

6 comentarios:

  1. Ah!!!! Signa el consejo che! Más!

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  2. holaa me encanta la nove....
    Espero q subas mas...
    y mi dia tambien esta medio aburrido....
    Besos q estes bien...!!!!! :)

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  3. Cómo me gusta esta historia.Me enamore mal de Peter en esa escena en q la convenció de salir estando en la habitacion!Reitero me gusta tambien la edad de ambos,alfin una no9ve para las mayores!JAJA!

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  4. Me encanto!!!!! Que Peter haga algo bien y le pida que se case con el!!! jajaja

    Besos! espero mas! te amo hermanita!!!

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  5. Me encanta! Quiero maaaaaaaaaaaaaas!

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  6. Con la guardia baja y el consejo d la abogada,¡¡¡Peter sigue adelante!!!,k Lali parece k también tiene la guardia baja.

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