martes, 24 de julio de 2012

Capitulo Cuatro!




Hola hola chicas!!!! Como les trata el día?!?! Vengo a dejarles otro capitulin! me alegro de que les este gustando! Me pone feliz que se sumen mas lectoras, espero que disfruten de la historia!!! Gracias por esas firmas chicas!! Son increíbles!! Sean felices!!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!





                             CAPITULO CUATRO





Ruben aún no se había despertado, cuando Peter fue y lo sacó de la cama con cuidado.
—¿Dormirá esta noche? —le preguntó Lali mientras le ponía a Peter en la mano una fiambrera con espaguetis.
—¿Estás de broma? Es parte de la rutina diaria de torturar a papá. Se duerme sobre las cuatro de la tarde hasta las ocho de la noche todos los días. Luego, no para hasta las dos de la madrugada.
—¡Pero tú te levantas a las cinco!
—Si estoy aquí a las cinco y media, quiere decir que llevo levantado desde las cuatro y media. ¿No ves las ojeras que tengo?
—No.
A Peter le gustó cómo lo miraba. Si no se equivocaba, parecía que a Lali le gustaba mirarlo. Y había dicho ese no con tanta rapidez que pensó que quizá le hubiera echado un vistazo mientras movía los muebles.
—¿Ha sido siempre así?
—Solo lo tengo desde que mi mujer murió hace un par de meses. Eugenia y yo estábamos separados desde que nació Ruben. Yo ni siquiera lo veía —respiró hondo—. La mayor parte del tiempo ni siquiera sabía dónde estaba.
—¿Por qué? —preguntó con perplejidad.
—Es una larga historia. No creo que te interesara.
Pero sintió miedo de las ganas que tenía de contársela, de abrirle su corazón, de sincerarse con ella. Sintió miedo de la confianza que ella le inspiraba, a pesar de que solo se conocían de un día.
Se suponía que él era el caballero que debía salvarla, y no al contrario.
—¿Oye, prefieres que lleve yo a Tomy por la mañana?
—No, me las arreglaré.
El saber que era vulnerable le hizo rechazarla.
—¿Y qué te parece si voy a recogerlo después del trabajo? Es lo menos que puedo hacer. No puedo creer que entre los dos hayáis metido todas estas cosas en casa, ni que hayas conseguido agotar a Tomy.
Fueron a la sala. Tomy estaba profundamente dormido en el sofá.
—Tú termina de sacar las cosas de las cajas —le dijo—. Después, si quieres recogerlo alguna tarde, ya hablaremos.
Ruben murmuró algo en sueños y, seguidamente, se relajó de nuevo.
—Vas a tener que hacer de tripas corazón y cambiarle los horarios.
—Creo que tiene los mismo horarios que tenía su madre —respondió en voz baja—. Todo lleva su tiempo. Le encantarán los espaguetis. Gracias.
Hasta que no estuvo a mitad de camino a casa, no se dio cuenta de que se le había olvidado hacerle la pregunta más importante.
Pero siguió sin hacérsela varios días, porque Peter estaba muy ocupado entre sus deberes en la granja y sus deberes como padre. En realidad sintió alivio de que ella no volviera a invitarlo, y no solo porque le preocupara dormirse sentado en el sofá o mientras cenaban.
Sino porque ella le hacía desear todas las cosas que había pensado que tendría cuando él y Eugenia se dieron el sí. Porque ella le hacía creer otra vez en aquellas cosas que le habían roto el corazón.
Jamás había tenido una familia de la que hablar. Su madre había muerto cuando él era pequeño. Su padre había sido un hombre duro y poco cariñoso. Peter se había criado labrando aquella dura tierra. Los recuerdos de su infancia eran el trabajo duro, la comida mala y la dureza y frialdad de su padre. Había veces en las que solía pensar que en la cárcel estaría mejor; al menos los prisioneros tenían sus derechos.
Había equivocado lo que había encontrado en los rodeos y en los bares, los coches deportivos y las mujeres, con la libertad. Había confundido el arrebato con la satisfacción.
Y de algún modo, cuando Eugenia le había dicho que estaba embarazada, había pensado que tendría todas esas cosas que jamás había tenido: un hogar lleno de alegría y cariño, unos niños jugando, comidas caseras y sobre todo, alguien que lo amara y a quien amar.
Ya era más mayor, más experimentado. Pero debía ser también más cínico.
El intentar ser mejor persona no significaba que tuviera que ser tonto. Era lo suficientemente inteligente como para recelar de alguien que le animaba a creer en los sueños. Y esa era Lali Esposito.
Iba a dejar a Tomy en casa después de una jornada de trabajo, y se largaría de allí. Un hombre podría ahogarse en la luz de aquellos ojos negros. Además, Tomy le informaba del progreso de sus admiradores. Pablo no había vuelto a dar vueltas a la manzana. Martin había ido a visitarla y había sido cortésmente rechazado.
—Ni siquiera lo invitó a tomar un poco de limonada —dijo Tomy con satisfacción.
Tomy estaba resultando ser un buen chico. Una persona trabajadora, alguien a quien podía confiar a Ruben cuando Peter tenía que ir a ver el ganado o salir al campo. Se le ocurrió a Peter que iba a echarlo mucho de menos cuando concluyeran las dos semanas.
Y, probablemente, también echaría de menos ver a su tía.
—Hasta mañana, Tomy —Peter gritó cuando el chico salió de la camioneta.
—Adiós, Tomy —Ruben gritó desde el asiento de atrás. Adiós.
Tomy se volvió y vaciló.
—¿Eh, os apetece entrar un rato? A lo mejor a Ruben le gustaría tomar un poco de agua de limón. La tía Lali la hace de verdad; no es como esa de polvos que tenéis vosotros.
Peter vio que Ruben intentaba con frenesí desengancharse el cinturón de seguridad.
Independientemente de su intención de mantenerse alejado de todas las dulces tentaciones que representaba para él Lali Esposito, debería haber sabido que el niño querría aceptar.
—Claro —dijo—. Nos gustaría mucho tomar un poco de agua de limón.
Lali oyó que la camioneta giraba y volvía por el lado de la casa donde ella trabajaba cuidadosamente en el jardín, por si acaso aparecía alguna serpiente.
Tomy subía por el camino.
—Peter y el niño van a tomar agua de limón con nosotros, ¿vale? —dijo complacido.
Peter estaba intentando sacar a Ruben de su asiento. Cuando lo hizo, avanzó junto a su padre por el camino en dirección adonde estaba ella.
—Hola, Ruben —dijo en tono dulce—. Viniste el otro día, pero estabas dormido. Yo soy Lali.
El pequeño escondió la cabeza detrás de una de las piernas de su padre y se asomó a mirarla con recelo. No tenía los ojos de su padre, sino grandes y marrones.
—¿Caramba, está ahí ese niño apestoso? —Tomy rugió desde la casa.
Maravillada, vio como en el rostro de Ruben se dibujaba una sonrisa.
—¡Tomy! —gritó Lali; Ruben se soltó de su padre y corrió hacia la puerta mosquitera.
—¿Tomy? —llamó—. ¿Tomy?
Tomy se acercó a la puerta.
—Oh, vaya —dijo—. Mi amigo viene a visitarme. El único problema es que solo mide un metro.
—Tomy, juega conmigo. Po favor.
Tomy abrió la puerta.
—De acuerdo. Puedes entrar a ver mi habitación, pero solo porque no tengo nada mejor que hacer en este asqueroso pueblo.
—Tomy, siempre podrías hacer otro turno en la granja, si la vida te parece tan aburrida —dijo Peter con tranquilidad.
—No, gracias —contestó Tomy—. Vamos Ruben, pero ten cuidado. Si te meas encima, te vas a enterar. ¿Lo entiendes?
Ruben asintió con solemnidad y cruzó la puerta, que Tomy cerró tras él.
—Ruben adora a Tomy —dijo Peter.
—No entiendo por qué —comentó Lali.
—Lo siento, pero yo tampoco.
Los dos se echaron a reír.
—He notado que ya os lleváis mejor —dijo—. Es estupendo.
—Ah, y eso no es todo. Él fue el que me invitó a tomar agua de limón.
—¿De veras?
—Me prometió que era casera.
Esbozó una sonrisa sensual, una sonrisa que seguramente habría derretido el corazón de docenas de mujeres. Ella misma sintió que tenía la boca un poco seca, claro que no pensaba ceder ante los evidentes encantos de Peter Lanzani. Después de aquella noche, hacía ya una semana, sabía que tenía que ser fuerte cuando se trataba de él.
Tenía una gorra de béisbol en la mano que no paraba de dar vueltas. ¿Sería ello indicación de que estaba a punto de ejercitar ese encanto con ella?
¡Tal vez fuera a pedirle una cita! Lali se sonrojó como si él lo hubiera hecho de verdad.
—¿Qué tal te ha ido hoy en el trabajo, Lali?
Se sintió decepcionada. Verdadera y tremendamente decepcionada. Como si en lugar de eso le hubiera sugerido que fueran a comer algo juntos.
A lo cual ella habría respondido negativamente. Después de haber estado Peter allí noches atrás, se había sentido tan confundida que ya no sabía qué era lo mejor para ella, y menos aún para Tomy. Se había pasado toda la semana repasando las alternativas que había tenido en los últimos cinco años.
Había elegido que Tomy sería su vida. Sin dudarlo, sin mirar atrás. Lo que no podía creer era que hubiera pasado cinco años esperando a Benjamin; un hombre al que le había molestado cada día de la enfermedad de su hermana; un hombre demasiado egoísta para ver a Tomy como la bendición que era. Agradecía que la educación católica de Benjamin les hubiera impedido intimar, aunque eso hiciera de ella la virgen más vieja del mundo.
¿Habría sido un error rechazar de plano el amor en esos últimos años?
Lo cierto era que exigía demasiada atención, demasiado esfuerzo. Tiempo, energía y dedicación.
Tomy necesitaba todo lo que pudiera ofrecerle. Cuando se había ido a vivir con ella, se moría de miedo cada vez que Lali salía por la puerta, temeroso de que no volviera.
¿Y qué opciones había tenido ella de cara a sus temores? ¿Contratar a una canguro y salir con un hombre? ¿O alquilar La Guerra de las Galaxias una vez más, preparar palomitas y acurrucarse en el sofá con quien más la necesitaba?
Por supuesto, Tomy había cambiado mucho desde los siete años. Era un chico seguro de sí mismo e independiente, que sobreviviría si su tía saliera a comer algo con Peter. Decidió en ese mismo momento que salir a comer con Peter no sería una cita en toda regla. Ya lo habían hecho una vez, después de todo.
¿Pero sería abrirle la puerta al galanteo?
Se recordó con firmeza que Peter no la había invitado a cenar. ¿Qué era lo que le había preguntado?
—El trabajo —le recordó, visiblemente divertido.
El trabajo. ¿Cómo había conseguido escoger precisamente un tema del que Lali no quería hablar? Suspiró y retiró del arriate el tallo de una caléndula marchita.
—Me gusta el trabajo, pero... —aspiró hondo—. No creo que Ma esté contenta conmigo.
—¿Cómo? Eso es imposible.
A Lali le gustó cómo lo dijo. Como si él intuyera que Lali siempre daría lo mejor de sí misma, aunque no la conociera.
—No, no lo es. Hay un hombre husmeando por allí. Ma no deja de mirarme como si fuera a echarse a llorar.
—Estoy seguro de que lo estás interpretando mal —dijo y subió las escaleras despacio—. Pa lleva un tiempo algo pachucho. Seguramente está preocupada por él.
—Espero que tengas razón.
Sorprendió tanto a Lali como a sí mismo al estirar la mano y tocarle el entrecejo con un dedo.
—Ahí está otra vez.
Ella se echó a reír.
—¿No te dijo tu madre nunca que si pones gestos así te puede dar un aire?
Él apartó la mano y Lali se frotó el punto con fuerza, hasta que notó que él se había vuelto a mirar el horizonte.
—¿He dicho algo malo?
Él se volvió a mirarla.
—Yo no tuve madre, Lali. La pobre murió cuando yo no era más que un niño, no mucho mayor que Ruben. Pero me hubiera gustado que me dijera cosas así. Sí, creo que me habría gustado tener una mamá.
Lo dijo con una especie de timidez, como avergonzado.
—Antes no me preocupaba tanto —dijo, dominando el impulso de acariciarle la mejilla tiernamente—. Pero cuando vino Tomy empecé a sentirme muy responsable.
—Sé lo que sientes.
—Claro. ¿Qué tal duerme ahora Ruben?
—Intenté mantenerlo despierto un día. Ganó él.
Volvió la cabeza y a Lali le dio la impresión de que Peter quería preguntarle algo, pero se calló.
—¿Quieres sentarte aquí fuera y tomar un poco de agua de limón?
—Claro —contestó él—. Tienes un columpio en el porche. Yo siempre he querido sentarme en uno.
—¿Tú?
—¿Y por qué no?
—No lo sé. No tienes pinta de ser de los que les gustan los columpios de porche.
Benjamin lo había sido.
—¿Y de qué tengo pinta?
Parecía un hombre que no se contentaría con estar demasiado tiempo sentado. Un hombre fuerte, duro, dinámico. Si lo sentaran tras una mesa un día entero, probablemente se volvería loco.
—No lo sé —mintió.
Fue a buscar el agua de limón y se sentó junto a él en el columpio. Estaban muy cerca; el hombro de Peter le rozaba el suyo.
La sensación que experimentó fue la que había intuido cuando lo había visto sin camisa. Musculoso, cálido; un hombro donde una mujer podría apoyar la cabeza mucho rato.
—¿Qué tal le ha ido hoy a Tomy? —le preguntó.
De acuerdo, la cruda verdad era que ella era una solterona desgraciada, y le gustaba sentir el leve roce de su hombro. Y le gustaba mirarlo de reojo.
—Ha protestado y refunfuñado, pero algo menos que ayer. La verdad es que es un buen trabajador. Lo más gracioso es el cariño que le ha tomado Ruben. Y eso parece enternecer a Tomy, aunque sea de mala gana.
—Ambos son dos niños sin madre.
—Tomy te tiene a ti.
—Y Ruben a ti.
—Se iría contigo.
—De eso, nada.
—¿Por agua de limón y espaguetis? En un segundo.
Lali y Peter se echaron a reír, pero de pronto ella fue plenamente consciente de algo. Ruben lo tenía a él. Tomy a ella. Si alguna vez se juntaban, esos chicos lo tendrían todo.
Juntarse. Qué ridiculez pensar siquiera en ello. Él era de esa clase de hombres que saldría con las mujeres que salían en las portadas de las revistas; bellas y sin miedo a mostrar el ombligo.
Y ella era del tipo de mujer que no salía con hombres. No debía. Era alérgica al amor.
¿Pero si lo hiciera, no sería otra vez con alguien como Benjamin, un tipo aburrido, calvo, enganchado a los ordenadores y que era capaz de recitar de memoria la relación de la empresa?
Decidió que prefería seguir virgen toda la vida.
—Lali, hay algo que llevo días intentando decirte.
Sintió que el corazón se le salía del pecho. ¡Iba a invitarla a salir! E iba a tener que decidir si aceptaría o no. Dos palabras bien sencillas.
De pronto, se dio cuenta que no se había sentido tan aturdida desde que Mark Morrison se había acercado a ella el día antes del baile de fin de curso.
—Esto, me preguntaba si...
—¿Sí? —le preguntó sin aliento.
—Me preguntaba si sabías algo sobre la educación de los esfínteres.
Ella lo miró. Muy bien. Así que ese era su destino. Porque Mark Morrison tampoco le había pedido que lo acompañara al baile del colegio. Le había pedido los apuntes de ciencias.
—¿Educación de los esfínteres? —repitió con perplejidad.
—No soy capaz de que Ruben lo consiga. Por eso lo llaman Calzoncillo Apestoso.
A pesar de su decepción, Lali se echó a reír.
—Peter, tú estás solo. Tomy se vino a vivir conmigo cuando tenía siete años. Me temo que la etapa más dura ya había pasado.
—¿Cómo fue a vivir contigo?
—Mi hermana murió. Tenía un tipo de cáncer extraño.
—Lo siento mucho.
—Yo también. Pero, al menos, tengo a Tomy. Se parece mucho a su madre; también físicamente. Se ríe como ella...
—Ruben también se parece a su madre.
—Debió de ser muy bella.
Una sombra de tristeza le oscureció la mirada.
—Lo era. Era increíblemente hermosa.
—Tomy me dijo que había sufrido un accidente de coche.
—Sí.
Lali notó que aquello seguía doliéndole, así que volvió al tema inicial.
—Lo siento, no puedo ayudarte con la educación de los esfínteres. ¿Hay alguna biblioteca por aquí? Estoy segura de que tendrá un libro...
—Tengo un libro. Tenía un libro. Me lo dejé en algún sitio. De todos modos, no me estaba sirviendo de nada. Quería hacer de la educación de los esfínteres algo divertido. Sí, qué divertido.
Lali volvió a reír.
¿Por qué Peter le hacía sentirse así? ¿Tan feliz? Tan viva.
—Ahora que lo dices, quizás eso no sea tan mala idea. Me acuerdo cuando Candela le quitó el biberón a Tomy, organizó una pequeña fiesta para él, con globos, tarta y helado. Le dijo que estaban celebrando el que ya no fuera un bebé. Y, después de eso, guardó los biberones y la cuna y se acabó todo.
—¿Sí? —dijo Peter con esperanza.
—Totalmente. Lo pasamos muy bien.
—Yo podría hacer eso.
—Sí, podrías hacerlo.
—¿Vendrías? ¿Quiero decir, si lo hiciera?
—¿Qué quieres decir?
—Si diera una fiesta para que Ruben empezara a usar el orinal. ¿Vendríais Tomy y tú?
—Por supuesto que iríamos.
—¿Ir a dónde? —preguntó Tomy que salía en ese momento de su cuarto; notó que Ruben le agarraba de la mano con fuerza y que en la otra llevaba uno de los muñecos de La Guerra de las Galaxias que Tomy tanto codiciaba—. No se lo voy a regalar —dijo a la defensiva al ver que Lali lo estaba mirando—. Solo se lo he prestado.
—Tomy pestado a Yoda —Ruben les confirmó con seriedad—. A su amigo Duben.
—Gracias, Tomy —dijo Peter.
—Podrías mostrarme tu gratitud y perdonarme el resto de los días de trabajo.
—Ni lo sueñes.
Tomy sonrió incluso.
—Pero te invitaré a una fiesta.
—¿A una fiesta? ¿Qué clase de fiesta? —Tomy preguntó con desconfianza.
—Una fiesta de despedida.
—¿De verdad? Espero que sea para nosotros.
—No, para Ruben. Va a decirle adiós a los pañales y al chupete.
—Una festa pada Duben —dijo Ruben con los ojos muy abiertos—. ¡Con degalos!
—Ah, por supuesto —dijo Peter—. Regalos, tarta, helados y todo lo demás. Para celebrar que ya no eres un bebé.
—Sí. No puedo ser amigo de un bebé —dijo Tomy.
—Zí —dijo Ruben.
Lali se echó a reír.
—¿Dónde y cuándo?
—Oh, Dios mío. En mi casa. Pero tengo que hacer algo con ella primero.
—Y que lo digas —dijo Tomy entre dientes.
—Dadme un par de días.
—Qué optimista.
—Así que será el viernes. Te indicaré cómo llegar hasta allí. Tal vez puedas apartar unas cuantas cosas para la fiesta y cargarlas a mi cuenta en el Outpost. Y un regalo. ¿Tomy, quieres descansar de la pala?
—Déjame adivinar. ¿Tengo que limpiarte la casa?
—Está chupado. Así no se te ensuciarán las zapatillas.
—Lo que sea. Tú eres el jefe.
Lali percibió el respeto en la voz de Tomy y se quedó maravillada.
Peter miró el reloj.
—Tengo que irme. Gracias por el agua de limón, Lali —levantó en brazos a Ruben, se lo colocó en el hombro y salió al camino.
—Es la idea más tonta de todas las ideas tontas del mundo —dijo Tomy, pero con tolerancia.
—¿Tan mal está su casa? —le preguntó Lali.
—Ya sabes, tía Lali, es la casa de un hombre.
—No estoy segura de saberlo.
—Pues allí no se friegan los cacharros hasta que no se quedan sin ellos. Y todo lo que comen sale del congelador o de una lata. Las toallas del baño están llenas de manchas. Y cuando se te cae algo al suelo, no tienes que limpiarlo. Es estupendo.
—Ah.
—Ese Ruben es tan bobo que no sabía quién era Yoda.
—Menos mal que te tenía a ti para que se lo enseñaras —dijo Lali con cara de póquer.
—Tienes razón. ¿Hay papel de envolver en casa?
—¿Papel de envolver?
—Me encontré esos pósters que solía tener en mi cuarto. Los de Dumbo. Quizá le regale uno al niño. Le gustan las cosas de Dumbo.
Lali se sintió feliz mientras ayudaba a Tomy a envolver sus viejos pósters para Ruben.
En los ratos libres en la tienda, sacó una pequeña colección de juguetes y eligió un volquete para Ruben de parte suya, y una hormigonera a juego, de parte de su padre. Metió en un paquete perritos calientes, bollos y patatas fritas, y lo guardó todo en el frigorífico.
—¿Dónde están los globos? —le preguntó preocupada a Ma Watson.
—¿Globos? Encima de las velas de cumpleaños. Solía tenerlos más abajo, pero no me gusta poner las cosas donde las vean los niños. Empiezan a molestar a sus padres para que se las compren.
—Creo que esa es la estrategia de las tiendas más grandes —le dijo Lali.
Por alguna razón, eso pareció molestar más a Mamá Watson.
—Oh —dijo—. Es horrible. Si alguna vez hacen eso en mi tienda, yo... —se detuvo y miró a Lali—. Oh, Dios mío —dijo—. Oh, Dios mío.
—¿Ma, qué ocurre? Siento como si no estuviera trabajando bien para usted. Si hay algo que deba cambiar, por favor, dígamelo.
Ma la miró como si fuera a decirle algo, pero debió de cambiar de opinión.
—Dime para qué necesitas los globos —dijo—. ¿Para una fiesta? ¿Va a dar Tomy una fiesta de cumpleaños?
—No, todavía no. Peter va a dar una fiesta para su niño. Nos invitó a Tomy y a mí a ir a su casa.
—Oh, eso es maravilloso. Peter y tú. Y Tomy, por supuesto. Y Ruben. Pero el cumpleaños de Ruben no es hasta... julio, creo. No, ese es el otro Ruben. El de Ruben Lanzani es en agosto.
—¿Se sabe las fechas de cumpleaños de toda la gente? —Lali le preguntó asombrada.
—Por supuesto —dijo con orgullo—. Sabes, la gente podría hacer las compras con mayor rapidez en Swift Current o Medicine Hat. Vienen aquí, porque los conocemos.
Lali sonrió.
—Por eso mismo quería mudarme yo a un ciudad pequeña.
Ma Watson la miró, bajó la cabeza y se echó a llorar. Lali la vio salir corriendo de la tienda y cerrar firmemente la puerta que unía el almacén con la vivienda de los Watson.
A la hora del cierre, Ma todavía no había vuelto. Pero como le había enseñado a cerrar y le había dado una llave, ella se encargó de hacerlo.
Le encantaba conducir hasta la granja de Peter, siendo el panorama tan distinto al paisaje oceánico y montañoso de Vancouver. Pero no olvidaba la consternación que le había producido la reacción de Ma.
Peter salió a recibirla.
—¿Qué ocurre? —le preguntó mientras le quitaba los paquetes de las manos.
—¿Qué te hace pensar que ocurre algo?
—Tu arruga del entrecejo está como el Gran Cañón en este momento.
Con inquietud, le dijo a Peter lo que había pasado.
Notó que, a pesar de sentirse triste, no se le escapó el modo en que se le marcaban los músculos al levantar las bolsas de comida. Lali miró a su alrededor y vio un grupo de edificios blancos rodeados de extensos pastos verdes.
—Me encanta tu granja —dijo.
—¿Así que Ma estaba hablando de cumpleaños y de repente se puso a llorar?
—Sí. Me siento fatal, Peter. Sé que se arrepiente de haberme contratado.
—Lali, lo estás interpretando mal, estoy seguro. Creo que Pa Watson debe de haberse puesto peor. Ma no pertenece a una generación de mujeres que hablen de lo que sienten. Seguramente, eso la estará agobiando. Me apuesto a que el médico les dijo que no esperaran poder celebrar otro cumpleaños, o algo así.
—No lo creo.
—De acuerdo. Si te hace sentirte mejor, me pararé a hablar con ella cuando deje a Tomy mañana. Me conoce desde que era pequeño. Quizá me diga lo que ocurre.
—Gracias, Peter.
—No hay problema. Ahora, anímate.
Al ver su sonrisa, Lali se sintió más tranquila. Dios mío, aquel hombre le hacía sentir cosas tan sorprendentes...
Miró de nuevo a su alrededor; el paisaje era casi lunar. La tierra se ondulaba suavemente, cubierta de pasto, pero no había un árbol a la vista.
—¿Lo encuentras deprimente? —le preguntó él.
—¿El paisaje? —dijo sorprendida—. En absoluto. La verdad es que a su manera me parece muy bonito.
—¿Y qué manera es esa?
—Es como si nadie lo hubiera echado a perder. Lo más seguro es que hace cientos de años esto estaría igual que ahora. Seguro que los indios perseguían búfalos a caballo por estas praderas.
Entonces, Peter le habló sobre las tierras de pastoreo centenarias donde estaban en ese momento.
—La mayor parte de estas tierras no ha visto nunca un arado. Son pastos, y la verdad es que no demasiado buenos. Pero a mí me gusta. Es grande y salvaje, y me gusta.
Al entrar en su casa, Lali entendió inmediatamente lo que Tomy le había querido decir con «la casa de un hombre». Aunque se notaba que habían limpiado un poco recientemente, Lali entendió que la casa no era una de las prioridades de Peter. Y Lali sintió lástima de él y de su niño. Era como si a aquella casa le faltara un toque suave, alguien que se ocupara de ella, o el olor a pan o a galletas recién hechas. Y así era como Peter parecía estar también; como si bajo toda aquella fuerza, toda aquella virilidad, necesitara un poco de suavidad.
Tomy y Ruben estaban jugando con un fuerte en el salón. Habían utilizado los cojines del sofá y unas mantas y sillas de la cocina para construirse una tienda y unos cuantos túneles.
Eso le hizo pensar que Tomy estaba en una etapa extraña, entre la niñez y la adolescencia.
—No me lo estoy pasando bien —le dijo cuando salió a gatas de debajo de una manta—. Peter me dijo que podía dejar de trabajar algo más temprano hoy si cuidaba del señor Apestoso. Le gustan los fuertes, ¿a que sí, señor Apestoso?
—¡Tomy, no le llames eso!
—¡Tía Lali, pero si a él le gusta!
Entonces, se llevó los labios al brazo y empezó a hacer pedorretas, como burlándose de Ruben.
—¡Tomy!
Pero Peter le agarró del brazo y negó con la cabeza. Ella miró hacia donde él le indicaba y vio a Ruben desternillándose de risa en el suelo, agarrándose el estómago. En ese momento, miró a Peter y vio lo sorprendido que estaba.
Con tristeza, pensó que probablemente el pequeño Ruben no solía reírse lo suficiente.
—¿Cómo te gusta el perrito caliente? Poco hecho, normal o muy hecho.
—Normal.
—Vaya, eso es lo más difícil.
Peter salió fuera, donde Lali vio que había encendido una barbacoa.
Lali se dio una vuelta por la casa, mirándolo todo con curiosidad disimulada. Estaba extrañada. ¿No era allí donde Peter había vivido con su esposa? Si así había sido, toda señal de su presencia había desaparecido.
No había ningún cuadro, ningún toque femenino.
Tomy asomó la cabeza y dijo:
—La decoración es nula.
—Me has adivinado el pensamiento.
Tomy se echó a reír y volvió a esconder la cabeza bajo las mantas. Los gritos y risas de los dos niños se filtraban suavizados a través de las mantas. Lali se dio cuenta de que no había oído a Tomy reír con tantas ganas desde hacía tiempo y, también, que lo había echado de menos muchísimo. Agarró una silla y se sentó a oírles reír, utilizando sus risas como terapia para aliviar la preocupación que le había producido Mamá Watson.
Pasado un rato Peter entró y los llamó para que se sentaran a la mesa.
Comieron perritos calientes ligeramente tostados. A Ruben tuvieron que ponerle la mostaza igual que a Tomy. Este contó un montón de chistes malos y Ruben se desternilló de risa. A Lali le hizo gracia la reacción de Ruben y se echó a reír por eso y por lo a gusto que se sentía allí, con los niños riéndose y Peter sonriendo, claramente disfrutando de ver a su hijo y a Tomy tan contentos.
Al final tomaron tarta y helado, y Peter colocó una única vela sobre la tarta.
—Sóplala, Ruben —le dijo—. Adiós a los pañales.
Todos le aplaudieron y vitorearon cuando la apagó.
Peter volvió a encenderla.
—¡Adiós al chupete!
Ruben no pareció tener eso tan claro, pero volvió a soplar. Abrió sus regalos, e inspeccionó los camiones de juguete nuevos con solemnidad. Pero los pósters de Tomy fueron los que le llegaron al corazón y le hicieron sonreír.
—Mañana te ayudaré a colgarlos —le dijo Tomy bruscamente.
Después, todos salieron fuera y Ruben tiró el chupete y el pañal a la pequeña hoguera que había construido su padre. Luego, Tomy le enseñó los terneros que habían sido recientemente separados de su madre y le dijo que una de sus tareas era alimentarlos. Los terneros asociaban a Tomy con la comida, porque fueron corriendo hacia ellos cuando el niño se acercó a la valla.
Tomy pareció complacido por ello.
Cuando el sol se fue ocultando, empezó a refrescar, y Peter le sugirió a Lali que entraran en la casa con Ruben. Tomy y él harían unas cuantas tareas pendientes.
—Solo nos llevará un momento.
Lali estaba fregando los cacharros y Ruben estaba subido a una silla jugando con la espuma, cuando sonó el teléfono. Lali vaciló, pero al momento fue a contestar.
—Está fuera trabajando... Esto, espere, creo que le oigo venir. Peter, al teléfono.
Enseguida Lali notó que algo iba mal. Se volvió de espaldas a ella y su conversación fue breve y monosilábica. Finalmente, dijo:
—Mire, ahora tengo visita. ¿Podríamos hablar de esto en otro momento? ¿Cómo dice? ¿Que es una mujer? Creo que sabe que es una mujer. Ella fue la que contestó el maldito teléfono —escuchó un momento y luego continuó en tono bajo pero enfadado—. ¿Quiere saber algo? Es una prostituta que ha venido desde Vancouver. Estamos celebrando una orgía. Dejo que los perros laven los platos y que Ruben juegue con alambres, porque soy demasiado malo para comprarle juguetes. ¿Lo entiende?
Colgó el teléfono bruscamente y se quedó de espaldas un momento. Entonces, se volvió hacia ella despacio.
—Lo siento. He perdido los estribos. Jamás debería haber dicho eso.
Ella lo miró boquiabierta.
—¿Una prostituta? —susurró finalmente—. ¿Yo?
—Lo siento. Ha sido una cosa muy fea. A veces digo tonterías; es un defecto que tengo. En realidad no me va a servir de mucho ante un tribunal.
—¿En un tribunal? ¿Quién era?
—Los abuelos de Ruben, los padres de Eugenia. Llaman de vez en cuando y me acusan de ser un mal padre. Creen que no lo alimento bien, que no lo lavo y que no me ocupo de él correctamente, porque piensan que tengo la casa llena de mujeres y que me paso el día dando fiestas.
—Bueno. Hoy hemos dado una fiesta. Pero de despedida de los pañales y el chupete.
Él intentó sonreír, pero no lo logró del todo.
—Han solicitado que me hagan una inspección de la casa, previa a emprender acciones legales contra mí para conseguir la custodia de Ruben.
Lali se quedó helada.
—¡Peter! No tienen nada que hacer.
Él empezó a girar los hombros, como si quisiera quitarse aquel peso de encima. Lali sintió deseos de frotárselos para aliviarlo.
—Ya me han dicho lo mismo antes. No estoy del todo exento de culpa. Cuando conocí a Eugenia, no era precisamente un marido ideal a los ojos de sus padres. Pero no quieren creer que he cambiado, y no tengo ni tiempo ni ganas de convencerlos.
—¿Tienes un abogado?
—Sí. Dice que mientras me porte bien no debería haber ningún problema.
—¿Debería? —susurró Lali.
—Tendría más seguridad si estuviera casado.
—Eso no es justo.
Él sonrió, pero con cinismo.
—¿Y quién espera que la vida sea justa?
El teléfono volvió a sonar. Peter cerró los ojos y respiró hondo.
—Se les ha olvidado decirme que ojalá hubiera sido yo el accidentado en lugar de su hija —dijo, antes de descolgar el teléfono—. ¿Diga? —enseguida cambió de tono—. ¿Ma? ¿Sí? —escuchó y le volvió la espalda de nuevo—. Sí, vale —dijo y colgó.
Se quedó quieto un buen rato antes de volverse hacia ella.
—La fiesta ha resultado ser un fracaso —le dijo—. Era Ma Watson.
Lali sintió que el miedo se apoderaba de ella.
—¿Y bien?
—Sabía que estabas aquí. No quería que estuvieras sola cuando te enteraras.
—¿De qué?
—Han vendido la tienda. Han cerrado el trato hace unos minutos. No lo tenían planeado ni nada. Ha sido un comprador que se interesó por el local el año pasado y ha vuelto.
Tomy entró con Ruben de la mano. El niño tenía una mancha oscura en el pantalón.
—Intenté deciros que esta era la idea más tonta de todas —dijo Tomy mirando a Peter y a Lali—. ¿Qué pasa?
—Han vendido la tienda —dijo Lali.
—¿Donde tú trabajas? —le preguntó Tomy.
—Sí.
—¿Eso quiere decir que te has quedado sin trabajo?
Lali miró a Peter.
—Han querido avisarte con un mes de antelación. Dice que puedes quedarte en la casa todo el tiempo que necesites. Te pagarán el viaje de vuelta a Vancouver.
—¡Viva! —gritó Tomy.
Lali se volvió. Sintió que Peter le ponía la mano en el hombro y lo miró. Estaba preocupado por ella.
Lali intentó sonreír. Él ya tenía bastante en esos momentos.
—Te dije que a mí siempre se me torcían las cosas —dijo.

4 comentarios:

  1. Pobre Lali, ahora que le empezaban a ir bien las cosas...
    Bueno seguro que Peter tiene la solucion jajaja
    Quiero mas sister!!!
    Un beso gordo!! Te amo!!

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  2. No!!! Y ahora q hacemos?? Mucama y niñera de peter con cama adentro no estaría mal no???
    Más!

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  3. La mejor solucion para ambos...CASAMIENTO!
    Ya van a encontrar una solucion pero obviamente será juntos,ambos se sienten atraidos aunq no quieran reconocerlo!

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  4. La única solución ,k se casen!!!! .X Dios están gafados.

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