viernes, 20 de julio de 2012

Capitulo Dos!




Chicas me paso corriendo a dejarles capi. Espero que tengan un buen fin de semana!!!!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                                         CAPITULO DOS




Gracias por darle una oportunidad como es debido —Lali reprendió a Tomy en tono seco después de marcharse Peter—. No puedo creer que te comportaras así. Le arrancaste al señor Lanzani la antena de la camioneta, y luego esa palabra que empezaste a escribir. ¿Qué demonios te pasa?
Tomy miró hacia abajo y se metió las manos en los bolsillos. Entonces, le dirigió una mirada de provocación.
—No me gusta este sitio. Quiero volver a casa.
—Esta va a ser tu casa —Lali dijo con determinación.
Lali, una vez acostumbrados los ojos a la oscuridad, vio que los suelos de la casa eran de linóleo gris que empezaba a levantarse por las esquinas, que la pintura de las paredes estaba desconchada y que había telarañas por todos los rincones. Fue hacia una ventana y levantó la persiana, pero el sol no mejoró el aspecto de la habitación. ¿Y ese iba a ser su hogar?
Pensó en el acogedor apartamento que ella y Tomy .habían dejado en Vancouver y sintió náuseas.
—No sabes lo mal que me puedo portar —la avisó Tomy.
Lali no mostró ni un atisbo de duda.
—Entonces vas a hacerte un experto en mover estiércol. Estoy segura de que no hay escasez de eso por aquí.
—¿Cómo has podido hacerme esto? —le dijo el chico acaloradamente—. Me has estropeado la vida. Yo, Tomy, en esta basura de pueblo. ¿Y qué se supone que voy a hacer yo mientras tú estás trabajando?
—De eso ya te has encargado, Tomy. Estarás cargando estiércol.
Tomy la miró de hito en hito, claramente sorprendido de que su tía le hablara así. Entonces, cambió de tema.
—Supongo que ese tipo te ha parecido guapo.
Y, de repente, Lali vio en su mirada al niño que se escondía en su interior, y se dio cuenta de cómo se sentía el chico. Estaba triste, atemorizado y demasiado nervioso como para reconocerlo.
—Oh, Tomy, ven aquí.
Él se acercó y ella lo abrazó.
—Todo irá bien —así, abrazada al niño, sintió que lo que decía era cierto.
Tomy toleró su abrazo durante unos tres segundos más o menos; después, se separó de ella y avanzó por el estrecho pasillo.
—Creo que me quedaré con esta habitación —dijo momentos después—. Tía Lali, no me has contestado. ¿Te ha parecido guapo ese memo de la camioneta azul?
Lali no contestó, horrorizada con aquella criatura que era su sobrino.
—A mí me ha parecido horrible —continuó diciendo Tomy—. De verdad. Y demasiado joven para ti. Demasiado —cerró la puerta de su habitación de un portazo.
Lali miró a su alrededor y seguidamente entró en el cuarto de baño. Más linóleo medio levantado. Pensó en lo que había dicho Tomy; que Peter Lanzani era demasiado joven para ella.
La nueva prometida de Benjamin era joven, rubia y dinámica.
Había roto con él hacía ya cinco años; ya debería tenerlo más que olvidado. Lali entró en el cuarto de baño y nada más echar el cerrojo se puso a llorar.
Había sido una verdadera estupidez aceptar un trabajo en un lugar del que jamás había oído hablar. Cuando la habían contratado, cuando había recibido aquella carta, había llegado a pensar que era como un regalo del cielo. Se había dicho a sí misma que era una oportunidad para empezar de nuevo, para ser distinta. Para reírse más y preocuparse menos, para ser más atrevida.
Lali estuvo lloriqueando durante diez minutos. Después salió, llamó con los nudillos a la puerta de la habitación de Tomy y le dijo que tenían mucho trabajo para hacer de aquella casa un hogar.
Al fin y al cabo ya estaban allí, y tenía que intentar mirar el lado positivo de las cosas.
Descerrajó el tráiler, metió la mano y sacó una escoba que le pasó a Tomy. Cuando él puso expresión de disgusto, ella le dijo:
—Y da gracias que no es una pala.
—No me gusta esta casa.
—Tampoco es lo que yo pensaba —reconoció Lali—Pero podemos limpiarla y con el tiempo estará muy bonita.
Se pasó el resto del día limpiando de arriba abajo la casita, restregando las paredes, los suelos y los electrodomésticos. Cosa rara, Tomy le resultó de gran ayuda. Cuando se hizo de noche, a Lali solo le quedaron fuerzas para meter dos colchones y una caja que contenía ropa de cama.
—No tienes por qué levantarte conmigo por la mañana —le dijo Tomy—. Se te ve muy cansada.
Cuando se levantó al día siguiente, Tomy ya se había marchado. Lali encontró la cafetera y se dispuso a preparar café.
Su sobrino era una pura contradicción; cuando Lali menos se lo esperaba, Tomy se comportaba con sensatez.
Caminó hasta el trabajo, a tres manzanas de allí, y notó que el trayecto recorrido conformaba casi todo el pueblo. Se pasó el día en el Outpost, aprendiendo lo que componía el extenso inventario, los precios, y cómo utilizar la arcaica caja registradora.
Le sorprendió la cantidad de personas que pasaron por la tienda, hasta que Tomy le dijo que venían de muchos kilómetros a la redonda para ver la nueva adquisición. Antes de que dieran las doce, ya la habían invitado a salir seis hombres. Y, aunque rechazó todas las propuestas, eso le levantó el ánimo.
A las cuatro de la tarde volvió a casa agotada, sabiendo que aún le quedaba por descargar el tráiler. Pero, al menos, tenía todos los ingredientes necesarios para prepararle a Tomy su plato de pasta favorito.
Sin embargo, a las cinco de la tarde Tomy aún no había regresado.
Lali miró hacia la carretera una vez más. Creía haber oído el ruido del motor de una camioneta, pero resultó ser el de un vehículo de una granja.
Tomy había salido a las cinco de la mañana. ¿No eran doce horas demasiadas para que trabajara un chico de doce años?
Se le ocurrió que podría haber tenido un accidente. Vaya ironía, se mudaba de Vancouver a la tranquila Saskatchewan por el bien de Tomy, y acababa sufriendo un accidente.
En realidad, ella no había visto a Peter recogiéndolo. ¿Y si había salido a la autopista y se había largado haciendo autostop? ¿Y si... ?
«Basta ya», se dijo con determinación.
Aquel libro que había leído hacía un tiempo decía que había que intentar transformar las cosas negativas en positivas.
Intentó imaginarse a Tomy pasando un día maravilloso. Se lo imaginó en la granja, persiguiendo una mariposa entre la hierba, pasando un día como los que ella se había imaginado cuando había solicitado aquel empleo.
Volvió a la cocina y removió la salsa de tomate. ¿Por qué había hecho tanta cantidad?
No. No debía invitar a aquel hombre a cenar.
En ese momento oyó un vehículo detenerse delante de la casa. Antes de correr a la ventana, dejó la cuchara con tanta prisa que le salpicó salsa de tomate sobre la tela blanca.
Eran ellos. Abrió la puerta de la casa y salió al porche.
Tomy salió de la camioneta y cerró la puerta dando un portazo. Avanzó por el camino que llevaba hasta la casa con el cuerpo erguido, la ropa totalmente asquerosa y dejando un olor acre a su paso.
—¿Qué tal? —le preguntó.
—¿A ti qué te parece? —le soltó el chico.
—Bueno...
—Eh, «no es asunto tuyo» —Peter Lanzani se había bajado de la camioneta y avanzaba por el camino hacia ellos—. A la misma hora, en el mismo sitio —dijo Peter.
Tomy lo miró con asco y, cuando vio que Peter no se daba por aludido, se volvió y miró a Lali del mismo modo. Entonces, soltó una palabrota entre dientes que Lali no entendió y cerró la puerta de la casa de un portazo.
Peter continuó por el camino hasta donde estaba ella. Caminaba con la seguridad de un hombre totalmente a gusto con su cuerpo, un hombre seguro de sí mismo. Esa seguridad la molestó, porque sabía que ella no la tenía.
—Me gustaría que no lo llamara «no es asunto tuyo» —le dijo en tono remilgado, como el de una vieja solterona—. Se llama Tomy.
—Sí, lo sé. Solo estoy esperando a que me invite a hacerlo.
Hablaba en tono bajo y tranquilo, ligeramente jovial, aunque no sonreía. Probablemente se habría fijado en las manchas de salsa de tomate sobre su camisa. Se detuvo, puso un pie en el escalón de abajo y la miró.
—¿Dónde demonios han estado? —dijo en el mismo tono remilgado.
Él abrió mucho los ojos.
—¿Cómo dice, señorita?
Tenía los ojos del color verde azulado del océano, moteados de una increíble tonalidad de gris.
—¡Salió de aquí a las cinco y media de la mañana!
—Mi granja está a casi media hora de camino de aquí, señorita. Una hora entre la ida y la vuelta. Hoy tuve mucho trabajo. No podía dejarlo todo para traerle a la ciudad, cuando decidió que ya tenía bastante. Y eso fue más o menos cinco minutos después de empezar.
—Doce horas son muchas horas para un niño tan pequeño.
—No es tan pequeño. Además, paramos para comer.
—¡No creo que sea ni siquiera legal que un hombre trabaje tanto tiempo!
—Bueno, señorita —dijo, y una chispa brilló en aquellos ojos verde noche—. Si le sirve de consuelo, ni siquiera creo que hayamos conseguido aplacar un poco el enfado de su sobrino.
—¡Tomy no está enfadado! —exclamó ella.
No tenía idea de por qué había dicho eso cuando la actitud de Tomy no dejaba duda alguna de lo que sentía.
—Pues rallarle la camioneta a alguien con una palabra obscena no creo que sea un gesto de paz.
—No creo que deba trabajar para usted mañana.
—Mire, señorita, no es asunto mío, pero creo que eso sería una equivocación.
—¿En serio? —respondió con arrogancia.
—No creo que quiera enseñarle a ese chico que puede comportarse como le dé la gana y que no pasará nada.
Tenía razón, y ambos lo sabían. Aun así, no pudo evitar responder:
—Y usted es un experto educando chicos, ¿no?
Se arrepintió nada más decirlo, sabiendo que estaba pagando con él la inquietud de la mudanza y del comportamiento de Tomy, a pesar de no merecérselo. Además, en cuanto lo dijo, vio en su mirada una sombra de enorme tristeza.
Pero él le respondió con tranquilidad, sin alterarse.
—No estoy seguro de eso. Pero me parece que si le echa un cable ahora, tendrá que ayudarlo de un modo muy distinto en el futuro.
Lali respiró hondo. Sabía que no estaba siendo justa con él y que ese hombre tenía razón. Pero fue totalmente incapaz de reconocerlo.
—Me preocupé por él cuando vi que había pasado tanto tiempo.
La mirada de angustia de Peter fue lo que calmó parte de su irritación.
—No fue mi intención preocuparla. Supongo que debería haberla llamado —sonrió y negó con la cabeza—. Me da la impresión de que he dicho esas palabras unas cuantas veces antes en mi vida.
Lali estaba segura de ello. Esos encantadores hoyuelos, probablemente, se habrían ganado el corazón de cientos de mujeres que habrían aguantado la respiración junto a un teléfono, esperando su llamada. Pero ella nunca sería una de esas; eso jamás ocurriría. Por esa misma razón no podía invitarlo a comer espaguetis con ellos.
—Supongo que pensé que sería una buena forma de quitárselo de encima, mientras estuviera trabajando —le dijo él.
—No es tan mal chico —contestó ella.
—Señorita, eso ya lo he visto.
—¿Ah, sí?
Él esbozó una amplia sonrisa y Lali estuvo segura de que no le gustaba su sonrisa. Lo convirtió, por un momento, en uno de esos hombres que tenían todo lo que deseaban. Cualquier cosa. ¿Habría preparado ella esa cena solo para Tomy?
—Muy de vez en cuando. Hice que preparara el pienso a los terneros. Me hubiera gustado que hubiera visto la cara que puso.
—A mí, también.
—Bueno, quizá lo vea algún día.
—Gracias. Tal vez lo vea algún día.
Pero como eso significaría involucrarse aún más con Peter Lanzani decidió que no lo haría. Había puesto todas sus esperanzas en Benjamin, pero él la había dejado y eso le dolía aún mucho.
Y Benjamin no era tan atractivo como el joven y apuesto señor Lanzani. En realidad, Benjamin se le antojó de repente remilgado y aburrido. Y si un hombre remilgado y aburrido era capaz de hacerle tanto daño, no quería pensar en lo que podía hacerle uno emocionante y apasionado.
—¿Cómo le fueron las cosas en su primer día de trabajo?
—Oh, bien.
¿Qué le habría hecho pensar que era un hombre apasionado? ¿Aquella mirada ardiente? ¿La sencilla sensualidad de sus labios?
—¿No se pasaron los habitantes de la zona a saludarla?
Lali se relajó de pronto y se echó a reír.
—Más bien de todo el condado.
—Señorita, no debe sorprenderse.
—¡Deje de llamarme señorita! —¿por qué tenía que hablarle en ese tono tan quejoso?—. Por favor.
—De acuerdo.
Ella se sonrió, como si tuviera dieciséis años en lugar de treinta y cuatro.
—Llámeme Lali.
—Muy bien, Lali, me apuesto a que su agenda de bailes está llena hasta el año que viene.
—¿Cómo dice?
—¿La invitaron a salir? ¿Los solteros de Hopkins Gulch?
—Ah. Unos cuantos, sí. Pero yo no hago eso. No salgo.
—¿Que no sale? ¿Por qué no?
¿Por qué no? Ya no tenía a ningún Benjamin a quien guardar lealtad. ¿Qué clase de mujer le era fiel a un hombre que había roto con ella hacía ya cinco años? Una imbécil, desde luego.
—No creo que fuera bueno para Tomy.
—¿Y cómo es eso?
—En mi experiencia... —desde luego bastante limitada— las relaciones amorosas me parecen un fracaso.
—Un fracaso —repitió de modo reflexivo—. En eso estoy de acuerdo con usted. ¿Por cierto, Tomy tiene de verdad alergia a los caballos?
—No. ¿Le ha dicho eso?
—Según él, una alergia insoportable. Dijo que solo con olerlos le sale un sarpullido por todo el cuerpo. Luego dijo que se había dejado las medicinas en casa.
Lali miraba a Peter fijamente para ocultar su vergüenza. ¿Cuándo había aprendido su sobrino a mentir tan bien?
—Entiendo —dijo Peter cuando ella no respondió—. ¿Entonces no pasará nada si le pido que le dé de comer a los caballos mañana?
—Seguro —murmuró ella.
—Si es que viene, claro.
—Irá.
—Entonces, estaré aquí a las cinco y media.
—Muy bien.
Se dio la vuelta y echó a andar. A Lali le fascinaba aquella manera natural y confiada de caminar, como si fuera el dueño del mundo.
—¿Entonces, cómo debo llamarle? —le preguntó ella de repente.
Él se detuvo y se volvió a mirarla.
—Este es un lugar bastante informal. Peter me vale.
—Gracias, Peter, por cuidar de sus zapatillas de deporte.
¿Qué demonios estaba haciendo? Si no tenía cuidado acabaría invitándolo a cenar.
Él esbozó una sonrisa que ahuyentó las sombras de su rostro y le dio un aspecto juvenil y encantador.
—¿De verdad pagó doscientos dólares por esas zapatillas?
—No tanto —dijo—. Pero casi.
Él movió la cabeza con incredulidad.
—¿Por qué?
—Son zapatillas mágicas —dijo y suspiró—. Se suponía que iban a hacerle mucha ilusión.
—Si eso se lo dieron por escrito, yo las devolvería —se dio la vuelta y se metió en la camioneta.
Lali tuvo que morderse la lengua para no llamarlo e invitarlo a que se quedara a cenar.
No sería una cita. Solo un gesto amable entre vecinos.
Como no quería parecer ridicula, no se quedó a mirar cómo se alejaba la camioneta.
Entró en casa justo en el momento en el que Tomy salía de la ducha, con una toalla sobre la cabeza. Las pecas que tenía en la nariz se le habían puesto más oscuras y tenía las mejillas sonrosadas por el sol.
—Odio a ese tipo —le dijo—. Hoy trabajé tanto que no debería tener que volver.
—Pues vas a hacerlo —le dijo Lali, contenta de que su determinación se hubiera fortalecido tras su charla con Peter.
—Me hizo trabajar mucho, y no me dio suficiente comida ni bebida. Creo que hay leyes que impiden tratar así a los niños.
—También hay leyes que impiden estropear la propiedad ajena —le dijo con dureza; se le ocurrió que intentaría hacerle pensar en positivo, tal y como decía aquel libro—. Cuéntame algo bueno que te haya pasado hoy.
Él la miró con mala cara.
—No me ha pasado nada bueno.
—Oh, venga, cuéntame lo de los terneros.
—Son unos animales de lo más lelo. Y huelen que apestan. Igual que su hijo.
—¿Su hijo? —Lali le preguntó muy sorprendida.
—Sí. Tiene un niño pequeño que se llama Ruben. Tiene casi tres años y usa pañales. ¿Te parece eso normal?
—No estoy segura.
—No habla mucho, sobre todo cuando está cerca la Gestapo.
—¿Quién no habla mucho? ¿Y de qué Gestapo hablas?
—Es el niño el que no habla mucho. Y la Gestapo es el tipo que te parece tan mono.
—Yo no he dicho nunca que sea mono —estuvo segura de que iba a sonrojarse, así que se dio la vuelta rápidamente—. No vuelvas a llamarlo así. Gestapo. Es horrible.
—Bueno, también lo es amontonar estiércol con una pala sin cobrar nada. Ese chico no sabe pronunciar la erre. ¿Eso es normal?
—No lo sé.
¿Por qué le angustiaba tanto no poder responder a sus preguntas? ¿Por qué sentía como si se hubiera perdido algo? ¿Quizá tener un hijo? Ese era otro de los sueños que Benjamin le había arrebatado. ¿Si esperaba a que Tomy fuera más mayor, al menos otros seis años más, no sería ya demasiado tarde? ¡Tendría cuarenta años!
—¿Dónde está la mamá de Ruben?
—Se mató en un accidente.
—Oh.
—Es una faena. Quiero decir, cuando una madre se muere y deja a su hijo. Al menos, tiene a su padre para cuidarlo; aunque sea la Gestapo.
Lali notó que su sobrino aún sentía la pérdida de su madre, a pesar de haber pasado ya cinco años. Y la de su padre. Cada vez que pensaba en aquel hombre despiadado a Lali se le revolvía el estómago. Ni siquiera había conocido a su hijo. Había abandonado a su hermana en cuanto se enteró de que ella estaba embarazada.
Y después lo de Benjamin. Poco después de la muerte de su hermana, él le había dicho que tenía que elegir entre Tomy o él. No se lo había dicho así, por su puesto. Benjamin era siempre tan diplomático, tan educado, tan sofisticado. Esos rasgos de su personalidad la habían impresionado entonces.
—Me preocupo por ti, Tomy —le dijo con determinación—. Te quiero más que un leopardo a sus manchas.
Tomy no se pudo resistir.
—Y yo más que una rana a sus verrugas.
Y de pronto, la tensión desapareció de su rostro y volvió a ser su dulce niño otra vez.
—¿Me has preparado espaguetis para cenar?
—Solo por ti.
¿Por qué aquello le sonó a mentira?
El sonrió.
—Te quiero más que la pizza a su queso.


Peter echó un vistazo al asiento de atrás donde Ruben dormía profundamente en su sillita de niño. Un pequeño charco de baba se había depositado sobre la camisa tejana que Ruben había visto días atrás en el escaparate del Outpost. Colocada sobre un maniquí, Ruben la había mirado en silencio, con los ojos muy abiertos. A Peter le había dolido en el alma que su hijo no se la hubiera pedido. Pero, de todos modos, se la había comprado. Desde entonces el niño no quería quitársela.
Miró hacia la larga y serpenteante carretera y pensó que a veces la vida cambiaba drásticamente en un momento.
Había conocido a Eugenia cuando ella era la mejor jinete de pruebas, vestida con téjanos y lentejuelas, y él un jinete de toros de menos importancia, con más nervio que talento. Ella tenía el pelo rubio, corto y rizado, unos enormes ojos marrones y una figura de muñeca de porcelana que no dejaba traslucir la fuerza que mostraba sobre el caballo. Había sido, sin duda, la mujer más bella que había visto en su vida. También era la única mujer que había conocido que podía acompañarlo bebiendo, y la única que era capaz de estar de juerga toda la noche y continuar al día siguiente. Tal vez debería haber tomado eso como una señal de peligro, pero no lo había hecho.
A veces pensaba que si hubiera ido a un rodeo diferente ese día, o se hubiera quedado en casa, o se le hubiera pinchado una rueda, no hubiera conocido a Eugenia. Y quizá aquel pequeño que dormía en el asiento de atrás no existiera.
Y allí estaba otra vez el destino dando coletazos.
De no haber estado en la ciudad el día anterior, no habría conocido a Lali Esposito. Si Tomy hubiera arrancado la antena de otro coche, todo hubiera sido distinto.
Y él no estaría en ese momento de camino a una casa vacía, pensando en el aroma que salía por la puerta de la casa de Lali. Un aroma delicioso. Algo italiano. Ni estaría pensando en ese tráiler aparcado delante de la casa, todavía tan lleno como lo había estado el día anterior.
—Peter, ni se te ocurra dar la vuelta —se dijo con firmeza.
Con la misma firmeza que se dijo que no tenía pensamientos románticos hacia Lali. Era un hombre que había aprendido una buena lección sobre el amor. ¿Qué había dicho Lali?
Ah, sí. Que las relaciones amorosas le parecían un fracaso. Aparentemente, ella también había aprendido la lección.
¿Entonces, si Peter había aprendido la lección, por qué no había podido resistir la tentación de preguntarle si alguien la había invitado a salir? Sabía que así habría sido. A esos tipos que se habían arremolinado junto a la ventana del café les habría faltado tiempo para ir a verla al Outpost.
Lo que ella les hubiera dicho no era asunto de Peter. Aún así, no podía negar que se alegraba de que todos ellos hubieran fracasado en sus intentos.
Claro que sabía que Pablo no iba a aceptar un no por respuesta. Lali era demasiado bonita. Pablo volvería al Outpost al día siguiente, probablemente con un ramillete de flores y mucha labia. ¿Y Lali había dicho que no salía con hombres? Eso no sería un problema para Pablo. Se las ingeniaría para de alguna manera conseguir una cita.
En realidad, probablemente Pablo ni siquiera esperara al día siguiente. Seguramente estaría ya en su casa, descargándole el tráiler y dejándose invitar a una cena casera. Eso no sería una cita, ¿verdad? No, señor. Sería simplemente mostrarse amable con una nueva vecina.
La cena. Peter intentó pensar en lo que tenía en casa. Pizza congelada y una lata de carne guisada.
Entonces, se acordó de lo que aquella abogada de Swift Current le había dicho, cuando los padres de Eugenia dieron la impresión de querer pelear con él por la custodia del niño. Que tendría que tener cuidado con aspectos como la nutrición, o la psicología infantil.
De repente, se sintió tremendamente solo y abrumado.
—No te atrevas a dar la vuelta —se dijo—. No puedo presentarme en casa de una mujer a la hora de la cena y esperar que me invite.
Bueno, quizá a cambio de ayudarla a descargar su tráiler.
Suspiró mientras pensaba en las vueltas que daba la vida, y en que no podía hacer nada para impedirlo. Peter Lanzani aminoró la marcha, detuvo el vehículo y dio la vuelta.
Se dijo que Lali parecía de esas mujeres que quizá supiera un par de cosas sobre la educación de los esfínteres.

4 comentarios:

  1. Es genial la novela!!! Me encanta!!!
    Sister! quiero mas, como siempre!!!!
    Besos!!!! TE AMO!!!!

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  2. Me encanta :)
    Espero ansiosa el proximo cap!
    Un beso
    Juli♥

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  3. Me encanto! Peter termina siendo tierno!! Más!

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  4. Los dos demuestran k necesitan ayuda,¡están muy solitos!.

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