miércoles, 11 de julio de 2012

Capitulo Ocho!



Buenaaaaaas!!! Que tal el día??? Yo les traigo un capi......un capi en el que van a querer a Lali y me van a querer matar a mi......ya lo verán. Se viene lo bueno!!!!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!


                                       CAPITULO OCHO




Otra entrevista terminada. Y le quedaban muchas más, pensó Peter, mientras regresaba a su casa esa noche. Cerró la puerta tras él para que la humedad del arroyo y la fría brisa otoñal no enfriaran el interior. El sol casi había desaparecido después de comer, cuando el cielo se había llenado de nubes. El ambiente estaba poblado por una pesada atmósfera de tormenta.
Sin proponérselo, Peter se paró un momento para ver si oía a Lali en algún sitio. Pero todo estaba callado, a excepción del segundero del reloj de pared del salón.
—¿Lali? —llamó él. No hubo respuesta. ¿Estaría ya acostada?
Podía imaginarla en la cama, con sus rizos castaños esparcidos por la almohada, un brazo sobre la cabeza, los labios entreabiertos mientras respiraba y la luna bañando su piel suave y pálida.
El corazón de Peter se aceleró un poco cuando pensó en lo mucho que le gustaría apartarle los rizos de la cara, inclinarse hacia ella, besarla en las mejillas, en la boca…
Entonces, se quitó el abrigo y el sombrero y los lanzó al perchero. Cuando falló el tiro y ambos objetos cayeron al suelo, ni se molestó en recogerlos.
Lo haría más tarde, se dijo.
En ese momento, lo único que quería era ir a la habitación de Lali para ver si ella estaba allí. Quería asegurarse de que no la había espantado por cómo había actuado antes.
Cuando llegó ante la puerta cerrada, Peter se detuvo, posando las puntas de los dedos en la madera. Dentro, escuchó el suave murmullo de la televisión.
Al parecer, Lali se había quedado, a pesar de lo brusco que él había sido con ella porque hubiera ido al médico sola. Cuando, por un instante, él no había podido ocultar lo que sentía, ella había mostrado una inconfundible expresión de desconcierto.
Ni él mismo entendía por qué lo había molestado que hubiera ido a su cita con el médico sola. Tal vez, era porque la gente se preguntaría por qué su marido no la acompañaba para contemplar esas imágenes de un bebé dentro del vientre de una mujer.
Una ecografía. Así se llamaban. Y, aunque le costaba reconocerlo, se había sentido dolido porque Lali no hubiera querido compartirla con él.
Como ya había comprobado que ella estaba en casa, Peter se apartó de su puerta con la intención de irse a su propio dormitorio. Pero no llegó tan lejos, pues le llamó la atención ver la puerta abierta del segundo cuarto de invitados, llena de paquetes de la tienda de bebés.
Había una cuna y un montón de minúsculas ropas de bebé. Él lo había comprado sólo porque había pensado que, así, conseguiría hacer sonreír a Lali. También, había pensado que era una manera de hacer feliz al bebé, haciendo sentir feliz a su mamá.
Mirando las paredes, Peter se preguntó qué gustos tendría el bebé, pensando en cómo podían decorar la habitación. Podían poner dibujos de pandas, como los que tenía ese pijama. O de ositos de peluche…
Eso podía ser una buena idea. Podían empapelar la pared con un estampado de ositos de peluche al estilo antiguo. ¿Y le gustarían al bebé los colores pastel, rosa o azul? Él mismo podía pintar la habitación, cuando la campaña electoral dejara de reclamar todo su tiempo.
Entonces, se dio cuenta de que Lali y él no habían hablado de nada de eso. No habían tenido ni un momento libre, con la boda, la campaña…
Sin poder evitarlo, Peter sintió una tremenda urgencia por ir a verla, estuviera dormida o no. Y no era sólo porque tuvieran que hablar.
No. Él sólo…
Quería verla antes de despedirse de ella hasta el día siguiente.
Conteniéndose, Peter salió del cuarto del bebé y se dirigió a su dormitorio, sin atreverse ni siquiera a mirar la puerta de Lali. No podía seguir así, deseando tanto a su esposa. Debía enseñarle a su cuerpo la diferencia entre deber y placer, se dijo.
Y era su deber mantener a Lali a salvo. Sobre todo de él mismo. Maldición, él se había aprovechado de la situación. Ella era muy joven. Esperaba que aquel pseudomatrimonio no echara a perder el resto de su vida… y la del bebé.
En ese momento, cuando llegó ante su dormitorio, Peter vio algo pegado a la puerta. Una foto.
La imagen de una ecografía de un pequeño ser acurrucado con los puños apretados.
¿Saltamontes?
Peter despegó la imagen, sonriendo. Entonces, se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
Estaba actuando como un padre orgulloso. Y ése no era el caso.
Dejó la foto en su mesilla y la observó una vez más. Iba a tener que desapegarse de alguna manera de aquella familia que no era suya de verdad, pues lo cierto era que Lali y el bebé habían empezado a formar parte de su vida, a pesar de que ella no fuera su esposa.
Y el bebé no era hijo suyo.
Peter cerró el cajón con la foto, pero seguía oyendo el murmullo de la televisión de Lali al otro lado del pasillo. Hizo todo lo posible por sacársela de la cabeza.
El problema era que, al intentarlo, lo único que conseguía era renunciar un poco más a sí mismo.
* * *
Cuando Julia se había enterado de la incursión de Peter a la tienda de bebés, se le había ocurrido la idea de organizar otro mitin una semana después, cuando sólo faltaban quince días para las elecciones.
Y allí estaban todos, se dijo Lali, embutida en su abrigo, su bufanda y los guantes mientras el frío aire le helaba las mejillas.
Peter y ella estaban delante de El paraíso del bebé, la tienda donde habían comprado todas esas cosas. El lugar se había convertido en un símbolo de su campaña, por ser un pequeño negocio que se esforzaba para salir adelante y tenía el potencial de resurgir de sus cenizas, igual que la economía de Thunder Canyon. La reportera ya había colgado sus fotos en el blog de su revista y, al mencionar el nombre de la tienda, habían crecido sus ventas.
También había colgado la imagen en que Lali se había tropezado en la acera y Peter la había sostenido, con la leyenda Un príncipe al rescate.
Cuando Lali lo había visto, había recordado cómo la periodista había mencionado a Carlos y Diana y se había estremecido al pensar cómo su mentira no estaba haciendo más que extenderse.
Cada día que pasaba, la mentira era mayor, igual que las ovaciones de la multitud antes de comenzar el mitin.
—¡Peter! ¡Peter!
El corazón de Lali tenía ganas de gritar lo mismo. ¡Peter!
Cada noche, cuando se retiraban a sus respectivos dormitorios, su deseo era mayor. Ella se quedaba mirando al techo, conteniendo el aliento, esperando oírlo acercarse a su puerta, como lo había oído aquella noche hacía una semana.
Aquel día, Lali tenía la televisión encendida con una vieja película, pero había oído con claridad el susurro de él.
—¿Lali? —había llamado Peter.
Ella había querido responder, pero se le había trabado la lengua. Sabía que, si hablaba, habría sido para invitarlo a entrar.
Y luego, ¿qué?
Ella no habría sido capaz de impedir que hubiera pasado algo esa noche.
En ese momento, Lali observó a Peter, allí parado recibiendo los vítores de la multitud. Tenía una presencia tan viril y poderosa que se le incendiaba la piel sólo de verlo.
Y debajo de la piel.
Peter la miró, como haría un político, compartiendo ese gran momento con su esposa. Y, durante una milésima de segundo, a Lali le pareció que no era una farsa, sino algo real.
Ella estaba orgullosa de Peter. Tan orgullosa que el pecho se le llenaba de emoción al contemplar su éxito y al pensar en todas las cosas buenas que él podía hacer por el pueblo.
Sin pensarlo, Lali se llevó la mano al vientre, cubierto por un jersey. Cada vez se le notaba más, sobre todo porque Peter había empezado a insistir en que estuviera bien alimentada.
—Son órdenes del médico —solía decir él con una fugaz mirada de ternura.
Sus ojos también mostraron un brillo de dulzura en ese instante, al posarse en el vientre de ella. Lali deseó que él se atreviera a tocárselo de nuevo.
¿Qué podía tener de malo?
Cuando el público se calmó, Peter dio su discurso, mientras los flashes de las cámaras lo iluminaban sin parar.
—Ha llegado el momento —dijo él con seguridad—. Hemos hecho lo mejor que hemos podido hasta ahora. Pero voy a pediros una cosa más, compañeros. Necesito un empujón y vosotros podéis dármelo. Un empujón más al tren de nuestra campaña. Un último gran esfuerzo para recorrer la distancia que falta…
—¡Un truco más para llevarte a la meta! —gritó una voz masculina de entre los asistentes.
Todo el mundo se quedó petrificado, incluidos Lali y Peter. A ella le recorrió un mal presentimiento.
El hombre que había hablado no parecía ser uno de los seguidores de Peter.
Julia se acercó a Lali, como para protegerla, sintiendo también que algo iba mal.
Sin embargo, Peter no perdió los nervios. Se limitó a sonreír al resto de los presentes y se encogió de hombros, como queriendo decir que no había que dar importancia a ese agitador.
—Dinos. ¿Hasta dónde llegarías con tal de ser alcalde? —continuó el hombre que había hablado—. ¿Serías capaz de representar un matrimonio falso con tal de…?
Las voces de protesta del público enmudecieron al agitador.
Julia le dio la mano a Lali y Peter empezó a hablar al micrófono con un tono grave muy poco común en él.
—No le consiento que hable de mi mujer y de mi hijo.
Peter tenía el dedo levantado y parecía dispuesto a saltar del escenario y enfrentarse al agitador cara a cara. Pero debía de estar actuando, se dijo Lali. Se estaba comportando como si se hubiera sentido ofendido. Como si… le importara.
De todas maneras, Peter parecía estar verdaderamente furioso. Tenía el rostro enrojecido y la mandíbula apretada.
Su voz sonó todavía más áspera.
—No me importa que venga a cargar contra mí todo lo que quiera —prosiguió Peter, dirigiéndose al agresor anónimo—. Pero no le permito que se meta con mi familia. ¿Lo entiende? Lali es…
Peter se interrumpió y bajó la mirada al suelo, como si necesitara un momento para recuperar la compostura. Julia rodeó con su brazo a Lali, que tenía el corazón en la garganta.
—Mi esposa es más de lo que cualquier hombre podría desear —dijo Peter al fin—. Siempre pone a los demás por delante de sí misma. Es amable y optimista y tan hermosa por dentro y por fuera que doy las gracias a mi suerte por poder estar cerca de ella.
Lali deseó que lo dijera en serio. Lo deseaba con toda su alma y no tenía ni idea de cómo había llegado a ese punto. No sabía cómo había podido permitir que su corazón comenzara a creerse aquella farsa.
—Por eso, señor, estoy dispuesto a darle una segunda oportunidad, sobre todo, porque creo que ha hablado sin saber lo que decía —continuó Peter, retomando el control de sí mismo—. Pero le advierto algo —Peter usó un tono tan grave que Lali se asustó—, no toleraré ni una sola palabra improcedente acerca de la gente que quiero. Ni una palabra. ¿Comprende?
Sus seguidores comenzaron a aplaudir y a gritar su nombre con entusiasmo.
Peter posó la mirada en el agitador, que había sido aislado por el grupo. El tipo, que llevaba un sombrero de paja, se abrió camino para salir de entre la multitud. Luego, Peter se giró y miró a Julia. Ante una seña silenciosa, Julia condujo a Lali fuera del escenario, hacia el coche que esperaba para llevarlos a ella y a él a la sede de la campaña.
Sin embargo, Peter no había mirado ni siquiera a su esposa.
Y ella se alegraba, porque no le habría gustado que él adivinara lo conmovida que estaba.
Cuando Peter se sentó en el asiento de atrás del coche junto a Lali, cerrando la puerta de un portazo, Julia arrancó el coche. Él siguió sin mirarla, aunque ella había empezado a desear que lo hiciera.
¿Qué había significado lo que había pasado?
¿Y por qué había sonado como si…?
No debía pensar en ello, se dijo Lali y se sujetó el vientre, como si quisiera proteger al bebé de sus pensamientos. No debía ni siquiera imaginar que Peter había sido sincero. Él sólo había querido convencer a sus votantes, se recordó a sí misma.
Si empezaba a creer que él se preocupaba por ella, sólo conseguiría llevarse un buen chasco y, tal vez, le costaría mucho más recuperarse de eso que de la traición de Alan.
Porque Alan no era Peter.
Mientras Julia conducía, ninguno de los tres dijo nada hasta que llegaron a las oficinas y entraron por la puerta trasera.
El espíritu animado de Peter había desaparecido. En su lugar, quedaba un hombre inquieto, apenas capaz de contener su desasosiego.
—Ha sido obra de Arthur Swinton —señaló él.
Lali se sentó en la silla al otro lado del escritorio de su esposo, pues las piernas apenas la sujetaban. Si no fuera porque sabía que no podía ser así, habría creído que Peter estaba realmente furioso.
Julia lo trató como si necesitara un poco de consuelo y calma. Habló con tono de domadora de leones.
—Ya está, Peter. Y has manejado la situación como un profesional.
—¿Un profesional?
Peter se quedó callado. Entonces, sucedió. Miró a Lali.
A ella se le encogió el estómago al percibir en sus ojos algo similar a lo que había visto la noche en que le había contado que había ido al médico sin él.
Algo profundo y sincero.
Algo…
Lali sintió que Julia también la estaba mirando y, cuando ella le devolvió la mirada, se encontró con una expresión inconfundible de sorpresa en el rostro de la directora de campaña.
Julia no daba crédito.
«Ni lo sueñes», se advirtió Lali a sí misma. «No te atrevas a pensar que Julia cree que este matrimonio es algo más que una farsa».
Entonces, Peter habló.
—No sólo voy a retorcerle el cuello a Swinton por haberme enviado a ese tipo, sino por haber hecho que ese imbécil hablara mal de Lali y el bebé. Mi familia no se toca.
—Peter, cálmate —dijo Julia—. Tú…
—No digas nada —la interrumpió Peter, levantando la mano—. Las cosas han ido demasiado lejos. No debí haber llevado a Lali al mitin y, tal vez, haya llegado el momento de destapar toda esta charada. No quiero que esto les salpique nunca más.
—¿Y no te importa perder las elecciones? —preguntó Julia—. Porque eso sería lo que pasaría.
Un expresión de pérdida se dibujó en el rostro de Peter, la misma que había tenido la noche en que había hablado de los asesinos de su tío y de Andrew Julen. Todos sus planes por hacer de Thunder Canyon un lugar mejor parecieron derrumbarse.
—No hagas nada de eso —dijo Lali—. No me dejes.
Peter se quedó callado, como si no pudiera creer lo que había oído.
Cielos, ¿de veras había dicho eso?, se dijo Lali. Sin querer, había revelado lo que sentía por él.
—¿Dejarte?
Sintiéndose expuesta, Lali intentó arreglarlo.
—No nos dejes a ninguno de nosotros.
No era momento de complicar la situación, pensó Lali. Era mejor disfrazar lo que sentía por él. Lo más importante era no dejarle sabotear su propia campaña por un contratiempo.
Lali se enderezó en su asiento y continuó.
—La primera vez que te acercaste a mí con tu propuesta, pensé que estabas loco. Luego…
—¿Luego…? —preguntó él en un susurro.
Lali tragó saliva, dándose cuenta de que cada vez estaba revelando más de sí misma.
—Luego, empecé a creer en lo que defendías. Me di cuenta de que en tu corazón tienes todo lo que es importante. Tienes todo lo que necesitamos en Thunder Canyon.
Peter la miró, como si le quisiera preguntar si estaba hablando por todo el pueblo o, en concreto, por ella misma.
Lali se derritió bajo sus ojos, se sintió suya por completo.
Ella no podía seguir negándolo. No sólo creía en Peter, sino que se había enamorado de él. Mucho y muy rápido.
Sin ninguna duda.
Dentro de su vientre, el bebé se movió, como apoyando sus pensamientos. Con los ojos empañados, Lali apartó la mirada.
Amor. Se había enamorado de su marido justo en el momento menos conveniente.
Lali oyó a Peter ir a la puerta del despacho y abrirla, pero ella no levantó la vista. Ni siquiera cuando Julia apoyó una mano compasiva en su hombro, como si entendiera su dolor.
Como si, también, sintiera lo que había pasado.


Mientras Peter conducía a casa, Lali guardó silencio en el asiento del copiloto, mirando por la ventana las casas iluminadas por la luz de la luna.
El silencio estaba matando a Peter, sobre todo, después de esa noche, cuando había tanto que decir. Tanto, que no podía expresarlo en palabras, pues lo cambiaría todo.
Y no necesitaban un cambio. Ninguno de los dos.
—Estaba pensando en pintar la habitación del bebé el día después de las elecciones —comentó él con la esperanza de disipar un poco la tensión—. Podemos usar ese color amarillo suave que viste en el catálogo.
Hacía una semana, Peter le había preguntado por la decoración que quería para la habitación del bebé. Lali había estado de acuerdo en poner cenefas en la pared con estampado de un osito de peluche. Sin embargo, él había tenido la impresión de que ella habría aceptado cualquier cosa, pensando que el bebé no viviría en esa habitación durante mucho tiempo.
Al pensarlo de nuevo, el corazón se le encogió, aunque no había razón para ello, pues desde el principio había sabido que Lali y el bebé iban a irse.
—Pintar me distraería, si pierdo.
Hubo más silencio y Peter se dio cuenta de que había dicho en serio lo de perder las elecciones. En ese momento, le preocupaba más otra clase de pérdida.
Lali. Saltamontes.
¿Por qué le parecía captar un brillo de afecto en los ojos de Lali cada vez que la miraba? ¿Había querido decir mucho más hacía unos momentos, cuando había afirmado que creía en él…?
Peter no dijo nada más, porque ya había dicho más de la cuenta en aquel mitin, cuando había desnudado su corazón para defender a Lali de aquel agitador.
Él apretó las manos en el volante. Tema que reconocer que se había comportado como un hombre enamorado. Además, la fe que ella le profesaba le conmovía más que nada en el mundo.
No había duda, caviló Peter. Había cruzado la línea esa noche y debía detenerse ahí, cuando todavía estaba a tiempo de volver a territorio conocido.
Al fin, Lali respondió a su comentario, aunque siguió sin mirarlo.
—Me parece bien el color que tú elijas.
Sintiéndose impotente, Peter siguió conduciendo. Y, cuando entraron en la casa, Lali ni siquiera se quitó el abrigo. Se fue derecha al porche trasero y él lo entendió como una indirecta de que quería estar sola.
¿Habría sido demasiado para ella?
Eso era lo que faltaba, pensó Peter. Él le había prometido aliviar su estrés casándose con ella, no al revés.
Peter se fue a la cocina, pero no porque tuviera hambre. Sabía que Lali no había comido desde el mediodía, así que le preparó un sándwich de pavo con ensalada y salió al porche con el plato, junto con un vaso de zumo de naranja. Después de entregárselo, la dejaría a solas de nuevo, se dijo a sí mismo, dándole la privacidad que necesitaba para recuperarse.
La encontró sentada en una silla de madera, acurrucada dentro de su abrigo, con la luna iluminándole el pelo castaño y rizado. Se le encogió el corazón al verla.
—Aquí tienes —dijo él, poniéndole el plato sobre el regazo. Esperó a que ella lo tomara en sus manos antes de soltarlo. Dejó el zumo en el ancho reposabrazos.
—No tengo hambre.
—Tu médico dice que debes comer.
El murmullo del arroyo sonaba a su lado, llenando el silencio que ellos no parecían capaces de llenar. Lali le dio las gracias, como si esperara que fuera la mejor manera de terminar la conversación y de quedarse sola de nuevo.
Pero no tocó su comida. ¿Estaría esperando a que él se fuera para comer?, se preguntó Peter.
Bueno, se iría, pensó él. Aunque, primero, quería asegurarse de que ella estuviera cómoda.
—Hace frío aquí —comentó él—. Puedo traerte una manta. O, tal vez, deberías…
—Tú y tus modales.
Peter se metió las manos en los bolsillos del abrigo y se quedó callado, hasta que se dio cuenta de lo que estaba haciendo y decidió abrirse a ella.
—¿Qué tiene de malo ser un caballero?
—Eso es lo único que eres cuando estamos a solas, un caballero educado. Cuando estamos allí fuera, te comportas como un hombre de familia, más afectuoso y cercano de lo que eres cuando nadie puede vernos.
—¿Qué?
Lali suspiró.
—Lo siento. Sabía en qué me estaba metiendo cuando acepté el trato. Lo que pasa es que… —comenzó a decir ella y se interrumpió un momento, apoyando la cabeza en el respaldo—. Estoy cansada de actuar, Peter.
Peter se sintió al borde de un precipicio.
¿Cansada? ¿Actuar?
No era buena señal que ella dijera esas cosas, pensó Peter. Nada buena.
—Entonces, tenía razón cuando te dije que deberíamos abandonar esta farsa antes de que las cosas fueran demasiado lejos —afirmó él.
Lali se puso en pie y el plato y el vaso se cayeron al suelo. Peter dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo al ver su mirada.
Tenía una expresión fiera.
Se dio cuenta de que Lali no sólo estaba furiosa. Estaba ante una mujer que sabía lo que quería. Y, aunque él había intuido lo que podía querer, no había querido creerlo.
¿A él? ¿Quería a su esposo falso?
Su sentido común le dijo que se diera media vuelta. Que corriera. Pero se quedó clavado en el sitio, sintiendo los latidos de su corazón.
—Peter —dijo ella—. No creo que comprendas lo que te estoy diciendo.
—Lali…
—He dicho que estoy cansada de actuar, pero no estoy hablando de nuestra pequeña farsa ante el gran público —explicó ella y tomó aliento antes de proseguir—. Ya estoy cansada de intentar ocultar lo que… siento.
—Vayamos dentro —propuso él, esperando que, tal vez, si le daba un poco de tiempo, ella se pensaría dos veces lo que estaba diciendo.
—¿Quieres escucharme? Percibí algo en la forma en que me defendiste esta tarde, en el mitin. Cuando dijiste… Lo que le respondiste a ese tipo… —comenzó a explicar y enderezó la espalda—. Este matrimonio no es sólo una farsa y los dos los sabemos.
Oh, maldición. Eso era.
Peter sintió una inyección de adrenalina. Su corazón se aceleró como una sierra eléctrica, hasta que su pecho estuvo a punto de explotar.
En parte, quería tomarla entre sus brazos y no dejarla marchar jamás, besarla hasta que le faltara el aliento, sentir su contacto en lugares que se había obligado a olvidar en las largas y solitarias noches, cuando había soñado con ella. Pero, por otra parte…
Algo en él le impulsaba a escapar, a seguir su instinto desesperado de supervivencia… el sentido común que le había mantenido soltero durante tanto tiempo y le había permitido mantener su corazón intacto.
Lali lo siguió al interior de la casa y dio un portazo a la puerta del porche al entrar, haciendo que las ventanas temblaran.
—Vuelve aquí, Peter.
—Entrarás en razón por la mañana, después de que hayas digerido todo esto.
—Igual que todas las noches, ¿verdad? No me digas que no piensas en mí cuando estás intentando dormir al otro lado del pasillo.
Peter estaba en ese mismo pasillo en ese momento. Ella le seguía de cerca, sin dejar de hablar.
Maldición.
Al pasar por delante del dormitorio de Lali, Peter pudo percibir su olor, el aroma a miel que lo consumía a diario desde que había vuelto a verla aquella noche en Thunder Canyon.
Aturdido por ese aroma, dejándose atrapar por él, Peter aminoró el paso.
Lali lo alcanzó y le agarró del abrigo, obligándole a girarse.
—Vamos a hablar de esto y vamos a hacerlo ahora —advirtió ella—. Porque no vamos a romper este matrimonio antes de tiempo, esta farsa o como quieras llamarlo.
Peter casi había llegado a su dormitorio…
Pero ella era una mujer con voluntad de hierro y tiraba de él con tanta fuerza que tuvo que darse la vuelta.
Y, antes de que él pudiera darse cuenta, ella lo estaba besando.
Sintiéndose contra la espada y la pared, Peter no pudo hacer nada más que deslizar los dedos debajo de los rizos de ella, sentir su tacto sedoso. Era el paraíso.
Y besó a su esposa también, sintiéndose suyo hasta el fondo del alma.

4 comentarios:

  1. ok en el inicio te queria matar de verdad como que despues de lo que dijo Lali, Peter poderia estar "indiferente" pero cuando ella lo beso el le seguio el beso y eso es un buen sinal espero esque ahora el no diga ninguna pavada que ponga mal a Lali...Sino ay si te mato jajajj
    Quiero mas


    Besitos, Ines

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  2. No pueden seguir haciéndose los tontos esperemos q a partir de esto reaccionen! Más!

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  3. nooooo q CAPITULOOOOOOOOOOOOO!!!!!
    QUIERO MASSSSSSSSSSS!!!!!
    Besos q estes bien...!!!! :) ♥♥♥

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  4. Lali para ser mucho más joven ,sabe muy bien lo k quiere y cuando lo quiere, y se lanza ¡d pleno!.

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