lunes, 23 de julio de 2012

Capitulo Tres!




Hola chicas! Como les va el Lunes?? Espero que comiencen bien la semana. Yo no comencé muy bien y ando algo bajita de ánimo....espero que la cosa mejore....No les quiero aburrir con mis cosillas así que les traigo cap. Gracias chicas por firmar y hacerme saber que les gusta, me pone feliz!! Si necesitan cualquier cosa o simplemente charlar un ratito me encontraran aquí @Vero_MoEs Sean felices chicas!!!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!




                                CAPITULO TRES





Ah —dijo Tomy a través de la puerta mosquitera—. Eres tú. Tía Lali, el Coronel Klink está aquí. Y ha venido con el señor Calzoncillo Apestoso. ¿Está bien el señor Calzoncillo Apestoso?
—Sí, está durmiendo —Peter sintió el cálido aliento de su hijo en el hombro—. Hola —dijo Peter cuando ella apareció a la puerta.
¿Parecía acaso contenta de verlo? ¿Incluso después de aquella presentación?
—Lo siento —dijo y le echó una mirada reprobatoria a Tomy; tenía un paño de cocina echado sobre el hombro y Peter notó que se le habían soltado unos cuantos mechones de la cola de caballo que se le rizaban alrededor de la cara—. ¿De dónde sacará esas tonterías?
El olor que salía por la puerta le pareció aún más delicioso que antes.
—De los Héroes de Hogan —adivinó Peter—. Una serie que ponen a última hora —él sabía mucho de esas horas de la noche.
—¿Este es tu hijo?
Peter pensó que esa era una buena señal. Al menos no le había preguntado qué hacía de vuelta allí.
—Ruben —dijo—. También conocido como Calzoncillo Apestoso.
Lali sonrió, se acercó a ellos y miró a Ruben que dormía. Levantó la mano y le rozó uno de los bucles dorados de su cabello.
—Es precioso —le dijo con ternura—. Parece un angelito.
Un hombre no podía tener celos de su hijo de tres años. Además, solo estaba allí para mostrarse amable con la nueva vecina.
—Estaba pensando que si tienes algún sitio donde pueda tumbarlo, yo podría sacarte todas las cosas del tráiler.
—Oh —dijo ella y se sonrojó.
¿Quién diría que una mujer de su edad podría sonrojarse? Intentó calcular la edad que tenía. Mayor que él. Quizá unos treinta y tantos. Era una de esas mujeres que maduraba con gracia, el cuerpo firme y redondeado, el rostro amable, los ojos oscuros de mirada serena. ¿Por qué las mujeres pensaban que tenían que mantenerse jóvenes para siempre si a él aquella más madura le parecía tan atractiva?
Las mujeres iban detrás de él. Eso siempre había sido una constante en su vida. Pero las mujeres que se habían acercado a él eran siempre del mismo tipo: jóvenes, de sonrisa superficial, con el cabello rubio teñido y enseñando el ombligo bajo la camisa. Mujeres que no se sonrojaban, que usaban siempre carmín rojo y mascaban chicle a todas horas. Una velada con una mujer así lo dejaba tan vacío y exhausto que había más o menos renunciado a ello. Sobre todo desde que Ruben estaba en casa.
Pero sabía con mirarla, con solo mirarla a los ojos, que Lali Esposito era distinta; una de esas mujeres que iría mejorando con la edad.
—Es muy amable por tu parte —dijo—. Pasa.
Ella le abrió la puerta. Mezclado con el olor de los tomates, el ajo, la mantequilla y las cebollas, distinguió los de limpiador de limón y limpiacristales. Y también su aroma natural.
Nada de Poison o de Shalimar. Simplemente ella, limpia, fresca y auténtica.
La casa seguía prácticamente vacía, pero limpísima. Las paredes estaban limpias, el suelo brillante, y no quedaba ni una telaraña, ni siquiera en los rincones. Peter pensó en el suelo de su casa, algo pegajoso últimamente, y en las huellas que se multiplicaban en las paredes.
Tomy había desaparecido, pero se oía la música a través de la puerta cerrada de su habitación.
—Por aquí.
La siguió a un dormitorio que tan solo hacía veinticuatro horas había estado frío, sucio y feo. Pero allí estaba ya el colchón de Lali en medio de la habitación, vestido con un edredón blanco tan femenino y bonito que Peter se quedó impresionado.
—No creo que deba ponerlo ahí.
Pensó en su cama deshecha. ¿Cuándo había hecho la cama por última vez?
—Se lava y ya está —dijo, encogiéndose de hombros.
Él iba dejando que se amontonara la ropa sucia hasta que él o Ruben se quedaban sin ropa limpia que usar.
Colocó a su hijo sobre la cama de Lali, esperando no ensuciar el blanco inmaculado de la colcha. Notó que había colgado una sábana blanca delante de la ventana y que la había retirado con un lazo. La brisa movía la sábana que se hinchaba y temblaba, y ese movimiento le hizo pensar en cosas exóticas, misteriosas y femeninas.
—Te colocaré la cama —le dijo—. No deberías estar durmiendo en el suelo.
—Lo sé —dijo ella—. Los ratones empezarán a correrme por la cara.
Decidió no decirle que vivían en la tierra de las serpientes de cascabel. Mantenían bajo control a la población de roedores.
—¿Te gustaría comer algo antes? La cena está casi lista.
—Bueno —vaciló—, si insistes.
¡Ni siquiera parecía sospechar! La siguió hasta la cocina, que también brillaba como el sol. Dios mío, qué diferencia de cómo tenía él la cocina.
Miró por la ventana. Pablo pasó en su vehículo, vio el de Peter y siguió adelante. Pablo y él se habían peleado cuando estaban en el colegio. Por Betty Sue McDonald. Desde entonces no le había hecho falta restablecer el dominio.
Betty Sue había sido toda una belleza. En la actualidad se llamaba Smith. Ella y su marido vivían en Swift Current. La última vez que la había visto, había notado cómo su belleza se había marchitado, como los pétalos de una rosa.
—¿Ha pasado una vieja camioneta roja ahora mismo? —le preguntó, vuelta hacia la cocinilla.
—Sí.
¿Estaría esperando a Pablo?
—Ha pasado por delante de la casa una media docena de veces. ¿Crees que debería llamar a la policía?
—¿Llamar a la policía? —le preguntó—. ¿Por Pablo? Pensándolo bien, sería muy gracioso.
—¿Quién has dicho?
—Pablo. Seguramente él estaría entre los tipos que han ido al Outpost a pedirte el teléfono.
—¡Vaya! Yo creía que quizá fuera algún bicho raro; tal vez alguien mirando a Tomy.
—Lali, estoy casi seguro de que no tenemos ninguno de esos en Hopkins Gulch. Se nota que eres una chica de la gran ciudad.
—Lo soy. Me crié en Vancouver. ¿Te imaginas? Esta es la primera vez que he salido de allí.
Probó la salsa de los espaguetis y después le pasó la cuchara para que él también la probara.
Era una ridiculez que ese gesto le pareciera sensual. Una auténtica ridiculez. Pero cuando posó los labios sobre la parte de la cuchara donde ella había posado los suyos, sintió un tremendo placer.
Para sus adentros, pensó que sería por la salsa de los espaguetis.
—Está muy buena —le dijo.
Claro que se había quedado corto. Pero si le hubiera dicho que estaba orgásmica, seguramente habría pensado que él era aún más raro que Pablo.
—¿Le pongo más ajo? —le preguntó Lali.
—A mí me encanta el ajo.
Tenía un poco de salsa en el borde del labio superior y Evan no podía apartar los ojos de aquel punto.
—¿Podrías mirar en esas cajas, a ver si puedes encontrarme un escurridor? —le preguntó.
—¿El qué?
Ella se echó a reír.
—¿Se le da bien la cocina, señor Lanzani?
—Soy un cero a la izquierda, señorita Esposito.
—Un escurridor. El mío es de plástico rojo. Y tiene agujeros. Es para escurrir la pasta.
—Ah, ya sé lo que es —abrió una caja y rebuscó en su interior, pero siguió mirándola de soslayo.
No debería haber dado la vuelta. Una mujer como aquella podría complicarle la vida sin ni siquiera proponérselo.
Pero no tenía por qué tener nada especial con ella. No, señor. Se comería los espaguetis, descargaría las cajas y después se marcharía rápidamente para no volver allí. Excepto para ir a buscar a Tomy a la mañana siguiente. Y a la otra, y a la otra, y a la otra.
La vida ya había dado un giro y él no podía hacer que las cosas volvieran atrás.
Cuando Peter dio con el escurridor, se oyó el motor de la camioneta de Pablo pasar por delante de la puerta y Lali se echó a reír.
—Quizá deberías llamar a la policía —le dijo él mientras aceptaba una pequeña rebanada de pan de ajo para que lo probara—. Claro que, para cuando llegaran se habría dado ya por vencido y marchado a casa.
—¿Por qué? ¿Cuánto tardan en llegar?
—Depende de dónde estén, pero no hay comisaría por aquí. Supongo que tardarían una o dos horas.
—¿Una o dos horas? ¿Y las urgencias?
—¿Qué tipo de urgencias? —le preguntó.
El pan de ajo estaba perfecto; crujiente en los bordes y blando y lleno de mantequilla en el centro.
—Como la violación de la intimidad.
Él se echó a reír.
—Creo que algo de eso pasó en 1995. Vico se emborrachó y la señora Maude Butterfly se lo encontró por la mañana en el sofá de su casa.
—¿Vico? ¿Alguna relación con el tipo de la camioneta roja?
—Son hermanos.
—¿Pablo bebe y acaba también en casas ajenas?
—Bebe un poco. Pero creo que normalmente se las arregla para llegar a su casa.
—Me dejas más tranquila —dijo, y lo miró—. Oye, ahora en serio. ¿Qué haces por ejemplo si hay una emergencia de verdad? ¿Por ejemplo, si roban una casa?
—¿Una casa?
Ella asintió muy seria.
—La mitad de las casas de este pueblo no tienen cerradura. La otra mitad tiene un rifle cargado detrás de 'la puerta.
—¿Cargado?
Abrió los ojos como platos, como si estuvieran hablando de un sitio donde fuera a correr un grave peligro todo el tiempo.
—Hay coyotes —dijo—. Mofetas, serpientes de cascabel. Pero ladrones, no.
—¿Serpientes de cascabel? —suspiró—. ¿Lo dices en serio?
Peter sintió que se le hubiera escapado.
—¿Y si te muerde una? ¿Qué hacer?
—Eso es muy raro. Las serpientes de cascabel son criaturas tímidas que prefieren que nadie las moleste.
—¿Pero y si alguien molesta a una cascabel y acaba mordiéndolo? ¿Qué hace en ese caso?
—Supongo que la gente de por aquí se ha criado sabiendo que tienen que confiar en sí mismos y en sus vecinos si las cosas se tuercen. Y se les da bastante bien.
—¿Y yo qué? ¡Me crié con el 911! Yo sería negada para una emergencia. ¡Especialmente una emergencia con una serpiente cascabel!
—¿Lali, eres una de esas personas que tiende a preocuparse por todo? ¿De cosas que no ocurren nunca?
Lali empezó a respirar de nuevo. Sonrió levemente.
—¿Cómo te has dado cuenta?
—Tienes una pequeña arruga de gesto, aquí entre los ojos —dijo y señaló el lugar en su propia frente.
Se frotó la arruga con timidez.
—Si tuvieras una emergencia, tus vecinos te ayudarían —le dijo.
—¿Mis vecinos? ¿Como los hermanos locos? —le preguntó con el ceño fruncido.
Peter quería decirle que lo podía llamar a él cuando quisiera. Que para eso estaban los caballeros. Pero él estaba a media hora de camino, demasiado lejos si había una serpiente en el sótano.
—Tienes a un par de vecinos muy agradables aquí a la izquierda. Son los Sanderson; granjeros retirados. Y también están los Watson.
—Ah.
—Si es una emergencia médica, como una mordedura de serpiente, envían un helicóptero. Como el que tenían en Mash. Mientras tanto, si tienes un poco de cuidado, no te pasará nada.
—Cuidado —repitió y se frotó el entrecejo.
—No metas la mano en los rincones oscuros del sótano. Sobre todo detrás de esa vieja caldera.
—¿Mi sótano? ¿El sótano que está bajando por esa puerta de ahí?
—El agua de los espaguetis se está saliendo.
Se volvió con exasperación, y él se dio cuenta de que debían dejar la conversación sobre las cascabel para otro momento, si no quería que se estropeara la cena.
—Hace tiempo que nadie ve ninguna cascabel por aquí.
No añadió la última vez que se había visto una había sido en el sótano de Maude, justo detrás de la caldera. Tal vez Maude atrajera alimañas de distintos tipos.


Los espaguetis era la comida más difícil de engullir con dignidad, pero lo facilitó el hecho de que ella aún no tuviera mesa de comedor. Como hacía bastante calor, sacaron los platos al porche y comieron sentados en las escaleras. Peter notó que Lali los enrollaba ayudándose de la cuchara, mientras que Tomy los sorbía haciendo ruido.
A Peter le pareció que eran los mejores espaguetis que había probado en su vida. Orgásmicos.
—Esto está muy bueno —dijo.
Se ofreció para ayudarla con los platos, pero ella no le dejó y ordenó a Tomy que lo ayudara a meter sus enseres en la casa.
—Es sorprendente la cantidad de cosas que caben en uno de estos cacharros —Peter comentó; se quitó la camisa y la tiró sobre el capó de su coche.
Pablo volvió a pasar y Peter lo saludó asintiendo con la cabeza. Pablo lo ignoró, como si estuviera pasando por allí de casualidad. Como si eso fuera posible en Hopkins Gulch.
—¿Quién es ese? —le preguntó Tomy.
—Pablo.
—¿Es un bicho raro o algo así? No hace más que pasar por aquí.
—No, está esperando a que yo me marche para poder venir a ver a tu tía.
—Ja. Será mejor que no pierda el tiempo. La tía Lali no sale con hombres. No desde que pasó lo de Benjamin.
—¿Quién? —preguntó, aunque sabía que estaba metiendo las narices donde no le habían llamado.
—Un tipo con quien se iba a casar. Hace ya mucho tiempo. Ahora él se va a casar con otra.
Así que había otra razón por la que había acabado en Hopkins Gulch, aparte del bienestar de su sobrino.
—¿Hace cuánto de eso?
—Rompieron hace cinco años. Supongo que fue por mí —dijo Tomy con consternación, a pesar de su aparente indiferencia—. Quiero decir, seguían saliendo a comer y cosas así, porque trabajaban en la misma oficina.
A Peter le parecía que cinco años era demasiado tiempo para seguir lamentando algo de esa naturaleza.
Claro que Lali no era una dama en apuros y, por lo tanto, él no tenía por qué hacer de caballero salvador.
Sabía que debía dejarlo ahí, pero no quiso desaprovechar la locuacidad de Tomy. Sacó una cama de metal que había entre las cajas y los muebles.
—¿No crees que a veces está muy sola?
—No —dijo Tomy con vehemencia—. No es cierto. La gente mayor no se siente sola.
Peter le pasó la cama. Después, sacó el tocador y empezó a avanzar por el camino.
—¿Cuántos años tiene?
No creyó que a ella le hiciera mucha gracia si supiera que estaba preguntando por su edad, pero tenía que enterarse.
—Treinta y cuatro.
El niño jadeaba ligeramente.
Bien. Así se cansaría más y buscaría menos problemas.
—Entonces, no es tan mayor como para ponerse a tejer en las tardes de agosto.
—¡Pues ella teje! Bueno, alfombras, pero es lo mismo. ¡Y me apuesto a que es mucho mayor que tú!
—Un poquito más, sí.
Por alguna razón, le gustó imaginársela tejiendo alfombras.
—¿Cuántos años tienes tú?
—Veintiséis —le abrió la puerta a Tomy.
—Eso quiere decir que cuando tú estabas en segundo, ella estaba en el décimo curso. Es mucho mayor que tú.
Peter le echó una mirada de advertencia. Tomy estaba empezando a pasarse. Otra buena razón para mantener simples relaciones entre vecinos. Y eso le resultaría muy, muy sencillo, si no volvía a pensar en los labios de Lali y los suyos probando de la misma cuchara.
—¿Estas cosas son tuyas o de ella? —le preguntó, de pie en el vestíbulo.
—De ella.
—Cuando ella besó a un chico por primera vez, tú seguías jugando con los soldaditos.
Aquel enorme y viejo sillón parecía lo suficientemente grande para cerrarle la boca al viaje siguiente. Mientras tanto, estaban en su dormitorio, y Peter estaba pensando en el primer beso de Lali a pesar de que Ruben, su recordatorio de las consecuencias de sus besos, estuviera durmiendo plácidamente sobre su cama. Se preguntó cómo habría sido aquel primer beso para ella. ¿Habría sido dulce e inocente como los lirios blancos de Pascua? ¿Le habría latido el corazón muy deprisa y habría despertado en ella el deseo por cosas que jamás había conocido? Se preguntó cómo besaría Lali.
¿Sería una locura sentirse decepcionado, porque no sería nunca el primero en su vida? ¿Sería una locura imaginársela en su cama?
Pues sí.
Probablemente, sería lo suficientemente madura como para no pensar en tales cosas.
Pablo estaba dando la vuelta a la manzana de nuevo.
Peter salió a la carretera, paró a Pablo y se acercó a la ventanilla del conductor.
—Están empezando a pensar que eres un bicho raro, Pablo.
—Eso lo dices tú.
—De acuerdo. Yo estoy empezando a pensar que eres un bicho raro, Pablo. Si pasas por aquí otra vez, voy a sacarte de la camioneta y a terminar lo que empecé cuando estábamos en el colegio.
Pablo se largó de allí dejando un rastro de polvo y grava.
—¿Qué le has dicho? —Tomy le preguntó con renuente admiración.
—Digamos que he obrado de acuerdo a mi edad.
No le dijo que lo había amenazado. Ya tenía un hijo. Lo cierto era que tenía que empezar a intentar resolver los asuntos con algo más de madurez. Dudó que a Lali le impresionara el modo en el que se había librado de Pablo.
Claro que lo último que debía hacer era pensar en impresionar a Lali Esposito.
Tomy gruñó bajo el peso del sillón. Peter se cargó la vieja cómoda él solo. Quizá Tomy no era el único que tenía que trabajar hasta que se le quitaran las ganas de meterse en líos.


Lali miró por la ventana. ¡Peter se había quitado la camisa! ¿Bueno, y por qué no? Estaba trabajando mucho y hacía demasiado calor para la época en la que estaban, incluso en ese momento en el que el sol empezaba a descender por el horizonte.
¿Por qué no? Pues porque podía hacer que una mujer perdiera la cabeza; podía hacer que olvidara todas sus responsabilidades hacia un adolescente que luchaba por hacerse un hombre.
Aun así, no había nada de malo en mirar.
Tenía su aparador sobre el hombro y todos los músculos de su cuerpo en tensión. Sin embargo, a pesar de la fuerza que estaba haciendo, ni siquiera jadeaba. No como Tomy, que forcejeaba bajo el peso de la vieja butaca. Pensó en quejarse de que Tomy ya había hecho suficiente por un día, pero el pensar que caería rendido en la cama en lugar de irse a merodear por la ciudad buscando líos le resultaba demasiado atractivo.
Su mirada volvió a Peter, cuya joven y primitiva belleza fue para ella como la fuerza de un imán. En Vancouver, de camino al trabajo, Lali a veces pasaba por el escaparate de un gimnasio. Pero, inexplicablemente, el físico de Peter la impresionó más que los cuerpos trabajados en aquel gimnasio. Sin duda, poseía aquel cuerpo de hombre duro, porque llevaría a cabo un trabajo duro.
¿Aunque cómo sabía ella que no iba a un gimnasio?
Salió del trance para abrirles la puerta. Él la rozó al pasar. Si movía la mano un centímetro, lo tocaría.
—¿Trabajas al aire libre? —le preguntó.
Dejó el aparador en el suelo, se volvió y la miró con incredulidad.
—Sí —contestó—. Todos los días. Desde que sale el sol hasta que se pone.
Deseaba tocarlo. Ni una sola vez en los años que había pasado trabajando hombro a hombro con Benjamin había deseado tocarlo. Ni siquiera cuando ya estaban prometidos.
—¿Dónde quieres que deje esto?
—¿Qué te parece debajo de la ventana?
Precisamente era el sitio más alejado de donde estaban y le daría quizá la oportunidad de admirarlo sin que él se diera cuenta.
Levantó el aparador con evidente facilidad y lo llevó adonde ella le había indicado.
Era como uno de esos hombres de los calendarios por los que babeaban sus compañeras de oficina. La oficina de Benjamin. La empresa de Benjamin.
El anuncio que había visto en el Sol de Vancouver, horas después de que Benjamin hubiera presentado a su nueva prometida a los empleados de su empresa, no decía nada de serpientes de cascabel. Ni de los hermanos Locos. Ni de hombres como los de los calendarios.
Sin embargo, al observar aquel cuerpo en su apogeo, pensó que ella ya había pasado esa etapa. Estaba más cerca de los cuarenta que de los veinte. Y cuando los hombres miraban los calendarios, no babeaban por las de cuarenta. La prometida de Benjamin tenía veintidós años.
Peter Lanzani seguramente jamás la vería del modo que ella lo veía a él: joven, deseable, sensual. ¿Desde cuándo no sentía algo así hacia un hombre? ¿Acaso lo había sentido alguna vez?
Incluso su primer beso había sido decepcionante. Un acontecimiento baboso y extraño que la dejó limpiándose los labios durante un buen rato.
Los hombres como Peter jamás se habían fijado en ella. En el instituto, podría decirse que había sido una tímida violeta, una muchacha callada y poco segura de sí misma. En las pocas ocasiones en las que la habían pedido salir, había sido siempre el tipo de chico con gafas, chaleco de escote de pico y miembro del club de ciencias. Cuando empezó a trabajar, todo cambió. Los hombres parecían encontrarla atractiva, y había pasado una temporada saliendo bastante; pero no habían sido hombres como Peter.
Sino hombres vestidos con traje, pobres de pelo y con un poco de barriga. Hombres que trabajaban delante de un ordenador, o vendían seguros o trabajaban con números. Hombres que llevaban zapatos negros muy brillantes y jugaban al golf los fines de semana. No eran hombres faltos de atractivo, pero tampoco sensuales. Hombres exactamente igual que Benjamin.
Probablemente por eso, reflexionó con pesadumbre, ella seguía siendo virgen, incluso después del compromiso más largo del mundo, prolongado por la enfermedad de su hermana.
—¿Eh, tía Lali, dónde quieres que ponga esta silla?
—No puedo creer lo fuerte que eres —le dijo a Tomy, que sonrió complacido—. Ahí mismo me parece bien.
Una vez colocado el aparador, Peter retrocedió un poco y lo miró. Lali notó que tenía la piel cubierta de una fina capa de sudor, y sintió deseos de tocarlo.
La verdad era que nunca en su vida se había sentido tan consciente físicamente de nadie como de Peter Lanzani. Jamás había anhelado con tanto afán acariciar una piel sedosa, o sentir la fuerza de un hombre envolviendo las suaves curvas de su cuerpo.
¡Se le ocurrió que si su primer beso se lo hubiera dado Peter Lanzani en lugar de Malcolm Riley, no sería la virgen más vieja del mundo!
Claro que, cuando ella estaba rechazando los húmedos besos de Malcom, Peter tendría solo diez u once años.
Pero ya no tenía diez u once años, oyó que le decía una voz en su interior.
Ese era el problema de una persona que estaba a dieta y se ponía a mirar una fuente llena de dulces. Primero era una mirada inocente. Después, olisqueaba un poco. Seguidamente daba un pequeño mordisco. Y por último, caía la fuente entera.
Él la miró y la vio. Se cruzó de brazos sobre el pecho desnudo y entrecerró los ojos.
Por lo que se veía, tampoco él parecía hacerle ascos a Lali. Él no la estaba viendo mayor, ni nada de eso. En realidad, parecía estar viéndola como algo que no era.
Atrevida. Apasionada. Experimentada.
Y no podía haberse equivocado más. Él, gracias a Dios, dejó de mirarla y fue a echarle una mano a Tomy con el sillón. ¿Se habría imaginado aquel destello en sus ojos, una mirada tan ardiente que por un instante habría trasformado el verde azulado del iris en gris humo?
Se volvió a mirarla rápidamente; antes de darle a la silla un empujón final.
No se lo había imaginado.
Se veía más preparada para enfrentarse a las serpientes de cascabel que a esa clase de cosas.
Deseaba acariciarlo, de arriba abajo. Se moría por acariciarlo. Y su ansia la asustó y horrorizó.
Lali volvió a la cocina apresuradamente.
—¿Tía Lali, dónde quieres la televisión?
—En cualquier sitio —dijo desde la cocina—. No me importa.
Y era cierto. De repente, no le importaba dónde poner los muebles. Su mente había estado dominada por aquellos fuertes y extraños deseos que la abrumaban.
Oyó a Peter diciéndole algo a Tomy; desde la cocina su voz sonaba profunda y tranquilizadora. Tenía el tipo de voz que consolaría a cualquier mujer atemorizada; una voz que escondía una fuerza tremenda.
¿Cuándo había empezado a cansarse tanto de hacerlo todo en solitario, de tirar del carro ella sola?
Oyó a Tomy riéndose por algo que había dicho Peter, y, aun así, sintió una nueva duda invadiéndole el pensamiento.
Tomy tenía ya doce años, y estaba a punto de convertirse en un joven.
¿Quién le iba a enseñar a hacer eso? ¿Quién le iba a enseñar a no tener miedo a las serpientes? ¿O a saber que no podía uno conseguir lo que quisiera enrabietándose o comportándose mal hasta que la otra persona cediera?
¿Quién le iba a enseñar a afeitarse, o cómo hablar con una chica, o cómo ser fuerte? ¿Quién le iba a enseñar a ser habilidoso, a saber arreglar un coche, a reparar una ventana o a clavar un clavo?
¿Quién le iba a enseñar a ser un hombre de honor? ¡Solo había que ver cómo se había comportado Benjamin! Él jamás podría haberle enseñado a ser honorable. Por primera vez agradeció que Benjamin no lo hubiera aceptado.
¿Quién iba a enseñarle que el amor entre un hombre y una mujer era algo sagrado y bello y que valía la pena arriesgarse por esa causa, cuando ella había rechazado cualquier relación amorosa desde que Benjamin canceló su compromiso matrimonial?
—Necesitamos beber algo, tía —Tomy entró por la puerta de la cocina—. ¿Estás bien?
—Sí, claro —dijo, afanándose en la pila que ya había limpiado.
—Parece como si estuvieras llorando.
—No, no. Es que se me ha metido algo en el ojo.

6 comentarios:

  1. Lina (@Lina_AR12)23 de julio de 2012, 6:24

    Recien descubro tu nove!Me gustó mucho lo q leí!Q buena historia!Tenes nueva lectora!

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  2. Lina (@Lina_AR12)23 de julio de 2012, 6:36

    La historia me parece muy prometedora,te recomendé por tw!Espero se sumen + lectoras!

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  3. Amor!!!! subiste cap!
    Me encanta ya lo sabes!
    Que tal estas hoy?
    Te amo sister!!!

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  4. Es muy linda! Me gusta esto de q ella sea mas grande q el! Más!

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  5. Se están haciendo un buen escrutinio,a pesar d la diferenciad edad.Tiene razón Lali,Tomy ,necesita una figura masculina.

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  6. Lina (@Lina_AR12)24 de julio de 2012, 5:42

    Me encanta q sean un Peter y una Lali más grandes,y más aun q ella sea mayor q él!

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