martes, 10 de julio de 2012

Capitulo Siete!




Hola chicas! aquí dejo el segundo! Estoy cansadilla así que me despido rápido! Buenas noches y hasta mañana!!
Gracias por leerme!! Besos, Vero!!



                                          CAPITULO SIETE




Tenían reservada la suite nupcial en el hotel del complejo turístico. Pero, después de que los invitados los despidieran de la celebración con una lluvia de flores, Lali estaba tan cansada que podía quedarse dormida en cualquier sitio, incluso sobre un colchón de aire en una furgoneta.
Sin embargo, era la esposa del candidato a alcalde y Peter se había asegurado de que fuera tratada como tal.
Al entrar en su habitación delante de Peter y del mozo de hotel, Lali era todo un manojo de nervios.
La culpa no era de las extraordinarias vistas del atardecer en las montañas que podían contemplarse desde la ventana, que ocupaba toda una pared. Su ansiedad no se debía, tampoco, al lujo de la habitación, que tenía una enorme pantalla de plasma, un minibar y una mesa con mantel de lino dispuesta en salón adyacente con candelabros y pétalos de rosa…
Al dejar su equipaje sobre la alfombra, Lali intentó no mirar hacia el dormitorio que había más allá del salón, donde los esperaba una cama extra grande bajo un dosel al estilo de Las mil y una noches. También había una bañera lo bastante grande como para dos, preparada ya con agua caliente.
¿En qué lío se había metido?, se dijo ella. Peter le dio al mozo una propina y el chico le dio las gracias con una amplia sonrisa antes salir.
El sonido que hizo la puerta al cerrarse, disparó al máximo los nervios de Lali.
—Bueno… —comenzó a decir Peter y se dirigió al salón, lanzando su bolsa de viaje sobre una sofá de terciopelo—. ¿Qué te parece?
¿Cómo podía estar él tan tranquilo? ¿No le inquietaban lo más mínimo los pétalos de rosa, la bañera de agua caliente o la cama?
No, claro que no. Peter, todavía vestido con su frac y su sombrero, estaba siguiendo todos los pasos previstos en su farsa. La verdad era que aquella mirada maliciosa había vuelto a asomarle a los ojos, como si hubiera estado esperando conocer la reacción de ella al entrar en la suite.
De acuerdo. Lali también podía comportarse como si fuera lo más natural del mundo. Después de todo, los empleados del hotel debían de creer que eran una pareja de tortolitos, por eso les habían preparado la cena romántica a solas y todo lo demás. Ella podía seguir el juego, como siempre. Lali se acercó a la ventana. Decidió que, si iba a comentar algo, sería sobre las vistas.
—La organizadora que nos recomendó tu directora de campaña ha hecho un gran trabajo. Le diré a Julia que la habitación que nos eligió es estupenda.
—Para mi novia, sólo quiero lo mejor —replicó él y se dejó caer en el sofá. Puso los pies, con botas y todo, sobre la mesa de caoba y lanzó el sombrero a la silla de al lado. Se reclinó con las manos detrás de la cabeza, mirando a Lali con gesto seductor—. ¿Qué hacemos ahora?
Lali intentó controlar su ansiedad.
¿Qué podía decirle a él? Su marido…
¿Qué podía hacer con él?
Debía mantener la compostura, para empezar, se dijo a sí misma.
—Vayamos paso a paso —contestó ella con calma.
Peter tenía una ceja arqueada y sonreía, de esa manera que siempre hacía que a ella se le acelerara el pulso.
—¿Y cuál es el primer paso, cariño?
Él estaba intentando provocarla, pero la mujer práctica que había dentro de ella no se dejó intimidar.
—¿Qué te parece si tiramos una moneda al aire para ver a quien le toca dormir en la cama esta noche?
Peter se rió.
—Touché. Sólo por eso, te has ganado la cama. Yo me acostaré en el sofá.
Por suerte, aquello rompió la tensión y ella se rió un poco también, a pesar de que había hablado en serio respecto a echarlo a cara o cruz. De todos modos, era un alivio poder tomarse a broma esa situación tan ridícula.
Peter se inclinó hacia delante en el sofá, con un brillo de humor en los ojos… y, tal vez, de algo más que Lali no quería reconocer.
¿Tal vez, una invitación a comenzar la noche de bodas?
—Yo que pensé que una boda romántica te haría bajar la guardia… —comentó él—. ¿Qué hace falta para que te ablandes un poco?
Una corriente de deseo recorrió a Lali, a pesar de que sabía que él no podía estar hablando en serio. Pero, antes de que pudieran seguir adentrándose en territorio vedado, Peter agarró el mando de la televisión y comenzó a cambiar de canal, hasta que se decidió por uno de música.
Sonaba una vieja canción de los años cuarenta, suave y sensual, mecida por el ritmo del bajo y los clarinetes.
Peter no podía estar intentando seducirla, ¿o sí?, se preguntó Lali.
Ella se atusó la falda del vestido, sin saber qué otra cosa podía hacer.
Debía de estar imaginando cosas, pensó ella. Peter era así, siempre sabía cómo llevar una situación. Era un seductor, de acuerdo, pero también era un caballero.
O eso esperaba Lali.
Además, por lo que había oído en el pueblo, Peter siempre salía con cierto tipo de mujer que excluía a las que estaban embarazadas del hijo de otro hombre.
Entonces, Lali recordó el beso de la boda y la forma en que sus labios habían encajado, cómo él había tardado en soltarla…
Alguien llamó a la puerta, sobresaltando a Lali.
Peter se puso en pie y fue a abrir.
—La cena está lista.
—No tengo hambre…
—Debes estar hambrienta. No te he visto comer nada en la boda.
¿La había estado vigilando?, se preguntó Lali.
Su estómago rugió. Maldición, Peter tenía razón. De todas maneras, no sería buena idea sentarse en aquella mesita bajo la luz de las velas a cenar con él, como si estuvieran de veras en su luna de miel.
—Mi vestido —dijo ella, señalándose el traje que todavía llevaba puesto—. No quiero que se me manche, mejor comeré después.
Sola. Encerrada en el dormitorio, añadió Lali para sus adentros.
—Excusas, excusas —replicó él, abriéndole la puerta al camarero.
En cuanto percibió el aroma de la comida, la fuerza de voluntad de Lali se tambaleó. Se quedó parada junto a la ventana, observando cómo el camarero encendía las velas. Luego, el muchacho dejó un cubo con hielo con mosto sin alcohol, además de varios platos que describió como crema de puerro y patatas, ensalada, coles de Bruselas con queso, pan francés y pollo asado.
Oh, cielos.
Después de que Peter hubiera firmado la nota y el camarero se hubiera ido de la habitación, Lali se acercó a la mesa. El olor era demasiado tentador.
—Y de postre… —dijo Peter, señalando a un carrito que el camarero había dejado a un lado. Abrió la tapa de una fuente, descubriendo unas deliciosas fresas cubiertas de chocolate fundido.
A ella le rugió el estómago de nuevo y le pareció que el bebé pataleaba de emoción.
Ella debía cuidar de sí misma y del niño, debía alimentarse, así que se sentó a la mesa. Peter le ayudó y le colocó la servilleta sobre el regazo.
El suave contacto del lino sobre los muslos hizo que a Lali se le acelerara el pulso todavía un poco más.
Chocolate, velas y música romántica.
¿Qué pasaría si Peter iba todavía más lejos? Y…
¿Qué sucedería si ella se rendía con la misma facilidad con que se había rendido a la comida?
No. No podía hacer eso de ninguna manera. Pero, si lo hacía, ¿qué esperaría Peter de ella? Sin duda, esperaría que fuera tan experimentada como las mujeres con las que él solía salir, temió.
¿Y si Peter descubría que ella apenas tenía experiencia? Sólo se había acostado con un hombre en toda su vida y él…
¿A cuántas mujeres les habría hecho el amor durante sus treinta y cinco años?
—Relájate, Lali.
El suave susurro de Peter le recorrió la piel como una caricia. De algún modo, él sabía cómo tranquilizarla. Tal vez, no le leyera la mente, pero era un hombre intuitivo, al parecer, sobre todo, en lo que tenía que ver con ella.
—Estoy relajada.
Ignorando que era obvio que no, Peter sonrió y se colocó su servilleta sobre el regazo.
—No vamos a hacer nada que tú no quieras esta noche.
¿Estaba él pensando que quería hacer algo?, se dijo Lali.
La sangre se le subió a las mejillas, dándole a su nuevo esposo una señal no intencionada de que podía seguir intentándolo.
Si no dejaba las cosas claras en ese mismo momento, lo más probable era que lo lamentara después, decidió Lali.
—No sé por qué crees que puedo querer hacer algo contigo. Los dos sabemos de qué va esto.
Peter la miró con intensidad durante un momento interminable. Tanto, que ella pensó que iba a empezar a derretirse.
Sin embargo, a continuación, él asintió, sin dejar de sonreír, como si no le importara demasiado.
—Me parece bien —afirmó él.
Peter tomó la botella del cubo de hielo y sirvió ambas copas. Brindó con ella y bebió, sin comentar nada más sobre el tema.
Lali se comió la ensalada mientras el silencio se cernía sobre la mesa y la música romántica poblaba el ambiente con las palabras equivocadas entre ellos… promesas de besos y amor eterno.
Tenía que haber alguna forma de romper la tensión, pensó ella. Debía haber alguna manera de decirle que apagara la música y que dejara de actuar como si no fueran algo más que socios de un trato de negocios.
Lali pensó en temas de conversación que podrían enfriar el ambiente.
Intentó encontrar algo superficial en lo que concentrarse. En otras personas.
En ex novias.
Bingo.
—Parece que eres experto en esta clase de cenas románticas —comentó ella, mientras pinchaba una hoja de lechuga con el tenedor.
Peter se detuvo con un pedazo de pollo a medio camino a su boca, arqueando una ceja.
—He tenido unas pocas.
—¿Y dentro de cuánto tiempo crees que empezarás a salir con mujeres de nuevo?
Lali no sabía cómo ser más explícita: no pensaba tener sexo con él esa noche.
—Lali —dijo él—. Te he dicho que puedes relajarte. No pienso presionarte.
Sin embargo, sus ojos desmentían sus palabras…
Comieron un poco más, pero Lali empezó a no poder contener su curiosidad. Le había hecho una pregunta como táctica disuasoria, pero él no había respondido. Y ella ansiaba que lo hiciera.
—Peter, si te digo la verdad, quiero saberlo —señaló ella, dejando su vaso sobre la mesa—. Durante los seis meses de nuestro matrimonio, ¿qué piensas hacer respecto al…?
—¿Sexo?
Oh. Lali deseó que él no hubiera pronunciado la palabra. Pero, ya que lo había hecho, aprovecharía para saciar su curiosidad.
—Medio año es mucho tiempo —observó ella.
—¿Tú nunca has estado tanto tiempo sin tener sexo?
Lali ignoró su pregunta.
—Lo que quiero decir, Peter, es que… Desde el punto de vista político, si decides buscar satisfacción fuera de nuestro matrimonio, aunque no sea real… la opinión pública no lo verá bien.
Peter le dedicó una de esas miradas que Lali no podía clasificar como perteneciente al caballero, ni al seductor, ni al político que había en él.
Lo cierto era que esa mirada era la misma que Peter había tenido la noche en que había hablado de la razón por la que quería ser alcalde…
Entonces, él hundió el tenedor en una col de Bruselas.
—Voy a estar muy ocupado con mi trabajo, Lali. Además, al final, cuando anunciemos la anulación, la mitad del pueblo me culpará por no haber sabido salvar nuestro matrimonio. Y no pienso alimentar su decepción siéndote infiel.
—¿Piensas dedicarte al celibato?
—Pienso dedicarme a Thunder Canyon en cuerpo y alma.
Podría haber parecido un comentario cínico, pero no fue así. Tal vez, porque Lali sabía que el corazón de Peter pertenecía a Thunder Canyon.
De pronto, una sensación de nostalgia la invadió. ¿Cómo sería si alguien sintiera lo mismo por ella, si estuviera dispuesto a arriesgar su reputación, su tiempo, todo… por ella?
¿Y si ese hombre hubiera sido Peter?
No debía pensar en eso, se reprendió a sí misma. No debía dejarse atrapar por el ambiente romántico que los rodeaba.
—Es probable que te hayas dado cuenta de que no soy la clase de hombre que se casa, de todos modos —comentó él y le dio un trago a su vaso.
—¿Por qué dices eso?
Cuando él la miró a los ojos un instante, Lali recordó lo apenado que había estado por la ausencia de su madre en la boda. Y comprendió.
Otra pieza del rompecabezas que era Peter encajó en su lugar. Poco a poco, dentro del pecho de Lali, él empezaba a formar parte de ella.
Y todo se rompería en pedazos cuando su matrimonio terminara.


La expresión de Lali parecía tan triste que Peter no pudo hacer más que apartar la mirada, concentrándose de nuevo en la comida y metiéndose un bocado en la boca.
—Siento lo de tus padres —dijo ella.
—No importa.
Lali titubeó, como si pudiera ver en su interior.
—De acuerdo —replicó ella y removió la crema de puerro con la cuchara.
Pasaron varios segundos, haciendo que el silencio que se cernía sobre ellos fuera insoportable.
—Seguro que conoces los detalles del divorcio de mis padres —señaló él al fin. Y una persona tan astuta como Lali sabría sumar dos y dos y entender que un matrimonio fracasado equivalía a un hijo para quien las relaciones no tenían ningún futuro, pensó.
—He oído algunas cosas —respondió ella—. Ojalá tu madre hubiera dejado atrás su resentimiento y hubiera ido a la boda por ti, por mucho que le moleste encontrarse con tu padre.
—Me dijo que asistiría a mi nombramiento como alcalde, si es que resulto elegido.
—¿Y si tu padre también asiste?
Peter soltó una amarga carcajada.
—Yo tendría que asegurarme de que no fuera así. Según la lógica de mi madre, si mi padre fue a la boda, a ella le corresponde ser la protagonista de otro día importante. Me siento partido por la mitad.
—Oh, Peter.
El tono compasivo de Lali fue como un bálsamo para Peter. Aunque intentó armarse contra él.
Estaban en su luna de miel y se suponía que esa noche no era para hablar sobre temas profundos.
Él mismo había encargado las velas y la música romántica. Y sabía muy bien que estaba cerca de cruzar la línea hacia territorio vedado. En un par de ocasiones, incluso, había captado un brillo de deseo en los ojos de Lali, como si ella hubiera recordado el beso de la boda y estuviera considerando la posibilidad de repetirlo en la cama nupcial.
¿Por qué se había acercado tan peligrosamente a esa línea, jugando con insinuaciones y con un escenario de seducción?, se preguntó Peter.
¿Quería comprobar si ella estaría dispuesta?
Cielos, estaba jugando con fuego, reconoció él. Y lo peor era que no podía parar.
Lo más inteligente sería dejar que Lali continuara con su tema de conversación, perfecto para bajar la libido. Además, hablar de sus padres era como levantar una bandera de alerta que les recordaba por qué debían mantener las distancias.
—Supongo que entiendo lo de sentirse dividido. Yo me sentía así con Alan, aunque él no estaba interesado en el bebé que había dejado atrás.
—No sabe lo que se ha perdido —replicó Peter, sin pensarlo.
Lali esbozó una sonrisa tan triste que a él se le rompió el corazón.
—Todos los días me digo que fue mejor que me dejara —confesó ella—. ¿Te imaginas lo que habría pasado si me hubiera casado con Alan y él hubiera decidido que no me quería unos años después?
—¿Habría sido menos doloroso?
—No estoy segura. Podría haber sido peor. Al menos, al haberme dejado ahora, el niño no lo echará de menos.
Su comentario le hizo pensar a Peter que podía seguir enamorada de su ex.
—¿Ya no sientes nada por él?
—No puedo imaginarme amar a alguien que no me respeta ni a mí ni a su propio hijo —contestó ella tras una pausa—. No podría amarme a mí misma si tuviera a alguien así en mi vida. Y he sido educada para esperar algo mejor que eso.
Su madurez impresionó a Peter. Incluso estuvo a punto de olvidarse de su diferencia de edad. De inmediato, se obligó a recordarlo, junto con todas las razones por las que aquél no era un matrimonio real.
—Lo más grave es que no tuve la oportunidad de darle a Alan lo mejor de mí, igual que mi madre y mi padre hicieron el uno con el otro —añadió Lali y suspiró—. Su amor sí que salió bien.
Hasta que la madre de Lali había muerto, pensó Peter, pero no lo dijo. No quiso recordarle que, incluso en el matrimonio de sus padres, a alguien se le había roto el corazón, aunque fuera por una razón diferente.
—Aunque tus padres tuvieran un matrimonio feliz, no todo el mundo ha nacido para estar casado al estilo tradicional —observó él—. Algunos podemos disfrutar de otro tipo de relaciones, con amigos, con colegas.
Lali lo miró como si comprendiera lo que quería decir.
Él no estaba preparado para tener un matrimonio que no fuera falso.
Ella sonrió, aceptándolo.
—Puede que acabe disfrutando de estar a tu lado como una amiga, Peter, aunque sólo sea durante unos pocos meses.
A él se lo contrajo el corazón, pero lo ignoró.
—Espero poder ayudaros siempre al niño y a ti. Te debo un gran favor, Lali.
—Nadie debe nada aquí.
Como si hubieran llegado a una especie de tregua, siguieron comiendo con tranquilidad.
Cuando hubieron terminado el postre de fresas con chocolate, Lali se sentía mucho más relajada. Se frotó el vientre, acariciándose a sí misma y al bebé al mismo tiempo.
Observándola, Peter no pudo evitar desear formar parte de aquella escena. Madre e hijo. Su esposa.
Lo único que necesitaba para hacerlo era rozarle a Lali las mejillas con la punta del dedo. Acariciarle el cuello, los hombros, más abajo…
Dejándose llevar por su fantasía, Peter notó que le subía la temperatura.
Su sentido común se desvanecía por momentos.
«¿Quieres comprometerte con ella? Si te vas a la cama con una mujer como Lali, eso implicará un compromiso», le advirtió una voz en su cabeza.
Sin embargo, su pulso seguía acelerándose y el calor de su cuerpo, aumentando.
Peter sabía que cruzar esa línea con Lali podría cambiarle la vida…
Lali se estiró en su asiento. Era obvio que empezaba a sentirse cómoda con el caballero que Peter había demostrado ser durante la última parte de la cena. Él le había prometido no hacer nada que ella no quisiera y tenía que cumplirlo.
Lo malo era que ese caballero no podía ignorar el modo en que el vestido de novia se le ajustaba a la curva de los pechos. Se imaginó cubriéndoselos con las manos, apretándoselos…
Despacio, Lali se puso en pie.
—Estoy destrozada. ¿Te importa si me preparo para acostarme?
—Adelante.
Lali tomó su bolsa de viaje y se dirigió al dormitorio. Peter se levantó también, con las venas ardiendo.
Ella no cerró la puerta del dormitorio, por lo que él pudo verla entrando en el espacioso cuarto de baño de mármol, en el que se encerró.
Peter apagó la televisión y se acercó a la ventana, contemplando el cielo de Montana, lleno de estrellas que titilaban al mismo ritmo que su pulso.
Lali. Su esposa. Su novia…
Cuando oyó que Lali salía de baño, se dirigió hacia ella.
Lali acababa de acostarse cuando lo vio entrar por la puerta. Ella se cubrió el camisón de algodón blanco con las sábanas en un gesto de recato.
Pero sus ojos tenían ese brillo…
De deseo.
«Sí quiero», había dicho ella en el altar. Peter lo había dicho también. «Sí quiero».
Lali abrió los ojos como platos cuando él se acercó a la cama y se inclinó sobre ella.
Ella contuvo el aliento y él la besó en la frente.
—Buenas noches, querida —dijo él, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para apartarse.
Antes de salir del dormitorio, Peter pudo ver la expresión de sorpresa de Lali y sus suaves labios entreabiertos, dispuestos a ser besados sin cesar.
En el sofá, no pudo pegar ojo, como la mayoría de los hombres en la luna de miel.
Aunque, en su caso, fue por una razón por completo diferente.


A la mañana siguiente, después de arreglarse y desayunar ignorándose el uno al otro y lo que había pasado la noche anterior, Lali y Peter dejaron el resort y se digirieron al rancho Rockin'C.
Peter había trasladado las pertenencias de Lali a su casa, mientras ella se había ocupado de deshacer las maletas. El plan era mantenerse fuera del escenario público durante el resto del fin de semana que iba a durar su corta luna de miel. Y pensaban ceñirse a él. Incluso fueron capaces de mantenerse alejados el uno del otro durante el resto del día, comiendo y cenando cada uno por su cuenta.
Al fin, llegó la hora de acostarse. Lali iba a necesitar tiempo para acostumbrarse a su nueva cama y a su nuevo hogar.
Cuando llegó el lunes por la mañana, Peter se marchó temprano a la sede de su campaña. A Lali le pareció bien, pues también era parte del plan, igual que todo lo demás.
Cuando llegó el mediodía, después de hacer algunos recados, ella fue a reunirse con él y dieron un paseo del brazo por la calle principal del pueblo.
Lali intentó no pensar en que estaban representando una farsa para engañar a todo Thunder Canyon, no más real que la fiesta de disfraces de Halloween que se avecinaba. Los escaparates de las tiendas estaban adornados con hojas de otoño, brujas en su escoba y esqueletos de plástico.
Al pasar junto a sus vecinos, los saludaban y daban las gracias por las felicitaciones por su boda.
—¿Cómo te ha ido hoy en el trabajo? —preguntó Lali.
—Como siempre —contestó Peter, saludando con el sombrero a una pareja de ancianos que los observaba con recelo.
Peter debía esforzarse por ganarse todos los votos que pudiera en las semanas que quedaban para las elecciones. Y Lali ayudó, dedicando a la pareja la mejor de sus sonrisas.
Pero no era fácil caminar con él de la mano así, fingiendo. Todos los viandantes sabían que había tenido una luna de miel muy corta. Incluso una pareja de jóvenes les había preguntado si pensaban tomarse unas vacaciones más largas si Peter ganaba las elecciones.
—Estar con Peter es ya una luna de miel para mí —había respondido Lali.
Sin embargo, lo que la gente no sabía era que casi habían tenido una luna de miel en su noche de bodas, cuando él había aparecido en su dormitorio, se dijo ella.
Lali había estado dispuesta a entregarse a él.
Después de que él la besara en la frente, le habría gustado agarrarle para darle un beso en la boca, más largo y más profundo. Pero no lo había hecho porque él se había apartado.
Peter había dormido en el sofá toda la noche, mientras ella no había parado de dar vueltas entre las sábanas, esperando que él regresara al dormitorio y se metiera en la cama a su lado. Lo había deseado con todas sus fuerzas. Aunque, al mismo tiempo, lo había temido.
Habría sido una mala idea. Y ella se habría metido en un buen lío, pues su corazón no podía permitirse otro desengaño como el de Alan…
Lali se tropezó mientras caminaban por la acera y Peter le rodeó la cintura con el brazo, sosteniéndola.
—Vaya —dijo ella.
Sin dejar de tocarla, Peter la observó con gesto de curiosidad, como si tampoco pudiera comprender lo que estaba pasando entre ellos.
—Lali…
Entonces, el flash de una cámara los interrumpió.
De nuevo.
Lali estaba empezando a acostumbrarse a que le molestaran los ojos después de tanta foto. En esa ocasión, sin embargo, a diferencia de cuando los habían sorprendido en el banco de la plaza, Peter fue a estrecharle la mano a la fotógrafa.
A diferencia de aquella noche en que habían sido sorprendidos por un flash mientras Peter le tocaba el vientre, en esta ocasión, su esposo agradeció el interés de la reportera de una revista de estilos de vida. La publicación tenía una tirada respetable en todo el estado y su línea editorial parecía haber apostado por su campaña a la alcaldía.
—Quería tener una foto con gancho para encabezar nuestra entrevista —explicó la reportera, una mujer de unos cuarenta años—. Sé que quedan unas horas para nuestra cita, pero no pude resistirme a tomar esta instantánea de los dos juntos. Son la clase de fotos que dieron popularidad a parejas como la del príncipe Carlos y lady Di. ¿Recordáis cuando estaban comenzando a salir juntos? Vosotros me recordáis a ellos.
La comparación hizo encogerse a Lali. El romance de Diana y Carlos había resultado ser una farsa manufacturada en la que el amor de la princesa no había sido correspondido por su príncipe. El corazón de Carlos había pertenecido a otra mujer y Diana nunca había tenido una oportunidad, por eso su vida había sido tan desgraciada.
Su cuento de hadas había sido pura ficción.
Después de despedirse de la reportera, Lali intentó ocultar su tensión mientras seguían caminando. Tantas mentiras comenzaban a pasarle factura.
Cuando Peter y ella llegaron ante una pequeña tienda de ropa para bebés, un negocio nuevo que parecía tener siempre el cartel de Rebajas en el escaparate, Peter le abrió la puerta y le puso la mano en la espalda, para animarla a entrar.
Sin duda, Peter era consciente de que la periodista podía estar siguiéndolos de cerca. Ella pudo verla al otro lado del escaparate, sin perderse detalle.
Peter se inclinó para hablarle al oído.
—¿Lista para comprar algunas cosas?
Lali asintió y le sonrió. Sin duda, Peter esperaba captar la atención de la prensa en su pequeña incursión a la tienda para bebés. Así mataría dos pájaros de un tiro, caviló ella. Patrocinaría un pequeño negocio local que necesitaba atención y alardearía de su lado familiar al mismo tiempo.
La dependienta parecía emocionada de tener allí a la pareja más reciente y popular del momento en Thunder Canyon y les mostró de todo, desde cunas a mantitas bordadas a mano.
Lali estaba en una nube, imaginándose a Saltamontes vestido con un coqueto pijama amarillo con ositos panda bordados.
—Nos lo llevamos —dijo Peter sin mirar ni siquiera la etiqueta con el precio—. ¿Y qué te parece éste? —preguntó a Lali, señalando un mostrador con más pijamas.
Peter debía de haber percibido su mirada de entusiasmo porque, antes de que Lali pudiera pedirle que no gastara demasiado, él dijo que se los llevaba también. Además, escogió la cuna blanca de mimbre que ella había acariciado con la mano nada más entrar en la tienda. Y todo lo demás que estaba a la vista y pensó que el bebé podría necesitar.
Mientras la dependienta lo envolvía todo y preparaba una entrega especial al rancho de Peter, Lali lo llevó un momento aparte. No dejó de sonreír, pues estaba segura de que la periodista estaría observándola por el escaparate junto con varios viandantes que se habían sumado a ella.
—Peter —dijo ella.
—Antes de que digas nada, el bebé se merece todo lo que le he comprado. Y tú.
Entonces, Peter la besó en la frente de nuevo. Sin embargo, tardó en apartar los labios un poco más de lo que Lali había esperado.
El cuerpo de ella se incendió de deseo al sentir su aliento.
Cuanto más galante era Peter, más lo deseaba.
—¡Vamos, Peter! —lo animó una joven desde la calle.
El resto de los mirones comenzó a aplaudir y la fotógrafa tomó otra foto. Peter rodeó a Lali por los hombros con gesto protector y la guió hacia donde habían aparcado los coches, seguidos por los flashes de la prensa.
—Vayamos a casa para que descanses —propuso él.
Lali había ido en su ranchera al pueblo, pues Peter había salido de casa más temprano. Cada uno se subió a su vehículo.
—No estoy cansada.
—Debes estarlo, después del paseo.
Peter sonrió y esperó a que ella arrancara antes de hacerlo él. Luego, la siguió hacia su rancho.
Nada más entrar en su casa, Peter dejó de fingir. Dejó el abrigo y el sombrero en el perchero de la entrada y se mostró bastante distante, igual que el día anterior, cuando ella se había mudado. Entonces, Lali lo había achacado a que cada uno había estado ocupado con sus propias tareas. Él había estado llevando sus cajas a la casa y ella se había dedicado a preparar su habitación y a echarse un poco cuando le había empezado a molestar la espalda.
Cuando Peter comenzó a caminar hacia su estudio en la parte trasera de la casa, ella lo detuvo.
—¿Peter?
Lali no estaba segura de por qué no quería dejar que se fuera tan deprisa.
Él se detuvo en la puerta.
—¿Quieres que te traiga algo? ¿Qué necesitas?
¿Qué necesitaba?, se dijo Lali.
Pero se contuvo. Haciendo un gran esfuerzo, se guardó sus pensamientos para sus adentros.
—No tienes que traerme nada. Ya me has comprado bastantes cosas en esa tienda y te lo agradezco mucho, pero…
—Ya te he dicho que Saltamontes y tú os merecéis lo mejor.
Peter empezó a salir de la habitación, como si tuviera mucha prisa por separarse de ella, igual que le ocurría siempre desde la noche de bodas.
—Hoy he ido a la cita con el médico —informó ella, queriendo decir algo, aunque no fuera lo que su corazón clamaba por expresar.
Aquel comentario hizo que Peter se parara en seco, pero no se giró hacia ella, por lo que Lali no pudo ver la expresión de su cara.
—El bebé y yo estamos bien —aclaró ella enseguida—. El médico me ha dicho que sería mejor que ganara algo de peso. Siempre me insiste en eso. Yo… sólo creí que te gustaría saber que he ido, por si alguien te lo menciona.
—¿Por qué no me recordaste que ibas a ir? —preguntó él con una voz demasiado suave.
—¿Al médico? ¿Tenía que haberlo hecho? Sabía que ibas a estar ocupado. Por eso he ido sola.
Peter siguió dándole la espalda durante unos segundos más. En el silencio, Lali casi podía oír el latido acelerado de su corazón.
Al fin, Peter se volvió con gesto relajado y natural. Típico de él.
¿Había esperado otra cosa?, se dijo Lali, un poco decepcionada.
—Si te parece bien, me gustaría acompañarte la próxima vez —indicó él.
—Claro. Debí haber pensado en ello. Es normal que mi marido esté interesado en ver las ecografías y, ahora que hemos formalizado nuestra relación en público, puedes acompañarme siempre que quieras.
Por el brillo de sus ojos, Lali adivinó que Peter se había sentido ¿traicionado? Sin embargo, al instante su expresión recuperó la normalidad y ella se preguntó si lo habría imaginado.
¿Por qué iban a afectarle a él sus palabras?, reflexionó Lali. En realidad, Peter no era un padre orgulloso, como quería hacer creer al público.
Y su siguiente comentario lo demostró.
—Me daría buena imagen implicarme en tu vida cotidiana —señaló él.
Durante un instante, Peter posó los ojos en el vientre de ella, igual que la vez que la había visto en la tienda de novias y había estado a punto de tocarla. Entonces, se giró y salió al pasillo.
Y, cuando lo hizo, se llevó una pequeña parte de Lali con él, aunque ella no había tenido la intención de dársela.

2 comentarios:

  1. Están siendo muy cruel uno con el otro! Más!

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  2. Así fue su trato ,pero en el fondo ninguno d los dos llega a pensar k el otro puede sentir amor.

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